Bob Shaw - Una guirnalda de estrellas

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Una guirnalda de estrellas: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1993, millones de gentes observan en el cielo con incredulidad, ayudados por los recientemente inventados lentes Amplite, mientras el planeta de Thornton se acerca peligrosamente a la Tierra. Diseñados para ver en la oscuridad, los lentes Amplite, iluminan un misterioso mundo de materia antineutrínica que coexiste con la Tierra en otra dimensión

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Cruzó la calle sembrada de charcos, se guareció en un portal y sacó la radio de un bolsillo interior. Hubo una demora de escasos segundos mientras el operador local le conectaba con el despacho de su tío en Kisumu.

— Habla Curt — dijo llanamente al oír que su tío se identificaba—. ¿Puedes hablar tranquilo?

— Puedo hablar tranquilo, teniente. Pero no tengo ganas de hacerlo con usted — replicó el coronel Freeborn con la voz de un extraño; el hecho de que le interpelara formalmente era una mala señal.

— Acabo de hacer un reconocimiento de la mina por mi propia cuenta — dijo apresuradamente Curt—. He llegado lo bastante cerca para oír lo que decían Snook y el daktari…

— ¿Cómo ha logrado oírles, teniente?

— Eh…, con uno de los equipos K.80 de espionaje electrónico.

— Ya veo… ¿Y lo ha traído de vuelta?

— Desde luego — dijo indignado Curt—. ¿Por qué me lo preguntas?

— Simplemente quería saber si el señor Snook o su amigo Murphy no habían decidido quitárselo. Por lo que he sabido, usted les ha iniciado en el oficio de reventa de material del ejército…

Curt sintió que una aguja de hielo se le clavaba en la frente.

— Te has enterado de…

— Creo que todo Barandi se ha enterado… Incluso el presidente.

La sensación de frío punzante le hizo tiritar.

— No fue culpa mía. Mis hombres…

— Nada de llantos, teniente. Usted quiso divertirse con una blanca, olvidando cuál es mi opinión al respecto, y dejó que un par de civiles le desarmaran en un lugar público.

— Recobré las Uzi pocos minutos después — Curt no mencionó que su automática no había sido encontrada en el jeep.

— Podremos discutir la brillantez de su contraataque en otra ocasión, cuando usted me explique por qué no me informó del incidente — vociferó el coronel Freeborn—. Ahora esfúmese y no me haga perder más tiempo.

— Espera — dijo Curt, impaciente—, aún no has oído mi informe sobre la mina.

— ¿Y de qué se trata?

— No se irán. Planean seguir trabajando.

— ¿Y con eso?

— Pero el presidente quería que se marcharan — la reacción del tío desconcertó a Curt—. ¿No era una orden irrevocable?

— Las órdenes irrevocables han pasado de moda en Barandi — dijo el coronel.

— Para ti, tal vez — Curt sintió que se acercaba a un precipicio, pero no se detuvo—. Pero algunos de nosotros no nos hemos reblandecido por estar todo el día detrás de un escritorio.

— A partir de este momento queda usted suspendido de su servicio — dijo el tío con voz fría y distante.

— No puedes hacerme eso.

— Lo habría hecho antes de saber donde te ocultabas. Ya he hecho azotar a los tres soldados a los que contagiaste tu ineptitud y los he degradado a cocineros de rancho. En tu caso, sin embargo, creo que se impone una corte marcial.

— ¡No, tío! ¡No!

— Ese no es modo de dirigirse a un superior.

— Pero puedo echarles de la mina — dijo Curt, luchando contra la nota gemebunda que se le filtraba en la voz—. El presidente quedará complacido, y así todo…

— Suénese la nariz, teniente — ordenó el coronel—. Y cuando haya terminado de hacerlo, preséntese en el cuartel. Es todo.

Curt Freeborn miró incrédulamente la radio por un instante, luego entreabrió los dedos y la dejó caer al suelo de cemento. La minúscula señal luminosa siguió brillando como una colilla encendida en la creciente oscuridad. La aplastó con el talón metálico y luego salió bajo la lluvia, la cara lisa y joven tan impenetrable como la de una estatuilla de ébano.

