Bob Shaw - Los astronautas harapientos

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Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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— …decidido que viajaremos en naves independientes — decía Leddravohr, mientras su mirada aleteaba hacia Toller —. Maraquine, el único oficial que tiene experiencia en conducir una nave más allá del punto medio, tendrá la responsabilidad de pilotar la nave de mi padre. Yo volaré con Zavotle. El príncipe Chakkell irá con Kedalse y el príncipe Pouche con Amber. Cada uno de vosotros se dirigirá ahora la nave designada y se preparará para ascender antes de que la noche breve esté sobre nosotros.

Los cuatro pilotos saludaron, e iban a dirigirse a los recintos, cuando Leddravohr los detuvo alzando una mano. Los estudió durante lo que pareció un largo rato, con gesto vacilante, antes de hablar de nuevo.

— Pensándolo bien, Kedalse ha llevado a mi padre muchas veces durante su largo servicio como capitán del aire. Él volará en la nave del rey en esta ocasión, y el príncipe Chakkell irá con Maraquine. Eso es todo.

Toller volvió a saludar antes de volverse, preguntándose qué sentido tendría el cambio de idea de Leddravohr. Había comprendido la insinuación de Toller cuando éste expresó sus dudas sobre la muerte de Lain. ¡Mi hermano está muerto! ¿Era eso un indicio de culpabilidad? ¿Había sido un pensamiento retorcido y grotesco lo que había hecho que Leddravohr se negase a confiar la vida de su podré a un hombre cuyo hermano había asesinado, o al menos causado la muerte?

El inconfundible sonido de un pesado cañón disparado en algún lugar lejano le recordó a Toller que no había que perder tiempo en especulaciones. Buscó a Gesalla. Estaba de pie, sola, aislada de la actividad circundante, y algo en su postura le indicó que continuaba sintiendo un profundo dolor. Corrió a la barquilla donde el príncipe Chakkell aguardaba con su esposa, hija y dos hijos pequeños. La princesa Daseene, con su diadema de perlas, y los niños miraron a Toller con una expresión de cautelosa curiosidad, e incluso Chakkell parecía cuidar de sus modales. Estaban todos tremendamente aterrados, comprendió Toller, y una de las incógnitas que les preocupaba era el tipo de relación que sería dictado por el hombre en cuyas manos la suerte había confiado sus vidas.

— Bueno, Maraquine — dijo Chakkell —, ¿vamos a salir?

Toller asintió.

— Podemos despegar sin ningún riesgo dentro de unos minutos, príncipe; pero hay una dificultad.

— ¿Una dificultad? ¿Qué dificultad?

— Mi hermano murió ayer. — Toller hizo una pausa, aprovechando la ansiedad que asomaba en los ojos de Chakkell —. Mi obligación hacia su viuda sólo puede ser saldada si la llevo conmigo en este vuelo.

— Lo siento, Maraquine, pero es imposible — dijo Chakkell —. Esta nave está destinada a mi uso personal.

— Lo sé, príncipe, pero usted es un hombre que entiende los lazos familiares, y puede apreciar que es imposible para mí abandonar ala viuda de mi hermano. Si ella no puede viajar en esta nave, debo declinar el honor de ser su piloto.

— Estás hablando de traición — dijo airadamente Chakkell, secándose el sudor de su calva morena —. Yo… Leddravohr debería haberte ejecutado en el acto cuando te atreviste a desobedecer sus órdenes.

— También lo sé, príncipe, y hubiera sido una gran pérdida para muchos. — Toller dirigió una sonrisa sutil a los niños que observaban —. Si yo no estuviese aquí, un piloto inexperto le hubiera llevado junto con su familia por esa extraña región que se interpone entre dos mundos. Yo conozco todos los terrores y peligros del punto medio, ya sabe, y podría protegerles contra ellos.

Los dos chicos mantuvieron la mirada sobre él, pero la niña escondió la cara en las faldas de su madre. Chakkell la miró con ojos apenados y arrastró los pies en una agonía de frustración como si, por primera vez en su vida, tuviera que pensar en subordinarse a los deseos de un hombre corriente. Toller le sonrió con falsa simpatía y pensó, si esto es el poder, espero no necesitarlo nunca más.

