– ¿De veras?
– Además afirmó que allí conocerías tu identidad.
– ¡Ah! -exclamó el Ladrón, con los ojos encendidos
¿Por qué no me lo dijiste antes?
La mujer bajó la vista, diciendo:
– La vida en los solarios es muy peligrosa. El soltó una risa suave y frágil.
– ¿Desde cuándo nos preocupamos en el peligro al tomar una decisión? ¿Cuál ha sido la verdadera razón de que lo callaras?
Ella volvió los ojos serenos hacia los suyos.
– Porque cuando lo sepas la información te será inútil.
El Cerebro dijo que en el momento de morir recordarías todo.
Escrutó el rostro del Ladrón con gesto ansioso; y un rubor le inundaba el rostro al agregar:
– Si deseas morir, ¿por qué no ingresas nuevamente a la Sociedad de los Ladrones para que eso sirva de algo? ¿Importa en realidad quién eras hace cinco años?
– Dije que no debemos abandonar la esperanza mientras no sepamos quién soy en realidad -respondió él, con serenidad.
La predicción del Cerebro le había causado una profunda impresión; se trataba de un factor que no entraba en sus cálculos.
– Pero ¿serías capaz de dar su vida por saberlo?
– No pienso darla. Tú lo sabes. -Perdóname.
Keiris cerró los ojos con fuerza por un instante, como si intentara dominarse, y agregó:
– Discuto contigo por lo que me dijiste hace unos minutos, cuando estábamos sentados en el suelo. Pensé que tal vez mis palabras tuvieran alguna importancia para ti.
– Y así es, Keiris.
– Pero no la suficiente.
– Alar suspiró. Se encontraba en una encrucijada y su decisión no afectaba exclusivamente a él, sino también a Keiris. No lamentaba una sola de las palabras pronunciadas en ese momento, al liberar sus sentimientos bajo la impresión de saberla mutilada. Pero al hacerlo le había dado derechos sobre él. Esos derechos le enorgullecían, pero también debía soportar las consecuencias.
– Keiris -dijo-, tus sentimientos no me son indiferentes. Preferiría permanecer a tu lado.
– Quédate, entonces.
– Sabes que no puedo. Me he enfrentado muchas veces a la muerte. Eso no puede detenerme. Si me quedara a tu lado perdería algo muy importante en mi interior.
– Pero estas vez estás advertido.
– Aunque las profecías del Cerebro se refirieran precisamente a este viaje, no podemos estar seguros de lo que va a ocurrir. El Cerebro no es infalible.
– ¡Lo es, Alar! ¡Lo es!
Por primera vez en su vida, desde que tenía conciencia, Alar se encontraba ante una decisión imposible de tomar en unos segundos. Recobrar el pasado a costa del futuro no era un buen negocio. Tal vez sería mejor regresar con Keiris y vivir una existencia más útil y prolongada como Ladrón.
Al fin la tomó por los hombros.
– Adiós, Keiris.
Ella apartó el rostro.
– El capitán Andrews, de la Phobos -dijo-, aguarda al doctor Talbot, del Instituto Toynbiano. ¿Recuerdas al doctor Talbot? Lo conociste en el baile. El también es Ladrón y ha recibido órdenes del Cerebro debe cederte su lugar.
¡Libre albedrío!
Por un momento tuvo la impresión de que cada ser viviente del sistema solar era sólo un peón en el inmenso tablero.
– Supongo -dijo, blandamente- que me has traído una barba postiza como la de Talbot.
– La encontrarás en un sobre dentro de mi bolsillo derecho, junto con su pasaporte, la llave de su camarote y los pasajes. Y ahora será mejor que te des prisa.-dijo Keiris.
La situación estaba allí y no había más, que aceptarla. Tomó rápidamente el sobre, se colocó la barba y permaneció inmóvil, vacilando.
– No te preocupes por mí -le tranquilizó Keiris-. Sé manejar esta nave; puedo volver a la Tierra sin problemas. Sepultaré a… a los dos… en el espacio. Después volveré a la Tierra para verificar algo en la morgue central.
