Bob Shaw - Los astronautas harapientos

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Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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Su secuencia de pensamientos se interrumpió cuando vio un cambio brusco en la expresión del rostro de Leddravohr. Fue una alarma repentina, y el príncipe dejó de mirarlo directamente. Toller se volvió y vio que Gesalla aguantaba la culata de uno de los cañones anti — ptertha de la nave. Ya había introducido la aguja de percusión y apuntaba con el arma hacia Leddravohr. Antes de que Toller pudiera reaccionar, el cañón disparó. El proyectil se convirtió en una mancha en el centro de una rociada de cristales, extendiéndose como brazos que volaran.

Leddravohr lo esquivó con éxito, apartando a su animal de la trayectoria, pero algunas partículas de vidrio se incrustaron en su rostro haciéndolo sangrar. Tras emitir un gemido, dirigió nuevamente hacia su anterior posición al galopante cuernoazul y recuperó el terreno perdido.

Mirando petrificado a Leddravohr, sabiendo que las reglas de su guerra privada se habían alterado, Toller accionó el quemador. La nave espacial era más ligera tras la marcha de Chakkell y su familia, y debería haber respondido alzándose, pero la inercia de las toneladas de gas del globo la obligaba a moverse con desesperante lentitud. Toller mantuvo el quemador rugiendo y la barquilla empezó a elevarse sobre la hierba. Leddravohr casi podía tocarla ahora y se alzaba apoyándose en los estribos. Sus ojos enajenados miraban a Toller desde una máscara de sangre.

¿Estará tan loco como para saltar a la barquilla?, se preguntó Toller. ¿Quiere encontrarse con mi espada?

En el segundo siguiente, Toller se dio cuenta de que Gesalla había pasado rápidamente junto a él y estaba en el otro cañón, en el lado de barlovento. Leddravohr la vio, echó el brazo hacia atrás y lanzó su espada.

Toller gritó una advertencia, pero la espada no iba dirigida a un blanco humano. Pasó por encima de él y se hundió hasta el mango en una banda inferior del globo. La tela se rajó y la espada cayó limpiamente, clavándose en la hierba. Leddravohr detuvo a su cuernoazul, saltó y recuperó su hoja negra. Nuevamente montó y hostigó al animal para que avanzara, pero ya no iba a alcanzar la nave, teniendo que contentarse con seguirla a distancia. Gesalla disparó el segundo cañón, pero el proyectil se hundió inofensivamente en la hierba cerca de Leddravohr, que respondió con un cortés ademán de su brazo.

Accionando aún el quemador, Toller levantó la vista y vio que la raja del lienzo barnizado de la envoltura se había extendido en la banda. A través de ella el gas iba escapando invisiblemente, pero la nave había alcanzado al fin cierto impulso y continuaba su perezoso ascenso.

Toller se sobresaltó por los gritos roncos que oyó junto a él. Dio la vuelta y descubrió que, mientras su atención se concentraba en Leddravohr, la nave había avanzado a la deriva hacia una hilera dispersa de soldados. La barquilla pasó sobre ellos a poca altura, y los soldados empezaron a correr a su lado, saltando para intentar llegar al reborde.

Sus caras eran más ansiosas que hostiles, y Toller pensó que probablemente sólo tendrían una ligera idea de lo que ocurría. Deseando no tener que atacar a ninguno de ellos, siguió lanzando gas al interior del globo y fue recompensado con una ganancia de altura angustiosamente lenta pero constante.

— ¿Puede volar la nave? — Gesalla se acercó, esforzándose por hacerse oír sobre el rugido del quemador —. ¿Estamos a salvo?

— La nave puede volar, a su manera — dijo Toller, decidiendo ignorar la segunda pregunta —. ¿Por qué lo hiciste, Gesalla?

— Seguro que lo sabes.

— Ido.

— El amor volvió a mí — dijo sonriendo con serenidad —. Después de eso no tuve elección.

El atribulado Toller debería haberse sentido perdido en los oscuros territorios del terror.

