Bob Shaw - Los astronautas harapientos

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Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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Gesalla se volvió y lo miró con ojos sabios y sombríos.

— Gracias por venir, Toller.

— Es sobre Lain — dijo, entrando en la habitación —. Me temo que traigo malas noticias.

— Sabía que estaba muerto cuando no recibí ningún mensaje al anochecer. — Su voz era fría, enérgica —. Sólo me faltaba la confirmación.

Toller no esperaba esa falta de emoción.

— Gesalla, no sé cómo decírtelo… en un momento como éste… pero has visto los incendios de la ciudad. No tenemos otra salida que…

— Estoy preparada para marchar — dijo Gesalla, cogiendo un envoltorio bien atado que había sobre una silla —. Éstas son todas las pertenencias personales que necesito. O, al menos, las que he decidido llevarme. No es demasiado, ¿verdad?

Él observó su bello e imperturbable rostro durante un instante, luchando contra un resentimiento irracional.

— ¿Tienes idea de adónde vamos?

— ¿Dónde sino a Overland? Las naves espaciales están saliendo. Según lo que he podido descifrar de los mensajes de luminógrafo procedentes del Palacio Principal, la guerra civil ha estallado en Ro-Atabri y el rey ya ha escapado. ¿Crees que soy estúpida, Toller?

— ¿Estúpida? No, eres muy inteligente, muy lógica.

— ¿Esperabas que estuviese histérica? ¿Tenía que ser sacada de aquí, gritando que me daba miedo ir al espacio, en donde sólo el heroico Toller Maraquine ha estado?

¿Tenía que llorar y rogar que me diesen tiempo para poner flores sobre la tumba de mi marido?

— No, no esperaba que llorases. — Toller estaba consternado por lo que decía, pero era incapaz de contenerse —. No esperaba que fingieses pesar.

Gesala le abofeteó la cara con un movimiento tan rápido de la mano que no tuvo oportunidad de evitarlo.

— No vuelvas a decirme algo así otra vez. ¡No vuelvas a hacer ese tipo de presuposiciones sobre mí! Ahora, ¿nos marchamos o vamos a quedarnos aquí hablando todo el día?

— Cuanto más pronto nos marchemos mejor — dijo él petrificado, resistiendo las ganas de tocarse la mejilla que le escocía —. Llevaré tu paquete.

Gesalla le arrebató el fardo y lo colgó de su hombro.

— Lo hice para llevarlo yo; tú ya tienes bastante que hacer.

Se deslizó ante él hacia el pasillo y, moviéndose con suavidad y rapidez, llegó a la escalera principal antes que él la alcanzara.

— ¿Qué hay de Sany y los otros criados? — preguntó Toller —. No me gusta la idea de dejarlos.

Ella negó con la cabeza.

— Lain y yo intentamos convencerlos de que pidieran los salvoconductos, y no lo conseguimos. No puedes obligar a la gente a irse, Toller.

— Supongo que tienes razón. — Caminó junto a ella hasta la puerta, dirigiendo una mirada nostálgica al vestíbulo, y salió hacia el patio donde aguardaba el cuernoazul —. ¿Dónde está tu carruaje?

— No lo sé. Lain se lo llevó ayer.

— ¿Eso significa que tendremos que montar juntos?

Gesalla suspiró.

— No pienso ir corriendo a tu lado.

— Muy bien.

Sintiéndose extrañamente cohibido, Toller trepó a la montura y extendió una mano a Gesalla. Se sorprendió de la poca fuerza que tuvo que hacer para ayudarle a colocarse de un salto tras él, y aún más cuando ella deslizó los brazos alrededor de su cintura y se apretó contra su espalda. Era preciso cierto contacto corporal, pero casi parecía como si… Rechazó el pensamiento antes de que se completara, avergonzado por su obscena predisposición a pensar en Gesalla dentro de un contexto sexual puso el cuernoazul a trote rápido.

