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Bob Shaw: Los astronautas harapientos

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Bob Shaw Los astronautas harapientos

Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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Leddravohr sonrió.

— Fue una buena idea. Lo de disparar el cañón, quiero decir. Me ahorrará la molestia de tener que ir a buscarla cuando haya acabado contigo.

No pierdas energías respondiendo, se dijo Toller. Leddravohr está representando una escena. Eso significa que no te está conduciendo a ninguna trampa; ¡ya la ha hecho saltar!

— Bueno, no creo que vaya a necesitar esto — dijo Leddravohr. Agarró el mango de cuero en la base de su espada, lo quitó y lo arrojó al suelo. Sus ojos estaban fijos en él, divertidos y enigmáticos.

Toller miró atentamente el mango y vio que parecía hecho en dos capas, con una delgada piel exterior que había sido rajada. Alrededor de los bordes de la raja había restos de un fango amarillo.

Toller miró su propia espada, reconociendo tardíamente el hedor que emanaba de ella, el hedor de helecho blanco, y vio más fango en la parte ancha, cerca de la empuñadura. El material negro de la hoja estaba barboteando y desprendiendo vapor, disolviéndose bajo el ataque del fango de brakka con el que había sido untada cuando las dos se cruzaron por las empuñaduras.

Acepto mi muerte, reflexionó Toller, entre los pensamientos borrosos del tiempo enloquecido de la batalla, viendo que Leddravohr se lanzaba hacia él, a condición de no hacer solo el viaje.

Alzó la cabeza y arremetió contra el pecho de Leddravohr con su espada. Éste la paró y partió la hoja por la base, que salió disparada a un lado, y en el mismo momento hizo un barrido en redondo dirigiendo una estocada al cuerpo de Toller.

Toller recibió la estocada, confiando en que lograría la última ambición de su vida. Boqueó cuando lo atravesó la hoja, procurando caer cerca de donde estaba Leddravohr. Agarró el mismo cuchillo que antes les había lanzado y, con su mano izquierda aún empalada en él, dirigió la hoja hacia arriba y la introdujo en el estómago de Leddravohr, haciéndola girar y buscando la muerte con su punta.

Leddravohr gruñó y lo empujó con desesperada fuerza, retirando al mismo tiempo su espada. Luego lo miró fijamente, con la boca abierta, durante varios segundos, después soltó la espada y cayó de rodillas. Se echó hacia delante apoyándose sobre sus manos y permaneció así, con la cabeza baja, mirando el charco de sangre que iba formándose bajo su cuerpo.

Toller liberó el cuchillo de los huesos que lo apresaban, mentalmente ajeno al dolor que se estaba infringiendo, después se apretó el costado en un esfuerzo por detener los latidos empapados de la herida de espada. Los límites de su visión se agitaban; la ladera soleada se precipitaba hacia él y se alejaba. Arrojó el cuchillo, se aproximó a Leddravohr con las piernas flexionadas y recogió la espada. Con toda la fuerza que le quedaba en su brazo derecho alzó la espada.

Leddravohr no levantó la vista, pero movió un poco la cabeza, demostrando que era consciente de los movimientos de Toller.

— Te he matado, ¿verdad, Maraquine? — dijo con voz entrecortada y enronquecida por la sangre —. Dame este último consuelo.

— Lo siento, pero sólo me has hecho un rasguño — dijo Toller, clavándole la hoja negra —. Y esto es por mi hermano… ¡príncipe!

Se giró alejándose del cuerpo de Leddravohr y con dificultad fijó su mirada en la forma cuadrada de la barquilla. ¿Se estaba balanceando por la brisa, o era el único punto inmóvil en un universo que se columpiaba mientras se disolvía?

Comenzó a andar hacia allí, intrigado por el descubrimiento de que estaba muy lejos… a una distancia mucho mayor de la que había entre Land y Overland…

Capítulo 21

El muro posterior de la cueva estaba parcialmente oculto por un montículo de grandes guijarros y fragmentos de rocas que durante siglos habían ido cayendo por una chimenea natural. Toller se entretenía mirando el montículo porque sabía que los overlandeses vivían dentro.

