Puso en marcha la terminal, marcó mi número de identificación y mi informe apareció en la pantalla. Debía corresponder con lo que yo mismo mencionaba en mi petición pues, después de una rápida inspección, borró el informe, asintió con la cabeza y él mismo incluyó algunas correcciones; a continuación, abrió un cajón de la mesa. Sacó un artilugio de aspecto blando y color leonado parecido a una venda y me lo arrojó.
—Bájese el pantalón y póngase esto —me dijo—. Enséñale, Sam.
Solté el botón de presión y el pantalón cayó. Sam me colocó la venda alrededor de las caderas y la cerró; no había separación aparente y parecía ser de una sola pieza.
—Esto —me explicó Sam— es tu crono. Está unido al sistema de deriva principal, y sincronizado para recibir las ondas de los impulsos que son emitidos. Siempre y cuando no te falte flojística, este aparatito podrá llevarte a cualquier punto de la línea temporal hasta hace siete mil años.
—¿Antes no?
—No con este modelo. Todavía no pueden permitir el viaje libre al período prehistórico. Hay que ir de época en época, con mucho cuidado. Ahora, presta atención a lo que te voy a decir. Las operaciones son muy sencillas. Aquí, justo por encima de la trompa de Falopio izquierda, se encuentra un microcontacto que controla el movimiento al pasado o al futuro. Para desplazarte, basta con que traces un semicírculo con el pulgar apretando ligeramente en este punto: de la cadera hacia el bajo vientre para ir al pasado, del bajo vientre hacia la cadera para ir al futuro. El ajuste fino se encuentra a este lado y requiere algo más de entrenamiento. ¿Ves este cuadrante que dice año, mes, día, hora, minuto? Sí, hay que guiñar un poco los ojos para leerlo; es inevitable. Los años vienen marcados como A. P.—Antes del Presente—y los meses igual, y así sucesivamente. El truco consiste en poder calcular automáticamente el destino—843 años A. P., cinco meses, once días y así con todo—y ajustar los cuadrantes. Sobre todo es aritmética, pero te sorprendería saber el número de personas que es incapaz de traducir la fecha del 11 de febrero de 1192 a cierto número de años, meses y días. Naturalmente, tendrás que acostumbrarte si quieres convertirte en Guía, aunque, de momento, no te preocupes.
Hizo una pausa y miró a Hershkowitz, que me dijo:
—Sam te llevará ahora a unas pruebas de desorientación preliminar. Si apruebas, quedas dentro.
Sam se puso un crono.
—¿Nunca has saltado? —preguntó.
—Nunca.
—Esto va a ser divertido, chaval. —Me miró con sorna—. Te ajustaré el cuadrante. Espera a que yo dé la señal; luego, emplea la mano izquierda para hacer funcionar el crono. No te olvides de subirte el pantalón.
—¿Antes o después de haber saltado?
—Antes —me dijo—. Puedes manejar el crono a través de la ropa. No es muy buena idea llegar al pasado con el pantalón en las rodillas. No se puede correr lo bastante deprisa. Y, a veces, hay que echar a correr en cuanto se llega.
Sam me ajustó el cuadrante y me subí el pantalón. Tocó suavemente el lado izquierdo de su abdomen y desapareció. Dibujé un arco que me llegaba de la cadera al pubis con dos dedos. No desaparecí. Fue Samuel Hershkowitz quien se eclipsó.
Se fue al mismo sitio que huyen las llamas de las velas cuando se las sopla, y, en aquel preciso instante, Sam reapareció a mi lado, y nos quedamos allí los dos, mirándonos en el vacío despacho de Hershkowitz.
—¿Qué ha pasado? —pregunté—. ¿Dónde está?
—Son las once y media de la noche —me contestó Sam—. No hace horas extras, ¿sabes? Le hemos dejado dos semanas más adelante en la línea en el momento en que saltamos. Ahora, muchacho, navegamos por el río del tiempo.
—¿Hemos regresado dos semanas en el pasado?
—Hemos regresado dos semanas en la línea temporal —me corrigió Sam—. Más media jornada, lo que explica el que sea de noche. Vamos a darnos una vuelta por la ciudad.
