—¿De oficina?
—Piénsalo un momento, Toller. Tenemos doce dedos en las manos; por lo tanto, contamos de forma natural en base doce. Eso, junto con el hecho de que la circunferencia de un círculo era exactamente tres veces el diámetro, hacía todas las cuestiones de cómputos absurdamente fáciles. A partir de ahora, sin embargo, todo eso va a ser más difícil; y hablo de asuntos tan rudimentarios como que un barrilero tenga que aprender a hacer los aros más anchos para sus barriles. Mira, por ejemplo…
—Dime una cosa —cortó Toller, ansioso por impedir uno de los digresivos discursos de su padre—, ¿cuál es el nuevo radio? Yo tendría que saber eso al menos.
Cassyll dirigió una expresiva mirada a Bartan.
—Ha habido algunas discusiones sobre ese punto. He estado muy ocupado, con los perturbadores acontecimientos de Palacio y esas cosas, como para realizar personalmente las medidas. Algunos miembros de mi personal afirman que el nuevo radio es tres y un séptimo, lo cual, desde luego, es absurdo.
—¿Por qué absurdo? —dijo Bartan, con cierto acaloramiento.
—Porque, amigo mío, tiene que haber una armonía natural en el mundo de los números. Tres y un séptimo no encajarían con nada. Estoy seguro de que cuando se realicen las mediciones con la precisión debida se descubrirá que la nueva proporción razonable para…
Toller permitió que su atención se alejase de lo que prometía ser una discusión interminable, de las que tanto gustaban a su padre y a Drumme. Deseó que Jerene estuviese a su lado, pero había ido a visitar a su familia al pueblo de Divarl y no volvería hasta el día siguiente. Cansado de estar de pie junto a la balaustrada, se dirigió trabajosamente hasta un sofá, se tumbó y dejó a un lado las muletas. Su pierna, ahora que se hallaba en proceso de curación, se había vuelto rígida y capaz de producirle un dolor agudísimo cuando la sometía a cualquier clase de tensión. Vivir con aquella herida —siempre ideando estrategias para evitar las irreprimibles descargas de agonía— era para Toller una experiencia enervante y agotadora, y se alegró de poder tumbarse.
—Hijo, debieras retirarte a tu habitación y entregarte al sueño nocturno —dijo Cassyll Maraquine amablemente, colocándose de pie ante el sofá—. La herida es más seria de lo que crees.
—Todavía no; prefiero quedarme aquí un rato —sonrió a su padre—. Creo recordar que teníamos conversaciones similares en el pasado, cuando yo era un niño. ¿Me vas a mandar que me vaya a la cama tanto si quiero como si no quiero?
—Ya eres demasiado grande como para que te trate así. Ademas, estoy demasiado ocupado y no quisiera que me agobiasen con llamadas para pedir agua.
—Y tallos dulces —se burló Bartan Drumme desde el balcón—. No olvidéis los tallos dulces.
—¡Tallos dulces! —Toller se incorporó sobre un codo—. ¿Eso es lo que yo…?
—Sí, aunque parezca un extraño chupete para el que han empezado a llamar «el Deicida» —dijo Cassyll—. No lo sabías, ¿verdad? Uno sólo puede imaginarse qué historias estará propagando tu amigo Steenameert, pero me han dicho que en todas las tabernas del reino circulan los relatos de cómo fuiste volando hasta un país que estaba más allá de los cielos y mataste a miles de dioses… o demonios… o una mezcla promiscua de ambos, para salvar a Overland de ser devorado por un gran dragón de cristal.
Cassyll hizo una pausa, pareciendo arrepentido.
—Ahora que reflexiono sobre ello, sospecho que aún unos labradores borrachos de cerveza entienden lo ocurrido igual o mejor que yo. Toller, todo eso que te explicaron a través de la mente, sin hablar… ¿No recuerdas nada, ni siquiera una pista, de lo que significaba el término espacio-tiempo? Me encantaría saber por qué dos palabras que no tienen ninguna conexión lógica pueden unirse de esa manera particular.
