Charles Harness - Los Hombres paradójicos

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En un lejano futuro una minoría aristocrática, totalitaria y belicista domina los Estados Unidos de América, explotando el trabajo de hombres y mujeres que han preferido vivir como esclavos antes que morir en la pobreza. Las paradojas de Einstein y las concepciones históricas de Toynbee animan este libro singular, un clásico eminente de la ciencia-ficción contemporánea.
La novela Los Hombres Paradójicos puede ser considerada como el clímax del banquete de un billón de años.Entreteje el espacio y el tiempo con altura, amplitud y belleza; zumba dando vueltas por el sistema solar como una avispa enloquecida; es ingeniosa, profunda y trivial, todo a la vez, y ha demostrado tener una inventiva que muchas hordas de presuntos imitadores han tratado de alcanzar en vano.

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– Sigue -la urgió Alar.

Experimentaba cierta sensación de culpa por obligarla a dar detalles de una vida que seguramente no querría recordar, pero él necesitaba saberlo todo.

– Por entonces desapareció Kim y Haze-Gaunt… se apoderó de mí. Recibí una nota escrita por Kim en la que me indicaba hacer todo cuanto el Cerebro me pidiera. De modo que…

– ¿Kim? -exclamó el Ladrón, sintiendo que algo se derrumbaba en su interior.

– Kennicot Muir era mi esposo -respondió la mujer, con, voz serena-. ¿No lo sabías?

Muchas cosas acababan de quedar en claro para Alar; una claridad incisiva y absoluta.

– Keiris Muir -murmuró-. Por supuesto; la esposa del hombre más fabuloso e inasible del sistema. Hace diez años que no se presenta en carne y hueso a la Sociedad que fundó ni a la mujer con quien está casado. ¿Qué te hace pensar que está vivo?

– Eso es lo que a veces me pregunto -admitió ella, lentamente-. Es que precisamente esa noche, cuando me dejó para asistir a su fatal entrevista con Haze-Gaunt, dijo que saldría de cualquier aprieto y volvería a buscarme. Una semana después, ya instalada en las habitaciones de Haze-Gaunt, recibí una nota escrita por Kim pidiéndome que no me suicidara. Por eso no lo hice. Un mes más tarde me llegó otra nota en la que me hablaba del Cerebro Microfílmico. Desde entonces he recibido aproximadamente una nota por año; parece ser su letra; siempre me dice que espera con ansias el día en que volveremos a estar juntos.

– ¿Nunca se te ocurrió que podrían ser falsificadas?

– Sí, tal vez. Es posible que esté muerto. Quizá soy muy ingenua al creerlo vivo.

– ¿Es la única prueba de que dispones? ¿Las notas escritas por él?

– Es todo -respondió Keiris, solemne-. Sin embargo hay algo que me parece significativo: en la manada de lobos no hay uno solo que lo crea muerto.

– ¿Eso incluye a Haze-Gaunt?

– Oh, sí. Haze-Gaunt está casi seguro de que Kim está escondido en alguna parte, tal vez en el extranjero.

Para Alar aquélla era la prueba más concreta de que Muir vivía aún. El Canciller, práctico y duro como era, habría puesto cuidado en ocultar sus temores si los creyera infundados. En seguida preguntó:

– ¿Y- el Cerebro Microfílmico? ¿Qué vinculación tiene con la Sociedad?

– Debe ser un agente secreto, supongo. Tiene acceso a la Biblioteca Científica Imperial, y eso debe ser de considerable importancia para la Sociedad.

Alar sonrió amargamente. Keiris, en su constante trato con la grandeza, parecía ciega a la posibilidad de que la Sociedad fuera sólo un instrumento del Cerebro. La miró con atención, mientras decía en tono pausado:

– Dices que Kennicot Muir desapareció más o menos por la época en que el Cerebro surgió en escena. ¿No te parece significativo?

Ella dilató los ojos sin responder. Alar insistió:

– ¿No se te ha ocurrido que el Cerebro Microfílmico puede ser tu esposo?

Keiris hizo una pausa antes de responder:

– Sí, lo he pensado. ¿Estás enterado de algo?

Sus ojos lo escrutaban con ansiedad.

– Nada concreto -respondió él, notando en seguida la desilusión que se le reflejaba en los ojos-. Pero parece haber una inusitada serie de coincidencias entre esos dos hombres.

– La única semejanza física es la estatura. Por lo demás son totalmente distintos.