Al caer la noche Ambrose ordenó un descanso y el grupo se metió bajo la plataforma para beber el café que él sirvió de una jarra grande. La lluvia había empezado a amainar un poco y un refrigerio, unido a la apretujada camaradería, volvió acogedor el precario refugio. Se les había unido Gene Helig quien contribuyó a la atmósfera de picnic con una bolsa de papel llena de chocolate y una botella de brandy sudafricano. Culver y Quig no tardaron en ponerse alegres por efectos del alcohol.

Durante la amistosa escaramuza, Snook se encontró dos veces de pie al lado de Prudence. Con la timidez de un escolar, intentó tocarle la mano con la esperanza de recrear hasta cierto punto aquel instante de intimidad, pero en ambas ocasiones ella se alejó, al parecer sin reparar en su presencia, dejándole apesadumbrado y solitario.

Automáticamente, Snook acudió a las medidas defensivas que había adoptado con éxito durante muchos años y en muchos países. Tiró el café de la taza, la llenó hasta el borde de brandy, se retiró a un extremo del refugio y encendió un cigarrillo. La bebida le encendió un fuego por dentro, pero las llamas libraban una batalla imposible contra la oscuridad que se intensificaba en la desolación circundante. Snook empezó a sentir la sombría convicción de que el proyecto de Ambrose terminaría en un desastre. Desvió los ojos con indiferencia cuando Ambrose se le acercó.

— No se desanime — le dijo Ambrose—. Por la mañana nos iremos de aquí.

— ¿Está seguro?

— Absolutamente. Había planeado seguir los otros puntos muertos superiores del cielo, pero todo se está poniendo muy difícil… Hoy he cancelado lo del helicóptero, y de todos modos dudo que me hubieran permitido utilizarlo.

Snook tragó más alcohol.

— Boyce, ¿por qué está tan seguro de que Felleth estará listo para intentar una transferencia la próxima vez que…

— Es un científico. Sabe tan bien como yo que mañana por la mañana las condiciones serán óptimas para el experimento.

— Óptimas, pero no únicas. He estado pensando en lo que dijo usted, y veo que cuando la superficie de Averno emerja habrá dos puntos muertos superiores; uno apuntando al norte, y el otro al sur. Pero eso sólo es aplicable a esta longitud, ¿verdad? ¿Y si se estuvieran desplazando? Con un poco de tiempo y un fondo financiero internacional, usted podría resolver el problema. ¿Y los polos? Allí tiene que haber muy poco movimiento, salvo el lateral…

— Parece que ha estado pensando en serio — Ambrose alzó la taza parodiando un brindis—. ¿Dónde conseguiríamos apoyo financiero internacional? En este momento la que trata de frenarnos es nada menos que la ONU…

— Pero esa es sólo una reacción inicial.

— ¿Qué quiere apostar?

— De acuerdo… Pero, ¿y en cuanto a lo demás?

— ¿Pueden los avernianos viajar a voluntad por el ecuador? ¿Tienen tierra en las zonas templadas? ¿Pueden llegar siquiera a los polos norte y sur?

Snook sondeó en su fragmentaria segunda memoria.

— No lo creo, pero…

— Créame, Gil. Mañana por la mañana es el momento apropiado para el experimento.

Snook se llevaba la taza a los labios cuando captó la significación de la última frase de Ambrose.

— Oiga… Es la segunda vez que lo ha llamado como experimento. ¿Significa eso que no todo está planeado y seguro?

— Claro que no — dijo Ambrose con una sonrisa extraña y resignada—. Ese papel que usted escribió hará avanzar veinte años nuestra ciencia nuclear cuando lo lleve a Estados Unidos, pero su amigo Felleth ha llevado muy lejos su física teórica. He observado todas sus ecuaciones e interacciones, pero con toda franqueza no estoy capacitado para saber si funcionarán o no. A mí me parece que son correctas, pero no estoy seguro de que Felleth tenga éxito. Además existe la posibilidad de que lo logre y muera al llegar.

Esta novedad dejó pasmado a Snook.

— ¿Y de todos modos lo intentará?

— Creí que lo entendería, Gil — dijo Ambrose—. Felleth tiene que correr este riesgo para demostrar que la transferencia es posible. Su pueblo necesita un rayo de esperanza, y lo necesita pronto. Por eso debemos seguir.

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