No es difícil para nosotros, pues una consecuencia lógica de nuestra forma de telepatía es el control voluntario sobre las protomentes de nuestros embriones. Esto nos ha permitido la predeterminación del sexo de nuestros vástagos y también nos permite elegir la esterilidad, si lo deseamos.
Hemos tenido la fortuna — cualquiera diría que es designio de un poder superior— de que el tiempo que resta a nuestro mundo sea apenas mayor que el promedio de vida de nuestros individuos. Por lo tanto, una pequeña parte del Pueblo seguirá produciendo niños durante cien días más. Será el deber melancólico de esta generación final cuidar del resto de nosotros, atendernos cuando nos despidamos de la vida, y organizar nuestros reducidos recursos de tal modo que en los últimos días no haya hambre, privaciones, sufrimientos ni pérdidas de dignidad. Cuando los océanos vuelvan a levantarse no tendrán miedo ni muerte, pues todos nos habremos ido.
Snook: ¿Cómo podéis llegar a una decisión unánime de esa índole en tan poco tiempo?
Los del Pueblo no son seres humanos. No estoy diciendo que seamos superiores: de una sociedad telepática cabe esperar que la razón, que se alimenta y fortalece con la universalidad de la verdad, prevalezca sobre lo irracional, que pierde vigor y cohesión cuando sus exponentes individuales quedan aislados en sus propias irrealidades. El Pueblo actúa concertadamente, como uno solo, y así lo hará también en esta prueba final, tal como en las ordalías más leves del pasado.
Snook: ¿Pero cómo pueden aceptarlo tan pronto, cuando hace sólo dos días no tenían nociones de astronomía? ¿Cómo saben que cuanto te dije es cierto?
No sé si podrás comprender la diferencia de nuestras filosofías, pero la única razón por la cual no teníamos nociones de astronomía es que esa ciencia no nos hacia falta. No habría cumplido ninguna función. Nuestra física no es como la vuestra. He aprendido, gracias a tus conocimientos, que tenéis una ciencia de radioastronomía, con instrumentos que os informarían de la existencia de otros mundos y otras estrellas aun si la Tierra estuviera permanentemente cubierta por nubes… Pero aunque en mi universo los fenómenos ondulatorios son similares, aquí tales instrumentos no se construyeron porque no les habríamos encontrado utilidad. Sin embargo, cuando se nos suministró el testimonio de vuestra experiencia fuimos totalmente capaces de usarlo como cimiento y de construir el edificio lógico apropiado. El Pueblo no fue persuadido por ti, ni por mi, sino por la verdad.
Snook: ¡Pero tan pronto!
Lo que te asombra no es la prontitud de la aceptación, sino la aceptación misma. Pero no te engañes pensando que no hay dolor. No somos pasivos ni sumisos. El Pueblo no está contento de ser borrado de la existencia. Aceptamos que la vasta mayoría de nuestra raza debe dejar de existir, pero en tanto unos pocos sobrevivan, nuestra onda vital será preservada y quizás un día recobre las fuerzas.
Snook: ¿Eso es posible? Me han dicho que tu mundo será destruido por completo. ¿Cómo es posible que queden supervivientes?
Hay una sola manera de que queden supervivientes, Igual Gil… Entrando en tu mundo.
En nombre del Pueblo y en nombre de la Vida, pido a tu raza que nos deje un espacio en la Tierra.
La luz brillante se había encendido de nuevo, transformando el túnel en un escenario de pantomima, y el elenco de desconocidos estaba reunido como antes. Snook los miró uno por uno, hasta que recobraron la identidad. Murphy le observaba frunciendo ligeramente el ceño, pero los otros hombres estaban de pie cerca de la luz y fijaban la atención en un objeto chato y rectangular. Snook necesitó unos segundos para identificarlo como la libreta que Ambrose le había dado para escribir. Ambrose levantó los ojos y le dirigió una mirada impasible.
— ¿Qué es esto, Gil? — dijo—. ¿Qué ocurre aquí?
