Stanislav Lem - El Invencible

Здесь есть возможность читать онлайн «Stanislav Lem - El Invencible» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Год выпуска: 1986, ISBN: 1986, Издательство: Minotauro, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Invencible: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Invencible»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El Invencible,
El Cóndor.
El Cóndor,

El Invencible — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Invencible», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Las nubes se disiparon, y no quedó rastro alguno del ligero globo flotante: las nubes lo habían absorbido. Un instante después, sólo quedaban las crestas rojizas de las montañas a los rayos postreros del sol y el ancho fondo del valle otra vez silencioso y desierto.

Rohan se levantó; las piernas le temblaban aún ligeramente. Se sintió ridículo con el lanzallamas que le había arrebatado al muerto; y peor aún, se sintió de más en aquella comarca de la muerte perfecta, donde sólo podían perpetuarse unas formas inertes que oficiaban ritos secretos, que nadie debiera haber visto jamás. No con terror sino con maravillada admiración había participado un momento antes en aquella fantástica ceremonia. Sabía que ninguno de los científicos compartiría esos sentimientos, pero ahora quería regresar no sólo para anunciar la muerte de los desaparecidos, sino también para convencer a los hombres de que nunca más, en el futuro, se turbase la paz de este planeta. No nos está destinado todo el universo, no todo cuanto existe nos pertenece, pensaba mientras descendía a paso lento.

La luz del sol poniente le permitió llegar al campo de batalla. Allí tuvo que apresurar el paso, pues las radiaciones de las rocas vitrificadas, cuyas siluetas fantasmagóricas adivinaba en la creciente penumbra, aumentaban rápidamente. Por último, echó a correr. El eco de sus pasos resonaba entre las paredes rocosas, y al ritmo de ese eco incesante, que la prisa magnificaba, saltando en un último esfuerzo de piedra en piedra, dejó atrás los cadáveres de las máquinas, irreconocibles a causa de la fusión, y se encontró por fin en un terraplén. Pero también allí el cuadrante del detector era rojo.

No podía detenerse, aunque estaba casi sin aliento. Sin dejar de correr, desatornilló a fondo el reductor del tanque de oxígeno. Aun cuando la reserva se le agotase a la salida del barranco, aunque tuviese que respirar el aire del planeta, todo era preferible a pasar más tiempo en ese sitio, donde cada centímetro cuadrado de roca emitía una radiación mortal. El oxígeno afluyó a la boca de Rohan en una ola helada. Corría con facilidad, pues la lava solidificada que el Cíclope dejara detrás, luego de ser derrotado, era lisa, casi vítrea en algunos lugares. Afortunadamente, las suelas de goma de las botas le permitían correr sin resbalar. La oscuridad era tan densa ahora que sólo veía del suelo algunas piedras más claras, bajo la vitrificada superficie. Sabía que aún tenía que recorrer por lo menos tres kilómetros de ese mismo camino. A la velocidad con que descendía, le era imposible hacer cálculos, pero de tanto en tanto lograba echar una ojeada al cuadrante rojo del detector. A lo sumo podría estar una hora más entre las rocas hendidas y desmoronadas por el fuego nuclear; la radiación a que se expondría no podía exceder de los doscientos roentgens. Una hora y cuarto, en el mejor de los casos; pero si en ese lapso no llegaba a la entrada del desierto, ya no tendría ninguna razón para apresurarse.

Al cabo de unos veinte minutos, sobrevino la crisis. Sentía el corazón como una presencia cruel e infatigable que le apretaba el pecho, o lo trituraba por dentro. El oxígeno le quemaba la garganta y la laringe con un fuego vivo, y unas chispas le bailaban entre los ojos. Pero había algo peor: se tambaleaba y tropezaba. En realidad, la radiación había disminuido: la esfera del detector era una débil ascua a punto de extinguirse, pero sabía que tenía que correr, correr aunque las piernas se negaban a obedecerle. Todas las células del cuerpo decían basta, todo en él gritaba. Párate, párate y déjate caer sobre este suelo vitrificado y aparentemente inofensivo. Levantó la cabeza para mirar las estrellas, y entonces tropezó y cayó de bruces, con los brazos extendidos. Respirando convulsivamente, recobró el aliento. Se incorporó, se puso de pie, recorrió varios metros vacilando de derecha a izquierda, y luego se dejó llevar otra vez por el impulso de la carrera. Había perdido por completo la noción del tiempo. ¿Y cómo orientarse en aquella impenetrable oscuridad? Se había olvidado de los muertos, de la petrificada sonrisa de Bennigsen, de Regnar que reposaba bajo las piedras junto al arctano despedazado, del hombre sin cabeza; hasta se había olvidado de la nube. La oscuridad lo aplastaba; los ojos inyectados en sangre buscaban en vano el inmenso cielo estrellado del desierto; allí, en aquellas arenas desoladas esperaba encontrar la salvación; corría sin ver. El sudor le resbalaba por los párpados; corría, impulsado por una fuerza cuya presencia permanente en él llegaba aún, por momentos, a asombrarlo. La carrera, la noche, parecían no tener fin.