Salimos del edificio del Servicio Temporal y subimos al tercer nivel de Nueva Orleáns inferior. Sam no parecía albergar ninguna idea de adónde ir. Nos metimos en un bar y pedimos una docena de ostras cada uno; nos metimos al cuerpo unas pocas cervezas y echamos una mirada a los turistas.
A continuación, nos dirigimos a la calle Bourbon inferior y, precisamente entonces, descubrí por qué Sam había elegido retornar a aquella noche en especial; sentí que el miedo me pinzaba el escroto y empecé a sudar copiosamente.
Sam, riéndose, me dijo:
—Mira, mi pequeño Jud, todos los nuevos se impresionan llegado este instante. Aquí es donde se rilan los cobardes.
—¡Voy a encontrarme conmigo mismo! —exclamé.
—Vas a verte a ti mismo —me corrigió. Y lo mejor es que procures no encontrarte contigo mismo, porque podrías lamentarlo. La Patrulla del Tiempo te demolería si pretendieses hacer algo semejante.
—¿Y si mi yo precedente me ve a pesar de todo?
—¡Corta ya! Esta prueba es algo referente a tu sistema nervioso, y te aconsejo que prestes atención. ¡Ahí vamos! Conoces a ese chico de aspecto tan miserable que llega por el otro lado de la calle.
—Es Judson Daniel Elliott III.
—¡Eso es! ¿Has visto alguna vez a alguien tan estúpido? Retrocede a las sombras, amigo. Ahí viene un blanquillo, y no está ciego.
Nos metimos en un rincón oscuro y me puso malo ver a Judson Daniel Elliott III, recién llegado de Novísima York, avanzando por la calle con aspecto titubeaste, llevando una maleta en la mano y dirigiéndose hacia el palacio del esnife del fondo de la calle. Observé su estricta negligencia y su andar de palurdo. Sus orejas me parecieron extraordinariamente grandes y me dio la impresión de que tenía el hombro derecho un poco más bajo que el izquierdo. Parecía un poco torpe, como si fuera alguien del campo. Nos sobrepasó y se detuvo ante el palacio del esnife, observando con atención a las dos chicas desnudas de la bañera llena de coñac. Se balanceaba sobre la punta de los pies mientras se rascaba el mentón. Se preguntaba qué posibilidades tendría de abrir las piernas de cualquiera de las bellezas desnudas antes de que terminase la noche. Yo le habría podido decir que sus posibilidades eran muy elevadas.
Penetró en el palacio del esnife.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó Sam.
—Tembloroso.
—Por lo menos, eres honesto. Siempre impresiona la primera vez que uno vuelve por el tiempo y se ve a sí mismo. Acabaremos en un momento. ¿Qué te ha parecido?
—¡Un plasta!
—También es normal. Sé amable con él. No puede saber todo lo que tú sabes. Después de todo, es más joven que tú.
Sam se rió suavemente. Yo no. Todavía estaba impresionado por el encuentro conmigo mismo en aquella calleja. Tuve la sensación de ser mi propio fantasma. Desorientación preliminar, lo llamó Hershkowitz. ¡Claro!
—No te preocupes —me dijo Sam—. Te apañas bien.
Deslizó la mano de un modo familiar por la parte delantera de mi pantalón y sentí que efectuaba un ligero ajuste en mi crono. Hizo lo mismo con el suyo y declaró:
—Subimos por la línea.
Desapareció. Le seguí por la línea temporal. El tiempo de un parpadeo y estábamos otra vez juntos, en la misma calle, a la misma hora de la noche.
—¿En qué momento estamos?
—Veinticuatro horas antes de tu llegada a Nueva Orleáns. Tú estás aquí y, al mismo tiempo, otro tú se encuentra en Novísima York, dispuesto a largarse hacia el sur. ¿Qué te parece?
—Mal —respondí—. Pero empiezo a acostumbrarme.
—Todavía hay más. Ahora, vamos a mi casa.
Me llevó hasta su apartamento. No había nadie, pues el Sam de aquel momento estaba trabajando en el palacio. Penetramos en el baño y Sam volvió a ajustarme el crono, colocándolo en treinta y una horas en el futuro.
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