Poul Anderson - La nave de un millón de años

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Desde las primitivas tribus escandinavas, desde la antigua China y la Grecia clásica, hasta nuestros días y todavía más allá, hacia un tuturo de miles y miles de años, pasando por el Japón Imperial, la Francia de Richelieu, la América indígena y la Rusia estalinista...
La nave de un millón de años

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La veloz nave dejó atrás varias galeras que iban en la misma dirección, y luego a diversas embarcaciones de «pesca» o de carga. Ninguna iba corriente abajo; la marea había empezado a subir, y aunque la luna estaba distante ese día, el oleaje río arriba sería considerable. Con la bajamar saldrían las naves de carga. Ésta era una nación (?) de navegantes que cazaban grandes bestias acuáticas y cultivaban grandes campos de algas, comerciaban en las costas y entre las islas, ocasionalmente luchaban contra piratas o bárbaros u otros enemigos. Con el mayor tacto posible, los seis de Hestia se negaban a proporcionar ayuda militar porque desconocían sus códigos, sencillamente, esa civilización parecía ser la más avanzada del planeta, pero algún día querrían entablar relaciones con otras. Sin duda, sus amigos locales habrían hallado usos bélicos para lo que adquirían de ellos, además de los pacíficos.

Transcurrieron un par de horas. En el lado sur, el bosque cedía paso a huertos y sembradíos. El follaje estaba reseco. En el norte, mientras los cerros se elevaban en el fondo, los peñascos bajaban suavemente. Se irguieron torres en la brumosa distancia, cobrando nitidez. Se elevaban sobre los mástiles apiñados a lo largo de los muelles; Aliyat desembarcó en Xenocnosos.

Custodiada por el río y la flota, la ciudad no necesitaba murallas externas. Peristilos y fachadas con intrincadas esculturas se elevaban a lo largo de calles anchas y limpias. El vidrio reverberaba en colores contrastados. El efecto no era desconcertante sino armonioso, como de árboles y viñas entrelazadas o algas en una corriente submarina, extrañas de contemplar en un mundo tan parsimonioso. Allí no se veía la turbulencia de las multitudes humanas; incluso las miradas y comentarios que provocaba Aliyat eran decorosos. Eran las voces las que bailaban, gorjeaban, crecían, se unían, las voces y los sonidos de instrumentos.

No todo era así. Al escalar un cerro, Aliyat vio un campamento fuera de la ciudad, un mísero abarrotamiento de refugios improvisados. Los habitantes estaban incómodamente apiñados y guardias armados rondaban la zona. Aliyat sintió un escalofrío. Ésa debía de ser la razón por la cual la habían llamado.

En la cima del cerro se erguía el edificio que llamaban el Halidom. La intemperie había dado un tono ambarino a la piedra. En la Tierra jamas había existido semejante combinación de bóvedas y arcadas entrelazadas y ramificadas, ventanas en espiral y aleros con forma de cáliz. Allí la imaginación nunca había avanzado en esas direcciones. Cuando ellos transmitieran las imágenes, la arquitectura, la música, la poesía y muchas otras cosas quizá tuvieran un renacimiento, si a los humanos aún les interesaban esas cosas.

S'saa la acompañó al interior. Una vasta cámara en penumbra se abrió ante ellos. Los poderosos de Xenocnosos se habían reunido, expectantes, en un semicírculo ante una tarima. Allí se encontraban los tres (uno de cada sexo) que reinaban o presidían. Al oír hablar de ellos desde el espacio, Hanno había propuesto denominarlos la Tríada, pero los de Hestia luego consideraron que Trinidad era un nombre más adecuado.

Aliyat se acercó.

Esa noche llamó por radio desde el apartamento que le habían prestado. Se instaló allí: el mobiliario era poco adecuado, pero le bastaba. La ventana sin postigos dejaba penetrar la tibia oscuridad, el chasquido de la brisa. La pequeña luna cornúpeta teñía las nubes y arrojaba fantasmagóricos reflejos sobre el río. Varias fogatas ardían entre la gente del campamento.

El agotamiento le apagaba la voz, aunque su mente rara vez estaba tan lúcida.

—Hemos discutido el tema todo el día —dijo—. No es que el problema sea complicado en sí mismo, pero atañe a creencias, tradiciones, prejuicios, todo lo que está tan arraigado en una persona… Pensad en un celta pagano y un musulmán pío tratando de ponerse de acuerdo sobre el estatus y los derechos de las mujeres.

