De hecho, era preciso lanzar con urgencia grandes cantidades de aire caliente al interior del globo. Pero hacer eso, con la carga adicional que ahora tenía, era arriesgarse a incrementar la presión interna hasta un punto que situaba a la envoltura en peligro inminente de rasgarse.
Los ojos de Toller se encontraron con los de Gesalla, y el imperativo nació en su cabeza: ¡Elijo vivir!
Dio la vuelta para sentarse en el puesto del piloto y accionó el quemador produciendo una larga y atronadora ráfaga, hinchiendo el hambriento globo con el gas caliente, y unos segundos más tarde presionó la palanca de un chorro de control de posición. La descarga del chorro se perdió en el rugido devorador del quemador, pero su efecto no disminuyó por ello.
Los otros dos miembros del vuelo real derivaron hacia un lado, fuera de su campo de visión, mientras la nave de Toller rotaba alrededor de su centro de gravedad. Se produjeron una serie de temblores y gemidos graves no humanos cuando la nave del rey se deslizó por un lado del globo y apareció sobre ellos. Uno de sus montantes de aceleración se había soltado de su punto de unión inferior y empezado a moverse y a describir circunferencias en el aire como la espada de un duelista.
Mientras Toller observaba, inmovilizado por su tarea, los movimientos perezosos tan característicos de las aeronaves se aceleraron bruscamente. La otra barquilla se colocó a su nivel y el extremo libre del montante apuñaló ciegamente el compartimento de la cocina de la nave de Toller, produciendo una peligrosa inclinación en el universo.
La reacción del impacto se transmitió a lo largo del montante y su extremo superior punzó el otro globo. Una de las costuras sufrió un desgarro, y el globo murió.
Se hundió hacia dentro, retorciéndose en una perfecta simulación de la agonía, y entonces la nave del rey cayó sin control. La fuerza de palanca ejercida por el montante volcó la barquilla de Toller sobre su lado y Overland apareció ante su vista ansiosa y expectante. Gesalla gritó al caerse contra la pared y el catalejo que sostenía salió volando por el vacío azul. Toller se lanzó hacia la cocina, arriesgándose a caer, agarró el extremo del montante y, haciendo acopio de toda su fuerza física de guerrero, lo levantó y lo soltó.
Cuando la barquilla se puso derecha, se asió a la baranda y miró a la otra nave que empezaba su zambullida mortal. A la altura de unos mil quinientos kilómetros la gravedad tenía menos de la mitad de su fuerza y el desarrollo de los acontecimientos había transcurrido con un lento movimiento que parecía un sueño. Vio al rey Prad resbalando sobre el lateral de la barquilla que caía. El rey, con su ojo ciego brillando como una estrella, alzó una mano y apuntó hacia Toller, después quedó oculto por los remolinos de los restos del globo. Ganando velocidad, buscando aún el equilibrio entre la gravedad y la resistencia del aire, la nave se redujo hasta convertirse en una mota oscilante en los límites de la visión, y finalmente se perdió en la vastedad de Overland.
Al sentir una fuerte presión psíquica, Toller alzó la cabeza y miró hacia las dos naves acompañantes. Leddravohr le observaba desde la más cercana, y cuando sus ojos se encontraron con los de Toller, extendió ambos brazos hacia él, como un hombre que tratara de abrazar a su amante. Permaneció así, implorando en silencio, e incluso cuando Toller volvió al quemador, siguió sintiendo el odio del príncipe como una espada invisible cortando su alma. El rostro gris de Chakkell le miraba desde la entrada del compartimento, dentro del cual Daseene y Corba sollozaban en silencio.
— Hoy es un día triste — dijo Chakkell con voz cortante —. El rey ha muerto.
Aún no, pensó Toller. Todavía le quedan unas horas. Y en voz alta dijo:
— Usted ha presenciado lo ocurrido. Tenemos suerte de estar aquí. No tuve elección.
— Leddravohr no lo verá así.
