Bob Shaw - Los astronautas harapientos

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Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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Tumbado en la tranquilidad de las primeras horas de la mañana, observando cómo Gesalla realizaba las tareas que ella misma había establecido, sintió una oleada de admiración por el valor e ingenio que ésta había demostrado tener. Nunca entendería cómo había logrado llevarlo hasta la silla del cuernoazul de Leddravohr, cargar las provisiones de la barquilla, y conducir al animal a pie durante kilómetros antes de encontrar la cueva. Habría sido una hazaña considerable para un hombre, pero para una mujer de frágil complexión enfrentada sola a un planeta desconocido y a todos los posibles peligros que éste pudiera deparar, era verdaderamente excepcional.

Gesalla es verdaderamente una mujer excepcional, pensó Toller. ¿Cuánto tiempo tardaría en darse cuenta de que no tenía ninguna intención de llevarla con él a los bosques?

La clara inviabilidad de su plan original abrumaba enormemente a Toller desde que había empezado a recobrar el conocimiento. Sin contar con un bebé, habría sido posible para dos personas adultas llevar algún tipo de existencia fugitiva en los bosques de Overland; pero aunque Gesalla no hubiese estado embarazada, habría hecho lo necesario para estarlo.

Le llevó un tiempo entender que en el núcleo del problema estaba también la solución. Con Leddravohr muerto, el príncipe Pouche se habría convertido en rey, y Taller sabía que era un hombre seco y desapasionado que respetaría la indulgencia tradicional que en Kolkorron se tenía con las mujeres embarazadas, especialmente cuando Leddravohr era la única persona que podría haber atestiguado sobre el uso del cañón contra él.

La tarea principal, había decidido Taller mientras se esforzaba por ignorar el resplandor de una persistente lámpara de los overlandeses en el montículo de piedras, sería mantener a Gesalla viva hasta que se hiciese evidente que esperaba al niño. Cien días le pareció un plazo razonable, pero el propio hecho de establecer un plazo había agravado e incrementado en cierto modo su inquietud por el paso veloz del tiempo. ¿Cómo hallar el equilibrio adecuado entre salir pronto, siendo sólo capaz de viajar con lentitud, y salir más tarde, cuando la rapidez de un venado podría ser insuficiente?

— ¿Qué estás rumiando? — dijo Gesalla, apartando el pote hirviendo del calor.

— Pienso en ti, y en preparar la salida de mañana.

— Te he dicho que aún no estás bien.

Se arrodilló junto a él para examinar sus vendajes, y el roce de sus manos le produjo un estremecimiento placentero.

— Creo que otra parte de mí se está empezando a recuperar — dijo.

— Eso es otra cosa para la que no estás preparado. — Le sonrió, mientras le pasaba un trapo húmedo por la frente —. En vez de eso debes comer algo.

— Un buen sustituto — gruñó, haciendo un intento vano de abrazarla mientras ella se escabullía. El movimiento repentino de su brazo, aunque fue leve, le produjo un dolor agudo en el costado y le hizo preguntarse si lograría montar el cueruoazul por la mañana.

Relegó la preocupación al fondo de sus pensamientos y observó cómo Gesalla preparaba un sencillo desayuno. Había encontrado una piedra ligeramente cóncava que usaba como hornillo. Mezclando en ella diminutos fragmentos de pikon y halvell traídos de la nave, había logrado crear calor sin humo, que no delataría su paradero a los perseguidores. Cuando terminó de calentar el guiso, una mezcla de cereales, legumbres y trozos de buey salado, le pasó un plato y le permitió comer por sí solo.

A Taller le había divertido notar, como un eco de la antigua Gesalla que él creía haber conocido, que entre «las cosas indispensables que había salvado de la barquilla había platos y utensilios de mesa. Era chocante comer en esas condiciones, con elementos domésticos comunes en el insólito marco de un mundo virgen, en la aventura romántica que habría colmado el momento de no haber sido por la incertidumbre y el peligro.