– El Cerebro está desfigurado y eso constituiría un disfraz perfecto. Me llama la atención la preeminencia alcanzada por él tras la desaparición de tu esposo. Además, piensa en la influencia que ejerce sobre la Sociedad:

Y agregó, observándola con mucha atención:

– Por otra parte, como has visto, te trata de un modo especial.

– No puede ser el mismo -replicó ella, sin convicción, con un reflejo de duda en la mirada.

– ¿Qué prueba tienes de que nodo sea? -insistió Alar, con suavidad.

– ¿Prueba?

Era evidente que no tenía respuesta para esa pregunta.

Alar resolvió retomar el punto que servía de base a aquellas dudas.

– Dices que has considerado la posibilidad. ¿Por qué la descartaste?

– No lo sé -respondió ella, ya intranquila al ver que su seguridad la abandonaba-. Fue porque sí. Si lo que quieres son pruebas, no las tengo.

Alar comprendió que ese interrogatorio era cruel. Deseaba ser objetivo y enfrentar la situación, pero nada podía apaciguarle el dolor íntimo. Buscó frenéticamente una pregunta final que acallara las dudas; de pronto creyó encontrarla.

– ¿Acaso Haze-Gaunt ha considerado también esa posibilidad?

– ¡Vaya, sí! -exclamó Keiris, abriendo mucho los ojos- ¡Sí, lo pensó!

– ¿Y cuáles fueron los resultados?

– ¡Rechazó la idea de plano! ¡Lo sé!

– ¡Bueno!

Alar suspiró. Eso era muy importante, una prueba negativa tan sólida como era posible encontrarla. El interrogatorio había concluido. De pronto echó una mirada a la esfera luminosa de su radio de pulsera.

– Ya son las cuatro. Si Thurmond partió de inmediato (y debemos suponer que así fue) estará aquí con las tropas a media noche. Nos quedan ocho horas para completar la solución al problema de la placa estelar y marcharnos luego. En primer término iremos al Galactarium; después volveremos a mi estudio para ver a John Haven.

XII EN BUSCA DE IDENTIDAD

Un marchito portero les abrió la puerta. Alar condujo a la mujer hacia la gran cámara oscura del Galactarium. Mientras la puerta se cerraba silenciosamente a sus espaldas ambos forzaron la vista en medio de aquella fría oscuridad. Las enormes dimensiones de aquella cámara se percibían directamente, sin necesidad de verlas.

– Hay una galería que la circunda por dentro -susurró Alar-. Subiremos a una plataforma móvil para llegar al punto preciso.

La guió hasta la rampa. Muy pronto se deslizaban a considerable velocidad por la oscura periferia de aquel gran salón. En pocos segundos la plataforma aminoró la marcha, hasta detenerse frente a un tablero de mandos apenas iluminado. Keiris ahogó una exclamación de susto mientras Alar llevaba la mano al pomo de su sable.

Una alta figura sombría se erguía ante el panel.

– ¡Buenas noches, señora Muir, Alar!

El Ladrón sintió que el estómago le daba vueltas. La risa de aquel hombre levantó ecos horribles en la negrura húmeda que los circundaba. Su rostro era el de Gaines, subsecretario de Espacio. La voz, la del juez que lo condenara a muerte según la ley de los Ladrones.

Alar permanecía en silencio, cauto y pensativo. El hombre pareció adivinar sus dudas.

– Paradójicamente, Alar, tu huida era lo único que podía reivindicarte ante la Sociedad. Tus poderes ultrahumanos quedaron confirmados mejor que con largos discursos. En cuanto a mí, si eso es lo que te intriga, llegué anoche en la Phobos , que va hacia el sol, y estoy aquí para llevarte sano y salvo a casa; también quiero preguntarte si has descubierto el secreto de la placa estelar. Se nos está acabando el tiempo.

– ¿Por qué quieres saberlo? -inquirió Alar.

– No es que yo quiera saberlo. Lo importante es que lo sepas tú.

En ese caso la respuesta es sencilla: no lo sé; al menos no sé la historia entera.

Alar sentía la terca necesidad de mantener un estricto silencio frente a ese hombre, mientras no supiera a ciencia cierta cuál era su papel en aquel fantástico drama. Sin embargo ciertos impulsos indefinidos lo llevaban a confiar en ese hombre, que en otro momento había pedido su vida.

– Mira hacia allá -dijo señalando hacia adelante.

Los tres contemplaron la silenciosa vastedad, mientras Alar operaba una de las llaves del panel. Hasta Gaines parecía sobrecogido.

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