Ya no veía absolutamente nada cuando sus pies, de pronto, empezaron a chapotear cada vez más pesadamente, a hundirse. En un último acceso de desesperación alzó la vista al cielo y comprendió de golpe que había llegado al desierto. Tuvo tiempo aún de ver las estrellas por encima del horizonte; luego, mientras se le doblaban las piernas, buscó con los ojos el detector en la muñeca, pero no vio el cuadrante: estaba oscuro, y el instrumento silencioso. Había dejado atrás, en el río de lava cristalizada, a la muerte invisible. Ese fue su último pensamiento, porque cuando sintió contra la mejilla el frío áspero de la arena, cayó no en un sueño sino en una especie de sopor en el que todo su cuerpo seguía desplegando una actividad frenética, las costillas levantándose al agitado ritmo de la respiración, el corazón latiendo aceleradamente. De ese estado de duermevela del agotamiento total pasó a otro más profundo, hasta que al fin perdió la conciencia.

Recobró el sentido con un sobresalto, sin saber dónde estaba. Movió las manos, sintió el frío de la arena que se le escurría entre los dedos,se sentó y gimió.

Poco a poco fue recuperándose: la aguja fosforescente del manómetro estaba en cero. En la segunda botella había aún una presión de dieciocho atmósferas. Desatornilló la válvula y se levantó. Era la una de la mañana. Las estrellas, muy visibles, brillaban en el cielo negro.

Buscó la dirección en la brújula y emprendió la marcha. A las tres tomó la última tableta. Poco antes de las cuatro el tanque de oxígeno quedó vacío. Abandonó entonces el aparato y prosiguió caminando, respirando al principio con recelo. Pero cuando respiró el aire frío de las horas que preceden al alba, echó a andar a paso más vivo, esforzándose por no pensar en nada más que en esa marcha a través de las dunas en las que a veces se hundía hasta las rodillas. Se sentía mareado, como ebrio, pero ignoraba si era a causa de los gases atmosféricos, o sólo por la fatiga. Se dijo que si conseguía hacer cuatro kilómetros por hora, llegaría a la nave a las once.

Trató de regular la marcha con la ayuda del cuentapasos, pero sin resultado. La Vía Láctea dividía en dos partes desiguales la bóveda celeste, trazando una inmensa estela de luz blanquecina. Ya se había acostumbrado tanto a la tenue luminosidad de las estrellas, que esquivaba sin dificultad las dunas más altas. Chapoteaba sin cesar en la arena. Al cabo, allá en el horizonte sin estrellas, distinguió una silueta angular. Corrió, hundiéndose cada vez más en la arena, como un ciego, hasta que las manos tendidas hacia adelante tropezaron con un metal duro. Era un jeep, vacío, abandonado, acaso uno de los que Horpach enviara la víspera, u otro abandonado por el grupo de Regnar. Pero ni siquiera pensó en eso. Se quedó inmóvil, jadeante, abrazado al vehículo con ambas manos. El cansancio lo atraía hacia el suelo. Dejarse caer al lado del jeep, dormirse junto a él y a la mañana, cuando saliera el sol, reanudar la marcha…

Trepó lentamente al casco blindado, buscó a tientas la manija de la portezuela, la abrió. Las luces del tablero se encendieron. Se dejó caer en el asiento. Sí, ahora sabía que estaba intoxicado, envenenado sin duda por el aire del planeta, pues no era capaz de encontrar el contacto, no recordaba dónde estaba, no sabía nada… Por último una mano tropezó al azar con la palanca, la empujó, el motor maulló ligeramente, y se encendió. Rohan levantó la tapa del girocompás; no conocía con certeza sino una sola cifra, la que indicaba el camino de regreso. Durante algún tiempo el jeep rodó en la oscuridad; Rohan había olvidado los faros…

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Invencible»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Invencible» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Invencible»

Обсуждение, отзывы о книге «El Invencible» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x