En realidad no los había visto, y por tanto no sabía si parecían hombres o animales en miniatura, pero era profundamente consciente de su presencia porque usaban lámparas.

La luz de las lámparas brillaba a través de las grietas de las rocas a intervalos que no coincidían con el ritmo de días y noches del mundo exterior. A Toller le gustaba imaginar a los overlandeses ocupados en sus tareas allí dentro, seguros en su destartalada fortaleza, sin preocuparse por nada que pudiera ocurrir en el universo en general.

Esto era una consecuencia de su delirio, e incluso en los períodos en que se sentía perfectamente lúcido, una diminuta lámpara podía continuar a veces resplandeciendo en el centro del montón. En esos momentos no se complacía en la experiencia. Temeroso por su cordura, miraba el punto de luz, deseando que desapareciera porque no tenía cabida en el mundo racional. A veces el deseo se cumplía rápidamente, pero en ocasiones tardaba horas en apagarse, y entonces se aferraba a Gesalla, haciendo de ella la cuerda salvavidas que le unía a todo lo que era familiar y normal…

— Bueno, no creo que estés lo bastante fuerte para viajar — dijo Gesalla con firmeza —, así que no tiene ningún sentido continuar esta conversación.

— Pero estoy recuperado casi del todo — protestó Toller, moviendo los brazos para demostrar su afirmación.

— La lengua es la única parte de ti que se ha recuperado, e incluso está haciendo demasiado ejercicio. Déjala quieta un rato y permíteme seguir con mi trabajo.

Le dio la espalda y tomó una ramita para remover el pote en donde hervían sus vestidos.

Después de siete días, las heridas de la cara y la mano izquierda no necesitaban excesivos cuidados, pero los dos pinchazos del costado todavía supuraban. Gesalla limpiaba y cambiaba los trapos cada pocas horas, un tratamiento que exigía reutilizar las escasas provisiones de compresas y vendas que había logrado fabricarse.

Toller no dudaba que habría muerto de no ser por su ayuda, pero su gratitud se teñía de preocupación por su seguridad. Suponía que la confusión inicial en la zona de aterrizaje de la flota casi había superado a la confusión de la partida, pero le parecía casi un milagro que Gesalla y él hubieran permanecido tanto tiempo sin que nadie los molestase. Cada día que pasaba, al ir disminuyendo la fiebre, la sensación de urgencia se incrementaba.

Saldremos mañana por la mariana, amor mío, pensó. Tanto si estás de acuerdo como si no.

Se recostó en la cama de edredones plegados tratando de contener su impaciencia, y dejó que su mirada vagase por el panorama que le proporcionaba la boca de la cueva. Laderas cubiertas de hierba, salpicadas aquí y allá de árboles desconocidos, bajando suavemente hacia el oeste, hasta el borde de un gran lago cuyas aguas eran de un añil puro sembrado de destellos de sol. En las orillas norte y sur había árboles alineados, franjas que se estrechaban en la lejanía de un color que, como en Land, estaba compuesto por un millón de puntos que iban desde el verde amarillento al rojo oscuro, representando árboles en diferentes estados de su ciclo de foliación. El lago se extendía hacia un horizonte occidental compuesto por los etéreos triángulos azules de las distantes montañas, sobre las cuales un cielo claro se remontaba hasta abarcar el disco del Viejo Mundo.

Era un escenario que Toller encontraba indescriptiblemente bello, y durante los primeros días pasados en la cueva fue capaz de distinguirlo con certeza de los productos de su delirio. Sus recuerdos de esos días eran fragmentarios. Tardó un tiempo en comprender que no había logrado disparar el cañón, y que Gesalla había decidido por su cuenta volver. Ella intentó restarle importancia al asunto, afirmando que si Leddravohr hubiese vencido, enseguida le habría anunciado que iba en su busca. Toller sabía que no era así.

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