"Hace cinco años, como cualquier estudiante de astronomía sabe muy bien, hubo un cuerpo de masa incalculable, al parecer originado en algún punto del espacio próximo a nuestro sistema solar, que salió a gran velocidad hacia el espacio exterior. Pasó cerca de la galaxia M 31, conmocionando el borde con varias novas y colisiones estelares y se alejó a una velocidad superior a la de la luz, para desaparecer a tres billones y medio de años-luz. Al decir que desapareció me refiero a que los astrónomos ya no pudieron detectar su influencia en las galaxias próximas a su hipotética línea de vuelo.
La razón por la cual no la detectaron es que no observaban en la dirección debida. El cuerpo había pasado el punto central del universo con respecto a su sitio de origen y había iniciado el retorno. Naturalmente se aproximaba en dirección opuesta, que es, por supuesto, la misma en que debemos colimar el reflector lunar para captar la galaxia.
"En las seis semanas que llevo estudiando este sector del cielo he observado el efecto de un cuerpo desconocido en galaxias próximas a la línea de retomo: he calculado su trayecto y su velocidad con bastante aproximación. Ya que estamos en eso, la velocidad disminuye rápidamente desde el máximo alcanzado en el espacio exterior, de dos billones de años-luz por año.
"Hace seis semanas, cuando comencé mis observaciones, había cerrado casi por completo su circuito del universo y regresaba a nuestra propia galaxia. Ayer pasó tan próxima a las Nubes Magallánicas que su atracción las impulsó una contra otra en lo que pudo ser un curso de colisión. En la Nube menor he contado ya veintiocho novas.
Y concluyó, tranquilamente:
– Ese cuerpo aterrizará sobre la Tierra el día 21 de julio.
Un pesado silencio cayó sobre el grupo. Durante varios minutos sólo se oyó el chirrido de la pipa vacía.
– Hay algo muy extraño -murmuró Gaines-, y es su masa variable. Como Alar ha dicho, la perturbación estelar de Andrómeda es historia vieja, pero el cúmulo de Andrómeda sufrió los efectos de un objeto que viajaba apenas por debajo de la velocidad fótica y cuya masa equivalía a unos veinte millones de galaxias concentradas en un mismo punto. Pero cuando ese cuerpo llegó a la galaxia M 31, más o menos tres semanas después, su velocidad era varias veces superior a la de la luz y su masa, incalculable; tal vez orillaba la del infinito, si se puede concebir algo así. Sin duda tú, Alar, has de haber encontrado las mismas condiciones en su retorno: una disminución gradual de la velocidad y de la masa; supongo que al llegar a la Tierra tendrá otra vez una masa y una velocidad reducidas, lo bastante corno para no afectar el sistema. Alar ha suministrado la pieza final del rompecabezas que ha enloquecido a los astrónomos durante cinco años, pero el rompecabezas concluido es aun más incomprensible que sus partes.
– Dijiste que ese cuerpo "aterrizaría" en la Tierra -observó Have-. Eso significa que…
– Qué resultará ser otra nave intergaláctica.
– Pero aún el mayor de los cargueros solares o lunares no excede una masa de diez mil toneladas -objetó Gaines-. La nave que se estrelló hace cinco años era en verdad bastante pequeña. Ni siquiera el mayor navío interestelar podría causar un efecto gravitatorio detectable en un planeta, para no mencionar siquiera a toda una galaxia.
Alar le recordó:
– Un objeto que volara a velocidades transfóticas, aunque sea teóricamente imposible, tendría una masa casi infinita. Y no olvides que la masa de este objeto aumentó en forma proporcional a la velocidad. En descanso ha de ser relativamente pequeño, pero no tiene por qué ser grande si va a velocidad transfótica. Sospecho que basta un peso de un gramo, lanzado a una velocidad de varios millones de años luz, para provocar en la nebulosa M 31 un daño comparable al que causó nuestra hipotética nave intergaláctica.
