Charles Harness - Los Hombres paradójicos

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En un lejano futuro una minoría aristocrática, totalitaria y belicista domina los Estados Unidos de América, explotando el trabajo de hombres y mujeres que han preferido vivir como esclavos antes que morir en la pobreza. Las paradojas de Einstein y las concepciones históricas de Toynbee animan este libro singular, un clásico eminente de la ciencia-ficción contemporánea.
La novela Los Hombres Paradójicos puede ser considerada como el clímax del banquete de un billón de años.Entreteje el espacio y el tiempo con altura, amplitud y belleza; zumba dando vueltas por el sistema solar como una avispa enloquecida; es ingeniosa, profunda y trivial, todo a la vez, y ha demostrado tener una inventiva que muchas hordas de presuntos imitadores han tratado de alcanzar en vano.

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Su pecho se alzó en un suspiro de inmensa pena.

– ¿Y bien, John? En cuanto a mi otra pregunta, ¿quién soy?

Haven dirigió una mirada a Gaines. El subsecretario intervino:

– Me parece mejor que sea yo quien trate de responderte. Aunque en realidad no hay ninguna respuesta. Hace cinco años, cuando llegaste a la orilla del río, llevabas algo en la mano. Esto.

Y entregó a Alar un pequeño libro encuadernado en cuero. El Ladrón lo estudió con curiosidad. En la tapa se veía una leyenda impresa en oro:

T-22, Bitácora

Con la respiración notablemente acelerada buscó los ojos de Gaines. El subsecretario se limitó a decir:

– Mira el contenido.

Alar levantó la cubierta y leyó la primera anotación: "21 de julio de 2177… "

– Eso es la semana que viene -observó, entrecerrando los ojos-. Hay un error en la fecha.

– Lee toda la anotación -le instó Haven.

"21 de julio de 2177. Esta será mi única nota, puesto que sé adónde voy y cuándo he de regresar. Poco es lo que debo decir; tal vez, en mi condición de único sobreviviente de la raza humana, no tengo por qué hacerlo. En pocos minutos la T -22 estará viajando a una velocidad superior a la de la luz. En circunstancias más gratas me interesaría muchísimo la increíble evolución que ya está experimentando mi acompañante." Eso era todo.

– El resto del libro está en blanco -dijo brevemente

Haven.

Alar deslizó los dedos nerviosos por el pelo.

– ¿Quieren ustedes decir que fui yo quien escribió ésto? ¿Que yo estaba en la nave?

– Puedes haber estado en la nave o no. Pero estamos seguros de que no fuiste tú quien escribió eso.

– ¿Quién fue?

– Kennicot Muir -dijo Gaines-. Su letra es inconfundible.

XIII UN VISITANTE DE LAS ESTRELLAS

Alar clavó una mirada de halcón en el subsecretario del espacio.

– ¿Por qué están tan seguros de que no soy Kennicot Muir? -preguntó.

– El era más corpulento. Además todo es diferente: huellas digitales, capilares del ojo, color del iris, grupo sanguíneo, edad, características de la dentadura y del esqueleto. Estudiamos cuidadosamente ese aspecto, en la esperanza de hallar puntos de contacto. No los hay. No sabemos quién eres, pero no tienes nada que ver con Kennicot Muir.

– Sin embargo -expresó Alar, con una mueca que era casi una sonrisa- no me parece que esas pruebas sean definitivas.

– ¿Porqué? ¿Qué quieres decir?

Gaines estaba realmente desconcertado. Haven, que hasta entonces había permanecido con los ojos casi cerrados en profunda meditación, los abrió súbitamente.

– Se me ocurre que el viaje pudo haber provocado alteraciones muy peculiares. ¿No es posible que yo fuera Muir y que mi cuerpo se hubiera distorsionado, en un disfraz tan perfecto que ni siquiera yo podría reconocerme?

Gaines abrió la boca y volvió a cerrarla varias veces antes de responder.

– Me parece imposible.

– Imposible tal vez no -corrigió lentamente Haven-, pero sí improbable. Como teoría no tiene nada que la apoye, excepto que eso podría responder a muchas de nuestras incógnitas.

– Bien -prosiguió Alar, volviéndose de Gaines a Haven, para tornar después al primero ¿qué hay del Cerebro Microfilmico?-

– ¿El Cerebro? -repitió Gaines, frotándose la barbilla-

¿Crees que Muir podría ser el Cerebro?

– Me parece posible.

Gaines rió, entre dientes.

– Resultaría fascinante que fuera cierto. Lamentablemente no lo es. La única semejanza entre Muir y el Cerebro: es la corpulencia de los dos. Se han llevado a cabo varias investigaciones y esa posibilidad ha quedado descartada.

