Poul Anderson - La nave de un millón de años

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Desde las primitivas tribus escandinavas, desde la antigua China y la Grecia clásica, hasta nuestros días y todavía más allá, hacia un tuturo de miles y miles de años, pasando por el Japón Imperial, la Francia de Richelieu, la América indígena y la Rusia estalinista...
La nave de un millón de años

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—No es tan obvio —dijo Theta-Ennea—. Hablas desde un punto de vista que no tiene equivalentes. Me gustaría oír mucho más. Me ayudaría a comprender mejor a esas generaciones que contribuyeron a hacer de este lugar lo que fue. Porque nunca pude entenderlas. A pesar de mi curiosidad y mi amor, nunca pude sentir lo que sentían. Apoyó los brazos en el escritorio y continuó compasivamente.

—Pero tú, Gneo Cornelio Patulcio, y los muchos otros nombres que has tenido…, a pesar de ellos, a pesar de tus recientes labores, también tienes que comprender. No, no tengo un empleo para ti. Debías haberlo sabido. ¿Cómo explicártelo si no lo sabes?

«Entendiste que ésta era una comunidad como las que conociste, donde los moradores comparten ciertos intereses y cierta identidad común. Debo decirte…, esto no es sencillo, porque no está explícito; rara vez la gente comprende qué ocurre, como no lo comprendía en tiempos de Augusto ni de Galileo, pero yo paso la vida tratando de sondear las corrientes de la Historia. —Rió consternadamente—. Excúsame, permíteme retroceder y empezar de nuevo.

«Excepto por algunos enclaves moribundos, la comunidad en cuanto tal se ha disuelto. Aún usamos la palabra y empleamos ciertas formalidades, pero están tan vacías de sentido como un rito de fertilidad o un acto electoral. Hoy somos individuos puros. Nuestras lealtades, si la palabra «lealtad» aún significa algo, van dirigidas a varias y cambiantes configuraciones de personalidades. ¿No lo habías notado?

—Bien, eh…, sí, pero…

—No te puedo ofrecer trabajo —concluyó Theta-Ennea—. Dudo que alguien te lo pueda ofrecer aquí. Sin embargo, si te interesa permanecer un tiempo en Oxford, podemos hablar. Creo que podríamos aprender algo el uno del otro.

Aunque no sé para qué te servirá después, pensó sin decirlo en voz alta.

8

El mundo permanece. Todavía soy yo, hueso, sangre y carne, consciente de la unidad de inducción que me envuelve pero también de las paredes y sus vistas del exterior, césped plateado, una fuente arqueándose en fractales, una enorme concha de diamante que, según he oído, alimenta una nueva especie de nave para la explotación minera de los cometas, relámpagos en el cielo mientras un módulo de control metereológico implanta energía, el todo exterior a mí. Tan silenciosa es esta habitación que oigo mi respiración, mi pulso, el susurro del pelo cuando mi cabeza se mueve en la almohada. Lo que me ocurre es una intensificación del conocimiento interior, hasta que pronto el exterior se transforma en fantasma.

Desciendo en mí misma. Todo mi pasado se extiende ante mí. De nuevo soy esclava, fugitiva, criada, líder, compañera; de nuevo amo y pierdo, soporto y sepulto. Me tiendo en una ladera soleada con mi hombre, en medio del dulce olor del trébol y el zumbido de las abejas, vemos pasar una mariposa; hace quinientos años.

Hay borrones, lagunas. No sé si crecía liquen en esa piedra. Sí, el azar cuántico cobra su precio, pero lentamente, y puedo renovar lo que importa, aun mientras se renueva mi cuerpo. Una neuropéptida se enlaza con el receptor de una neurona…

Ven. El pensamiento no es mío. Se vuelve mío. Soy conducida, me conduzco, hacia delante y hacia dentro.

Hasta aquí mi adiestramiento. Hoy estoy lista para la unión.

No entro en la red. Nada se mueve salvo esos campos, funciones matemáticas, que el mundo percibe como fuerzas, partículas, luz, el mundo mismo. En cierto sentido la red entra en mí. O se despliega ante mí, y yo ante ella.

Mi guía cobra forma. Ninguna silueta camina junto a mí, ninguna mano coge la mía. No obstante soy consciente del cuerpo, aunque debe de estar a medio planeta de distancia, tal como soy consciente del mío. Es una persona alta, esbelta, de ojos azules. Su personalidad es animosa y sensual.

Una vez fuiste Flora (aprendo de ti), piensa. Entonces yo seré Faunus.

