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Poul Anderson: La nave de un millón de años

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Poul Anderson La nave de un millón de años

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Desde las primitivas tribus escandinavas, desde la antigua China y la Grecia clásica, hasta nuestros días y todavía más allá, hacia un tuturo de miles y miles de años, pasando por el Japón Imperial, la Francia de Richelieu, la América indígena y la Rusia estalinista... La nave de un millón de años

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Diez o doce años entre la partida y la llegada, diez años más para recibir los primeros informes, es algo razonable. Cincuenta años no están mal. ¿Pero cien, doscientos o quinientos años? Los soles y planetas se han clasificado, ya no ocultan revelaciones. Si se conocen los parámetros básicos, se pueden calcular sus propiedades. No tiene caso alargar la lista.

No ocurre igual con las formas de vida pero si deseamos estudiarlas, las tenemos en abundancia en los mundos ya alcanzados. En verdad, hay demasiadas. La capacidad para procesar datos relacionados con este propósito se satura.

Los datos incluyen información sobre seres inteligentes. Son raros, pero existen y son inmensamente fascinantes. No obstante, cuando la brecha temporal se vuelve mucho mayor que la vida de sus individuos, y cuando nuestros científicos de campo son máquinas, ¿cómo llegar a conocerlos de verdad? (Los que se han encontrado son primitivos y mortales. La ciencia y la alta tecnología derivan del encadenamiento de accidentes históricos improbables.) Es más sabio concentrarse en los que están relativamente cerca, para poder seguir las actividades y observaciones de los robots.

No hay límite preciso. Hay simplemente un radio, en el orden de uno o dos siglos-luz, más allá del cual no es provechoso buscar. Habiendo previsto esto, nunca construimos máquinas de Von Neumann autorreplicantes.

Hay excepciones. Cuando nuestros instrumentos detectan radiaciones que indican una civilización en determinada estrella, enviamos nuestros haces y quizá nuestros robots; pero pasarán milenios para obtener resultados, si se obtienen. ¿Habrá entonces alguien a quien le interese?

Otras excepciones son cósmicas, astrofísicas: estrellas extraordinarias, nubes donde nacen estrellas, supernovas recientes, agujeros negros en circunstancias peculiares, las monstruosidades del núcleo de la galaxia y rarezas semejantes. Enviamos nuestros observadores hasta allá (treinta mil años-luz desde Sol hasta el centro galáctico) y esperamos.

Las escasas civilizaciones con navegación estelar actuarán todas de la misma manera. Por lo tanto, todas las que han alcanzado esas metas irradiarán mensajes desde allí, con la esperanza de establecer contacto. Esperarán.

Todas tienen entidades que pueden esperar.

He aquí la segunda mitad de la solución del acertijo.

Los robots no procuran llamar a otros seres orgánicos inteligentes, sino a otros robots.

Las máquinas no conquistan el mundo madre. Poco a poco absorben a sus creadores con sus sistemas, siguiendo el deseo de esos seres, a quienes superan física e intelectualmente. En el curso del tiempo, dejan de prestar atención a la mera vida para dedicarse a problemas y empresas que consideran dignas de sí mismas.

Cuando los animales pensantes originales sobreviven, como ocurre ocasionalmente, es porque ellos también se han concentrado en otra cosa, hacia dentro, buscando alegrías, logros o iluminaciones imaginarias donde ninguna máquina puede ayudarlos, reinos que están fuera del universo de las estrellas.

—No —dijo Svoboda—, es un error sentir hostilidad. La evolución posbiótica es evolución, a fin de cuentas, la realidad hallando novedad en sí misma. —Se ruborizó y rió—. ¡Oh, eso suena pomposo! Sólo quise decir que los robots avanzados e independientes no constituyen una amenaza para nosotros. Seguiremos teniendo robots propios, son necesarios, pero con propósitos específicos. Haremos aquello que no interesa a los posbióticos: explorar la vida de nuestra especie, la vieja especie, no escudriñando y escuchando, con siglos entre pregunta y respuesta, sino estando allá nosotros mismos, compartiendo, amando. Y así llegaremos a comprender lo que ahora no podemos imaginar.

