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Bob Shaw: Los mundos fugitivos

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Bob Shaw Los mundos fugitivos

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Al inicio de , Toller Maraquine II, nieto del protagonista de y , lamenta el hecho de que la vida en los gemelos Land y Overland es demasiado tediosa y plácida comparada con los acontecimientos excitantes de la época en que vivió su ilustre antepasado. Entonces, mientras volaba en globo entre mundos, hizo su asombroso descubrimiento: un disco de cristal enorme, con miles de millas de extensión, crecía rápidamente, creando una barrera entre ellos. Impulsado por razones personales a investigar el enigmático fenómeno, Toller, sin más armas que su espada y su valor ilimitado, llegó a ser una figura destacada en los sucesos que decidirían el futuro de los planetas y sus civilizaciones.

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—¡No puedo creer que estes haciéndome esto, Amado Creador! —el mensaje cargado de angustia llegó a través del espacio áureo—. Después de todo lo que he hecho por ti, estás adelantando el momento de mi muerte… Te lo imploro, Amado Creador, no me niegues unos minutos más de tu valiosa compañía…

—¿Qué está pasando aquí? —gruñó Toller, arrancando la aguja y la sutura de los dedos de Jerene e incorporándose hasta sentarse—. Greturk nos dijo que esa maldita caja de trucos haría su trabajo antes que el Xa… antes de que Dussarra fuese lanzado a otra galaxia, pero tal como van las cosas…

Se quedó en silencio, y un sudor frío brotó de su frente cuando se dio cuenta de que él y todo lo que conocía —todo su planeta, de hecho— podía estar al borde de la destrucción instantánea.

Steenameert se incorporo sobre un codo.

—Tal vez sea imperfecto el aparato de Greturk. Nos dijo que lo construyeron con demasiadas prisas. Los dussarranos cometen errores también, y puede que el mecanismo de retraso del que habló no haya…

La voz de Steenameert se apagó y sus ojos se abrieron más al señalar con un dedo tembloroso algo que había detrás del hombro de Toller.

Toller siguió su mirada y maldijo brutalmente al ver algo que tenía el poder de consternarle, incluso en ese momento de acontecimientos pasmosos y cruciales. Era la figura resplandeciente de un vadavak que se había escondido durante los momentos caóticos del final de la batalla, para aparecer ahora junto a la caja del impulsor. El entrenamiento profesional debía haberle hecho más fuerte que los dussarranos normales, porque mientras los humanos observaban petrificados se agachó, puso las manos debajo del impulsor, y después lenta pero ininterrumpidamente se enderezó.

El impulsor se inclinó al unísono con su movimiento y cayó sobre un lado. Un instante después, casi como si hubiera sido activado por el impacto, algo en el interior de la caja mecánica comenzó a emitir un chirrido.

Toller trató de levantarse, pero su pierna izquierda se negó a sostener su peso y se derrumbó dolorosamente sobre el suelo.

—Éste es el último aviso —gritó, sufriendo el tormento de no poder moverse—. Hay que levantar la máquina; si no, ¡estaremos perdidos!

Miró a las tres mujeres que estaban ante él, deseando que realizaran lo que él no podía. Mistekka y Arvand seguían contemplándolo, como congeladas por un nuevo temor. Vantara cayó de rodillas, se cubrió la cara y comenzó a sollozar.

—Espero que me asciendan por esto —exclamó Jerene.

Se levantó de un salto, cogió la espada y se lanzó a correr hacia el impulsor. La fuerza de sus sólidos miembros, el ímpetu de un corredor de carreras, la impulsó a través de la entorpecedora hierba a una velocidad que Toller dudó poder igualar, incluso estando sano.

El solitario vadavak, demostrando un valor y resistencia mucho mayores que los de sus derrotados compañeros, decidió no retirarse. Se dirigió hacia Jerene y, cuando estaba a unos pasos de ella, se lanzó hacia sus tobillos. Ella lo paró parcialmente con un sablazo —un toque encarnado se añadió inmediatamente a la paleta descolorida de la escena— pero el alienígena logró rodear con sus manos una de las espinillas de Jerene y la hizo caer. Después siguió un momento en el que fue imposible ver lo que estaba ocurriendo, un momento en el que Toller quedó mudo por la ansiedad, y entonces Jerene se levantó y siguió corriendo.

