Bob Shaw - Los astronautas harapientos

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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El hecho de que el sistema funcionara incluso en circunstancias tan extremas, hablaba bien de la capacidad organizativa de Leddravohr, Chakkell y el personal designado por ellos. Las naves seguían despegando en grupos de dos o tres, y a Toller se le ocurrió que era casi un milagro que no se produjese ningún accidente serio.

En ese momento, como si su pensamiento hubiera engendrado el suceso, la barquilla de una nave que se alzaba demasiado deprisa golpeó el borde de su recinto. La nave empezó a oscilar y, a una altura de unos sesenta metros, alcanzó a otra que había salido unos segundos antes. En uno de sus movimientos pendulares, la barquilla de la nave descontrolada chocó lateralmente contra el globo de la aeronave más lenta. La cubierta de la última se rajó y ésta perdió su simetría, agitándose y trepidando como una criatura herida que surgiera de las profundidades, y la nave se precipitó hacia tierra, arrastrando sus montantes de aceleración que se habían soltado. Cayó sobre un grupo de vagones de suministros. El impacto debió de romper los conductos de alimentación del quemador, produciendo de inmediato una llamarada y humo negro; y los ladridos de los cuernoazules lastimados o aterrorizados se sumaron a la conmoción general.

Toller trató de no pensar en la suerte de los que iban a bordo. El despegue nefasto de la otra nave parecía obra de un novato, cosa probable ya que los mil pilotos cualificados asignados a la flota de migración no estarían disponibles, posiblemente atrapados en los disturbios de la ciudad. Nuevos peligros se añadían a la estremecedora serie de riesgos que esperaban a los viajeros interplanetarios.

Sintió la cabeza de Gesalla apoyada sobre su espalda mientras atravesaban el lugar y su ansiedad por ella creció. Su delicado cuerpo estaba poco preparado para resistir el golpe que él sintió de rebote. Al acercarse al duodécimo recinto, vio que éste y otros tres adyacentes en dirección norte estaban densamente rodeados de soldados de infantería y caballería. En la zona protegida había un área de relativa calma. Cuatro globos aguardaban en su recinto, con los equipos de inflado dispuestos, y corros de hombres y mujeres lujosamente vestidos junto a montones de cajas ornamentadas y otras pertenencias. Algunos de los hombres bebían mientras estiraban el cuello para ver la nave accidentada, y un pequeño grupo de niños correteaba alrededor de sus piernas como si estuviesen jugando durante una excursión familiar.

Toller recorrió la zona con la mirada y distinguió un grupo en el que estaban Leddravohr, Chalckell y Pouche, todos de pie junto a la figura sentada del rey Prad. El soberano, acomodado en una silla corriente, miraba con fijeza al suelo, en apariencia ajeno a lo que estaba ocurriendo. Parecía viejo y deprimido, contrastando notablemente con el aspecto vigoroso que Toller recordaba.

Un joven capitán del ejército se adelantó a recibir a Toller cuando éste detuvo el cuernoazul. Pareció sorprenderse al ver a Gesalla, pero le ayudó a bajar con amabilidad y sin ningún comentario. Toller desmontó y vio que el rostro de ella estaba totalmente blanco. Se tambaleaba un poco y sus ojos tenían una mirada distante, abstraída, que le confirmó que había sido seriamente lastimada.

— Quizá deba llevarte — le dijo cuando las filas de soldados se apartaron a una señal del capitán.

— Puedo andar, puedo andar — murmuró —. Aparta tus manos, Taller; la bestia no debe ver que necesito ayuda.

Taller asintió, impresionado por su valor, y caminó delante de ella hacia el grupo real. Leddravohr volvió la cabeza hacia él y por una vez no mostró su malévola sonrisa. Sus ojos llameaban en su rostro marmóreo. Había una salpicadura roja en diagonal sobre su coraza blanca, y la sangre se estaba coagulando alrededor de la vaina de su espada, pero su comportamiento sugería más una ira controlada que la rabia enloquecida de la que había hablado Zavotle.

— Hace horas que mandé que te avisaran, Maraquine — dijo con frialdad —. ¿Dónde has estado?

— Viendo los restos de mi hermano — dijo Taller, omitiendo deliberadamente la forma de tratamiento requerida —. Hay algo muy sospechoso en su muerte.

