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Ursula Le Guin: La mano izquierda de la oscuridad

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Ursula Le Guin La mano izquierda de la oscuridad

La mano izquierda de la oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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La trama gira en torno a la estancia de Genly Ai, un enviado terrestre del Ekumen, al planeta Gueden, también conocido como Invierno por atravesar una edad glaciar. El Ekumen podría definirse como una liga interplanetaria compuesta por los “mundos inhabitados” (es decir, por aquellos que no son ni los planetas conocidos ni sus colonias) cuyo propósito, en este caso, es que Gueden se una a la alianza. Por ello, Genly Ai lleva dos años en Karhide (uno de los dos reinos más importantes de Gueden) esperando una audiencia con el rey. Cuando llega el momento, todo apunta a que el rey no goza de un juicio sano, ve al Enviado como una amenaza y a su primer ministro, Estraven, como ejemplo de traición. En un intento por conseguir en otra ciudad lo que ha resultado imposible en Karhide, Genly Ai viaja a Orgoreyn, donde Estraven cumple su exilio. El rechazo de los orgotas hacia Genly provoca el reencuentro entre éste y Estraven que, a partir de este punto, deberán convivir en duras condiciones.

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—Nada fácil.

—Estraven era el hombre adecuado para un viaje tan extravagante. Era duro como hierro. Y nunca perdía la cabeza. Lamento que haya muerto.

No encontré respuesta.

—Recibiré a… sus compatriotas en audiencia mañana a la tarde, a la segunda hora. ¿Hay algo más?

—Mi señor, ¿revocará usted la orden de exilio, limpiando así el nombre de Estraven?

—No todavía, señor Ai. No se apresure. ¿Algo más?

—Nada más.

—Vaya, entonces…

Hasta yo lo traicioné. Le había dicho que no traería la nave hasta que le levantaran la proscripción, y le devolvieran sus derechos. Yo no podía ahora echar a perder aquello por lo que Estraven había muerto, insistiendo en esa condición… Yo no podía sacarlo ahora del exilio.

Pasé el resto del día con el Señor Gorchern y otros, arreglando los detalles de la recepción y el alojamiento. A la hora segunda partimos en trineo de motor a los pantanos de Adten, a unos cincuenta kilómetros al noreste de Erhenrang. El sitio de descenso estaba al borde de una región extensa y desolada, un pantano de turba demasiado cenagoso para levantar granjas o viviendas, y ahora, en pleno irrem, una planicie helada cubierta por una espesa capa de nieve. La señal de radio había funcionado todo el día, y la nave había contestado confirmando su presencia. En las pantallas, mientras descendían, los tripulantes debían de haber visto claramente el limite de la sombra sobre el gran continente a lo largo de la frontera, desde la bahía de Guden al golfo de Charisune, los picos de Kargav todavía a la luz del sol, una cadena de estrellas. Pues era aún el crepúsculo cuando nosotros, alzando la cabeza, vimos la estrella que descendía.

La nave llegó envuelta en luz y ruido, y cuando los estabilizadores tocaron el lago de agua y barro que se formó en seguida bajo el fuego de los cohetes, un vapor blanco subió alrededor: debajo el suelo escarchado era duro como el granito, y la nave se posó allí serenamente, y quedó enfriándose sobre el lago que se fundía con rapidez; un pez grande y delicado que se sostenía erguido sobre la cola, plata oscura en el crepúsculo de invierno.

Junto a mí, Faxe de Oderhord habló por vez primera, luego del sonido y el esplendor del descenso:

—Me alegra haber vivido para verlo —dijo. Eso mismo había dicho Estraven mirando el Hielo, la muerte, y lo hubiese dicho también esta noche. Para alejarme de la amarga nostalgia que me asaltaba, eché a caminar por la nieve hacia la nave, que ya estaba cubierta de escarcha a causa de los refrigeradores del casco. Me acercaba todavía cuando se abrió la portezuela alta, y asomó la escalera; una curva delicada que descendía hacia el suelo. La primera figura fue la de Lang Heo Hew, sin cambios, por supuesto, tal como yo la había visto tres años antes en mi vida, y un par de semanas en la suya. Heo Hew me miró, miró a Faxe, y a los Otros de la escolta que se habían acercado conmigo, y se detuvo al pie de la rampa, y dijo solemnemente en karhidi: —He venido como amiga. —A los Ojos de ella, todos éramos extraños. Dejé que Faxe la saludara primero.

Faxe me señaló a ella, que se me acercó y me tomó la mano derecha según la costumbre de mi pueblo, mirándome a la cara. —Oh Genly —dijo —, ¡no te reconocí! —Era raro escuchar una voz de mujer después de tanto tiempo. Los Otros salieron también de la nave, de acuerdo con mis consejos: en este momento cualquier signo de desconfianza hubiese humillado a la escolta karhidi, impugnando su Shifgredor Salieron de la nave, y saludaron a los karhíderos con una hermosa cortesía. Pero a mí todos me parecían extraños, hombres y mujeres, aunque los conocía bien. Las voces me sonaban raras: demasiado graves, demasiado agudas. Eran como una tropa de animales desconocidos, monos corpulentos de ojos inteligentes, todos ellos en celo, en kemmer… Me tomaban las manos, me tocaban, me abrazaban.