— ¡Pero atacaste a Leddravohr! Y él no perdona, ni siquiera a las mujeres.

— No necesito que me lo recuerden. — Gesalla volvió la mirada a la figura de Leddravohr que los acompañaba y, durante un momento, el desprecio y el odio velaron su belleza —. Tienes razón, Toller, no debemos rendirnos a los carniceros. Leddravohr destruyó una vez la vida que había dentro de mí, y Lain y yo completamos el crimen dejando de amarnos el uno al otro, dejando de querernos a nosotros mismos. Dimos demasiado.

— Sí, pero…

Toller respiró profundamente, haciendo el esfuerzo de otorgar a Gesalla los derechos que siempre había reclamado para él.

— ¿Pero qué?

— Tenemos que aligerar la nave — dijo él, pasándole la palanca de control del quemador.

Fue hasta el compartimento de Chakkell y empezó a arrojar bultos y cajas por la borda.

Los soldados perseguidores siguieron saltando y gritando hasta que Leddravohr los alcanzó, y sus gestas evidenciaron que estaba dando órdenes para que los paquetes fuesen llevados al lugar principal de aterrizaje. En un minuto los soldados se volvían con su cargamento, dejando a Leddravohr solo en seguimiento de la nave. El viento tenía una velocidad de unos diez kilómetros por hora y en consecuencia el cuernoazul podía seguir a un cómodo trote. Leddravohr cabalgaba un poco distante del radio efectivo de los cañones, repantigado en la silla, gastando pocas energías y esperando una situación que le fuera favorable.

Toller comprobó las reservas de halvell y pikon y descubrió que tenía suficientes cristales para al menos un día de combustión continua. Las naves de la formación real habían sido provistas con más generosidad que las otras, pero su principal preocupación estaba relacionada con la falta de respuesta de la nave. El desgarro del globo no parecía extenderse más allá de las costuras superior e inferior, pero la cantidad de gas que se escapaba por allí casi bastaba para privar a la nave de su fuerza ascensional.

A pesar del funcionamiento continuo del quemador, la barquilla no se había elevado más de seis menos y Toller sabía que el mínimo cambio adverso de las condiciones forzaría un descenso. Una repentina racha de viento, por ejemplo, podía aplastar un lado de la envoltura y expulsar una cantidad importante de gas, entregando a Gesalla y a él en manos del enemigo que acechaba con paciencia. Solo hubiera podido enfrentarse a Leddravohr, pero la vida de Gesalla también dependía del resultado de…

Fue hasta la baranda y la agarró con ambas manos, mirando fijamente a Leddravohr y deseando un arma capaz de alcanzar al príncipe desde aquella distancia. La llegada a Overland había sido muy distinta a todas sus previsiones. Ya estaba en el planeta hermano, ¡en Overland!, pero la presencia maligna de Leddravohr, la personificación de toda jerarquía y perversidad de Kolkorron, había estropeado la experiencia y hecho del nuevo mundo un descendiente del viejo. Como los pterhas incrementando sus poderes letales, Leddravohr había ampliado su radio mortífero hasta Overland. Toller debería haber sido cautivado por el espectáculo de un cielo primitivo dividido por una línea en zig- zag de frágiles naves que se extendían hasta el cenit, surgiendo de lo invisible para caer como semillas transportadas por el viento en busca de tierra fértil. Pero estaba Leddravohr.

Siempre estaba Leddravohr.

— ¿Te preocupan las montañas? — preguntó Gesalla.

Se había puesto de rodillas, fuera del alcance del campo de visión de Leddravohr, y tenía una mano alzada para manejar la palanca del quemador.

— Ahora podemos amarrarla — dijo Toller —. No hace falta que sigas aguantándola.

— Toller, ¿estás preocupado por las montañas?

— Sí. — Cogió un trozo de cordel de una caja y lo usó para atar la palanca —. Si podemos llegar a las montañas existe una posibilidad de que nos libremos del cuernoazul de Leddravohr; pero no sé si subiremos lo suficiente.

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