—No puedo ayudarte —dijo Toller con un suspiro—. Cuando Divivvidiv me hablaba dentro de la cabeza yo entendía todo lo que decía; pero sus mensajes estaban escritos en el humo. Todo se ha desvanecido. Busco significados, y sólo encuentro vacío. No un verdadero vacío, sino un vacío poblado de ecos, una sensación intensa de que unas enormes puertas se están cerrando para siempre, de que yo voy demasiado lento y llego demasiado tarde. Lo siento, padre. Ojalá no fuese así.
—No importa, haremos el viaje sin ayuda —Cassyll trajo una manta gruesa hasta el sofá y la extendió sobre Toller—. Las noches son más frías ahora.
Toller asintió y se puso cómodo, abandonándose a la fastuosa sensación de ser bien atendido y no tener responsabilidades inmediatas. Notaba una pulsación caliente en la pierna, y los médicos habían predicho que de ahora en adelante cojearía; pero eso le daba aún más derecho para relajarse como un niño al abrigo del calor, seguro bajo una manta que, mejor que la más sólida armadura, le protegía contra todos los elementos del mundo exterior.
Dentro de aquel refugio seguro, con la mente nublándose por la modorra, Toller trató de definir su posición en aquel universo desconocido. Cuánto se había perdido… La Reina estaba muriéndose, incapaz de enfrentar o siquiera comprender la realidad de que el planeta en el que había nacido —y al que tanto ansiaba volver— ya no existía. Su sueño de una sola nación que abarcase dos planetas se había desintegrado en sólo un instante. Era un bonito sueño, con el cual Toller había congeniado instintivamente; pero ya no existían las astronaves, con su carga comercial y cultural, recorriendo las invisibles rutas mercantiles entre Land y Overland. ¿Qué habría ahora, en vez de eso?
Más cansado de lo que creía, Toller se sintió incapaz de seguir reflexionando sobre los misteriosos y esquivos enigmas del futuro. Comenzó a entrar y salir del estado consciente, y en cada retorno a la lucidez el cielo se hacía más oscuro y las estrellas más abundantes, y parecían más brillantes de lo que esperaba. El balcón estaba también oscuro, porque su padre y Bartan Drumme se encontraban en aquellos momentos ocupados en realizar cálculos y comparaciones.
Toller escuchó la susurrante actividad durante un tiempo indeterminado… dormitando a ratos, comprendiendo a medias los fragmentos lejanos de la conversación… y poco a poco su humor comenzó a cambiar. Ahora veía que, posiblemente por la impresión de la batalla y el extremo cansancio, se había dejado intimidar por el nuevo cielo, se había dejado abatir y desalentar por él. Se había preguntado si Kolkorron encontraría alguna vez campeones capaces de afrontar la hostilidad del negro vacío, y en el momento de plantearse la pregunta el pesimismo lo había cegado demasiado para darse cuenta de que ya estaba en compañía de esos héroes.
Cassyll y Bartan eran dos hombres de mediana edad, cuya inversión en el antiguo orden de las cosas había sido mucho mayor que la suya, y cuya apuesta por un futuro inquietante tendría que ser proporcionalmente menor, pero… ¿acaso se habían dedicado a la autocompasión? ¡No! Su reacción había sido la de desenvainar sus espadas, las espadas de la mente; y en ese mismo momento, tranquilamente y sin ninguna fanfarria, se habían lanzado a la nada despreciable tarea de sentar las bases para una nueva astronomía.
A medio camino entre la vigilia y el sueño, Toller comenzó a sonreír.
Su padre y Bartan Drumme hablaban en voz baja para no turbarle el descanso, pero los susurros penetraban en las casi realidades de la mente soñolienta con más facilidad que los gritos:
—…cinco planetas observados en el sistema local hasta el momento, Bartan… contando el planeta doble como uno, o sea… si hemos localizado cinco en tan poco tiempo, es bastante lógico suponer que habrá otros, ¿no crees?…
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