Al salir del recinto y tomar el camino del noroeste, vio que había muchas más naves en el cielo sobre la base, reduciéndose a pequeñas manchas al ser absorbidas por las profundidades azules de la atmósfera superior. Por él movimiento de éstas, se apreciaba una ligera corriente hacia el este, lo que significaba que el caos de la salida podía complicarse aún más por la llegada de los pterthas. A su izquierda, las torres de humo que subían de la ciudad eran cortadas horizontalmente y dispersadas al alcanzar las corrientes de aire de los niveles altos. Los árboles que se quemaban producían de vez en cuando explosiones polvorientas.

Toller cabalgó montaña abajo con tanta rapidez como era posible manteniendo la seguridad. Las calles estaban vacías como antes, pero se habían incrementado los ruidos de tumultos que provenían directamente del frente hacia donde iban. Emergió de la última protección de edificios abandonados y descubrió que había cambiado el escenario en la periferia de la base.

La ruptura de la barricada se había agrandado y varios grupos, en un total de unas cien personas, se habían reunido allí, siéndoles impedida la entrada al recinto por las filas de infantería. Arrojaban piedras y trozos de madera a los soldados, quienes a pesar de estar armados con espadas y jabalinas, no respondían al ataque. Varios oficiales montados, permanecían tras los soldados, y Toller supo por sus espadas empuñadas y los destellos verdes en sus hombros que pertenecían al regimiento de Sorka, hombres que eran leales a Leddravohr y no tenían ningún vínculo particular con Ro-Atabri. Era una situación que podía desencadenar una carnicería en cualquier momento; y si eso ocurría, los soldados rebeldes se verían obligados a convertir aquello en el teatro de una guerra en miniatura.

Hostigó al cuernoazul para que galopase. El potente animal respondió con prontitud, recorriendo la distancia que lo separaba del lugar en pocos segundos. Toller esperaba sorprender a los alborotadores completamente desprevenidos y abrirse paso entre ellos sin que tuvieran tiempo de reaccionar, pero los golpes de los cascos contra el barro duro atrajeron la atención de los hombres, que se volvieron para coger piedras.

— Allí hay un chaqueta azul — oyó gritar —. ¡Coged a ese sucio chaqueta azul!

La vista del animal cargando decididamente y la espada de batalla de Toller fueron suficientes para despejar su camino, pero no pudieron evitar las rociadas intermitentes de proyectiles. Toller recibió fuertes golpes en el brazo y en el muslo, y un trozo de esquisto incidió directamente sobre los nudillos de la mano que aguantaba las riendas. Condujo al cuernoazul a través de los maderos derribados de la barricada y casi había llegado a las líneas de soldados, cuando oyó un golpe y sintió el impacto transmitido a través del cuerpo de Gesalla. Ésta jadeó y se soltó durante un breve momento, recobrando de inmediato el dominio de sí misma. Las líneas de soldados se apartaron para abrirle paso. Después obligó al cuernoazul a pararse.

— ¿Te hizo daño? — preguntó a Gesalla, sin poder volverse en la silla o desmontar por lo fuertemente que ella le agarraba.

— No es nada serio — respondió con una voz apenas audible —. Debes seguir.

Un teniente con barba se aproximó a ellos, los saludó y cogió la brida del cuernoazul.

— ¿Es usted el capitán espacial Toller Maraquine?

— Sí.

— Debe presentarse inmediatamente ante el príncipe Leddravohr en el Recinto 12.

— Eso es lo que intento hacer, teniente — dijo Toller —. Será mejor que se aparte.

— Señor, las órdenes del príncipe Leddravohr no mencionaban a una mujer.

Toller levantó las cejas y miró al teniente a los ojos.

— ¿Cómo dice?

— Yo… nada, señor.

El teniente soltó la brida y se apartó.

Toller animó al cuernoazul para que avanzase, conduciéndolo entre el alboroto de los recintos de los globos. Se había descubierto, aunque nadie había explicado el fenómeno, que las barreras perforadas protegían mejor a los globos de las alteraciones del aire que las cubiertas continuas. El cielo brillaba en el oeste a través de las aberturas cuadradas de los recintos, haciendo que pareciesen más que nunca una hilera de torres altas, a los pies de las cuales estaba la hirviente actividad de miles de trabajadores, la tripulación aérea y los emigrantes con todos sus bultos y provisiones.

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