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Robert Sawyer: Hibridos

Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Sawyer: Hibridos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 2005, ISBN: 84-666-2137-7, издательство: Ediciones B, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Robert Sawyer Hibridos

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Un experimento científico hace posible la inesperada interacción entre dos universos paralelos, con la salvedad de que, en uno de ellos, la especie humana que ha predominado son los Neanderthales y no los Cromagnones, como ha ocurrido en nuestro mundo. Ponter Boddit y su hombre-compañero Adikor Huld, físicos neanderthales, han abierto un puente entre dos universos dando lugar a una sorprendente comparación entre culturas radicalmente distintas. Una de esas diferencias es la percepción del hecho religioso, del todo ausente en los neanderthales. En Híbridos, unos científicos de nuestro mundo especulan con la idea de que la propensión a tener creencias y experiencias religiosas podría provenir de una mutación genética que no se había producido en los neanderthales, pero sí en los cromagnones. El neanderthal Ponter Boddit y su amada Homo Sapiens, Mary Vaughan, desean tener una hija; la moderna tecnología neanderthal de reproducción asistida se lo permite, pero hay que tomar una importante decisión: ¿qué será mejor para su hija, tener creencias religiosas o no tenerlas?

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—¿Sí? ¿Por qué ahora?

Mary frunció el ceño, apenada. Si una cosa enseñaba estudiar a Shakespeare es que siempre hay segundas intenciones y planes ocultos; nunca suceden las cosas porque sí, sin más. Pero no estaba segura de cómo expresarlo.

No… no, eso no era cierto. Había ensayado lo que iba a decir una y otra vez, mientras iba de camino. Era la reacción de Colm lo que la inquietaba.

—He conocido a alguien —dijo—. Vamos a intentar iniciar una nueva vida juntos.

Colm alzó su copa, dio un nuevo sorbo, y tomó una rebanada de pan de la cesta que la camarera había traído con las ensaladas. Una referencia burlona a la comunión; lo decía todo. Pero Colm subrayó el mensaje con palabras, de todas formas:

—El divorcio implica la excomunión.

—Lo sé —respondió Mary con el corazón encogido—. Pero la anulación me parece una hipocresía.

—No quiero dejar la Iglesia, Mary. Ya he perdido suficiente estabilidad en mi vida.

Mary acusó la pulla: era ella quien lo había abandonado después de todo. De cualquier forma, tal vez tuviera razón. Tal vez le debía al menos eso.

—Pero no quiero declarar que nuestro matrimonio nunca existió. Eso aplacó a Colm y por un instante Mary pensó que iba a extender la mano sobre el mantel de lino y tomar las suyas.

—¿Es alguien que yo conozca… ese nuevo tipo que has conocido? Mary negó con la cabeza.

—Algún americano, supongo —continuó Colm—. Te ha hecho levitar, ¿eh?

—No es americano —dijo Mary, a la defensiva—. Es ciudadano canadiense. —Entonces, sorprendida por su propia crueldad, añadió—: Pero sí, literalmente me ha hecho levitar.

—¿Cómo se llama?

Mary sabía por qué lo preguntaba Colm: no porque esperara conocerlo, sino porque un apellido, según su punto de vista, podía revelar mucho. Si Colm tenía un defecto, es que era hijo de su padre, un hombre testarudo que hablaba sin pelos en la lengua y dividía el mundo en grupos étnicos. Sin duda Colm ya estaba repasando mentalmente su léxico de respuestas. Si Mary mencionaba un apellido italiano, Colm supondría que era un gigoló. Si era un apellido judío, que tenía montones de dinero, y diría algo acerca de que Mary nunca había estado satisfecha con un humilde académico por marido.

—No lo conoces —dijo Mary.

—Eso ya lo has dicho. Pero me gustaría saber cómo se llama.

Mary cerró los ojos. Ingenuamente, había esperado evitar aquel tema, pero naturalmente tenía que surgir tarde o temprano. Se sirvió la ensalada, tomándose su tiempo, y luego, mirando el plato, incapaz de enfrentarse a los ojos de Colm, susurró:

—Ponter Boddit.

Oyó cómo el tenedor de Colm chocaba contra su plato cuando lo soltó bruscamente.

—Oh, Cristo, Mary. ¿El neanderthal?

Mary Saltó en defensa de Ponter, un reflejo que deseó inmediatamente haber podido reprimir.

—Es un buen hombre, Colm. Amable, inteligente, cariñoso.