Keiris dejó escapar un bostezo somnoliento y observó:
– Pero hace cinco años no había naves intergalácticas en el sistema solar. Dijiste que partió de nuestro sistema solar hace cinco años, para cruzar la M 31 a una velocidad varias veces superior a la de la luz. Eso significaría que hay dos naves intergalácticas: una, la que llegó hace cinco años, proveniente de un punto desconocido, y otra, la que partió de aquí hace cinco años, cuyo retorno predices para la semana próxima.
Alar soltó una risa áspera.
– Absurdo, ¿verdad? Sobre todo si consideramos que hace cinco años no había naves intergalácticas en este sistema, ni siquiera interestelares.
– Tal vez la haya construido la Federación Oriental -sugirió Haven-. Sospecho que Haze-Gaunt la subestima.
– No lo creo -replicó Gaines-; sabemos que cuentan con una gran producción de plutonio, pero éste es como talco si lo comparamos con el muirio. Para hacer un vuelo interestelar se necesita muirio, y ellos no lo tienen… todavía.
Alar dio en recorrer el cuarto a grandes pasos. Dos naves intergalácticas. Una, la accidentada cinco años antes, en la que aparentemente había llegado él mismo. La otra debía llegar el 21 de julio, una semana después, trayendo a ¿quién? Más aún, en la Tierra estaba la T 22, que debía despegar en la madrugada del 11 de julio. Nuevamente la pregunta: ¿quién iría a bordo?
Estuvo a punto de soltar la exclamación en voz alta: "¡Por el río que me trajo! Las naves son tres" La redujo a un gruñido y se mordió los labios. La respuesta parecía estar a su alcance, en la punta de la lengua. Si pudiera resolver ese acertijo sabría quién era.
Tenía conciencia de que Haven y Gaines lo observaban disimuladamente. Era extraño que él, el aprendiz, hubiese alcanzado tal estatura en las semanas pasadas. Sin embargo no tenía la sensación de haber progresado: antes bien, parecía que los otros se estaban tornando lentos y torpes. Naturalmente, los hombres de genio nunca se consideran particularmente dotados.
Detuvo su paseo para mirar a la mujer. Parecía estar dormida; había dejado caer la cabeza sobre el hombro derecho y el pelo le caía sobre un ojo. Su cara tenía la misma palidez cerúlea que Alar había notado en ella desde el encuentro frente al museo. El pecho subía y bajaba rítmicamente bajo la capa cerrada.
Al contemplar aquellos ojos cerrados y hundidos, el Ladrón tuvo la fuerte convicción de haberla visto de ese modo en otro momento… pero muerta. Parpadeó con tuerza. Esa alucinación debía ser el resultado del cansancio y el exceso de trabajo; tenía el sistema nervioso agotado; de seguir así pondría en peligro la vida de sus compañeros y la propia.
– Gaines -susurró-, tu guardia no relevará al oficial de la policía imperial en las pistas de alunizaje hasta dentro de dos horas. Propongo que echemos un sueño hasta entonces.
– Yo velaré -se ofreció Haven.
– Si quieren matarnos -respondió Alar, sonriendo- no servirá de nada descubrirlo de antemano. Yo me encargaré de despertarlos a todos con tiempo.
– Bueno -aceptó Have, ocultando un bostezo con la mano.
Alar se acostó sobre el frío mosaico, frente a la silla de Keiris; puso la mente en blanco y se durmió instantáneamente.
Un cuarto de hora después Keiris escuchó atentamente la respiración tranquila de sus tres compañeros; finalmente abrió los ojos y contempló al hombre dormido a sus pies. Acabó por fijar la mirada en su cara, vuelta hacia arriba. Era un rostro extraño, ultraterrestrc, pero atractivo y dulce. Una inmensa paz se extendía en torno a sus ojos. En tanto lo contemplaba las líneas de sus propias mejillas se suavizaron un poco.
Keiris se inclinó lentamente hacia adelante, con los ojos semicerrados fijos en los de aquel hombre; al fin se levantó del asiento para erguirse ante él. Súbitamente se puso rígida, para relajarse nuevamente en seguida: en el otro extremo del cuarto Gaines había soltado un murmullo inquieto, agitándose en la silla.
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