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Bob Shaw: Los mundos fugitivos

Здесь есть возможность читать онлайн «Bob Shaw: Los mundos fugitivos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1990, ISBN: 84-7002-434-5, издательство: Acervo, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Bob Shaw Los mundos fugitivos

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Al inicio de , Toller Maraquine II, nieto del protagonista de y , lamenta el hecho de que la vida en los gemelos Land y Overland es demasiado tediosa y plácida comparada con los acontecimientos excitantes de la época en que vivió su ilustre antepasado. Entonces, mientras volaba en globo entre mundos, hizo su asombroso descubrimiento: un disco de cristal enorme, con miles de millas de extensión, crecía rápidamente, creando una barrera entre ellos. Impulsado por razones personales a investigar el enigmático fenómeno, Toller, sin más armas que su espada y su valor ilimitado, llegó a ser una figura destacada en los sucesos que decidirían el futuro de los planetas y sus civilizaciones.

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Sorprendiéndose del descuido de los alienígenas por un tema esencial como proteger los flancos, Toller hizo una seña a Steenameert con la cabeza y los dos se arrojaron contra el grupo arremolinado de figuras blancas. De nuevo llevaron a cabo una temible matanza en un abrir y cerrar de ojos, inflingiendo terribles heridas sangrantes que derribaban a las víctimas de inmediato o bien las hacían alejarse tambaleándose a ciegas, para desmoronarse y expirar en charcos de sangre.

Seguían llegando más alienígenas de todas partes, pero Toller comenzó a apreciar un cambio en la situación general. Los vadavaks, careciendo incluso de un rudimentario sentido para la batalla, insistían en su ataque con un fervor infatigable a pesar de la manifiesta falta de éxito; y sus fuerzas estaban siendo reducidas rápidamente. Dirigiendo una mirada sobre la compleja escena, Toller calculó que al menos la mitad de los vadavaks estaban aún en pie, y una porción de ellos comenzaba a moverse de modo más lento e inseguro.

Faltaba menos de un minuto para que el impulsor liberase las energías que desplazarían el planeta, y a partir de ese momento, los guerreros de Zunnunun, presumiblemente, no tendrían ya razón para continuar la lucha. Quedarían satisfechos con retirarse en ese momento y poner fin al número de muertos. Sintiendo resurgir su optimismo, Toller se arriesgó a mirar en dirección a Greturk y sus compañeros dussarranos, esperando una señal de que la máquina estaba a punto de funcionar. Sufrió una especie de conmoción al comprobar que los alienígenas habían desaparecido. El único indicio de que habían estado allí antes era una mancha verde en el aire matutino, que se desvanecía con rapidez.

Un instante después Toller tuvo que pagar el precio de haberse distraído del mortífero conflicto que ocurría a su alrededor. Un dolor le recorrió súbitamente cuando algo tocó su hombro izquierdo, y un instante después se repitió la sensación en la cadera del mismo lado. Había sido golpeado dos veces desde atrás con los enervadores, pero esta vez, milagrosamente, el efecto fue menos devastador que la vez anterior y pudo mantenerse de pie. El atacante, que claramente esperaba una muerte rápida y fácil, estaba aún con la boca abierta cuando Toller le lanzo un sablazo con la intención de cortarle el cuello. El golpe no llegó a acertar del todo, debido a su parcial parálisis, y la punta de la espada no llegó más allá de la garganta del vadavak, rajándole limpiamente la tráquea. Éste se llevó la mano a la garganta y retrocedió rápidamente, sólo para ser empalado por detrás con la espada que empuñaba la figura de cabellos oscuros de Mistekka.

—Estos grandes punzones son muy divertidos —dijo a Toller; sus ojos castaños destellando al tiempo que apartaba al alienígena agonizante—. Estoy empezando a comprender por qué siempre llevas uno.

—¡Pero no te descuides!

Apenas había hablado Toller cuando oyó un aullido de dolor procedente de Steenameert. Se dio la vuelta y vio que su amigo estaba rodeado por cuatro vadavaks que trataban de estoquearlo con los enervadores; al menos uno de ellos había logrado hacer blanco.

—¡Aguanta de pie, Baten! —gritó Toller.

Se lanzó hacia allí, seguido inmediatamente por Mistekka y la figura más robusta de Jerene. Cayeron sobre los atacantes de Steenameert en una arremetida asesina que, en lo que pareció un simple pestañeo, tuvo un efecto notable en el equilibrio de las fuerzas. Steenameert había sido golpeado por los enervadores varias veces, y estaba derrumbándose a pesar de los esfuerzos de Arvand por mantenerlo en pie; pero cuando Toller echó un vistazo alrededor se le levantó la moral al ver que se les estaban acabando los oponentes vivos. De las fuerzas atacantes originales, sólo quedaban dos de pie en la inmediata cercanía, y estaban totalmente ocupados con Jerene y Mistekka.

