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Bob Shaw: Los mundos fugitivos

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Bob Shaw Los mundos fugitivos

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Al inicio de , Toller Maraquine II, nieto del protagonista de y , lamenta el hecho de que la vida en los gemelos Land y Overland es demasiado tediosa y plácida comparada con los acontecimientos excitantes de la época en que vivió su ilustre antepasado. Entonces, mientras volaba en globo entre mundos, hizo su asombroso descubrimiento: un disco de cristal enorme, con miles de millas de extensión, crecía rápidamente, creando una barrera entre ellos. Impulsado por razones personales a investigar el enigmático fenómeno, Toller, sin más armas que su espada y su valor ilimitado, llegó a ser una figura destacada en los sucesos que decidirían el futuro de los planetas y sus civilizaciones.

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—¡Claro que amanecerá! —Vantara, enojada por el rechazo simbólico de él, tomó por un instante la ofensiva—. ¿Cómo no iba a amanecer? Pero… ¡qué idea tan estúpida!

Toller comprendió con pesar que ella no tenía ni idea, no había comprendido lo más mínimo la serie de acontecimientos cruciales a los que el grupo había sobrevivido. Su propia percepción, derivada de los diálogos telepáticos con Divivvidiv y Greturk, era nebulosa y fragmentaria; pero de algún modo estaba convencido de que Overland, en vez de ser aniquilado, había sido proyectado a alguna región inconcebiblemente remota del universo.

Y el «universo» en el que pensaba ahora no era la entidad limitada y bien definida que solía venir a su mente cuando los científicos kolkorroneses usaban esa palabra. Era aquel esquivo concepto filosófico, vago, intangible y exasperante al que Divivvidiv se había referido como el «continuo espacio-tiempo». Toller había captado el concepto en el momento de su instrucción telepática, pero a pesar de sus esfuerzos, la comprensión se había ido debilitando desde entonces, como el recuerdo nostálgico de un sueño.

Ahora casi había desaparecido, quedando sólo su influencia en la forma de pensar. Sin ser capaz de justificar con palabras aquella idea, estaba preparado para creer que las fuerzas incomprensibles liberadas por el Xa en su agonía podían haber desplazado a Overland en el tiempo y el espacio, quizás hacia el futuro de algún cosmos paralelo.

Le parecía difícil recordar por qué se había enamorado alguna vez de Vantara; y ahora, contemplando su bello pero petulante rostro, sintió abrirse un abismo infranqueable entre los dos. Ella había cerrado su mente, y como consecuencia de ningún modo podía compartir la principal preocupación de Toller en aquel momento.

En una ocasión, durante las largas horas del vuelo a Dussarra, él había preguntado a Divivvidiv cómo sabía que el artefacto de resituación no depositaría el planeta en las profundidades del espacio interestelar, demasiado lejos del sol como para que pudiesen hacerse «pequeños» ajustes para corregir la posición. Divivvidiv, posiblemente incapaz de encontrar una buena respuesta, se había escabullido de la pregunta con algunos comentarios sobre la «coalición de probabilidades», y abstrusas «características auto- generadas por el diseño del Xa» que al final debían solucionar el problema de las «zonas de viabilidad biológica» y las «dinámicas orbitales».

Ahora Toller tenía que preguntarse si habría un sol escondido detrás de la masa inerte del planeta. Tendría que producirse un amanecer normal en pocas horas, o si no Overland se enfriaría cada vez más, y todos sus habitantes perecerían en la oscuridad infinita. Sólo había una forma de obtener la respuesta, comprendió Toller, y era esperando. Y no tenía ningún sentido esperar en la oscuridad…

—¿Por qué no está todo el mundo recogiendo madera? —gritó jovialmente, apartándose renqueando de Vantara—. Busquemos un lugar agradable, lejos de los horribles cadáveres de los alienígenas, y encendamos un buen fuego para confortarnos durante la noche.

Animados por la perspectiva de dedicarse a una tarea domestica, Steenameert, Mistekka y Arvand se alejaron inmediatamente hacia un grupo de arbustos, cuyos contornos habían aparecido gradualmente bajo la luz de las estrellas. Vantara dirigió a Toller una mirada prolongada —que él interpretó como de desdén—; luego se dio vuelta y lentamente se encaminó tras los otros, dejándole con la sola compañía de Jerene.