— ¿Sabes lo que estás diciendo?

— Sí.

— Veo que has vuelto a tus antiguos modales — Leddravohr se acercó y bajó la voz —. Mi padre me hizo jurar una vez que no te haría daño, pero me permitiré faltar a ese juramento en cuanto lleguemos a Overland. Entonces, te lo prometo, te daré lo que has estado buscando desde hace tanto tiempo; pero ahora hay cosas más importantes de las que debo ocuparme.

Leddravohr se volvió y se apartó con andar cansado, haciendo una señal a los supervisores del lanzamiento. Enseguida, el equipo encargado de inflar el globo inició su trabajo, accionando con la manivela los enorme ventiladores. El rey Prad alzó la cabeza, sobresaltado, y miró a su alrededor con su único ojo inquieto. El falso talante festivo abandonó a los nobles cuando el repiqueteo de los ventiladores les comunicó que el inaudito vuelo a lo desconocido estaba a punto de empezar. Los grupos familiares se unieron, los niños dejaron de jugar, y los criados se dispusieron a transferir las pertenencias de sus amos a las naves que partirían inmediatamente después de la nave real.

Detrás de las líneas protectoras de guardianes había un mar de actividad aparentemente caótica, mientras continuaba el trabajo de preparar la flota. Los hombres coman de un lado a otro, y los vagones de suministros se movían entre las pesadas carretas que transportaban las naves espaciales hasta los recintos. A lo lejos, en el campo abierto de la base, aprovechando las condiciones climáticas casi perfectas, los pilotos de las naves de carga inflaban sus globos y despegaban sin la ayuda de protecciones contra el viento. El cielo estaba ahora atestado de naves, que se alzaban como una nube de extrañas esporas transportadas por el viento hacia el ardiente semicírculo de Overland.

Taller se sentía perplejo ante aquel espectáculo, la prueba de que, llevados al límite, los miembros de su propia especie tenían el valor y la capacidad de saltar como dioses de un planeta a otro, pero también se sentía estupefacto por lo que acababa de oír de boca de Leddravohr.

El juramento del que había hablado Leddravohr explicaba ciertas cosas, pero ¿por qué se le había exigido eso de forma primordial? ¿Qué había impulsado al rey a elegir a uno de entre sus tantos súbditos para colocarlo bajo su protección personal? Intrigado por el nuevo misterio, Taller dirigió una mirada a la figura sentada del rey y experimentó un estremecimiento al descubrir que éste le observaba fijamente. Un momento después el rey apuntaba con un dedo a Taller, lanzando una cuerda de fuerza psíquica a través de los grupos de espectadores, y haciéndole señas después. Ignorando las curiosas miradas de los ayudantes reales, Taller se aproximó al rey e hizo una reverencia.

— Me has servido bien, Taller Maraquine — dijo Prad con voz cansada pero firme —. Y ahora pienso encomendarte otra responsabilidad más.

— Sólo tiene que mencionarla, majestad — replicó Toller, incrementando su sensación de irrealidad cuando Prad le indicó que se acercara y agachase para recibir un mensaje privado.

— Ocúpate de que — susurró el rey — mi nombre sea recordado en Overland.

— Majestad… — Toller se incorporó confundido —. Majestad, no entiendo.

— Ya lo entenderás. Ahora ve a tu puesto.

Toller hizo una reverencia y se retiró, pero antes de que tuviera tiempo de analizar la breve conversación, fue requerido por el coronel Kartkang, antiguo administrador jefe del E.E.E. Tras la disolución del Escuadrón Experimental, el coronel había adquirido la responsabilidad de coordinar la marcha del vuelo real, una tarea que difícilmente podía haber previsto que tendría lugar en condiciones tan adversas. Sus labios se movieron silenciosamente mientras indicaba a Toller el lugar donde Leddravohr daba instrucciones a tres pilotos. Uno de ellos era Ilven Zavotle y otro Gollav Amber, un hombre experto que se había presentado como candidato para el vuelo de prueba. El tercero era robusto, con barba rojiza, de unos cuarenta años, que llevaba el uniforme de comandante espacial. Tras pensar un momento, Toller lo identificó como Halsen Kedalse, antes capitán del aire y mensajero real.

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