Bob Shaw - Una guirnalda de estrellas

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Una guirnalda de estrellas: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1993, millones de gentes observan en el cielo con incredulidad, ayudados por los recientemente inventados lentes Amplite, mientras el planeta de Thornton se acerca peligrosamente a la Tierra. Diseñados para ver en la oscuridad, los lentes Amplite, iluminan un misterioso mundo de materia antineutrínica que coexiste con la Tierra en otra dimensión

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— ¿Estás seguro de que tiene una máquina Moncaster en el laboratorio?

— Creo que sí. ¿No es algo parecido a un generador de señales, salvo que produce diferentes campos de radiación?

— Exacto — Ambrose tomó las llaves de encendido del panel del coche y se las arrojó a Quig—. Des, quiero que tú y Benny toméis mi coche, vayáis hasta la planta ahora mismo y le alquiléis esa máquina a tu amigo.

A Quig se le aflojó la mandíbula.

— Pero esos artefactos valen una fortuna… Y éste ni siquiera es propiedad de Jack.

Ambrose abrió su cartera, sacó un billete de mil dólares y lo tiró en el regazo de Quig.

— Eso es para tu amigo, en pago por dos días de alquiler. Habrá la misma cantidad para que os la repartáis entre vosotros, siempre que consigáis la máquina. ¿De acuerdo?

— Ya lo creo que sí — Quig se escabulló fuera del coche mientras Culver asentía vigorosamente, dio la vuelta hasta la portezuela del conductor y bailoteó bajo la lluvia esperando a que Ambrose se apeara.

— No tan aprisa — le dijo Ambrose—. Todavía tenemos que bajar el equipo.

Snook, que había presenciado la transacción con interés, observó a Ambrose mientras bajaban los instrumentos. Durante la noche el científico parecía haber envejecido unos años, tenía la piel más tensa alrededor de los ojos y la boca, y se movía con la crispada energía de un hombre con la mente en llamas. En cuanto el coche se marchó colina abajo con Quig al volante, Ambrose miró a Snook con una sonrisa amarga.

— Vayamos adentro — dijo—. Le espera un interrogatorio agotador.

Snook permaneció apoyado contra una columna de madera de la veranda.

— Quedémonos aquí afuera un minuto.

— ¿Porqué?

— Porque podemos hablar con más comodidad que en la casa. Usted sabe, por supuesto, que los jóvenes Quig y Culver y el amigo darán con los huesos en la cárcel, o algo peor, si los pescan llevándose esa máquina. La planta es propiedad del estado.

— No los pescarán — dijo Ambrose con toda soltura, abrió un paquete de cigarrillos e invitó a Snook.

— ¿Necesita esa máquina para traer a los avernianos a la Tierra?

— Sí. Les sería imposible si no les ayudamos preparándoles un entorno adecuado. Hoy también tendré que conseguir una provisión de hidrógeno.

— ¿Por qué tanta prisa? — Snook miró duramente la cara de Ambrose por encima del fulgor azul y transparente de la llama del encendedor—. ¿Por qué tiene que intentarlo cuando todas las condiciones son inapropiadas?

— No estoy de acuerdo con usted en lo referente a las condiciones, Gil… Nunca volverán a ser tan buenas. Usted sabe que mañana el punto muerto superior estará a un par de metros del suelo, pero a partir de entonces Averno asomará constantemente a través de la superficie de la Tierra. Será como una gran cúpula baja que se eleva quinientos metros cada día. Podrá parecerle que no es mucho, pero se trata de una tangente que prácticamente equivale a cero, o sea que el borde de la cúpula se extenderá en todas las direcciones a una velocidad tremenda.

«Es verdad que habrá otros dos puntos muertos más bajos, uno al norte del ecuador y otro al sur, pero estarán huyendo constantemente del ecuador, y será difícil instalar un equipo en uno de ellos y conservar el contacto con el punto correspondiente en Averno. Esta, precisamente ésta, es la única oportunidad en que nos encontraremos frente a un movimiento unidireccional… — Ambrose interrumpió la acalorada exposición, y su mirada se cruzó con la de Gil—. Pero no eran esas las condiciones a que se refería usted, ¿verdad?

— No.

— Usted me preguntaba por qué quiero intentarlo aquí, atascados en medio de ninguna parte, rodeados por un ejército de matones que nos despacharían sin el menor escrúpulo.

— Algo por el estilo — dijo Snook.

