— Eso implicaría una conspiración. ¿Acaso cree que Xi mintió? ¿Que Eda mintió?
¿Que…?
— Lo que pienso es que hay cuestiones más importantes. Peter — se volvió hacia Valerian —, tiene usted razón. Mañana por la mañana recibiremos el borrador de la prueba pericial sobre los materiales. No perdamos más tiempo en… historias. Suspendemos la reunión hasta entonces.
Der Heer, que no había abierto la boca en toda la tarde, le dirigió una sonrisa indecisa, que ella no pudo menos de comparar con la de su padre. A veces, Ken la miraba como si quisiera implorarle algo. ¿Qué? No lo sabía; quizá que cambiara su versión. Ella le había contado cuánto había sufrido de niña por la muerte de su padre y seguramente estaría en ese momento considerando la posibilidad de que se hubiese vuelto loca, y por extensión, que también los otros hubiesen perdido el juicio. Histeria colectiva. Folie a cinq.
— Bueno, aquí está — anunció Kitz. El informe tenía cerca de un centímetro de espesor.
Al dejarlo caer sobre la mesa, desparramó varios lápices. — Aunque supongo que querrá leerlo con detenimiento, doctora, puedo adelantarle un breve resumen. ¿De acuerdo?
Ellie asintió. Se había enterado por rumores de que la prueba pericial coincidía con el relato que ofrecieron los Cinco. Esperaba que con eso se pusiera fin a la desconfianza.
— Aparentemente — hizo gran hincapié en la palabra —, el dodecaedro estuvo expuesto a un ambiente muy distinto al de los benzels y las estructuras de sostén. Aparentemente soportó una alta fuerza de tensión y compresión, razón por la cual es un milagro que el artefacto no se haya hecho pedazos. También aparentemente recibió una intensa radiación… se ha verificado una radiactividad inducida de bajo nivel, huellas de rayos cósmicos, etcétera. Es otro milagro que hayan sobrevivido a la radiación. No se advierte que se haya agregado, ni quitado, nada. No hay signos de erosión ni de roce en los vértices laterales producidos, según aseguran ustedes, por el choque contra las paredes de los túneles. No hay ni la más mínima muesca o raya, que serían inevitables de haber ingresado en la atmósfera de la Tierra a alta velocidad.
— ¿Y esto acaso no corrobora nuestra historia? Piénselo, Michael. Las fuerzas de tensión y compresión son, precisamente, lo que se debe experimentar al caer por un clásico agujero negro, y eso se sabe desde hace más de cincuenta años. No sé por qué no lo sentimos, pero me imagino que el dodecaedro de alguna manera nos protegió.
Además está la enorme dosis de radiactividad dentro del agujero negro y la que se origina en el centro galáctico, un conocido emisor de rayos gamma. Hay pruebas de los agujeros negros, y otras pruebas independientes, vinculadas con el centro galáctico. Estas cosas no las inventamos nosotros. No alcanzo a comprender que no haya huellas de roce ni raspaduras, pero no se olvide de que todo depende de la interacción de un material que apenas si hemos estudiado, con otro que nos es absolutamente desconocido. Yo no esperaba que hubiera partes chamuscadas porque en ningún momento dijimos que hubiéramos entrado por la atmósfera de la Tierra. Para mí, la prueba pericial no hace más que confirmar nuestra versión. Entonces, ¿cuál es el problema?
— El problema es que ustedes son demasiado astutos. Trate de enfocar la cuestión desde el punto de vista de un escéptico. Dé un paso atrás y contemple el panorama general. Así vería a un grupo de personas muy inteligentes, de distintos países, que aduce haber recibido un complejo Mensaje del espacio.
— ¿Aduce?
— Permítame continuar. Ellos descifran el Mensaje y dan a conocer las instrucciones para fabricar una complicada Máquina, a un costo sideral. El mundo pasa por un extraño período, las religiones se tambalean por la próxima llegada del Milenio, y para sorpresa de todos, al final se construye la Máquina. Hay uno o dos cambios mínimos en el personal y luego estas mismas personas…
— No son las mismas personas. No fueron sólo Sukhavati, Eda, Xi, sino…
— Déjeme proseguir. Básicamente estas mismas personas ocupan un lugar en la Máquina. Debido al diseño del aparato, nadie puede verlos ni hablar con ellos luego de la puesta en marcha. ¿Qué ocurre después? Se enciende la máquina y se apaga sola. Una vez que está en funcionamiento, resulta imposible hacerla detener en menos de veinte minutos.