Desea que nos reunamos más tarde con propósitos exploratorios. Esto es una mera onda en una inteligencia nacida de un cerebro donde ya no hay fallos. Él tiene el don de la empatía, lo cual puede ayudar en la iniciación de una neófita como yo.

Tímida, cauta, ardientemente, el flujo de mi identidad se mezcla con la suya. Así conozco cada vez más todo el enlace. He estudiado una abstracción. Hoy estoy en la realidad, pertenezco a la realidad. Las corrientes circulan como oscilaciones, encrespándose, ahuecándose, formando nuevas olas. De ellas brincan figuras múltiples y cristalinas como copos de nieve, resplandores que se expanden por dimensiones múltiples, aletean, fluctúan, danzan en el cambio eterno; este lenguaje, esta música, me hablan. Lejos, inmanente, central, exterior, el gran ordenador sostiene la matriz de nuestros seres, los vivifica, los envía a sus órbitas y los llama a casa. Pero es a petición nuestra. Nosotros somos lo que ocurre, la unidad, el dios.

Nosotros. Las mentes se estiran, se tocan, se unen. Aquí está Phyllis, mi maestra humana, quien me acompañó por primera vez a lo largo de los límites. Tengo su autoimagen, pequeña, oscura, de pelo largo, aunque opaca porque ella no está pensando en su cuerpo. Reconozco la dulzura, la paciencia, la firmeza. De pronto comparto su interés en la armonía táctil y en el láser-polo de microgravedad. Su tibieza me envuelve.

Y aquí está Nils. Aun sin imagen ni nombre, reconocería esa risa. Somos buenos amigos, a veces fuimos amantes.

¿Nunca quisiste ser más que eso, Nils? ¿La inmortalidad y la invulnerabilidad generan temor ala permanencia?

Tú perteneces a una época muerta, querida. Debes liberarte de ella. Te ayudaremos.

¿Por qué siento frío, aquí donde el espacio es una ficción y el tiempo una inconstante?

No, esto no eres tú, Nils. No he captado antes tus pensamientos, pero sin duda no flotarían así, libres de toda emoción.

Tienes razón. No estoy en la red. Éste es mi doble, la configuración simplificada de mi mente. Cuando me reúno con ella, me enriquezco mediante lo que ha aprendido mientras yo no estaba. (Cada vez te encontraba más obtusa y superficial No tenía valor para decírtelo, pero ahora no hay motivo para ocultarlo.)

La emoción me indica que Faunus —glándulas, nervios, toda la herencia animal— está físicamente enlazado conmigo.

Anímate, Flora. Tienes opciones ilimitadas. Evoluciona con nosotros.

Otra mente surge. También es incorpórea, pero para siempre. Cierta benevolencia resplandece aún (pues los recuerdos de pérdida y pesar resplandecen como sombras, aunque nadie los sienta) para exhortarme: Contempla.

Fue un físico que soñaba con descubrimientos. Ya se había logrado la unificación, se había escrito la gran ecuación. Desafiante, él abrigaba sus esperanzas. Sabía muy bien que era improbable que alguna ley permaneciera desconocida, que algún experimento arrojara un resultado no explicado por la síntesis. Pero la prueba absoluta del conocimiento absoluto es imposible. Y si nunca tropezaba con un fenómeno esencialmente nuevo, el interjuego de los cuantos debía presentar sorpresas que él pudiera indagar.

El sistema de ordenadores se perfeccionó a sí mismo. Nada que ese hombre hubiera descubierto con sus más potentes y sutiles instrumentos estaba fuera del alcance del sistema. Podía predecir de antemano, con todo detalle, todo lo que él pudiera encontrar en los laboratorios. Su ciencia había llegado al final de la búsqueda.

El hedonismo ocioso le desagradaba. Inventó un artefacto para cerrar el cuerpo mientras introducía en el sistema los programas de su mente.

¿Eres feliz?

Tu pregunta no tiene sentido. Estoy ocupado. Participo en operaciones, soy uno con los logros. Dispongo de tiempo para actuar a voluntad. Pues puede llevar una hora planificar el clima terrícola con un año de anticipación, con las medidas necesarias para frenar el caos; puede llevar un día diseñar una extensión de la Red o computar el destino de una galaxia a diez mil millones de años luz sobre la que se han acumulado datos suficientes; pero cada bit de información procesada es un acontecimiento, y para mí esas horas son como un millón de años o más. Luego puedo descender al ritmo del pensamiento humano y aprender qué ocurrió mientras estaba transfigurado. Medito sobre ello. Es pequeño pero interesante. Magnifícate, Flora, y al fin compartirás el esplendor, promete la sombra.

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