Compatriotas estadounidenses, y todos los demás seres humanos de esta versión de la Tierra, es para mí un gran placer dirigirme a ustedes esta noche, en mi primer discurso como presidente. Deseo hablar sobre el futuro de nuestra especie de homínido, de la especie conocida como Homo sapiens : gente de sabiduría…
—Mare —dijo Ponter Boddit—, es un honor presentarte a Lonwis Trob.
Mary estaba acostumbrada a imaginar a los neanderthales como hombres robustos, «Schwarzeneggers bajitos», ésa era la expresión que el Toronto Star había acuñado refiriéndose a su corta estatura y su constitución musculosa. Así que fue para ella una sorpresa contemplar a Lonwis Trob, sobre todo en contraste con Ponter Boddit.
Ponter era miembro de lo que los neanderthales llamaban «generación 145», lo cual significaba que tenía treinta y ocho años. Con su metro setenta, destacaba entre los varones. de su especie y tenía unos músculos que habrían sido la envidia de un culturista.
Pero Lonwis Trob era uno de los pocos supervivientes de la generación 138. A la asombrosa edad de ciento ocho años, era flacucho, aunque todavía ancho de hombros. Todos los neanderthales tenían la piel clara (eran un pueblo adaptado al norte), pero la de Lonwis era virtualmente transparente y apenas tenía vello corporal. Y aunque su cabeza poseía las características neanderthales de rigor (la frente baja, el doble arco ciliar, la nariz enorme, la mandíbula cuadrada y sin barbilla), era completamente calvo. Ponter tenía una espesa mata de cabello rubio (que llevaba con raya en medio, como la mayoría de los neanderthales) y una barba rubia poblada.
Sin embargo, los ojos eran la característica más sorprendente de los dos neanderthales que ahora miraban a Mary Vaughan. Los iris de Ponter eran dorados: Mary había descubierto que nunca se cansaba de miradas. Los de Lonwis eran segmentados, mecánicos: sus globos oculares eran esferas pulidas de metal azul, de cuyas lentes centrales surgía un brillo verdiazul.
—Día sano, sabio Trob —dijo Mary. No le dio la mano: no era una costumbre neanderthal—. Es un honor conocerlo.
—Desde luego —contestó Lonwis. Naturalmente, hablaba en el idioma neanderthal (sólo había uno, así que no tenía nombre), pero su implante Acompañante traducía cuanto decía, emitiendo palabras sintetizadas en inglés a través de su altavoz externo.
¡Y menudo Acompañante! Mary sabía que Lonwis Trob había inventado esta tecnología cuando era joven, en el año que la Tierra de Mary conocía como 1923. En honor a todo lo que los Acompañantes habían hecho por los neanderthales, Lonwis había recibido uno con placa de oro sólido. Lo llevaba instalado en la cara interna del antebrazo izquierdo; había pocos neanderthales zurdos. En comparación, el Acompañante de Ponter, Hak, con placa de acero, resultaba decididamente pobre.
—Mare es genetista —dijo Ponter—. Ella es quien demostró durante mi primera visita a su versión de la Tierra que yo era genéticamente lo que ellos llaman neanderthal. —Tomó la manita de Mary en la suya, enorme y de dedos cortos—. Más que eso, es la mujer que amo. Tenemos pensado unimos dentro de poco.
Los ojos mecánicos de Lonwis se posaron sobre Mary, con expresión indescifrable. Mary se volvió a mirar por la ventana del despacho, situado en la primera planta de la vieja mansión que albergaba la sede del Grupo Sinergía, en Rochester, Nueva York. La masa gris del lago Ontario se extendía hasta el horizonte.
—Bien —dijo Lonwis, o al menos así fue como su Acompañante tradujo la aguda sílaba que murmuró. Pero luego su tono se animó y su mirada se centró en Ponter—. ¡Y yo que creía que estaba haciendo mucho por el contacto intercultural!
Lonwis era uno de los diez neanderthales destacados (grandes científicos, artistas dotados) que habían atravesado el portal desde su mundo a éste, para impedir que el Gobierno neanderthal cortara la conexión entre las dos realidades.
—Y no sabe cuánto se lo agradezco. —dijo Mary—. Todos se lo agradecemos … todos los de Sinergía. Para ir a un mundo desconocido …
—Era lo último que pensaba que haría a mi edad —dijo Lonwis—. ¡Pero esos tontos de mente estrecha del Gran Consejo Gris! —Meneó su venerable cabeza, disgustado.