Otros tres vadavaks, tras haberse enfrentado por primera vez a un enemigo fuerte y armado, se retiraban desalentados, huyendo a través de la pradera hacia el punto en donde se habían materializado. Los únicos otros movimientos de los alienígenas, advirtió Toller con alivio, ocurrían en la alfombra blanca y roja de heridos. Era una tragedia haber perdido a una de las kolkorronesas, pero…

—¡Detrás de ti, Toller!

El grito de advertencia de Jerene llegó demasiado tarde. Toller oyó el repentino movimiento espantosamente cerca, y se dio cuenta de que se había confiado demasiado. Había creído con demasiada seguridad que los diminutos vadavaks no tenían la tenacidad de un auténtico guerrero. Ahora sintió una curiosa sensación debilitante en la pantorrilla de la pierna izquierda. No hubiera podido decir que fuera de dolor, pero sin embargo había recibido la herida más seria de su vida. Bajó la mirada y vio que una espada kolkorronesa, casi con seguridad la de Tradlo, le había llegado hasta el hueso de la pierna. Chocó hacia atrás con el vadavak herido que había estado tumbado sobre el suelo, fingiéndose muerto y esperando su oportunidad de atacar. El alienígena suspiró y se apartó rodando, hasta que la punta de la espada de Jerene lo encontró.

—Tenemos que acabar con todos —gritó Jerene—. ¡Sin piedad!

—¡Manteneos lejos de la máquina! —gritó Toller, preguntándose por qué Vantara no mostraba más su capacidad como comandante de Jerene—. ¡Va a detonar, o lo que sea, en cualquier momento!

Jerene asintió e indicó a las combatientes que se separasen más de la caja, que ahora resplandecía como nieve recién caída en la luz del amanecer.

—Y será mejor que echemos un vistazo a tu pierna.

—No es…

Toller se miró la pierna y sintió un mareo momentáneo al ver una gran boca roja abierta atravesándole la pantorrilla. La sangre resbalaba por el tobillo hacia el suelo, y de las profundidades de la herida le llegó la fugaz visión del hueso. Cuando trató de mover la pierna, su pie permaneció obstinadamente fijo en el suelo.

—Hay que coser eso ahora mismo —dijo Jerene con voz dura y desprovista de emoción—. ¡Que alguien me traiga los instrumentos de campaña!

Toller se dejó tender en el suelo junto a Steenameert, que empezaba a mostrar signos de recuperar la conciencia. Sintió náuseas, y se alegró de poder ceder toda la responsabilidad a otro durante un rato, incluso cuando comenzó el dolor de la costura. Con las manos entrelazadas apoyadas sobre la barbilla, Toller apretó los dientes y trató de olvidarse del dolor pensando en el impulsor. ¿Cómo sería el momento crucial? ¿Oirían grandes explosiones o se cegarían con destellos de luces? ¿Y por qué necesitaba tanto tiempo la maldita caja para liberar toda su energía?

—Seguramente han pasado más de cuatro minutos desde que llegamos aquí —dijo a aquellos que se habían reunido alrededor para observar cómo le arreglaban la pierna—. ¿Qué os parece? ¿Veis que ocurra algo?

Steenameert, que estaba tumbado de cara al cielo, sorprendió a Toller respondiendo a su pregunta como si nunca hubiera estado inconsciente.

—No sé lo que hará esa maravillosa caja blanca, Toller, pero creo que algo extraño ocurre allá arriba.

Señaló directamente hacia el cenit y los otros siguieron su indicación. Toller torció la parte superior del cuerpo, gruñendo al molestar involuntariamente el trabajo que le estaban haciendo en la pierna, y miró al centro del cielo. El enorme disco de Land estaba dividido en partes iguales por el límite de iluminación, y justo en el medio de la línea central aparecía la parpadeante estrella amarilla que los observadores conocían como el Xa. Pero habían tenido lugar algunos cambios desde que Toller lo vio por primera vez.

El Xa se había vuelto mucho más brillante —ahora parecía un sol en miniatura, y sus parpadeos se habían vuelto tan rápidos que casi se fundían unos con otros. Toller pensó que había estado tan preocupado con el impulsor de Greturk y los acontecimientos que lo rodeaban, que prácticamente se había olvidado del impulsor infinitamente mayor que se había expandido en la zona de ingravidez. La atención general centrada en el distante Xa pareció abrir una puerta telepática:

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