Bob Shaw - Una guirnalda de estrellas

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Una guirnalda de estrellas: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1993, millones de gentes observan en el cielo con incredulidad, ayudados por los recientemente inventados lentes Amplite, mientras el planeta de Thornton se acerca peligrosamente a la Tierra. Diseñados para ver en la oscuridad, los lentes Amplite, iluminan un misterioso mundo de materia antineutrínica que coexiste con la Tierra en otra dimensión

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Snook pestañeó y trató de ocultar su fastidio. ¿Había sido víctima de un exceso de confianza en sí mismo? ¿Las palabras habían empezado a formársele en la mente porque había estado esperándolas? ¿Cómo distinguía un telépata entre los pensamientos propios y los ajenos?

— Despierta, muchacho — dijo Helig con amable impaciencia—. ¿De nuevo pensando en lo que no debes?

— ¿A qué viene tanta prisa? — vociferó Snook—. No podemos hacer nada hasta que los avernianos lleguen a este nivel.

— ¡Oh! — Helig enarcó las cejas—. ¡Escuchad a nuestra prima donna ! — bromeando golpeó a Snook en el hombro.

Snook desvió un segundo puñetazo y se obligó a relajarse mientras avanzaban por la mina agotada hacia la zona donde Ambrose y Murphy, valiéndose de croquis y cintas métricas, habían delimitado el escenario de las operaciones.

En unos minutos ya tendrían su ración de experimentos telepáticos, suponiendo que Felleth no faltara a la cita tácitamente acordada. Ambrose, satisfecho ahora que había reunido su pequeño equipo, se adelantó para controlar la tarea de Quig y Culver.

— Gene, tú conoces este país mejor que nadie — dijo Snook en voz baja—. ¿Cuánto piensas que tolerará Ogilvie que la mina permanezca cerrada?

— Extrañamente, el presidente se lo ha tomado muy bien. Le halaga la publicidad que Barandi ha obtenido gracias a esto, algo muy importante para él, y quizás esté indeciso acerca de lo que debe hacer. Pero el que se está poniendo nervioso es Tommy Freeborn — el rostro de Helig era inescrutable detrás de las lentes oscuras de los Amplite—. Muy nervioso.

— ¿Crees que se está preparando para responder a la llamada del destino?

— No entiendo a qué te refieres.

— Vamos, Gene… Todos saben que Freeborn mandaría gustosamente al demonio a las Naciones Unidas, cerraría las fronteras y se libraría de todos los blancos y asiáticos.

— De acuerdo, pero no he sido yo quien te lo ha dicho — Helig miró en torno como si esperara ver micrófonos sobresaliendo de la roca—. Las divisas se están fugando del país. No creo que Tommy Freeborn tolere esta situación más de una semana.

— Entiendo. ¿Te marcharás?

Helig pareció sorprenderse.

— ¿Justo cuando tengo una tarea que cumplir?

— Tu tarjeta de periodista no significará nada para el coronel.

— Significa algo para mí, muchacho.

— Admito tus principios — dijo Snook—, pero no estaré aquí para ver cómo los pones en práctica.

Alcanzaron al resto del grupo y Snook se apartó para tratar de ordenar las ideas. Había llegado el momento de abandonar la partida. Abundaban los indicios, las advertencias eran inequívocas, y aunque se había permitido comprometerse con los problemas ajenos, ese era un error que podía rectificar. Ahora parecía inevitable una matanza de mineros estilo Sharpesville, pero él no podía hacer nada para impedirlo, y preocuparse por ello sólo le acarrearía resultados negativos. La naturaleza todavía no había diseñado un sistema nervioso capaz de soportar las culpas de los otros.

Ambrose y Prudence eran un caso aparte. Eran personas cultas y sofisticadas, y el hecho de que aquí se comportaran cándidamente no le hacía a él responsable de su bienestar. Prudence Devonald, especialmente, se disgustaría si él trataba de aconsejarla. En cambio, prefería seguirle la corriente a Ambrose…

Estas cavilaciones llenaron a Snook de dudas acerca de sí mismo. ¿Estaría planeando fríamente el abandono y la fuga si Prudence se le hubiera echado a los brazos después del incidente del Cullinan? Todos los libros de cuentos convenían en que ésa era la recompensa apropiada para el caballero que socorría a la dama en apuros, ¿pero era posible que él, Gilbert Snook — el neutrino humano—, hubiera pensado que la fantasía se iba a convertir en realidad? ¿Y era igualmente posible que él se dispusiera a abandonar a la muchacha en un arranque de rencor adolescente?