Snook arqueó los dedos, tratando de orientarse en su propio cuerpo.
— Lo siento. Felleth ha debido olvidar el mensaje, o tal vez no ha habido tiempo suficiente.
— ¡ Tengo el mensaje! ¡Mírelo! — Ambrose puso la libreta ante las narices de Snook; la primera hoja estaba llena de palabras y símbolos matemáticos, dispuestos en líneas perfectamente rectas, como si las hubieran mecanografiado.
Snook tocó la libreta con las yemas de los dedos, palpando los tenues surcos abiertos por la pluma.
— ¿Yo he hecho esto?
— En no más de treinta segundos, muchacho — dijo Helig—. Te digo que nunca había visto nada semejante. He oído hablar de escritura automática, pero nunca creí en eso hasta ahora. Te digo, es algo…
— Más tarde hablaremos de eso — interrumpió Ambrose—. Gil, ¿sabe qué es esto?
Snook tragó con dificultad, dándose tiempo para pensar.
— ¿A usted qué le parece?
— Al parecer, estas ecuaciones delinean un proceso que se valdría de la disminución de beta a la inversa, para transmutar la materia antineutrínica en protones y neutrones — dijo Ambrose con voz sombría—. A primera vista se trata de una propuesta de transferir objetos del universo averniano al nuestro.
— Ha acertado, o casi — repuso Snook, aliviado de oír lo que podría haber sido una fantasía personal verbalizada por otro ser humano—. Sólo que Felleth no hablaba de transferir objetos… Quiere que recibamos a algunos avernianos.
Regresaron al coche en silencio, cada cual encerrado en el solitario reducto de sus pensamientos, y cargaron los diversos materiales del equipo. Al llegar a la superficie Snook no se había sorprendido de ver el cielo encapotado, anticipo de las lluvias de temporada que durarían aproximadamente dos semanas. Era como si el mundo estuviera tratando de adaptarse a su visión de Averno, disponiéndose a recibir a los visitantes. Tiritó y se frotó las manos, descubrió así que tenía la mano y el antebrazo derechos entumecidos y cansados. El grupo subió al coche, con Ambrose al volante, y el pesado silencio se prolongó hasta que atravesaron el portón de entrada a la mina.
— El teléfono de Gil está fuera de servicio — dijo Ambrose, vuelto hacia Helig—. Supongo que lo primero que tendríamos que hacer es pedirle a usted que nos consiga otro.
Helig sonrió con complacencia y bajó los párpados más que de costumbre.
— No es necesario, muchacho. Estoy acostumbrado a que los teléfonos sufran averías misteriosas dondequiera que voy en estos días… Así que he traído un trasmisor de radio — se palpó el bolsillo de la chaqueta—. Pasaré mi artículo a través de un colega de Matsa. Todo lo que necesito es sentarme veinte minutos en paz.
— Eso no será difícil de arreglar. ¿Escribirá el artículo antes, para que yo lo revise?
— Lo siento… No es mi método de trabajo.
— Creí que preferiría que le controlara la nomenclatura científica…
— Ya he tomado todas las medidas necesarias — Helig miró provocadoramente a Ambrose—. Además, la nomenclatura científica no es importante… Aquí lo que vale es la noticia.
Ambrose se encogió de hombros y conectó los limpiaparabrisas cuando las primeras gotas de lluvia empezaron a estrellarse contra los sucios cristales. El polvo se disolvió momentáneamente en dos borrones pardos que desaparecieron cuando la lluvia arreció. Hubo otro silencio que duró hasta que llegaron al bungalow, y en ese instante Ambrose se volvió en el asiento y le tocó la rodilla a Quig. El joven, que había estado cabeceando con los ojos cerrados, se sobresaltó.
— ¿Dijiste que tenías un amigo en el laboratorio de la nueva planta de energía? — le preguntó Ambrose.
— Sí. Jack Postlethwaite. Terminó la carrera al mismo tiempo que Benny y yo.
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