— La viuda de tu hermano puede viajar en mi nave — dijo al fin Chakkell —. Y no olvidaré esto, Maraquine.

— Yo también lo recordaré siempre con gratitud — dijo Toller.

Mientras subía al puesto del piloto en la barquilla, se resignó a acrecentar la enemistad de Chakkell hacia él, pero no podía sentir culpa ni vergüenza por ello. Había actuado deliberaba y racionalmente para lograr lo que necesitaba, contrastando con el Toller Maraquine de antes, y tenía el consuelo adicional de saber que estaba en armonía con la realidad de la situación. Lain, ¡Mi hermano está muerto!, había dicho una vez que Leddravohr y los suyos pertenecían al pasado, y Chakkell acababa de justificar esas palabras. A pesar de los cambios catastróficos que habían trastornado al mundo, hombres como Leddravohr y Chakkell actuaban como si Kolkorron fuera a reproducirse en Overland. Sólo el rey parecía haber intuido que todo sería diferente.

Apoyando su espalda contra el tabique, Toller hizo una señal al equipo de inflado indicándole que ya estaba dispuesto para empezar a quemar. Dejaron de dar vueltas a la manivela y arrastraron a un lado el ventilador, permitiendo a Toller una clara visión del interior del globo. La envoltura, parcialmente llena de aire frío, se aflojaba y ondulaba entre los montantes de aceleración. Toller lanzó una serie de ráfagas al interior, ahogando el sonido de los otros quemadores que funcionaban en la hilera de recintos, observando cómo se hinchaba el globo y se levantaba del suelo. Al alcanzar la posición vertical, los hombres que aguantaban las cuerdas de la corona, las acortaron y ataron al bastidor de carga de la barquilla, y otros volcaron la ligera estructura hasta que quedó en posición horizontal. El enorme conjunto formado por el globo y la barquilla, ahora más ligero que el aire, empezó a tensar suavemente su ancla central, como si Overland lo estuviese llamando.

Toller saltó de la barquilla e hizo un gesto a Chakkell y a los ayudantes que esperaban; indicando que podían subir los pasajeros y el equipaje. Se acercó a Gesalla y ésta no hizo ninguna objeción cuando él se colgó su fardo al hombro.

— Estamos listos para salir — dijo —. Podrás tumbarte y descansar en cuanto estemos a bordo.

— Pero ésa es una nave real — respondió, retrasándose inesperadamente —. Supongo que encontraré un sitio en otra.

— Gesalla, por favor, olvida todo lo que se supone que tenía que ocurrir. Muchas naves no lograrán despegar y es probable que se vierta sangre en la lucha por lograr un puesto en alguna que lo consiga. Tienes que venir ahora.

— ¿Ha dado el príncipe su consentimiento?

— Ya lo hemos hablado, y acepta.

Toller cogió a Gesalla del brazo y caminó hacia la barquilla. Subió a bordo primero y descubrió que Chakkell, Daseene y los niños habían ocupado ya sus puestos en uno de los compartimentos de pasajeros, asignando tácitamente el otro a Gesalla y a él. Ésta se encogió de dolor cuando le ayudó a subir por un lado; y en el momento en que le indicó el compartimento libre, se tendió sobre los edredones de lana almacenados allí.

Se desprendió de la espada, colocándola junto a ella, y volvió al puesto de piloto. Un fuerte cañonazo sonó de nuevo a lo lejos, en el momento en que reactivó el quemador. La nave estaba poco cargada en comparación con la que había emprendido el vuelo de prueba, y esperó menos de un minuto para tirar del ancla. Se produjo un suave balanceo y las paredes del recinto empezaron a deslizarse verticalmente hacia abajo. El ascenso continuó bien, incluso cuando el globo salió al aire libre, y en pocos segundos Toller tuvo una visión panorámica de la base. Las otras tres naves del vuelo real, que se distinguían por las franjas blancas en los laterales de las barquillas, habían despegado ya de sus recintos y volaban un poco por encima. Los otros lanzamientos se habían detenido temporalmente, pero aún tenía la impresión de que el aire estaba abarrotado, y observó con atención a las naves acompañantes hasta que el inicio de una brisa en dirección oeste las separó un poco.

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