— Bien. Una razón es que a nadie le gustará hoy la idea de que una raza de superhombres de otro mundo aproveche nuestros magros recursos para entrar en éste. Lo más probable es que la ONU vete el proyecto sólo por razones de cuarentena, así que lo mejor sería presentarlo como un hecho consumado. La oportunidad es demasiado buena como para desperdiciarla — Ambrose aplastó con el dedo una gota de lluvia en forma de cúpula que se deslizaba por la barandilla.

— ¿Cuál es la otra razón?

— Yo fui el primero que se metió en esto. Yo llegue primero. Es mío, Gil. Y lo necesito. Esta es mi única oportunidad de ser la persona que me propuse ser hace mucho tiempo…, ¿me entiende?

— Creo que sí. ¿Pero eso significa que no le importa que otros salgan perjudicados?

— No quiero que nadie salga perjudicado… Además, no creo que pudiera ahuyentar a Des y a Benny ni amenazándoles con un arma.

— Yo pensaba más bien en Prudence — dijo Snook—. ¿Por qué no se vale de su influencia sobre ella y la saca del país?

— Esa mujer toma sus propias decisiones, Gil — dijo Ambrose despreocupadamente mientras se volvía hacia la puerta—. ¿Qué le hace pensar que tengo alguna influencia sobre ella?

— Pero ha dormido con ella, ¿verdad? — Snook no pudo ocultar la amargura de su voz—. ¿O eso ya no cuenta?

— Es todo lo que he hecho: dormir con ella… Esa mañana estaba demasiado agotado para… — Ambrose miró a Gil con nuevo interés—. Fue una suerte haber estado fuera de combate; quién sabe de qué escena me habré librado…

— ¿Cómo?

— Nuestra señorita Devonald no es tan desaprensiva en cuestiones sexuales como gusta de hacer creer a los demás. En cuanto usted intenta tratarla como una mujer, ella empieza a comportarse como un hombre. Y no como cualquier hombre… Como el general George S. Patton, diría yo — Ambrose caminó hacia la puerta de la casa y luego regresó—. ¿Y usted, Gil? ¿Usted va a abandonarme?

— No. Me quedaré con usted.

— Gracias. Pero…, ¿por qué?

Snook esbozó una breve sonrisa.

— ¿Querrá creerme que es porque me gusta Felleth?

Hacia la última década del siglo XX el nivel de vida había disminuido considerablemente, incluso en los países más avanzados. La predicción de Orwell de que la gente no podría costearse más que lujos se había cumplido ampliamente. Por ejemplo, era difícil obtener un pescado realmente comestible; la Organización Mundial de la Salud, solemnemente y al parecer con toda convicción, había reducido a la mitad el cálculo hecho a mediados de siglo del número de gramos de proteínas de primera clase que un adulto necesitaba cotidianamente para mantenerse sano.

Las comunicaciones, por otra parte, eran excelentes; el satélite sincrónico y el diodo de germanio aseguraban que prácticamente cualquier persona del planeta pudiera estar al tanto de un acontecimiento relevante a los pocos minutos de que hubiera ocurrido. Sin embargo, sólo era posible irradiar la información, no la comprensión, y muchos sostenían que la gente en general habría logrado más tranquilidad, y sin duda más felicidad, sin la lluvia incesante de noticias que la bombardeaban desde el cielo. El logro principal de la industria de las telecomunicaciones, aseguraban, consistía en que ahora era posible producir en minutos el mismo desorden que décadas antes habría requerido días.

El relato de Gene Helig de los hechos de la Mina Nacional Número Tres de Barandi estuvo en manos de su colega en el pequeño estado vecino de Matsa antes de las ocho de la mañana, hora local. Y diez minutos después ya había sido retransmitido al despacho de la Asociación de Prensa en Salisbury, Rhodesia. Como los dos periodistas involucrados tenían las más altas credenciales profesionales, la historia fue aceptada sin preguntas y trasmitida vía satélite a varias metrópolis, incluidas Londres y Nueva York. Desde allí fue distribuida a través de las agencias especializadas en los más diversos campos; étnica, geografía política y cultural, ciencias exactas, etc. Hasta ese momento, el mensaje original había sido análogo a la salida de corriente de rejilla de una válvula termiónica, un minúsculo hilillo de electrones, pero sus características fueron de pronto amplificadas por la plena potencia de las agencias de noticias internacionales, y empezó a circular masivamente de polo a polo atosigando a los diversos medios. Y tal como en el caso de las válvulas termiónicas, el exceso de amplificación condujo inevitablemente a la distorsión.

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