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Bob Shaw: Los astronautas harapientos

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Bob Shaw Los astronautas harapientos

Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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— Sé que no lo harías; y por eso me asustas.

— Gesalla, lo único que quise decir es que debemos dejar un mensaje aquí… o en algún otro sitio donde sea encontrado y llevado al rey. Yo no puedo moverme demasiado, así que debo encomendarte la responsabilidad a ti. Te enseñaré cómo fabricar carbón y entonces encontraremos algo para…

Gesalla movía lentamente la cabeza de un lado a otro y sus ojos se ampliaron con las primeras lágrimas que Toller veía en ellos.

— Todo es falso, ¿verdad? Sólo es un sueño.

— Volar a Overland era un sueño, pero ahora estamos aquí, y a pesar de todo estamos vivos. — La atrajo hacia sí, haciendo que apoyase la cabeza en su hombro —. Yo no sé lo que nos va a ocurrir, Gesalla. Lo único que puedo prometerte es que… ¿cómo dijiste?… que no vamos a rendir nuestra vida a los carniceros. Eso debe ser suficiente para nosotros. Ahora, ¿por qué no descansas y dejas que yo te cuide, sólo para variar?

— Muy bien, Toller.

Gesalla se acomodó, amoldando su cuerpo al de él, pero teniendo cuidado con las heridas, y en un tiempo asombrosamente breve se quedó dormida. Su transición de la vigilia ansiosa a la tranquilidad del sueño fue anunciada por el más débil de los ronquidos, y Toller sonrió almacenando en la memoria el hecho para usarlo en una broma futura. El único hogar que probablemente conocerían en Overland estaría construido de tales andamiajes inmateriales.

Trató de permanecer despierto, velando por ella, pero los vapores de una insidiosa debilidad se arremolinaban en su cabeza; y la lámpara del último overlandés de nuevo resplandecía en el montón de rocas.

La única forma de escapar era cerrar los ojos…

El soldado que estaba de pie junto a él sostenía una espada.

Toller intentó moverse, para realizar alguna acción defensiva a pesar de su debilidad y del impedimento del cuerpo de Gesalla, que estaba echado sobre el suyo. Después vio que la espada de la mano del soldado era la de Leddravohr e incluso en su estado de aturdimiento pudo determinar la situación correctamente.

Era demasiado tarde para hacer algo, cualquier cosa, porque su pequeño dominio había sido rodeado, conquistado e invadido.

Otras evidencias llegaron con un cambio de la luz cuando otros soldados se movieron por la zona inmediata a la boca de la cueva. Había ruido de hombres que empezaron a hablar cuando se dieron cuenta de que ya no era preciso el silencio, y de algún sitio en la proximidad llegaron resoplidos y traspiés de un cuernoazul que caminaba por la montaña. Toller presionó el hombro de Gesalla para despertarla y aunque ésta permaneció inmóvil, advirtió su sobresalto.

El soldado con la espada se apartó y su lugar fue ocupado por un mayor de ojos rasgados, cuya cabeza era casi una silueta contra el cielo cuando bajó la vista hacia Toller.

— ¿Puedes levantarte?

— No, está demasiado enfermo — dijo Gesalla, poniéndose de rodillas.

— Puedo levantarme. — Toller se cogió al brazo de ella —. Ayúdame, Gesalla, prefiero estar de pie en este momento.

Con su ayuda logró mantenerse en una posición erguida, mirando hacia el mayor. Se sorprendió desconcertado al descubrir que, en un momento en que debería estar agobiado por el fracaso y la perspectiva de morir, le incomodaba el hecho trivial de no estar vestido.

— Bueno, mayor — dijo —, ¿es esto lo que quería?

El rostro del mayor estaba profesionalmente impasible.

— El rey te hablará ahora.

Se apartó y Toller vio la figura panzuda de Chakkell que se aproximaba. Sus ropas eran sencillas, adecuadas para un paseo campestre, pero colgado del cuello llevaba una gran joya azul que Toller había visto sólo una vez antes en Prad. Chakkell había cogido la espada de Leddravohr que sostenía el primer soldado y la aguantaba con la hoja apoyada sobre su hombro derecho, una posición neutral que rápidamente podría transformarse en un ataque. Su cara carnosa y morena y la calva marrón brillaban bajo el calor ecuatorial.