Perturbado por esta zambullida en el remolino de sus emociones, Snook comprobó casi con alivio que Ambrose estudiaba el reloj y ya agitaba las manos indicando que el encuentro era inminente. Ambrose hizo unos ajustes finales al generador de campo bosónico y explicó todo el procedimiento a Helig. Había menos espacio que en los túneles donde se habían realizado los contactos anteriores, y los miembros del grupo estaban muy juntos cuando el ya familiar resplandor azul asomó sobre el suelo de roca.

— Desplazamiento lateral, menos de un metro — murmuró Ambrose a su magnetofón de pulsera; al fondo se oyeron los chasquidos de la cámara de Quig.

Snook se adelantó, ansioso e intimidado a la vez, y permaneció absolutamente rígido mientras la línea se elevaba hasta transformarse en el ápice de un prisma triangular de luminosidad. El prisma se expandió hacia arriba y hacia afuera hasta que la cúspide estuvo por encima de la cabeza de Snook y él pudo ver la geometría espectral de una techumbre a su alrededor. Siguió el plano horizontal de un cielorraso que le subió por encima de los tobillos y las rodillas como la superficie de un lago insustancial. Snook se arrodilló para introducir la cabeza en la habitación averniana. Las tres figuras traslúcidas le estaban esperando, Felleth en el centro, elevándose de la roca sólida como columnas esculpidas en humo azulado.

Felleth se acercó a Snook con piernas que todavía eran invisibles, los brazos tendidos hacia él. Los estanques de bruma de los ojos se dilataron de nuevo. Snook inclinó la cabeza hacia adelante, y aún antes de que se estableciera el contacto pudo ver el movimiento titilante del muro verde mar…

Paz profunda de la corriente ondulatoria.

Te pido perdón. Igual Gil. Cometí un error al no entender que no estás acostumbrado a la congruencia de identidad que tú denominas telepatía. Unos pocos desdichados de nuestra raza están afligidos por el silencio que separa, y en mi egoísmo presumí que padecías un mal similar porque no me enviabas tu saludo. Me alegró sentir que hace un rato intentaras establecer contacto conmigo, pues me demostró que mi error no te había causado daño alguno. Durante esta sesión utilizaré estructuras de pensamiento puramente secuenciales para no sobrecargar tus conductos neurales. Esta técnica, que empleamos para enseñar a nuestros niños, reduce el flujo de transferencia de información, pero ganaremos en eficacia porque tu mente podrá funcionar de modo más aproximado al que le es normal.

También te pido perdón porque en mi ciego orgullo me atreví a desdeñar la morada pétrea de tus conocimientos probados en favor de la choza de bejuco de mis conjeturas. Mi única excusa es que estaba desconcertado y dolorido, pues en un segundo recibí más conocimientos nuevos de los que el Pueblo ha acumulado en el último millón de días, y buena parte de ese conocimiento habría sido mejor no tenerlo. Confieso que también estaba confundido y alarmado por tu manera de presentarte. El Pueblo tiene muchos mitos acerca de criaturas extrañas que viven en las nubes, y cuando descendiste del cielo me pareció por un instante que se demostraba la verdad de las viejas supersticiones. Desde luego, esta es una excusa pobre para mi reacción, pues tu manera de presentarte fue de por si una prueba de todas tus declaraciones. Un momento de consideración lógica me habría mostrado que el desplazamiento vertical de tu cuerpo con relación al mío era generado por una hipocicloide de escala planetaria. Una vez que hube dado ese paso elemental, todas las otras deducciones fueron inevitables. Incluida…

Snook: Lamento haber sido el portador de semejantes noticias.

No te tortures. La experiencia intelectual ha sido única y… el fin todavía no ha llegado. Además, el conocimiento que me has brindado nos está siendo de gran utilidad. Por ejemplo, puedo explicar satisfactoriamente al Pueblo ciertos fenómenos perturbadores que ocurrían en tierras distantes, todos ellos cerca de la línea del día inalterable, que vosotros denomináis ecuador. Algunos individuos fueron aterrados por visiones y por premoniciones del fin de nuestro mundo. Sin saberlo, pues no veían nada; habían logrado una congruencia de identidad con otros de tu raza que viven en o cerca de vuestro ecuador, y establecieron un contacto accidental y parcial.

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