– Los investigadores suelen recibir sobornos -observó Alar.

Extendió los dedos sobre los brazos de la silla, los contempló por un instante y después volvió a mirar a los dos ancianos.

– Se pueden destruir datos, o fraguarlos. Se pueden ocultar ciertos hechos.

– Puede ser -reconoció Gaines-. Pero sé de primera mano que el Cerebro Microfílmico existía mucho antes de la desaparición de Muir; no en sus condiciones actuales, claro está, pero mostraba ya en potencia la habilidad que desarrolló después.

Haven se dio golpecitos en los dientes con el cabo de la pipa.

– Si es muy improbable que tú, Alar, seas Muir -dijo, pensativo-, más improbable todavía es que sea el Cerebro Microfílmico.

Mientras ellos discutían Keiris no había apartado los ojos del rostro de Alar. Este suspiró.

– Bien, me doy por vencido. Pero veamos la fecha de la anotación. Veintiuno de julio de dos mil ciento setenta y siete. Faltan sólo unos días. Ustedes dicen que este libro data al menos de cinco años atrás; por lo tanto Muir debió equivocar la fecha.

– No tenemos ninguna explicación para eso -admitió Gaines-. Creíamos que tú la encontrarías.

El Ladrón sonrió con amargura, diciendo:

– ¿Cómo pudo Muir regresar en la T -22 antes de que la construyeran?

El cuarto fue quedando en silencio: sólo se oía la respiración agitada de Keiris. Alar sintió que un nervio le palpitaba incómodamente en la parte inferior de la espalda. Haven siguió chupando plácidamente su pipa, pero sin perder detalle.

– Ni siquiera los no-aristotélicos, en sus proposiciones más descabelladas, sugirieron jamás que se pudiera recorrer el tiempo a la inversa, a menos que…

Alar se frotó una mejilla, sumido en profundas cavilaciones. Los otros aguardaron.

– ¿Dijiste que el tablero del piloto indicaba la posibilidad de que la nave hubiera viajado a velocidades superiores a la de la luz? -preguntó a Gaines.

– Al parecer, sí. La propulsión resultó ser virtualmente idéntica a la que diseñamos para la T -22.

– Pero las velocidades transfóticas son imposibles, por una elemental mecánica einsteniana -refutó Alar-. Al menos teóricamente nadie puede sobrepasar la velocidad de la luz. El hecho de que yo haya llegado a bordo de una nave similar a la T -22 no me dice nada. En realidad, ni siquiera ese nombre, T-22, parece tener significado para mí. ¿Por qué la bautizaron así?

– Haze-Gaunt adoptó ese nombre por sugerencia del Instituto Toynbiano -replicó Gaines-. Es una simple abreviatura de "Civilización Toynbiana Número Veintidós". El gran historiador dio a cada civilización un número de índice. La egiptaica lleva el número 1; la andina, el 2; la sínica, el 3; la minoica, el 4. Y así sucesivamente. Nuestra civilización, la occidental, corresponde al Número Veintiuno de Toynbee. Los toynbianos piensan secretamente que una nave interestelar podría salvar a la Toynbee 21 al lanzarnos hacia una nueva cultura: la Toynbee 22, así como la vela inició la talasocracia minoica, y el caballo las culturas nómadas y las rutas de piedra el Imperio Romano. Así T-22 es algo más que un simple nombre para una nave: puede ser un puente entre dos vidas, el vínculo entre dos destinos.

– Es posible -asintió Alar-. La esperanza no hace oral a nadie.

Pero sus pensamientos estaban en otra parte. La Phobos , esa nave en la cual había venido Gaines, iba rumbo al sol. En los solarios podría encontrar a gente que había conocido íntimamente a Muir. Además estaba esa -cuestión del tiempo negativo. ¿Cómo era posible que una nave aterrizara antes de despegar?

Keiris lo arrancó de sus cavilaciones.

– Puesto que hemos llegado a un punto muerto en cuanto a tu identidad -sugirió-, sería mejor que nos contaras el resto de lo que descubriste en la placa estelar. En el Galactarium dijiste que todavía faltaba algo.

– Muy bien -aceptó Alar, y retomó bruscamente el tema-. Desde que se completó la estación Lunar, hemos dado por seguro que, dado el tiempo necesario, acabaríamos por llegar con nuestra vista al otro lado del espacio y allí encontraríamos nuestra propia galaxia. Eso estaba predicho; mi descubrimiento no fue más que la realización de ese cálculo. Pero en esa parte del cielo hubo otros acontecimientos de no muy fácil predicción. Retrocedamos un poco.

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