Dio dos pasos hacia Toller y lo examinó de la cabeza a los pies.

— Bien, Maraquine, te prometí que me acordaría de ti.

— Majestad, supongo que usted y sus seres queridos tienen una buena razón para recordarme. — Toller percibió que Gesalla se acercaba a él, y por el bien de ella, intentó librar sus palabras de cualquier posible ambigüedad —. Una caída de mil quinientos kilómetros habría…

— No empieces con el mismo verso otra vez — le cortó Chakkell —. ¡Y túmbate, hombre antes de que te caigas!

Hizo un gesto a Gesalla ordenándole que ayudara a Toller a echarse sobre los edredones, y al mayor y al resto de su escolta les indicó que se retiraran. Cuando se alejaron fuera del alcance de la voz, se agachó e, inesperadamente, lanzó la espada negra por encima de Toller y hacia la oscuridad de la cueva.

— Vamos a tener una breve conversación — dijo —, y no quiero que ni una palabra de esto sea repetida. ¿Está claro?

Toller asintió vacilante, preguntándose si podría añadir una esperanza a la confusión de sus pensamientos y emociones.

— Hay una cierta animosidad hacia ti entre la nobleza y los militares que hicieron la travesía — dijo Chakkell con confianza —. Después de todo, no muchos hombres han cometido dos regicidios en el espacio de tres días. Sin embargo, podría aceptarse. En el nuevo estado predomina el sentido práctico, y los colonizadores consideran que la lealtad a un rey viviente es más beneficiosa para la salud que una consideración similar a dos reyes muertos. ¿Te preguntas qué le ha ocurrido a Pouche?

— ¿Vive?

— Vive, pero enseguida comprendió que su tipo de talento de hombre de estado sería inadecuado para la situación que tenemos aquí. Está más que contento de renunciar a sus derechos al trono… si una silla hecha de trozos de una vieja barquilla de globo es digna de ese nombre.

Toller se dio cuenta de que estaba viendo a Chakkell como nunca lo había visto antes: animado, locuaz, cómodo en su entorno. ¿Era simplemente que prefería la supremacía para sí y sus descendientes en una sociedad que comenzaba que un papel secundario predeterminado en el estático y tradicionalista Kolkorron? ¿O era que poseía un espíritu aventurero liberado por las circunstancias excepcionales de la gran migración? Mirando atentamente a Chakkell, animado por su intuición, Toller experimentó un repentino optimismo y la más absoluta alegría.

Gesalla y yo vamos a tener hijos, pensó. Y no importa que tengamos que morir algún día, porque nuestros hijos tendrán hijos, y el futuro se extiende ante nosotros… sin ningún límite… sin ningún límite, excepto que…

La realidad se desvaneció para Toller y se encontró de pie sobre una roca al oeste de Ro-Atabri. Miraba a través de su telescopio al cuerpo tendido de su hermano, leyendo el último comunicado que nada tenía que ver con la venganza o los reproches personales, sino, de acuerdo con el generoso espíritu de Lain, encaminado al bien de millones de seres que aún no habían nacido.

— Príncipe… majestad… — Toller se incorporó sobre un codo para enfrentar de la mejor manera a Chakkell con la verdad que había estado reservando, pero la torsión imprudente de su cuerpo le produjo una punzada de agonía que enmudeció su voz y le obligó de nuevo a echarse sobre el lecho.

— Leddravohr estuvo a punto de matarte, ¿no? — La voz de Chakkell había perdido toda su animación.

— Eso no importa — dijo Toller, acariciando el cabello de Gesalla cuando ésta se inclinó sobre el fuego avivado de las heridas de su costado —. Usted conocía a mi hermano y sabía lo que era.

— Sí.

— Muy bien. Olvídese de mí. Mi hermano vive en mi cuerpo y habla a través de mi boca…

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