Al llegar ella, el chirrido emitido por el rectángulo blanco pareció intensificarse. Jerene agarró el borde superior más cercano y trató de empujarlo hacia abajo, pero la caja resistió sus esfuerzos. Corrió al lado opuesto y desapareció de la vista al agacharse para poder ejercer mayor fuerza sobre el gran cajón. Y entonces, con una lentitud capaz de destrozar los nervios, el impulsor rotó hasta su posición normal.

En menos de un abrir y cerrar de ojos, Jerene había reaparecido detrás del impulsor y emprendido la carrera —con la cabeza hacia atrás y los miembros borrosos— hacia los aterrados observadores. Había cubierto quizás un tercio de la distancia, cuando de repente el impulsor se calló. En ausencia de su frenético chirrido pudo percibirse otro mensaje de histeria con una claridad silenciosa y espeluznante, descendiendo desde la remota cúspide del cielo:

—¡No me mates, Amado Creador! ¡No…!

Toller, con el rostro contorsionado en una mueca inhumana de terror, miró por detrás de Jerene y vio el lustroso armario del impulsor que cambiaba de apariencia. Centelleaba y emitía pálidas imágenes expansivas de sí mismo, versiones estratificadas de la realidad que fluían hacia fuera para abarcar todo lo que podía verse del espacio y del tiempo.

Jerene corría a través de la brillante matriz de lo que era y lo que podía ser, y a Toller le pareció que estaba gritando su nombre. Con un impulso agonizante de sus miembros se incorporó y trató de dirigirse hacia ella.

Pero sobre Jerene toda la cúpula del cielo había empezado a temblar y deformarse. Unos aros concéntricos de brillo cegador palpitaban y fluían hacia fuera desde el Xa, y chocaban con las emanaciones de la caja blanca con discordancias insoportables…

«Están ocurriendo demasiadas cosas al mismo tiempo», pensó Toller en los extremos más salvajes del terror.

«Todo esta ocurriendo al mismo tiempo…»

Capítulo 19

Una oscuridad profunda, aterciopelada e infinita —una noche que estaba fuera de toda la experiencia previa de Toller— invadió de repente la escena. Fue como si todo el planeta hubiera sido cubierto por un velo opaco. La negrura de arriba se hizo aún más intensa por el hecho de que el impulsor, después de su exhibición de hechicería tridimensional, fulguraba ahora como un bloque enorme de hielo fluorescente, proyectando una laguna de luz sobre el silencioso campo de batalla.

Toller estaba inmóvil, parpadeando, tratando de adaptar sus ojos a las extrañas nuevas condiciones, cuando Jerene se acercó a él y se dejó detener por sus brazos. Se abrazó a él durante unos instantes, temblando y respirando ásperamente, luego se irguió y retrocedió un paso. Por un momento Toller casi creyó que iba a dedicarle un saludo formal, como tratando de reparar la ruptura de la rigurosa disciplina. Vantara, que se encontraba cerca de ellos, avanzó y enlazó sus brazos con los de él.

Toller apenas era consciente de su presencia mientras miraba al impresionante vacío de los cielos. Al principio le había parecido que la oscura bóveda celestial estaba totalmente despejada, pero a medida que sus ojos fueron adaptándose, empezó a percibir puntos de luz fríamente remotos que podían identificarse como estrellas. Eran débiles y dispersas en comparación con las que había conocido durante toda su vida, y tan pobres en su emisión de luz que pasó un tiempo considerable hasta que fue capaz de captar la característica más desconcertante de todas:

El planeta hermano Land había desaparecido. En su lugar, en la corona del cielo, no había más que unas cuantas motas de luz dispuestas en curiosas configuraciones.

Steenameert, superando su parálisis, pudo levantarse detrás de Toller y hablar con la voz de pasmo de un niño.

—Todo ha sido en vano, Toller. Hemos sido despedidos. Este lugar ya no es el nuestro.

Toller asintió, sin atreverse a replicar, con su mente y su alma aún entregadas al negro vacío que ocupaba su visión. «Claro que hemos sido despedidos», se dijo Toller. «Éste es el aspecto que tendrá el universo cuando haya envejecido…»

—Qué oscuridad —susurró Vantara, apretándose contra Toller—. No me gusta nada, y tengo frío.

—En ese caso —dijo Toller, desenredándose con decisión de los brazos de ella—, sugiero que empecemos a recoger material para hacer un fuego. Todavía debe faltar mucho para el amanecer, si es que amanece alguna vez aquí.

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