— No — dijo Toller pensativamente —. Él no lo verá así.
Esa noche, mientras Toller trataba en vano de dormir, Gesalla se acercó a él, y en la soledad de aquellas horas le pareció natural pasar su brazo alrededor de ella. Ésta apoyó la cabeza en su hombro y acercó la boca a su oreja.
— Toller — murmuró —, ¿qué piensas?
Iba a mentirle, pero después decidió que ya tenía suficientes dificultades.
— Pienso en Leddravohr. Tendremos que resolverlo entre nosotros.
— Quizá cambie de opinión tras meditar sobre ello durante el tiempo que falta para llegar a Overland. Quiero decir que aunque nos hubiésemos sacrificado nosotros, el rey no se habría salvado. Leddravohr no tiene más remedio que admitir que no tuviste elección.
— Yo puedo saber que no tuve elección, pero Leddravohr dirá que actué demasiado deprisa al desprenderme de la nave de su padre. Quizá yo diría lo mismo en su lugar. Si hubiese esperado un poco más, Kedalse o alguien podría haber hecho funcionar su quemador.
— No debes pensar eso — dijo Gesalla suavemente —. Hiciste lo que debías hacer.
— Y Leddravohr va a hacer lo que debe hacer.
— Tú puedes vencerlo, ¿no?
— Quizá, pero me temo que ya habrá dado órdenes para que me ejecuten — dijo Toller —. No puedo luchar contra un regimiento.
— Lo entiendo. — Gesalla se apoyó sobre un codo y bajó la vista, y en la oscuridad su rostro parecía increíblemente bello —. ¿Me amas, Toller?
Él sintió que había llegado al fin de un largo viaje.
— Sí.
— Me alegro — se incorporó y empezó a quitarse la ropa —, porque quiero un hijo tuyo.
Él la cogió por la muñeca, sonriendo tontamente sin poder creerlo.
— ¿Qué estás haciendo? Chakkell está en el quemador, justo al otro lado de este tabique.
— No puede vernos.
— Pero ésta no es la forma de…
— No me importa nada — dijo Gesalla —. Quiero que seas el padre de mi hijo, y no tenemos mucho tiempo.
— No funcionará. — Toller se dejó caer sobre los edredones —. Es físicamente imposible para mí hacer el amor en estas condiciones.
— Eso es lo que tú crees — dijo Gesalla, acercando su boca a la de él, tomando su rostro entre las manos para inducirlo a una respuesta ardiente.
El continente ecuatorial de Overland, visto desde una altura de tres kilómetros, parecía esencialmente prehistórico.
Toller estuvo mirando hacia abajo durante algún tiempo, antes de comprender por qué llegó a su mente aquel adjetivo en particular. No era la ausencia total de ciudades y carreteras, primera prueba de que el continente estaba deshabitado, sino el color uniforme de los prados.
Durante toda su vida, cualquier paisaje que hubiese contemplado desde el aire mostraba las modificaciones a que lo sometía el sistema de las seis cosechas que estaba generalizado en Land. Las hierbas comestibles y otros vegetales cultivados siempre se plantaban en franjas paralelas, en las que los colores iban desde el marrón, pasando por varios tonos de verde, hasta el amarillo pajizo; pero aquí el color de los campos era simplemente… verde.
Las soleadas extensiones del color único se reflejaban en sus ojos.
Nuestros granjeros tendrán que empezar de nuevo a seleccionar semillas, pensó. Y se tendrá que dar nombre a todas las montañas, mares y ríos. Realmente es un nuevo comienzo en un nuevo mundo. Y no creo que yo vaya a formar parte de él…
Recordando sus problemas personales, volvió su atención a los elementos artificiales del escenario. Las otras dos naves de la formación real estaban ligeramente por debajo. La de Pouche era la más distante. La mayoría de sus pasajeros iban asomados a la baranda mientras recorrían con la imaginación el planeta desconocido.
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