Carl Sagan - Contacto

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Contacto: краткое содержание, описание и аннотация

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La novela trata sobre lo que podría ser el contacto con una cultura extraterrestre inteligente, sobre cómo se vería afectada la especie humana al conocer que no estamos solos en el universo, lo que sería un gran cambio en la historia de la humanidad. La protagonista, Eleanor
Arrowayw, dirige el proyecto Argus del SETI, dedicado a captar emisiones de radio provenientes del espacio.
Un día, sus radiotelescopios captan una señal compuesta por una serie de números primos, lo que se considera evidencia de una inteligencia extraterrestre. La señal, además, contiene instrucciones para construir una compleja máquina. Una vez construida, cinco tripulantes, incluida la propia Ellie, son transportados a través de varios agujeros de gusano (ellos creen que es por medio de agujeros negros) a un punto en el centro de la Vía Láctea, específicamente en la constelación de Lyra y en Vega donde se reúnen con extraterrestres que adoptan la forma de un ser querido para cada uno de ellos.
Al volver a la Tierra, descubren que su viaje apenas ha durado veinte minutos de tiempo real, y que no quedan pruebas grabadas, por lo que son acusados de fraude y sometidos a frecuentes interrogatorios.
En una especie de epílogo, Ellie actuando según una sugerencia de los emisores de la señal, trabaja en un programa para encontrar patrones ocultos en los decimales del número pi. Finalmente encuentra oculto en la representacion en base 11 un patrón especial en el que los números dejan de variar de forma aleatoria y comienzan a aparecer unos y ceros en una secuencia. La única forma de ocultar semejante mensaje en pi es que el propio creador del universo lo hubiera hecho. Por lo que Ellie empieza una nueva búsqueda análoga al SETI en el aparente ruido de los números irracionales. Esta parte de la trama fue completamente omitida en el film realizado sobre la novela.

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Los que se inclinaban por pronósticos tan alentadores a veces se inmiscuían en un terreno que, durante una década, había ocupado el movimiento milenarista. Algunos de estos últimos afirmaban que la inminente llegada del Tercer Milenio sería acompañada por el regreso de Jesús, de Buda, de Krishna o del Profeta, quien establecería sobre la Tierra una benévola teocracia, severa en el juicio a los mortales. Quizás eso fuera el presagio de la ascensión a los cielos de los elegidos. Pero para otros milenaristas — muchos más que los anteriores — la condición indispensable para la Venida era la destrucción física del mundo, tal como lo habían predicho antiguas obras proféticas, que a su vez se contradecían unas a otras. Los Milenaristas del Día del Juicio Final se sentían muy intranquilos por el nuevo aire de confraternidad mundial, preocupados por la constante disminución de armas nucleares en el orbe. Día a día se iban quedando sin medios para cumplir el dogma primordial de su fe. Las otras posibles catástrofes — exceso de población, contaminación industrial, terremotos, o el impacto cometario con la Tierra — eran demasiado lentas, improbables o poco apocalípticas para su gusto.

Algunos dirigentes milenaristas habían expresado ante multitudes de discípulos que, salvo en el caso de accidente, los seguros de vida eran un signo de fe tambaleante; que el hecho de adquirir un sepulcro o de dejar disposiciones para el propio sepelio era, salvo en el caso de los muy ancianos, un acto de flagrante impiedad. Los creyentes ascenderían con su cuerpo a los cielos, y habrían de presentarse al cabo de pocos años delante del trono de Dios.

Ellie sabía que el pariente famoso de Lunacharsky había sido el más extraño de los seres, un revolucionario bolchevique con un interés académico en las religiones del mundo. Sin embargo, Vaygay no daba muestras de preocupación por el creciente fermento teológico que surgía en el mundo. «En mi país, el principal interrogante religioso»

dijo, «va a ser si los veganos han denunciado o no, como corresponde, a León Trostsky».

Al acercarse a Argos comenzaron a advertir la proliferación de autos estacionados, carpas y grandes multitudes. Por la noche, las luces de los fogones alumbraban los antiguamente plácidos Llanos de San Agustín. La gente que se veía a la vera del camino no era en absoluto adinerada. Ellie reparó en dos parejas jóvenes. Los hombres vestían camisetas y jeans gastados, y caminaban con cierto andar jactancioso que habían aprendido de los mayores al entrar en la secundaria. Uno de ellos empujaba un viejo cochecito donde iba sentado un niño de unos dos años. Las mujeres caminaban detrás de sus maridos; una de ellas llevaba de la mano a una criatura recién iniciada en el arte de caminar; la otra se inclinaba hacia delante por el peso de algo que, un mes después, sería una vida nueva sobre este oscuro planeta.