—Los ithagene han tenido la sabiduría de pedir una opinión externa —señaló Patulcio—. ¿Cuántas sociedades humanas hicieron tal cosa?

—Bien, esto no tiene precedentes —intervino Peregrino desde lejos—. Nunca tuvimos verdaderos alienígenas en la Tierra. Tal vez en el futuro nos beneficiemos… Continúa, Aliyat. —Es el modo en que se reproducen. —Copulando en el agua dulce, que tenía que estar quieta para que hubiera concepción; era esencial una concentración de cierta materia orgánica disuelta. En un mundo donde la mayoría de las regiones estaban normalmente húmedas, eso no presentaba más inconvenientes que la pérdida de la capacidad para sintetizar vitamina C en el cuerpo para la especie humana—. Recordaréis que la gente de la ciudad usa ese lago de las colinas, detrás de la ciudad. —Lago Sagrado era el nombre humano, dado que hacer el amor parecía ser un rito religioso en esa sociedad—. Bien, en las inmediaciones, la mayoría de los demás lagos se han secado tanto que son inservibles. Los habitantes se han reunido para solicitar acceso al Lago Sagrado ahora que ha concluido la cosecha. También está muy mermado, pero queda suficiente para todos si las parejas, o mejor dicho triplejas, se turnan. —Aliyat rió—. ¡Nuestra especie lo aprobaría! Pero desde luego los ithagene no lo ven a nuestro modo. Lo que ha levantado en armas a los habitantes de Xenocnosos es la idea de que unos forasteros profanen este misterio, la presencia de su espíritu tutelar, dios o lo que fuere. La Trinidad dijo a los campesinos que se marcharan y esperaran a que acabaran los malos tiempos. De todos modos, no deben procrear hasta que vuelvan las lluvias. Pero ya sabéis acerca de los nacimientos anuales sagrados…

—Sí —dijo Tu Shan—. Viven como primitivos, la mortalidad infantil es muy elevada, entienden que deben ser fecundos a cualquier precio.

—El reino, toda esta sección de Minoa, está al borde de la guerra civil —dijo Aliyat—. Incluso hubo muertes. Ahora, las tribus han enviado aquí a dos o tres mil personas que insisten en que pronto, ocurra lo que ocurra, irán al lago. Nada podrá detenerlas salvo una matanza. Nadie quiere eso, pero los demás no pueden ceder sin causar grandes conmociones.

Macandal soltó un silbido.

—Y nosotros no teníamos ni idea. Si hubieran acudido antes a nosotros.

—Supongo que no se les ocurrió hasta que estuvieron desesperados —comentó Patulcio—. Si no encontramos una solución rápidamente, sospecho que será demasiado tarde.

—Para eso fuiste tú, Aliyat —dijo Macandal—. Por las insinuaciones de S'saa, entendí que se trataba de algo así y tú, con tu experiencia… ¡No me interpretes mal!

—No me ofendes —dijo Aliyat—. Creo haber logrado una comprensión de lo que ocurre. Quizá no sirva de nada.

—Cuéntanos —rogó Svoboda.

Si se pudieran usar palabras humanas que tuvieran sentido al expresar emociones ithagené, pensó Aliyat, al ver la reacción de la asamblea la mañana siguiente.

—¡No! —exclamó el «le» de la Trinidad—. ¡Imposible!

—No es así, oh Previsores —sostuvo Aliyat—. Se puede hacer rápida y fácilmente. Mirad. —Desplegó un papel. Allí estaba copiada una transmisión de Hestia a una máquina que Aliyat llevaba consigo: una fotografía aérea ampliada de Lago Sagrado y sus inmediaciones. Los ithagené no se oponían a que los sobrevolaran, aunque ninguno había aceptado una invitación para volar. (¿Lo impedía el instinto, una prohibición o qué?) Aliyat señaló el mapa—. El lago está en una cuenca alimentada por lluvias y afluentes. Aquí, a poca distancia, hay una hondonada. Si talamos los árboles y arbustos, y cavamos un canal a través de la pendiente, parte del agua dadora de vida desbordará para llenarla, y a vosotros os quedará bastante cuando se cierre de nuevo el canal. Allí, fuera de la vista de vuestra gente, los campesinos podrán engendrar de acuerdo con sus propias costumbres. Esto sería una empresa difícil para vosotros, pero ya conocéis nuestras máquinas y explosivos. Lo haremos por vosotros.

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