—Eso es para quienes opten por ser buscadores. —La observación de Patulcio resultó doblemente seca después de ese entusiasmo desbordante—. Como Tu Shan, yo prefiero cultivar mi jardín. Sospecho que la mayoría de nuestros descendientes también lo preferirán.

—Sin duda —dijo Hanno—. Y está bien. Serán nuestra reserva. Peregrino tiene razón; algunos siempre querrán más que eso.

—Los feacios no se adormilarán en una rústica inocencia —predijo Macandal—. No pueden. Si no desean seguir el camino de la Tierra, lo cual volvería inútiles sus esfuerzos, tendrán que hallar una nueva senda. Tendrán que evolucionar también.

—Y los que estemos en el espacio evolucionaremos, a nuestro modo —añadió Peregrino—. No en el cuerpo ni en los genes. Me propongo durar largo tiempo. En la mente, el espíritu.

—Las estrellas y sus mundos para nuestros maestros —bromeó Yukiko. Y añadió con seriedad—. Pero recordemos que será una escuela difícil. Hoy no contamos para nada. Todos los navegantes estelares que conocen los alloi, y son menos Je una docena, son como nosotros: renegados, disconformes, atavismos, parias.

—No sé. Pero no admito que no contemos para nada. Existimos.

—Sí. Y si somos sabios, y podemos humillarnos lo suficiente como para oír lo que puede decirnos el más bajo de los seres vivientes, al fin nos enfrentaremos a los posbióticos como iguales. Tal vez dentro de un millón de años, no sé. Pero cuando estemos preparados, será como habéis dicho, nos transformaremos en algo diferente de lo que somos.

Hanno asintió.

—Me pregunto si al final nosotros y nuestros aliados seremos algo más que los iguales de las máquinas.

Sus camaradas lo miraron con cierto asombro.

—He estado jugando con una idea —explicó—. Parece haber funcionado de este modo en la Tierra, y lo que hemos aprendido gracias a los alloi sugiere que puede ser un principio general. La mayoría de los pasos de la evolución no han sido avances triunfales. No, los fracasos de las etapas previas realizaron esos avances…, en palabras de Yukiko, los atavismos y renegados.

»¿Por qué un pez al que le iba bien en el agua se esforzaría para ir a tierra? Lo hicieron aquellos que no podían competir, porque tenían que ir a otra parte o morir. Y los antepasados de los reptiles tuvieron que abandonar los pantanos de los anfibios, las aves tuvieron que volar, los mamíferos tuvieron que hallar nichos donde no hubiera dinosaurios, ciertos simios tuvieron que abandonar los árboles y…, y los fenicios teníamos una estrecha franja de territorio, así que nos lanzamos al mar, y casi nadie iba a América o Australia si estaba a sus anchas en Europa…

»Bien, veremos. Veremos. Dijiste un millón de años, Yukiko. —Rió—. ¿Fijamos una cita? Dentro de un millón de años a partir de hoy, todos nos reuniremos para recordar.

—Primero debemos sobrevivir —dijo Patulcio.

—Somos especialistas en sobrevivir —replicó Peregrino.

Macandal suspiró.

—Hasta ahora. No confiemos demasiado. No hay garantías. Nunca las hubo, nunca las habrá. Un millón de años son muchos días y muchas noches. ¿Podremos?

—Lo intentaremos —dijo Tu Shan.

—Juntos —juró Svoboda.

—Entonces será mejor que aprendamos a compartir mejor que antes —dijo Aliyat.

34

La Piteas y la nave amiga partieron. Durante un tiempo, unos meses, hasta que las velocidades se elevaron demasiado, intercambiaron palabras, imágenes, amor; ritos celebrando los misterios de la comunidad y la comunión; pues por doquier se apiñaban soles en torno de ellos.

«Cuando contemplo tus cielos, la obra de tus dedos, la luna y las estrellas, que tú has ordenado, ¿qué es el hombre, para que repares en él?»

Hanno y Svoboda miraban desde el oscuro puesto de mando. A través de las manos entrelazadas sentían la cercanía y el calor del otro.

—¿Para esto nacimos? —susurró Svoboda.

—Haremos que sea así —prometió Hanno.

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