Bob Shaw - Los astronautas harapientos

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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— Ha sido un buen tiro — comentó Chakkeil detrás de Toller —. ¿Crees que estamos a salvo del veneno a esta distancia?

Toller asintió.

— La nave se mueve sin viento, así que el polvo no puede alcanzarnos. Ahora esos pterthas ya no son una amenaza en realidad, pero destruí a ése porque puede haber alguna turbulencia del aire al fila de la noche breve. No quiero arriesgarme a que una burbuja sea arrastrada por un remolino y se acerque a nosotros.

El moreno rostro de Chakkell reflejaba preocupación al mirar con fijeza las burbujas restantes.

— ¿Cómo logran acercarse?

— Parece ser que por pura casualidad. Si se hallan dispersas en un área del cielo y la nave se eleva a su través, ellas igualan su velocidad de ascenso. Como ocurre…

Toller se interrumpió al oír otros dos tiros de cañones, a cierta distancia, seguidos de un débil grito que parecía proceder de abajo.

Se inclinó sobre el borde de la barquilla y miró hacia allí. La convexa inmensidad de Land proporcionaba un intrincado fondo verdiazul a lo que parecía una serie interminable de globos, el más cercano de los cuales estaba a sólo cien metros y parecía muy grande. Muchos otros iban enfilados bajo ellos a distancias irregulares y en grupos azarosos, reduciendo progresivamente su tamaño aparente hasta volverse casi invisibles.

Se podían ver pterthas mezclándose con las naves que estaba más altas y, mientras Toller observaba, otro cañón disparó y acertó en una burbuja. El proyectil perdió el impulso rápidamente y desapareció de la vista en una vertiginosa caída, perdiéndose entre las nubes bajas. El grito continuó, regular como la respiración, hasta que se desvaneció gradualmente.

Toller se apartó de la baranda, preguntándose si los gritos habrían nido ocasionados por un pánico sin fundamento, o si alguien habría visto realmente a una de las burbujas revoloteando ciega, maligna y absolutamente invencible, junto a la pared de una barquilla justo antes de lanzarse a matar. Estaba experimentando una especie de alivio teñido de angustia por haber escapado de tal destino, cuando un nuevo pensamiento entró en su mente. Los pterthas no necesitaban esperar al día para acercarse. No había ninguna garantía de que una o más burbujas no llegasen hasta su propia nave al abrigo de la oscuridad; y si eso ocurría, ni él, ni Gesalla, ni ningún otro pasajero viviría para poner un pie sobre Overland.

Mientras intentaba hacerse a la idea, deslizó una mano en su bolsillo, localizando el curioso recuerdo que le había dado su padre, y dejó que su pulgar empezara a describir círculos sobre la suave superficie.

Capítulo 19

Al décimo día de vuelo, la nave se encontraba sólo a mil seiscientos kilómetros sobre la superficie de Overland, y las antiguas pautas de la noche y del día se habían invertido.

El período que Toller aún tendía a considerar como noche breve, cuando Overland ocultaba al sol, había aumentado hasta siete horas; mientras que la noche, cuando estaba en la sombra de su planeta de origen, duraba ahora menos de la mitad de ese tiempo. Estaba sentado solo en el puesto del piloto, esperando el amanecer e intentando prever el futuro de su gente en el nuevo mundo. Le parecía que incluso los nativos kolkorronianos que estaban acostumbrados a vivir siempre bajo la esfera inmóvil de Overland, podían sentirse oprimidos ante la vista del gran planeta suspendido directamente sobre ellos y privándoles de una parte mayor de día. Suponiendo que Overland no estuviera habitado, los emigrantes podrían construir su nueva nación en el lado más lejano del planeta, en las latitudes correspondientes a Chamteth en Land. Quizá llegase un tiempo en que todos los recuerdos de su origen se hubiesen olvidado y…

Los pensamientos de Toller fueron interrumpidos por la aparición, en la entrada del compartimento, del hijo de siete años de Chakkell, Setwan. El niño se acercó y apoyó la cabeza sobre el hombro de Toller.