—¿Y cómo va eso? —preguntó Colm, su tono no tan burlón como sus palabras—. ¿Vuelves a jugar a los nombres musicales? ¿Cómo va a ser esta vez, Mary Boddit? ¿Y vas a vivir aquí, o estableceréis los dos casa en su mundo, y…?

—De repente, Colm guardó silencio, y alzó las cejas—. No … no, no podéis hacer eso, ¿verdad? He leído algunos de los artículos en los periódicos. Los varones y las hembras no viven juntos en su mundo. Dios, Mary, ¿qué extraña crisis de los cuarenta es ésta?

Las respuestas lucharon dentro de la cabeza de Mary. Sólo tenía treinta y nueve años, por el amor de Dios, quizá fuera una cuarentona matemáticamente, pero desde luego no desde un punto de vista emocional. Y había sido Colm, no ella, quien se había buscado a otra persona cuando dejaron de vivir juntos, aunque su relación con Lynda hubiese terminado hacía más de un año. Mary volvió a la coletilla que tanto había utilizado durante su matrimonio:

—No lo comprendes.

—Pues claro que no lo comprendo —dijo Colm, claramente luchando por mantener la voz baja para que los otros pocos clientes del restaurante no pudieran oírlo. Esto es… esto es repugnante. Ni siquiera es humano.

—Sí que lo es —respondió Mary con firmeza.

—Vi ese reportaje en la CTV sobre tu gran descubrimiento. Los neanderthales ni siquiera tienen el mismo número de cromosomas que nosotros.

—Eso no importa.

— Y una mierda que no. Puede que yo no sea más que profesor de lengua, pero sé que eso significa que son una especie distinta a la nuestra. Y sé que eso significa también que tú y él no podéis tener hijos.

«Hijos», pensó Mary, con el corazón latiéndole con fuerza. Cierto, de joven quería ser madre. Pero cuando terminó los estudios, y ella y Colm finalmente empezaron a ganar un poco de dinero, el matrimonio había empezado a tambalearse. Mary había hecho unas cuantas locuras en su vida, pero al menos había sido consciente de que no era conveniente traer una criatura al mundo para intentar resolver una relación problemática.

y ahora los cuarenta se acercaban. Cristo, le llegaría la menopausia antes de darse cuenta. Y además, Ponter ya tenía dos hijas propias.

Sin embargo …

Sin embargo hasta aquel momento, hasta que Colm lo recalcó, Mary ni siquiera había pensado en tener un hijo con Ponter. Pero lo que Colm decía era cierto. Romeo y Julieta eran simplemente Montesco y Capuleto; las barreras entre ellos no eran nada comparadas con las que había entre Boddit y Vaughan, neanderthal y gliksin. ¡Destinos distintos, en efecto! Ponter y Mary estaban separados por universos, por líneas temporales.

—No hemos hablado de tener hijos —dijo Mary—. Ponter tiene ya dos hijas… de hecho, dentro de dos años, será abuelo.

Mary vio que Colm entornaba sus ojos grises, quizá preguntándose cómo podía predecir nadie una cosa semejante.

—Se supone que los matrimonios deben tener hijos.

Mary cerró los ojos. Ella había insistido en que esperaran hasta terminar su licenciatura; ése había sido el motivo por el que había tomado la píldora, y al diablo con la prohibición del Papa. Colm nunca había comprendido realmente que ella necesitaba esperar, que sus estudios se hubiesen resentido de haber sido madre y estudiante de postgrado simultáneamente. Lo conocía lo bastante bien, incluso en aquella primera etapa de su matrimonio, para saber que la carga de criar a un hijo hubiese recaído sobre ella.

—Los matrimonios neanderthales no son como los nuestros. Pero eso no satisfizo a Colm.

—Claro quieres casarte con él. No necesitarías divorciarte de mi, si no.

Pero luego se suavizó, y durante un instante Mary recordó por qué se había sentido atraída por Colm al principio.

—Debes amarlo mucho para enfrentarte a la excomunión sólo por estar con él-dijo.

—Así es —respondió Mary, y entonces, como si esas dos palabras hubieran sido un lejano eco de su ahora lejano pasado, reformuló la frase—: Sí, le quiero mucho.

La camarera llegó con los platos. Mary miró su pescado, posiblemente la última comida que compartiría con el hombre que había sido su marido. Y de repente descubrió que queda conceder al menos algo de felicidad a Colm. Había querido permanecer firme en su deseo de obtener el divorcio, pero él tenía razón: eso significaría la excomunión.

—Accederé a una anulación, si eso es lo que quieres.

—Sí —dijo Colm—. Gracias.

Un momento después, se dedicó a su filete.

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