Taller no tenía hambre, pero comía con perseverancia y determinación para recuperar su fuera lo antes posible. Aparte de los resoplidos ocasionales del cuernoazul amarrado, los únicos sonidos que llegaban a la cueva eran los estruendos de las descargas polinizadoras de los brakkas. La frecuencia de las explosiones indicaba que la región estaba llena de ellos, y seguía en pie la pregunta realizada por Gesalla: si las otras formas vegetales de Overland eran desconocidas en Land. ¿por qué los dos mundos tenían en común los brakkas?

Gesalla había recogido puñados de hierba, hojas, flores y bayas para realizar un escrutinio conjunto, y con la posible excepción de la hierba sobre la que sólo un botánico podría haber emitido un juicio, todo lo demás compartía la característica común de lo insólito. Taller había reiterado su idea de que el brakka era una forma universal, que podía encontrarse en cualquier otro planeta; pero aunque no estaba acostumbrado a ponderar tales asuntos, reconoció que aquella idea le producía una cierta insatisfacción filosófica, que le hacía desear la presencia de Lain para que lo orientara.

— Hay otro ptertha — exclamó Gesalla —. ¡Mira! Veo siete u ocho yendo hacia el agua.

Taller miró en la dirección que ella indicaba y tuvo que variar el enfoque de sus ojos varias veces antes de poder discernir los destellos de las esferas incoloras, casi invisibles. Se movían flotando lentamente por la ladera en una corriente de aire generada por el enfriamiento nocturno de la superficie.

— Distingues esas cosas mejor que yo — dijo con pesar —. El de ayer estaba casi delante de mis narices cuando lo vi.

El ptertha que había sido atraído hacia ellos poco después de la noche breve del día anterior, se había acercado a diez pasos del lecho de Toller, y a pesar de lo que había sabido por Lain, la proximidad le inspiró el mismo temor que habría experimentado en Land. Si hubiera podido moverse, probablemente le habría sido imposible evitar atravesarlo con su espada. La burbuja había rondado cerca durante unos segundos antes de flotar a la deriva por la ladera en una serie de bandazos titubeantes.

— ¡Tu cara era un cuadro! — Gesalla dejó de comer un momento para parodiar la expresión de terror.

— Se me acaba de ocurrir una cosa — dijo Toller —. ¿Tenemos algo para escribir?

— No. ¿Por qué?

— Tú y yo somos las únicas personas en todo Overland que sabemos lo que Lain escribió sobre los pterthas. Ojalá se lo hubiera comentado a Chakkell. ¡Tantas horas juntos en la nave y ni siquiera lo mencioné!

— No tenías por qué saber que habría brakkas y pterthas aquí. Pensabas que todo eso lo dejabas atrás.

Toller fue poseído por una nueva y mayor urgencia que ya no tenía que ver con sus aspiraciones personales.

— Escucha, Gesalla, esto es lo más importante que cualquiera de los dos tendrá ocasión de hacer. Tienes que asegurarte de que Pouche y Chakkell escuchen y entiendan las ideas de Lain. Si dejamos tranquilos a los brakkas, para que vivan y mueran naturalmente, los pterthas de aquí nunca serán nuestros enemigos. Incluso el uso de cantidades modestas de desechos, como hacían en Chamteth, es tentar a la suerte demasiado, porque los pterthas de allí se habían vuelto rosas y eso es un signo de que…

Dejó de hablar al darse cuenta de que Gesalla lo miraba fijamente, con una extraña expresión de preocupación y reproche a la vez.

— ¿Ocurre algo?

— Dijiste que yo tenía que asegurarme de que Pouche y… — Gesalla dejó su plato y se arrodilló junto a él —. ¿Qué nos va a pasar, Toller?

Hizo esfuerzos por reírse, exagerando después los efectos del dolor que le había causado, ganando tiempo para disimular su desconcierto.

— Vamos a fundar nuestra propia dinastía, eso es lo que vamos a hacer. ¿Crees que permitiría que te ocurriese algo malo?

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