—El sabio Trob va a trabajar con Lou —dijo Ponter—, para ver si un ordenador cuántico, como el que Adikor y yo construimos, puede crearse usando equipo ya existente aquí.
Lou era la doctora Louise Benoit, especializada en física de partículas. Los neanderthales no podían pronunciar la «i» larga, aunque sus Acompañantes la incorporaban cuando era necesario al traducir palabras neanderthales al inglés.
Louise le había salvado la vida a Ponter en su primera visita a nuestro mundo, hacía meses, cuando pasó accidentalmente de su propia cámara subterránea de cálculo cuántico al emplazamiento correspondiente en esta versión de la Tierra … que resultó ser el centro de una esfera de contención de agua pesada en el Observatorio de Neutrinos de Sudbury, donde Louise trabajaba por entonces.
Como había estado en cuarentena con Ponter y Mary y el médico Rcuben Montego cuando Ponter cayó enfermo durante aquella visita, Louise había tenido oportunidad de que éste le hablara del cálculo cuántico neanderthal, lo que la convirtió en la mejor candidata para dirigir su reproducción. Y ese trabajo era una prioridad absoluta, ya que los ordenadores cuánticos suficientemente grandes eran la clave para pasar de un universo a otro.
—¿Y cuándo conoceré a la sabia Benoit? —preguntó Lonwis.
—Ahora mismo —respondió una voz femenina cargada de acento francés. Mary se dio media vuelta. Louise Benoit (hermosa, morena, veintiocho años, todo piernas y dientes blancos y curvas perfectas) se encontraba en la puerta—. Lamento llegar tarde. El tráfico es criminal.
Lonwis inclinó la anciana cabeza, obviamente escuchando la traducci6n de su Acompañante de estas últimas palabras, y, también obviamente desconcertado por ellas.
Louise entró en la habitación y, ella sí, tendió la mano. —¡Hola, sabio Trob! —dijo—. Es un placer conocerlo.
Ponter se inclinó hacia Lonwis y le susurró algo. La frente de Lonwis se onduló; era un espectáculo extraño cuando un neandertal con pelo lo hacía, pero resultaba absolutamente surrealista cuando lo hacía aquel centenario, en opinión de Mary. Lonwis tendió la mano y aceptó la de Louise, agarrándola corno si sujetara un objeto repulsivo.
Louise le dedicó aquella radiante sonrisa suya, aunque no pareció surtir ningún efecto sobre Lonwis.
—Es un verdadero honor —dijo. Miró a Mary—. ¡No estaba tan nerviosa desde que conocí a Hawking!
Stephen Hawking había visitado el Observatorio de Neutrinos de Sudbury, o más bien la periferia, pues la cámara de detección se encontraba a 2 kilómetros bajo tierra y a 1,2 kilómetros en horizontal por una galería minera del ascensor más cercano.
—Mi tiempo es enormemente valioso-dijo Lonwis—. ¿Podemos empezar a trabajar?
—Por supuesto —respondió Louise, todavía sonriendo—. Nuestro laboratorio está al fondo del pasillo.
Louise abrió la marcha y Lonwis la siguió. Ponter se acercó a Mary y le dio un afectuoso lametón en la cara, pero Lonwis habló sin mirar atrás.
—Vamos, Boddit.
Ponter le sonrió apenado a Mary, encogió sus enormes hombros con un gesto de qué-se-le-va-a-hacer, y siguió a Louise y al gran inventor, cerrando tras él la pesada puerta de madera.
Mary se acercó a su escritorio y empezó a ordenar el lío de papeles que había encima. Antes se ponía … ¿cómo? ¿Nerviosa? ¿Celosa? No estaba segura, pero desde luego antes se sentía incómoda cuando Ponter pasaba algún tiempo con Louise Benoit. Después de todo, como había descubierto, los Homo sapiens varones del Grupo Sinergía solían referirse a Louise a sus espaldas como DL. Mary por fin le preguntó a Frank, uno de los tipos que trabajaban en imágenes, qué significaba aquello. Él pareció cohibido, pero al final reveló que significaba «Deliciosa Louise». Y Mary tuvo que admitir que Louise era exactamente eso.
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