Conseguí dominarme, y decirles a Heo Hew y a Tulier lo que necesitaban saber con mayor urgencia acerca de la situación. Hablamos durante el viaje en trineo, de vuelta a Erhenrang. No obstante, cuando llegamos al palacio tuve que ir enseguida a mi albergue.

El médico de Sassinod entró a verme. La voz tranquila y la cara seria de este joven, no la cara de un hombre ni de una mujer, una cara humana, fueron para mi un alivio, algo familiar, adecuado. Pero luego de ordenarme que me fuera a la cama y de darme un tranquilizante suave, el médico me dijo: —He visto los Enviados compañeros de usted. Es maravilloso, la venida de hombres de las estrellas. ¡Y durante mi vida!

Allí estaba otra vez el deleite, el coraje, tan admirables en el espíritu karhidi —y en el espíritu humano —y aunque yo no pudiera compartirlos con él negarlos hubiese sido un acto innoble. Dije sin convicción, pero con una sinceridad absoluta: —Es también maravilloso para ellos, la venida un mundo nuevo, a una nueva humanidad.

Al final de la Primavera, en las Postrimerías de tuva, cuando las inundaciones del deshielo ya decrecían, y los viajes eran otra vez posibles, dejé mi pequeña embajada en Erhenrang y fui al este de vacaciones. La gente de la nave se había desparramado por todo el planeta. Como se nos había autorizado a utilizar las máquinas voladoras, Heo Hew y tres de los otros habían volado a Sid y el Archipiélago, naciones del hemisferio oceánico que yo había dejado de lado. Otros estaban en Orgoreyn, y dos, de mala gana, en Perunter donde el deshielo no comenzaba hasta después de tuva, y todo se vuelve a helar (dicen) una semana más tarde. Tulier y Ke´sta se las arreglaban bien en Erhenrang, y no tendrían problemas. No había prisa. Al fin y al cabo una nave que saliera en seguida del más próximo de los nuevos aliados de Invierno no podría llegar antes de diecisiete años de tiempo planetario. Invierno es un mundo marginal, en los límites de los planetas habitados.

Más allá, hacia el brazo sur de Orión, no se había encontrado ningún mundo donde viviesen hombres. Y hay un largo camino desde Invierno a los mundos originales del Ecumen, los mundos hogares de la raza; cincuenta años hasta Hain —Davenant, la vida entera de un hombre hasta la Tierra. No había prisa.

Crucé el Kargav, esta vez por pasos más bajos, un camino que serpea a lo largo y por encima de la costa del mar del sur. Hice una visita a la primera aldea en que yo había estado, cuando los pescadores me trajeron de la isla Horden tres años atrás; la gente de este hogar me recibió, ahora como entonces, sin mostrar ninguna sorpresa. Pasé una semana en el importante puerto de Dader, en la desembocadura del río Ench, y luego a principios del verano partí a pie hacia las tierras de Kerm.

Caminé hacia el este y el sur por esas regiones abruptas y empinadas, donde abundaban los desfiladeros y las colinas verdes y los ríos caudalosos y las casas solitarias, hasta que llegué al lago Paso de Hielo. Desde la orilla y mirando hacia las lomas del sur reconocí una luz: el destello, la blanca difusión de la luz, el alto resplandor del glaciar. El Hielo.

Este era un sitio muy antiguo. El hogar y los edificios exteriores eran todos de piedra gris, procedente de la ladera empinada en la que se alzaba el pueblo. Era un lugar desierto, ventoso. Llamé, y me abrieron la puerta. Dije: —Solicito la hospitalidad del dominio. Fui amigo de Derem de Estre.

Quien me abrió la puerta, un joven delgado, serio, de diecinueve o veinte años aceptó mis palabras en silencio, y en silencio me admitió en el hogar. Me llevó a la casa de baños, las habitaciones de descanso, la amplia cocina, y cuando hubo comprobado que el extraño estaba limpio, vestido y alimentado me dejó solo en un dormitorio; las ventanas ranuras miraban al lago gris y el bosque gris de toras que se extendía entre Estre y Stok. Era un lugar desapacible, y una casa desapacible. El fuego rugía en la honda chimenea, dando como siempre más calor al ojo y al espíritu que a la carne, pues los muros y pisos de piedra, y el viento que bajaba de las montañas y el Hielo absorbían la mayor parte del calor de las llamas. Pero yo sentía el frío como antes, en mis primeros dos años en Invierno. Yo ya había vivido bastante en un mundo frío.

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