El la escuchaba sólo a medias.
– Keiris, si fueras la mujer de cualquiera y no la de Kennicot Muir… o si yo pudiera creerlo muerto
– Vas a perder la Phobos.
Alar grabó su imagen en la mente con una última mirada; después se volvió en silencio y desapareció por la escotilla. Cuando se oyó el girar de la escotilla espacial, Keiris susurró:
– Adiós, querido mío.
Sabía que jamás volvería a verlo vivo.
XV DEMENCIA EN LAS MANCHAS SOLARES
– ¿Alguna vez ha estado antes en el sol, doctor Talbot? -preguntó el capitán Andrews, mientras estudiaba apreciativamente a su nuevo pasajero, a solas con él en el cuarto de observación de la Phobos.
Aunque Alar no podía admitirlo, cuanto había visto durante la etapa Luna-Mercurio (de donde habían partido hacía apenas una hora) le parecía extrañamente familiar, como si hubiese efectuado ese viaje, no una, sino cien veces. Tampoco podía admitir que su profesión era la astrofísica. A un historiador se le podía perdonar cierta ignorancia en temas espaciales; hasta resultaba conveniente fingirla.
– No -respondió Este es mi primer viaje.
– Pensé que a lo mejor había viajado alguna vez conmigo. Su cara me parece vagamente conocida.
– ¿Le parece, capitán? Viajo bastante sin salir de la Tierra. ¿No me habrá visto en alguna conferencia de los toynbianos?
– No. Nunca he ido a esas conferencias. Tiene que haber sido en un viaje solar-. A lo mejor es pura imaginación.
Alar se agitó interiormente. ¿Hasta dónde podía interrogarlo sin despertar sus sospechas? Se acarició con impaciencia la barba falsa.
– Si es la primera vez que viene -continuó el capitán-, tal vez le interese saber cómo localizamos un solario.
Señaló una placa circular fluorescente entre los instrumentos del tablero de mandos.
– Eso -explicó- nos proporciona un cuadro vivo de la superficie solar con respecto a la línea H de calcio 2, es decir, calcio ionizado. Nos indica dónde están las prominencias y las fáculas, pues tienen mucho calcio. Aquí no se ve ninguna prominencia, pues sólo son visibles cuando están en el limbo del sol, recortadas contra el espacio negro. Pero tenemos muchas fáculas; son esas pequeñas- nubes gaseosas. que flotan por sobre la fotósfera; se las puede detectar casi hasta el centro del disco solar. Son calientes, pero inofensivas.
Y agregó, golpeando el vidrio con sus paralelas de cosmonáutica:
– Además aquello está lleno de gránulos, que también se podrían llamar "nubes de tormenta solar". En cinco minutos levantan varios cientos de kilómetros y en seguida desaparecen. Si uno de ellos atrapara a la Phobos… .
Alar observó en tono indiferente:
– Un primo mío, Robert Talbot, se perdió con uno de los primeros cargueros solares: Siempre se dijo que la nave fue atrapada por una tormenta solar.
– Es muy posible. Perdimos unas cuantas naves antes de aprender el modo correcto de aproximarnos. Así que un primo, ¿eh? A lo mejor lo he visto a él y, por eso usted me resulta conocido, aunque el nombre ,no me dice nada.
– Fue hace varios años -agregó Alar, observando a Andrews por el rabillo del ojo, cuando las estaciones estaban todavía bajo la dirección de Kennicot Muir
– Hum, no lo recuerdo. -dijo el capitán, volviendo su atención a la placa-. Usted ha de saber que las estaciones funcionan en los bordes de las manchas solares, es decir, en la zona que llamamos "penumbra". Ese sitio tiene varias ventajas Es un poco más fresco que el resto de la cromosfera, lo que facilita el trabajo del sistema de refrigeración y no intranquiliza tanto a los hombres. Además proporciona un buen punto de referencia para los cargueros que legan. Sería imposible localizar una estación si no estuviera en una mancha; ya es bastante dificultoso localizarlas en el contorno de temperatura.
Читать дальше