—Sí, eso creo.
—Escucha con atención mi pregunta, amiga Mary. No te estoy preguntando si lamentarías no intentar esta relación si fuera a tener éxito. Te estoy preguntando si lamentarías no intentarlo aunque fracase.
Mary entornó los ojos a pesar de que se sentía cómoda tras las lentes azules.
—No estoy segura de entender lo que quieres decir.
—Mi contribución es la química —dijo Lurt—. Ahora. Pero no fue mi primera opción. Quise escribir historias, crear ficción.
—¿De verdad?
—Sí. Pero fracasé. No había público para mis relatos, ninguna respuesta positiva a mi trabajo. Y por eso tuve que hacer una contribución diferente; tenía aptitud para las matemáticas y las ciencias, y por eso me hice química. Pero no lamento haber intentado y fracasado escribir ficción. Naturalmente, hubiese preferido tener éxito, pero en mi lecho de muerte sabría que me sentiría más triste si no lo hubiera intentado nunca, si nunca hubiera intentado ver si podría tener éxito con eso, en vez de intentarlo y fracasar. Lo intenté… y fracasé. Pero soy feliz por el conocimiento que obtuve del intento.
Lurt hizo una pausa.
—Obviamente, tú serás más feliz si tu relación con Ponter sale bien. ¿Pero serás mas feliz en tu lecho de muerte, amiga Mary, sabiendo que intentaste una relación a largo plazo con Ponter y fracasaste o que nunca lo intentaste siquiera.
Mary reflexionó sobre esto. Caminaron en silencio varios minutos.
—Tengo que intentarlo —dijo Mary por fin—. Me odiaría a mí misma si al menos no lo intentara.
—Entonces —dijo Lurt—, tu camino está claro.
Todavía faltaba un día para que Dos se convirtieran en Uno, pero Ponter y Mary se encontraron en el Pabellón de Archivos de Coartadas. Ponter la había conducido al ala sur, y ahora estaban delante de una pared llena de pequeños compartimentos, cada uno con un cubo de granito reconstituido de aproximadamente el tamaño de una pelota de voleibol. Mary había aprendido a leer los números neanderthales. Aquel cubo en concreto al que Ponter acercaba su Acompañante era el número 16.321. No tenía ninguna otra etiqueta pero, como en todos los cubos, una luz azul brillaba en el centro de una de sus caras.
Mary sacudió la cabeza, asombrada.
—¿Tu vida entera está grabada aquí dentro?
—Sí.
—¿Todo?
—Bueno, todo menos el trabajo realizado allá abajo, en las instalaciones de cálculo cuántico: las señales de mi Acompañante no podían atravesar los miles de brazadas de roca de encima. Oh, y mi primer viaje entero a tu mundo falta también.
—¿Pero el segundo viaje no?
—No, eso se descargó en cuanto los archivos de coartadas readquirieron la señal de Hak, cuando salimos de la mina, Una grabación entera de ese viaje está guardada aquí.
Mary no estaba del todo segura de cómo se sentía por eso. Desde luego no era un modelo de buena chica católica, pero ahora había una película porno de primera ahí dentro…
—Sorprendente —dijo Mary, Lilly, Kevin y Frank, del Grupo Sinergia, matarían por estar delante. Miró de nuevo el bloque de granito reconstituido. ¿Puedes borrar las memorias almacenadas?
—¿Por qué querrías hacer eso? —preguntó Ponter. Pero entonces apartó la mirada—. Lo siento. Una pregunta estúpida.
Mary negó con la cabeza. A pesar de lo que habían venido a investigar, Mary no estaba pensando en la violación.
—La verdad es que estaba pensando en mi primer matrimonio. De repente sintió que las mejillas se le ponían coloradas. Nunca antes se había referido al tema como su primer matrimonio.
—De todas formas —dijo—, empecemos.
Ponter asintió y se acercaron al mostrador, donde le habló a una mujer mayor.
—Me gustaría acceder a mi propio archivo, por favor.
—¿Identificación? —dijo la mujer.
Ponter pasó el brazo por encima de una placa escáner situada sobre el mostrador. La mujer miró una pantalla cuadrada.
—¿Ponter Boddit? —dijo—. Creía que estaba muerto.