— No logro dormir, tío Toller — murmuró —. ¿Puedo quedarme aquí contigo?

Toller colocó al niño sobre sus rodillas, sonriendo para sí al imaginar la reacción de Daseene si oyese a uno de sus hijos dirigirse a él llamándole tío.

De las siete personas confinadas en el agobiante microcosmos de la barquilla, Daseene era la única que no había cedido en nada a causa de la situación en que se encontraban. No hablaba con Toller ni con Gesalla, continuaba llevando su cofia de perlas, y únicamente se dignaba salir del compartimento de los pasajeros cuando le era imprescindible. Estuvo sin comer ni beber durante tres días enteros para no someterse a la penosa experiencia de usar el aseo primitivo hasta que no estuviesen cerca del punto medio del viaje. Sus rasgos se habían vuelto pálidos y angustiados, y, aunque la nave ya había descendido a niveles más cálidos de la atmósfera de Overland, seguía acurrucada en sus vestidos acolchados, fabricados con urgencia para el vuelo de migración. Respondía con monosílabos cuando le hablaba alguien de su familia.

Toller sentía una cierta simpatía por Daseene, sabedor de que los traumas de los últimos días habían sido mayores para ella que para cualquier otro de a bordo. Los niños, Colba, Oldo y Setwan, no habían pasado demasiados años en el privilegiado mundo de ensueño de los Cinco Palacios como para considerarlo insustituible, y tenían a su favor un sentido natural de la curiosidad y la aventura. Las responsabilidades y ambiciones de Chakkell lo habían mantenido siempre en pleno contacto con las realidades cotidianas de Kolkorron, y disponía de la energía y el ingenio suficientes como para permitirse anticipar un papel clave en la fundación de una nueva nación en Overland. Sin embargo, Toller se impresionó bastante por la forma en que el príncipe, tras un período inicial de adaptación, había decidido participar en el manejo de la nave sin esquivar ninguna tarea.

Fue particularmente escrupuloso ocupándose durante largos períodos de los micropropulsores, para proporcionar a la nave cierto control de su posición lateral. Se esperaba y aceptaba que las otras naves de la flota serían dispersadas por las corrientes de aire en un área bastante grande de Overland después de un viaje de ocho mil kilómetros, pero Leddravohr había decretado que las naves reales deberían aterrizar juntas.

Los distintos métodos para atar las cuatro naves fueron desechados por impracticables, y al fin se habían incorporado pequeños chorros propulsores horizontales, adonde se desviaba sólo una pequeña fracción de la fuerza producida por los propulsores de control de posición. Cuando se accionaban durante un tiempo largo añadían un componente lateral sutil al movimiento vertical de la nave, sin provocar la rotación sobre su centro de gravedad. Un uso asiduo de ellos había mantenido a las cuatro naves reales en íntima formación durante el vuelo.

La proximidad de las otras proporcionó a Toller uno de los espectáculos más notables de su vida, cuando el grupo pasó el punto medio y llegó el momento de voltear las naves. Aunque ya lo había experimentado antes, encontró impresionantemente bella la visión de los planetas hermanos flotando majestuosos en direcciones opuestas. Overland salió de la ocultación a que lo sometía el globo y bajó, mientras que Land, en el otro extremo de un haz invisible, ascendía sobre la pared de la barquilla.

Y con la transposición a medio completar se añadía una nueva dimensión maravillosa. Una serie de naves alejadas y empequeñecidas parecía cubrir todo el camino entre los dos planetas, con la apariencia de discos que se reducían progresivamente hasta convertirse en puntos brillantes. Varias de las que iban en dirección a Overland habían retrasado su vuelco y podían verse desde abajo con sus barquillas, accesorios y tubos propulsores dibujados con todos sus detalles sobre los mermados círculos.

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