Robert Silverberg - Por el tiempo

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Por el tiempo: краткое содержание, описание и аннотация

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Una novela de atmósfera ciber-punk sobre los viajes por el tiempo, un tema apasionante que en este libro queda reflejado de una manera bastante decente, en especial todo lo relacionado con las paradojas espacio-temporales. Además, el libro nos aporta una minilección de historia sobre Constantinopla que ameniza la acción. En definitiva un libro agradable, entretenido y rápido de leer cuya única falta estribaría en algunas caracterizaciones de algunos personajes. Aparte de esto, solo mencionar lo deplorable de la edición española, plagada de errores tanto lingüísticos como de traducción. Aún así, es muy recomendable para todos aquellos amantes de los viajes temporales.

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La señorita Pistil y Bilbo, sí.

Palmira Gostaman, sí.

Conrad Sauerabend, ¿sí? ¡No!

Conrad Sauerabend…

Conrad Sauerabend no estaba. No estaba allí. Su cama estaba vacía. Durante tres minutos de ausencia, Sauerabend se escapó.

Pero, ¿a dónde?

Sentí los primeros escalofríos.

49

¡Calma! ¡Calma! ¡Mantén la cama! Habrá ido a mear, sencillamente. Volverá. Artículo primero: Un Guía debe saber en todo momento dónde se encuentran los turistas a su cargo. La pena por no cumplir…

Encendí una antorcha en el fuego moribundo de la chimenea y salí precipitadamente al corredor.

¿Sauerabend? ¿Sauerabend?

No estaba orinando. No olisqueando por la cocina. No andaba por la bodega.

¿Sauerabend?

¡Maldito cerdo! ¿Dónde diablos te metes?

El sabor de los labios de Pulcheria todavía impregnaba los míos. Su sudor se mezclaba con el mío. Su fluido aún humedecía mi pelo púbico. Todas las alegrías deliciosas y prohibidas del incesto transtemporal continuaban dando vueltas por mi mente.

La Patrulla Temporal me borrará por todo esto, pensé. Explicaré: “He perdido a un turista.” Ellos me preguntarán: “¿Qué ha pasado?”. Les responderé: “Salí de la habitación durante tres minutos y desapareció.” Me dirán: “Tres minutos, ¿eh? No tendrías que haber salido ni,…” Objetaré: “Sólo tres minutos. ¡Maldita sea, no me pueden exigir que les vigile veinticuatro horas al día!”. Ellos se mostrarán muy comprensivos, pero verificarán, sin embargo, lo que ocurrió, y descubrirán que salté tranquilamente a otro punto de la línea, y seguirán mi pista por 1105, y me encontrarán en compañía de Pulcheria, y verán que no sólo soy culpable de negligencia como Guía, sino que también he cometido incesto con mi tátara-tátara-multi-tátara-abuela…

¡Calma! ¡Calma!

Seguí por la calle. Me iluminaba gracias a la antorcha. ¿Sauerabend? ¿Sauerabend? Sauerabend no estaba por ninguna parte.

Si yo fuera Sauerabend, ¿dónde estaría?

¿En la casa de una joven bizantina de doce años? ¿Cómo penetrar en la casa? No. No. No habría podido hacerlo. ¿Acechando por la ciudad? ¿Salió a tomar el aire? Debería seguir dormido. Roncando. No. Recordé repentinamente que no dormía cuando me marché, ni roncaba; molestaba a Palmira Gostaman. Volví precipitadamente al albergue. No valdría de nada rebuscar por toda Constantinopla.

Sintiendo cómo aumentaba mi pánico, desperté a Palmira. Se frotó los párpados, se quejó un poco, parpadeó. La luz de la antorcha iluminó su pecho liso y desnudo.

—¿Dónde se ha ido Sauerabend? —le pregunté apresuradamente.

—Le dije que me dejara tranquila. Le dije que si no dejaba de molestarme, le arrancaría la cola. Me había puesto la mano en… y…

—Sí, pero, ¿dónde ha ido?

—No lo sé. Se limitó a levantarse y se marchó. Estaba muy oscuro Me dormí no hace ni dos minutos. ¿Por qué me has despertado?

—Me resultaba útil —rezongué—. Vuelve a dormirte.

¡Calma, Judson, calma! Hay una solución más fácil. Si no estuvieras tan agitado, habrías pensado en ella hace un buen rato. Sólo tienes que arreglártelas para mantener a Sauerabend en la habitación, lo mismo que resucitaste a Marge Hefferin.

