Francis Carsac - Los habitantes de la nada

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Los habitantes de la nada: краткое содержание, описание и аннотация

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F. Borie es trasnportado en un platillo volante por los humanoides de piel verde, los Hiis, a los mundos extra-galácticos, para que les ayude en su lucha contra las criaturas metálicas devoradoras de soles: los Misliks.

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Assza se dirigió a un reóstato.

— ¡Atención! ¡Gravedad dos! — gritó.

Me sentí más pesado y tuve mayor dificultad en levantar la pieza. Assza fue aumentando paulatinamente la intensidad de la gravedad. Sentí como si mis brazos se volvieran de plomo, la circulación se me hizo más difícil, la sangre era como empujada hacia mis pies. Después vino el «velo negro» tan familiar a nuestros aviadores supersónicos; pero momentos antes de producirse, ya no pude mover la pieza de metal. Assza llevó gradualmente la gravedad a la unidad.

— Va a ser muy justo — dijo —. Y en algunos soles hasta imposible. Tendremos que intentar algún procedimiento automático. De todas maneras, siempre nos cabe el recurso de probaren alguna estrella de escasa magnitud.

A la mañana siguiente, Souilik se llevó el gran ksill a la isla de Aniasz, donde debía ser terminado. No oí hablar de él ni del proyecto durante más de un mes, hasta que un día Assza vino al laboratorio y me comunicó que todo estaba ya listo y que al día siguiente saldríamos para dirigirnos a una estrella de la galaxia maldita que yo ya había visitado.

Aquella noche no nos fuimos a casa sino que nos quedamos en la Casa de los Extranjeros. Al ponerse lalthar, llegó el ksill gigante con Souilik, Essine, Assza, Beichit y Sefer, Akeion y Beranthon, el gran físico Sinzu, en una palabra, se reunió todo el Estado mayor del «Swinss» — palabra que significa Aniquilador —. Después tuvo lugar una especie de banquete en el que no hubo discursos. Ulna y yo nos retiramos pronto y fuimos a dar un paseo por la playa. Hacía una temperatura muy agradable y el firmamento había revestido sus mejores galas. Nos sentamos en la arena.

Permanecimos largo tiempo en silencio. ¿Qué podíamos decir? El drama que se avecinaba era demasiado grande para que las inquietudes de cada uno de nosotros pudieran tener importancia. Yo mismo ya no podía volverme atrás y ni siquiera me había pasado por la cabeza hacerlo a pesar del miedo que me embargaba.

Bordeando la orilla del mar, por nuestra izquierda, apareció una pareja. Sus esbeltas siluetas me indicaron que se trataba de dos Hiss. Cuando estuvieron más cerca pude reconocer a Souilik y Essine. Iba a llamarles, pero Ulna me detuvo diciendo:

— Déjales, también ellos quieren despedirse.

Me callé. Pasaron cerca de donde nosotros estamos sin vernos. Momentos más tarde volvieron acompañados de otra pareja; se trataba de Beichit y Sefer. Esta vez les llamé y vinieron a sentarse a nuestro lado.

Dirigiéndome a Souilik, pregunté:

— ¿Cuantas probabilidades crees que tenemos de regresar?

— Con toda seguridad, no encontraremos Misliks en los soles muertos. El peligro no puede venir, pues de ahí, pero el tiempo de que dispondremos para colocar el kilsim será muy corto. Es posible que todo dependa de tu fuerza. Si yo hubiera tenido que decidir, probablemente habría esperado a que pudiéramos fabricar autómatas con posibilidad de funcionar en los campos antigravitatorios. Claro que, por otra parte, la construcción de un kilsim consume tal cantidad de energía que es lógico que hayan querido comprobar si realmente tenían eficacia.

— Desde luego, lo conseguiréis — dijo Beichit indignada.

— Beichit forma parte del equipo que lo ha construido — replicó Souilik con ironía —. Es, pues, normal que tenga plena confianza en su artefacto Yo, por mi parte, no estaré tranquilo hasta que hayamos terminado. Lo malo es que, pase lo que pase, el aparato ese funcionará. A nosotros no nos queda alternativa: o triunfamos o… desaparecemos.

— ¿Cómo dices? — pregunté.