Había místicos de comunidades cerradas que utilizaban una droga como sacramento, y monjas de un convento próximo a Albuquerque que empleaban el etanol con el mismo propósito. Había hombres de tez curtida que se habían pasado la vida al aire libre, y ojerosos estudiantes de la Universidad de Arizona. Había indios navajos que vendían corbatas de seda y baratijas a precios exorbitantes, un mínimo trastocamiento de las históricas relaciones comerciales entre los blancos y los nativos norteamericanos.

Soldados con permiso, de la base Davis-Monthan, de la Fuerza Aérea, se dedicaban a mascar tabaco y chicles. Un elegante hombre de pelo blanco y costoso traje, debía de ser ranchero. Había gente que habitaba en tugurios y en rascacielos, en ranchos de adobe, en dormitorios colectivos, en casas rodantes. Algunos acudían porque no tenían nada mejor que hacer; otros, porque querían contarles a sus nietos que habían estado allí.

Algunos llegaban con la esperanza de que todo fuera un fracaso; otros anhelaban la presencia de un milagro. Sonidos de serena devoción, calurosa hilaridad y éxtasis místico se elevaban de la muchedumbre y ascendían hacia el cielo de la tarde. Unas pocas cabezas observaron sin mucho interés la caravana de automóviles, todos con la inscripción DIRECCIÓN DE AUTOMOTORES DEL GOBIERNO DE LOS ESTADOS UNIDOS.

Algunos habían bajado la puerta trasera de las camionetas para almorzar; otros compraban mercaderías de vendedores ambulantes que audazmente promocionaban como RECUERDOS DEL ESPACIO. Había largas colas frente a unos pequeños compartimientos con capacidad máxima para una sola persona, que Argos había tenido la gentileza de instalar. Los niños correteaban entre los vehículos, las bolsas de dormir, las mantas y las mesas portátiles de picnic, sin que los adultos les llamaran la atención, salvo cuando se acercaban demasiado a la carretera o al cerco que circundaba el Telescopio 61, donde un grupo de jóvenes adultos, de camisas color azafrán, entonaba solemnemente la sagrada sílaba «Om». Había afiches con imaginativas representaciones de los seres extraterrestres, algunas de las cuales se habían hecho famosas en películas y revistas de historietas. Uno de ellos decía: «Hay Seres Extraños Entre Nosotros». Un hombre con aros de oro se afeitaba utilizando el espejo lateral de un tocadiscos. Una mujer con poncho levantó su taza de café a guisa de saludo al pasar el convoy de autos oficiales.

Cuando se acercaban al nuevo portón principal, próximo al Telescopio 101, Ellie alcanzó a ver a un hombre joven que, desde una tarima, arengaba a una nutrida multitud.

Llevaba puesta una camiseta en la que aparecía la Tierra en el momento de recibir el impacto de un rayo celeste. Advirtió también que, en el gentío, había otras personas con el mismo atuendo enigmático. Tras cruzar la verja, a petición de Ellie estacionaron a un lado del camino, bajaron los cristales y se pusieron a escuchar. El orador quedaba de espaldas, de modo que podían ver los rostros conmovidos de los oyentes.

— …y otros aseguran que hay un pacto con el demonio, que los científicos vendieron su alma al diablo. Hay piedras preciosas dentro de cada uno de estos telescopios. — Con un ademán señaló el 101 —. Eso lo reconocen hasta los mismos científicos. Hay quienes sostienen que es la parte satánica del trato.

— Rufianismo religioso — comentó Lunacharsky, en susurros.

— No, no. Quedémonos — pidió Ellie. Una sonrisa de curiosidad cruzó por sus labios.

— Muchas personas, con un profundo sentido religioso, creen que este Mensaje proviene de seres del espacio, de criaturas hostiles, extraños que quieren causarnos un mal, enemigos del hombre. — Pronunció esa última frase a gritos; luego hizo una pausa para acentuar el efecto —. Pero todos ustedes están hartos de la corrupción, de la podredumbre de esta sociedad, del deterioro causado por una tecnología pagana. Yo no sé quién tiene razón. No sé quién envió el Mensaje ni lo que significa, aunque tenga mis sospechas. Pronto lo sabremos. Lo que sí sé es que tanto los científicos como los burócratas nos esconden información, no nos dicen todo lo que saben. Nos están engañando, como siempre. Oh, Dios, nos han alimentado con mentiras y corrupción.

Azorada, Ellie oyó que un ronco murmullo de asentimiento se elevaba de la multitud. El orador apelaba a un profundo rencor que ella apenas si presentía.

— Estos científicos no creen que somos los hijos de Dios, sino que provenimos de los simios. Entre ellos hay comunistas declarados. ¿Quieren que sea gente así quien decida la suerte del universo?

La muchedumbre respondió un ensordecedor «¡No!»

— ¿Quieren que una sarta de incrédulos hable por boca de Dios?

— ¡No! — volvieron a corear.

— ¿O del demonio? Están negociando nuestro futuro con monstruos de un mundo extraño. Hermanos, el mal habita en este lugar.

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