Era algo ilegal, naturalmente. Los Guías no pueden efectuar correcciones temporales. Sólo la Patrulla se encarga de eso. Pero sería una corrección mínima y nadie sabría nada. Te las arreglaste bastante bien con Marge Hefferin, ¿no? Sí. Sí. Es tu única oportunidad, Jud.

Me senté en el borde de la cama e intenté reflexionar en lo que tenía que hacer. Mi noche con Pulcheria había desgastado el filo de mi inteligencia. Piensa Jud. Piensa como nunca lo has hecho.

Me concentré en las reflexiones.

¿Qué hora era cuando saltaste a 1105?

Doce menos catorce minutos de la noche .

¿Qué hora era cuando volviste a 1204?

Doce menos once minutos de la noche.

¿Qué hora es ahora?

Doce menos un minuto de la noche.

Ahora dime: ¿cuándo salió Sauerabend de la habitación?

Entre las doce menos catorce y las doce menos once minutos de la noche.

¿Cuántos minutos debes remontar para interceptarle?

Unos trece minutos.

Comprende que si saltas más de trece minutos te encontrarás con tu yo anterior dispuesto para saltar a 1105. La paradoja de la Duplicación.

Correré el riesgo de todos modos, tengo problemas más importantes .

Salta y arregla bien las cosas.

Adelante.

Ajusté el crono cuidadosamente y remonté la línea trece minutos y unos cuantos segundos. Constaté con satisfacción que mi yo anterior ya se había ido; pero no Sauerabend. Aquel maldito cerdo se encontraba aún en la alcoba sentado en la cama y dándome la espalda.

Sería muy fácil detenerle. Sólo tenía que impedirle que saliera de la habitación, mantenerle allí durante tres minutos y así evitar que se marchase. En el instante en que volviera mi yo anterior —a las doce menos once minutos— descendería por la línea diez minutos, recuperando mi propio lugar en la corriente temporal. Sauerabend estaría siempre bajo la vigilancia del Guía (por una u otra de sus encarnaciones) durante todo el período peligroso a partir de las doce menos catorce minutos. Habría un breve momento de duplicación cuando volviera mi otro yo pero me borraría tan deprisa de su nivel temporal que ni siquiera lo notaría. Y las cosas serían como tenían que haber sido.

Bien. Perfecto.

Avancé hacia Sauerabend con la intención de cerrarle el paso si intentaba salir. Se volvió, sin levantarse de la cama, y me vio.

—¿Ya ha vuelto? —preguntó.

—Sí. Y yo no…

Apoyó la mano en su crono y desapareció.

—¡Espere! —grité, despertando a los demás—. ¡No puede hacer eso! ¡Es imposible! Los cronos de los turistas no son…

Mi frase terminó con un gorgoteo absurdo. Sauerabend se había marchado efectuando un salto temporal ante mis propios ojos. Gritar no le haría volver. ¡Aquel repugnante cabrón me había engañado! El tipo manipuló el crono intentando hacerlo funcionar él solo; al final, lo consiguió y lo utilizó.

En aquel momento sí que estaba en un buen lío. Uno de mis turistas se agenció un crono en funcionamiento y saltó a alguna parte: ¡era terrible! Me sentí desesperado. Naturalmente, la Patrulla Temporal le encontraría antes de que pudiera cometer muchos crímenes temporales serios, pero recibiría un castigo por haberle dejado escapar.

A menos que le atrapara antes de su marcha.

Pasaron cincuenta y seis segundos desde que salté para impedir a Sauerabend abandonara la habitación.

Sin duda, salté sesenta segundos al pasado. Sauerabend estaba sentado en la cama. Mi otro yo avanzaba hacia él. Los otros turistas estaban dormidos… todavía no les despertaban mis gritos.

Perfecto. Somos dos. Le tenemos.

Me lancé sobre Sauerabend para sujetarle por los brazos e impedirle saltar.

Se volvió en el momento en que caía sobre él y deslizó la mano hacia el crono con diabólica velocidad.

Desapareció. Me derrumbé sobre la cama vacía y me quedé medio aturdido por el golpe.

El otro Jud me miró y dijo:

—¿De dónde diablos vienes?

—Estoy adelantado con respecto a ti cincuenta y seis segundos. No conseguí detenerle la primera vez y salté hacia atrás para intentarlo de nuevo.

—Y veo que has vuelto a fallar.

—Sí.

—Y además has provocado una duplicación. Eso…

—Eso, por lo menos, podemos arreglarlo —le dije, comprobando la hora—. En treinta segundos, saltarás sesenta segundos al pasado y volverás a entrar en la corriente temporal.

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