— Claro. El kilsim es un artefacto experimental… y peligroso. Para colocar la última pieza dispondrás exactamente de un minuto. Si lo logras, la explosión se producirá al cabo de un basike. Si fracasas, se producirá dos minutos después. Supongo que no es necesario que te diga que en este caso no tendremos tiempo material para alejarnos. Pero, no te preocupes; lo conseguirás, pues en este último minuto daré la máxima intensidad al campo antigravitatorio.

El silencio cayó sobre nosotros hasta que Ulna empezó a cantar el himno de los Conquistadores del Espacio. Al llegar a la estrofa que habla de «aquellos que fueron alcanzados por la muerte en mundos desconocidos», un sollozo interrumpió su canto, pero se rehizo y continuó. Después Beichit, con voz grave y pura, interpretó un antiguo cántico de su planeta, lleno de un encanto especial. Después me tocó el turno a mi y me pidieron insistentemente alguna canción de la Tierra. No encontré nada más adecuado que una vieja canción de guerra francesa.

Sefers, que hasta aquel momento no había pronunciado una sola palabra, dijo entonces:

— Amigos, pase lo que pase, los planetas humanos tendrán motivos de estar orgullosos de nosotros. Aunque fracasemos, otros vendrán después con más suerte que nosotros. Pero siempre nos cabrá el honor de haber sido los primeros.

Salimos con el alba. Essine, Beichit y Ulna nos acompañaron hasta el embarcadero.

La primera parte del viaje no tuvo historia. El paso en el ahun fue un poco más movido que de costumbre, debido probablemente al gran tamaño del ksill. Emergimos en la galaxia maldita, pero Souilik no pudo concretarme si estábamos lejos o cerca del célebre planeta Siphan, donde pasé aquel angustioso mes. El sistema solar que Íbamos a destruir parecía integrado por unos doce planetas, aunque, como comprenderás, no es más que aproximado.

Yo estaba con Beranthon, Aketon, Sefer y Souilik en el puesto de mando, el seall. Este, además de los mandos, instrumentos y cuadrantes habituales que yo ya iba conociendo, contenía una serie de nuevos aparatos que correspondían al dispositivo especial de que iba equipado.

— Tardaremos todavía unos cuantos basikes en llegar al sol muerto, — dijo Souilik dirigiéndose a mi —. No estaría de más que repasaras con Beranthon los movimientos que tendrás que realizar. Seguí al físico. La dotación del «Swinss» constaba de veinticinco Hiss y veinticinco Sinzúes solamente. Casi todo el interior del ksill estaba ocupado por una pieza circular de grandes dimensiones, cuyo piso estaba dividido en dos partes: un círculo centra] en el que estaba situada una máquina fea y maciza de unos tres metros de altura, unos treinta de ancho y de forma ovalada. Estaba inacabada y, a su lado, en el suelo, estaban las piezas que debían completarla; alrededor de este circulo central, a lo largo de la corona, estaban situados los generadores del campo antigravitatorio, bajo cuya acción teníamos que desarrollar nuestro trabajo.

— En cuanto hayamos aterrizado — dijo Ba-ranthon —, el círculo central que soporta el kilsim se separará. Antes, habremos puesto en marcha los campos antigravitatorios que para contrarrestar el campo del sol muerto, consumirán tal cantidad de energía que, como máximo, sólo podremos mantenerlos durante medio basike, a contar desde el momento del aterrizaje. Tendrás, pues, que apresurarte. Cuando el kilsim esté listo saldremos inmediatamente y pasando en el ahun, nos alejaremos lo suficiente para poder observar la explosión sin peligro. Repite ahora los gestos que tendrás que realizar: son muy sencillos. Tomas la pieza, la introduces en este orificio dándole un cuarto de vuelta, aprietas un poco y giras nuevamente en sentido inverso. Eso es todo. Pero, cuidado, cuando yo te dé la señal no te demores un solo segundo, va en ello la vida de todos! Pruébalo ahora; no hay peligro alguno, pues el kilsim no está cargado.

Estábamos en el espacio, lejos de cualquier campo de gravitación intenso y por lo tanto fue cosa muy fácil. Repetí el movimiento hasta que pude hacerlo con los ojos cerrados.

— Después la pieza pesará bastante más. Recuérdalo. Antes de dejar el kilsim a punto, probarás nuevamente.

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