—Graciosa —dijo Ponter—. Muy graciosa.
La mujer sonrió.
—Vengan conmigo.
Los condujo de vuelta al cubo de coartadas de Ponter, que acercó a Hak a la luz azul.
—Yo, Ponter Boddit, deseo acceder a mi propio archivo de coartadas por razones de curiosidad personal. Sello temporal.
La luz se volvió amarilla.
La mujer mayor alzó entonces su Acompañante.
—Yo, Mabla Dabdlab, mantenedora de coartadas, certifico que la identidad de Ponter Boddit ha sido confirmada en mi presencia. Sello temporal.
La luz se volvió roja y sonó un pitido.
—Todo listo —dijo Dabdalb—. Pueden usar la sala siete.
—Gracias —respondió Ponter—. Día sano.
Ponter condujo a Mary hasta la sala de visionado. Por primera vez, ella comprendió realmente cómo debía de sentirse Ponter en su mundo. Pudo sentir que todos los ojos en aquel enorme lugar se volvían hacia ella, ansiosos. Trató de no parecer cohibida. ,
Ponter entró en la sala, que tenía una pequeña consola amarilla montada en la pared y dos de aquellas sillas para sentarse a horcajadas que tanto gustaban a los neanderthalcs, presumiblemente por sus anchas caderas. Se acercó al panel de control y empezó a tirar de las varillas que manejaban la unidad. Mary miró por encima del hombro.
—¿Cómo es que no usáis botones? —preguntó.
—¿Botones? —repitió Ponter.
—Ya sabes, esos interruptores mecánicos que se aprietan.
—Oh. Lo hacemos en algunas aplicaciones. Pero no en muchas. Si alguien resbala y cae, puede golpear accidentalmente los botones con la mano. De las clavijas de control hay que tirar: las consideramos más seguras.
Mary recordó un episodio de Star Trek en el que Spock, nada menos, apretaba por accidente algunos botones mientras se ponía en pie, alertando a los romulanos de la presencia de la Enterprise.
—Tiene sentido —dijo.
Ponter siguió tirando de las varillas.
—Muy bien —dijo por fin—. Ya está.
Para asombro de Mary, una gran esfera transparente apareció en el centro de la sala, flotando libremente. Se fue dividiendo en esferas más y más pequeñas, cada una teñida de un color distinto. La subdivisión continuó hasta que Mary advirtió que estaba viendo una imagen tridimensional de la sala de interrogatorios de la comisaría de policía de Toronto. Allí estaba el detective Hobbes, de espaldas a ellos, hablándole a alguien. Y allí estaban la propia Mary, más gruesa de lo que le gustaba, y Ponter. Ponter alargó la mano para hacerse con el clasificador que Hobbes había dejado sobre la mesa, y lo hojeó rápidamente. Las imágenes de las páginas pasaron demasiado rápidamente para que Mary las viera, pero Pontcr regresó al principio, y luego las reprodujo lentamente. Para sorpresa de Mary, la imagen no se volvió borrosa ni nada: podía leer fácilmente las páginas mientras pasaban, aunque tuvo que ladear la cabeza para hacerla.
—¿Bien? —preguntó Ponter.
—Espera un segundo… —dijo Mary, buscando algo que no supiera ya—. No, nada. ¿Puedes pasar a la siguiente página, por favor? ¡Ahí! Para. Muy bien, vamos a ver…
De repente Mary sintió un nudo en el estómago.
—Oh, Dios mío —dijo—. Dios mío.
—¿Qué ocurre? —preguntó Ponter.
Mary retrocedió, tambaleándose. Tropezó contra una silla de horcajadas y la utilizó para sujetarse.
—La otra víctima…
—¿Sí? ¿Sí?
—Fue Qaiser Remtulla.
—¿Quién?
—Mi jefa, Mi amiga. La jefa del Departamento de Genética de York.
—Lo siento —dijo Ponter.
Mary cerró los ojos.
—Y yo también —dijo—. Si por lo menos…
—Mary —dijo Ponter, poniéndole una mano en el hombro, lo pasado, pasado está. No puedes hacer nada al respecto. Pero tal vez haya algo que hacer de cara al futuro.
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