«Muy bien. Veinte minutos más tarde, esas mismas personas bajan de la Máquina muy excitadas, y nos cuentan una historia disparatada. Dicen haber viajado más rápido que la luz dentro de unos agujeros negros, haber llegado al centro de la Galaxia y regresado.
Suponga que escucha este relato con una dosis normal de cautela. ¿Qué hace usted?
Les pide pruebas: fotos, vídeos, cualquier otro dato. Pero ¿qué sucede? Todo se borró.
¿Trajeron algún artefacto de la civilización superior supuestamente asentada en el centro de la Galaxia? No. ¿Algún objeto de recuerdo? No. ¿Piedras? Tampoco. Nada de nada.
La única prueba física es apenas un mínimo daño físico producido a la Máquina. Entonces uno se pregunta, unas personas tan inteligentes, animadas por una profunda motivación, ¿no habrán sido lo bastante hábiles para preparar esto que parece ser producto de las fuerzas de tensión y de la radiactividad, máxime si dispusieron de tres billones de dólares para fraguar las pruebas?
Ellie contuvo el aliento al oír una reconstrucción tan ponzoñosa de los acontecimientos.
¿Por qué obraba Kitz de esa manera?
— No creo que nadie vaya a creer su historia, — prosiguió —. Se trata del ardid más complejo, y más costoso, que se haya perpetrado jamás. Usted y sus amigos trataron de embaucar a la Presidenta de los Estados Unidos y de engañar al pueblo norteamericano, por no mencionar a los gobiernos de los demás países del mundo. Sinceramente, deben de pensar que todos son estúpidos.
— Michael, esto es una locura. Decenas de miles de personas participaron en la recepción del Mensaje, lo decodificaron y construyeron la Máquina. El Mensaje está registrado en cintas magnéticas, en impresos de computadora y en discos de láser, en observatorios de todo el orbe. Sus palabras sugieren una conspiración en la cual estarían implicados todos los radioastrónomos del planeta, todas las empresas aeroespaciales y de cibernética…
— No, no se precisa una conspiración de tal envergadura. Lo único que hace falta es contar con un transmisor en el espacio, que dé la impresión de estar emitiendo desde Vega. Le cuento cómo creo yo que lo hicieron. Ustedes preparan el Mensaje y consiguen que lo remonte al espacio alguien que posea alguna planta de lanzamiento.
Probablemente esto sea incluso una parte concomitante de otra misión. Y lo sitúan en una órbita para que luego se asemeje al movimiento sideral. Quizás haya más de un satélite.
Cuando se enciende el transmisor, ustedes ya están listos en el observatorio para recibir el Mensaje, efectuar el gran descubrimiento e informarnos a los pobres tontos qué es lo que significa.
Hasta el impasible Der Heer consideró ofensivas sus palabras.
— Mike, por favor — comenzó a decir, pero Ellie lo atajó de golpe.
— No fui yo la única que intervino en la decodificación, sino que fueron muchos los que participaron, sobre todo Drumlin. En un principio él se mostró escéptico, como usted sabe, pero terminó por convencerse a medida que iban llegando los datos. Sin embargo, él nunca manifestó abrigar reservas…
— Ah, sí, el pobre Dave Drumlin. El extinto Drumlin, el profesor al que siempre odió; por eso le tendió la celada.
«Durante el descifrado del Mensaje, usted no podía estar en todo. Era tanto lo que había que hacer. Pasaba por alto alguna cosa, se olvidaba de otra. Y ahí estaba Drumlin, que se volvía viejo, celoso de que su antigua discípula le eclipsara y se atribuyera todo el mérito. De pronto él ve la forma de desempeñar un papel preponderante. Usted apela a su narcisismo y lo atrapa. Y si a él no se le hubiese ocurrido el modo de interpretar el Mensaje, usted le habría dado una ayudita. Y en el peor de los casos usted misma habría quitado todas las capas de la cebolla.
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