Poul Anderson - La nave de un millón de años

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Desde las primitivas tribus escandinavas, desde la antigua China y la Grecia clásica, hasta nuestros días y todavía más allá, hacia un tuturo de miles y miles de años, pasando por el Japón Imperial, la Francia de Richelieu, la América indígena y la Rusia estalinista...
La nave de un millón de años

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La vida cubría, llenaba, empapaba el planeta. Tenía una composición química similar a la terrícola y la de los alloi, con sus propias características. Dados los factores energéticos, más las veintenas de informes que los robots habían enviado a la Tierra, eso era de esperar. Como siempre, lo asombroso eran los detalles, la infinita versatalidad de las proteínas y la creatividad de la naturaleza.

En el lado prosaico, los humanos podían comer la mayoría de las cosas, aunque pocas tendrían sabor agradable, algunas serían venenosas y ninguna les daría nutrición completa. Tal vez estarían exentas de microbios y virus depredadores; la mutación quizá modificara eso, pero la biomedicina moderna solucionaría los problemas. Para los supervivientes, con sus peculiares sistemas de inmunidad y regeneración, el riesgo sería casi inexistente. Podían cultivar plantas terrícolas si lo deseaban, y luego criar animales que se alimentarían de la hierba y el grano.

No era la Tierra virgen recobrada. No era la Feacia de sus sueños, pero aquí podían fundar un hogar.

Aquí tendrían vecinos.

—… y él ha estado tan solo —le dijo Macandal a Patulcio—. Ella y Hanno… No, no hay nada entre ellos. Sería mejor si lo hubiera. Es sólo que ambos están tan enfrascados en sus estudios que nada ni nadie más parece existir. Aliyat me ha venido con quejas. No puedo hacer mucho por ella, pero he tenido una idea para Tu Shan.

Escogió a otros y les comentó su idea en privado, en las palabras que consideró adecuadas para cada cual. Nadie se opuso. En la velada elegida, una vez que hizo lo que pudo para cocinar un festín en cero g, convocó a una votación, y Tu Shan recibió su sorpresa.

Un bote espacial descendió. Asistido por dos robots, pues los problemas iniciales con la gravedad eran inevitables después de tanto tiempo en órbita, Tu Shan bajó y fue el primer humano en Xenogea. Había dejado los zapatos en la nave y sintió la tibieza y la humedad del suelo, la riqueza de los aromas. Sollozó.

Poco después, Hanno y Yukiko regresaron de la nave de los alloi. Habían sido los primeros en visitarla. Los seis ocupantes de la Piteas los rodearon en la sala común. Todos flotaban, alertas como lucios en un lago. El mural, una ampliación de Falaise a Varengeville (mar, cielo, acantilado, sombra sobre el agua, áureas pinceladas de sol), parecía más remoto en el espacio y el tiempo que el propio Monet.

—No, no puedo contar lo que vimos —dijo Yukiko, como si hablara en sueños—. No tenemos palabras, ni siquiera para las imágenes que enviaron aquí. Pero…, de algún modo, ese interior está vivo.

—No es sólo metal muerto y trucos electrónicos —añadió Hanno. Estaba totalmente despierto, entusiasmado—. ¡Oh, tienen mucho que enseñarnos! Y creo que tendremos noticias para ellos, una vez que descubramos cómo contarlas. Pero, aparentemente, no pueden acudir en persona. No sabemos por qué, ni qué problema tiene nuestro ambiente, pero creo que vendrían si pudieran.

—Entonces deben de tener el mismo problema en el planeta —dijo Peregrino—. Nosotros podemos hacer lo que jamás lograrán sus máquinas. Se deben alegrar de que hayamos venido.

—Claro que sí —gorjeó Yukiko—. Cantaron para nosotros…

—¡Quieren que vayamos a vivir con ellos! —exclamó Hanno.

Una exclamación recorrió la sala.

—¿Estáis seguros? —preguntó Svoboda con firmeza.

—Sí, lo estoy. Hemos alcanzado un cierto grado de comunicación, y a fin de cuentas es un mensaje sencillo. —Hanno hablaba a borbotones—. ¿Qué mejor modo de conocernos y trabajar juntos? Nos mostraron la sección donde podemos instalarnos. Es bastante grande y podemos llevar lo que gustemos, actuar a nuestro antojo. El peso es suficiente para mantenernos en buen estado. El aire y las condiciones generales no son peores que en ciertas montañas que recordamos. Nos habituaremos; y podemos instalar acogedores refugios. Además, pasaremos mucho tiempo en el espacio, explorando, descubriendo, quizá construyendo…

—No —dijo Peregrino.