—Tu tobillo necesita muchos más puntos, pero no hay luz suficiente —echó un vistazo al impulsor, que ahora se había convertido en una mancha rectangular de color gris—. Ahora te vendaré la herida, y mañana terminaré el trabajo como es debido.

—Gracias —dijo Toller, dándose cuenta de repente de que era incapaz de caminar sin ayuda.

La herida, aunque era bastante seria, parecía insignificante en comparación con su tamaño; y se sintió mortificado al descubrir que sentía frío, malestar y debilidad. Permaneció de pie pacientemente mientras Jerene le enrollaba la pantorrilla con una venda del equipo de campaña.

—En esto se demuestra la utilidad de mi educación campesina —dijo, terminando el vendaje con un nudo experto.

—¡Gracias otra vez! —Toller habló con burlona indignación, agradecido por haber sido distraído de su preocupación por el sol—. Mañana por la mañana podrás ponerme nuevas herraduras en los cascos; pero mientras tanto, ¿me ayudas a acercarme al fuego con los otros?

Jerene se levantó, paso un brazo alrededor de su cintura y le ayudó a caminar hacia el centelleo de luz naranja que ya había empezado a llamear en la oscuridad. Toller descubrió que avanzar por la hierba crecida era mucho mas difícil y doloroso de lo que esperaba, y se sintió aliviado cuando Jerene se detuvo un momento a descansar.

—Ahora merezco doblemente un ascenso —dijo, jadeando—. Pesas casi tanto como mi cuernazul…

—Me encargaré de arreglar lo de tu promoción en cuanto… —Toller se interrumpió, dudando si hacer promesas de un futuro que podía no existir—. Fuiste muy valiente corriendo a la máquina. La sangre se me heló por el miedo de que no pudieras alejarte a tiempo…

—¿Por qué estabas tan preocupado? —murmuró Jerene— Después de todo, ya había conseguido lo que me había propuesto hacer.

—Puede que fuese porque… —Toller sonrió, dándose cuenta de que Jerene estaba practicando un viejo juego con él, y de repente, mientras permanecían juntos en la oscuridad, ese juego se volvió más importante para él que todos sus temores por el futuro del planeta. La atrajo hacia sí y la beso con tierno ardor.

—La condesa va a ver lo que estamos haciendo —dijo Jerene, sin dejar de ser provocativa mientras el beso terminaba, y exhalaba su aliento caliente junto a su boca—. Y no va a gustarle…

—¿Que condesa? —dijo Toller, y ambos empezaron a reírse, mientras se abrazaban en aquella oscurísima noche.

Toller no esperaba poder dormir. Su herida había comenzado a palpitar como una máquina en marcha, y le resultaba inconcebible que pudiera quitarse la carga de la conciencia respecto a si su planeta estaría perdido en un vacío sin estrellas. Pero el calor del fuego resultaba agradable, y se sentía bien con Jerene echada a su lado, cubriéndole el pecho con una mano. Descubrió que estaba mas cansado de lo que creía.

Abrió los ojos con un sobresalto, tratando de solucionar el problema urgente de decidir dónde estaba. El fuego se había reducido a unas ascuas blanquecinas, pero producía luz suficiente para permitirle ver las figuras durmientes del pequeño grupo de guerreros, y de nuevo la gran pregunta repiqueteó en sus sienes. Alzó de golpe la cabeza, haciendo que Jerene suspirase en su sueño, y examinó los límites del planeta.

En una parte del horizonte, había un débil pero inconfundible reflejo de luz nacarada.

La visión de Toller se volvió borrosa por las lágrimas cuando captó el maravilloso significado de aquel vacilante resplandor, y se dejó caer para descansar.

Capítulo 20

La reina Daseene había sufrido un grave ataque, el cual probablemente tendría consecuencias fatales.

A medida que la noticia de la tragedia inminente empezó a correr desde Prad a otras ciudades y comunidades menores de Overland, la gente —ya angustiada por los inexplicables acontecimientos del cielo— se volvió aún más huraña y deprimida. Aquellos que tenían creencias religiosas o supersticiosas sostuvieron que la enfermedad de la Reina había estado predicha por la serie de augurios que habían transformado de un modo tan radical el aspecto del cielo. E incluso aquellos que no tenían tiempo de entretenerse con lo sobrenatural habían sido afectados por la conciencia de que algo muy extraño había sucedido al amanecer, tres días atrás.

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