La negación sonó como un martillazo. Siguió un eco de silencio en el que se intercambiaron las miradas. Las caras se pusieron rígidas.

—Lo lamento —continuó Peregrino—. Esto es maravilloso y tentador. Pero hemos navegado demasiados años con el Holandés Errante. Ahora hay un mundo para nosotros, y vamos a tomarlo.

—Esperad, esperad —protestó Yukiko—. Claro que nos proponemos estudiar Xenogea. Es nuestro principal propósito. El planeta y los sapiens. Por eso se deben de haber quedado los alloi. Estableceremos bases, trabajaremos en ellas…

Tu Shan meneó la cabeza.

—Construiremos hogares —respondió.

—Está decidido —dijo Patulcio—. Colaboraremos con los alloi cuando hayamos atendido nuestras necesidades. Creo que podemos investigar mejor el planeta viviendo en él que en una serie de… saltos. Sea como fuere —sonrió fríamente—, je suis, je reste.

—Un momento —dijo Hanno—. Habláis como si quisierais quedaros para siempre. Sabéis que ésa no era la idea. Xenogea es habitable, pero no es lo que teníamos en mente. Conseguiremos más antimateria. Creo que los alloi tienen una planta productora cerca del sol, pero en todo caso nos ayudarán. Iremos a Feacia, como nos proponíamos.

—¿Cuándo ? —intervino Macandal.

—Cuando hayamos terminado aquí.

—¿Cuánto llevará eso? Décadas, por lo menos. Quizá siglos. Vosotros dos los disfrutaréis. Y los demás estaremos fascinados, por supuesto, y ayudaremos en todo lo posible. Pero ante todo tenemos nuestras propias vidas y derechos. Y las de nuestros hijos.

—Si al final nos vamos —murmuró Svoboda—, no será el primer hogar que abandonemos. Y primero habremos tenido un hogar.

Hanno la miró a los ojos.

—Querías explorar —le recordó.

—Y lo haré, en una tierra viviente. Además…, necesitamos cada par de manos. No puedo abandonar a mis camaradas.

—Pierdes en la votación —dijo Aliyat—, y esta vez no puedes hacer nada. —Acarició la mejilla de Hanno con una sonrisa—. Allí hay mares donde podrás navegar.

—¿Desde cuándo eres una valiente pionera? —bromeó Hanno.

Ella se sonrojó.

—Sí, soy mujer de ciudad, pero puedo aprender. ¿Crees que me agrada remolonear? Pensé que me conocías mejor. Bien, en el pasado crucé desiertos, montañas, mares, sobreviví en callejones, a través de guerras, pestes y hambrunas. Vete al cuerno.

—No, por favor, no debemos reñir —suplicó Yukiko.

—Correcto —convino Peregrino—. Nos tomaremos nuestro tiempo, pensaremos, hablaremos como amigos.

Hanno se enderezó, y flotó erguido delante del acantilado y del cielo. —Si queréis —dijo consternado—. Pero os aseguro que no llegaremos a ningún consenso, a pesar de vuestras tribales esperanzas. Vosotros estáis resueltos a echar raíces en el planeta, y yo no pasaré por alto la oportunidad que me ofrecen los alloi. No puedo. En vez de reñir, planeemos cómo cada cual puede cumplir mejor su papel.

Tu Shan frunció el entrecejo.

—¿Yukiko? —graznó.

—Perdóname —musitó Yukiko arrojándose a los brazos de Tu Shan.

30

—Tendrías que ir —dijo Macandal—. De entre nosotros eres la más indicada para comprender.

—No es cierto —dijo Aliyat—, tú siempre…

Macandal sonrió.

—Te has vuelto demasiado tímida, querida. Recuerda los viejos tiempos. Recuerda Nueva York.

Aliyat aún titubeaba. No sabía si podría enfrentarse a los ithagené en una situación crítica. En realidad, dominaba el idioma y las costumbres (al menos en ciertos aspectos) mejor que la mayoría de los supervivientes. Quizá su vida anterior le había aguzado la sensibilidad a los matices. Pero Tu Shan no podía prescindir de su ayuda para cuidar los campos en esa estación de sequía; y en los momentos libres, Aliyat ordenaba el cúmulo de datos y redactaba las experiencias relevantes que comunicaban Peregrino y Svoboda en su exploración de los bosques septentrionales.

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