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Bob Shaw: Los astronautas harapientos

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Bob Shaw Los astronautas harapientos

Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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La sonrisa de Leddravohr apareció muy blanca en un rostro irreconocible a causa de los rastros de sangre seca. Su pelo estaba enmarañado y la coraza, que ya tenía manchas de sangre antes del vuelo de migración, estaba sucia con lo que parecía comida digerida parcialmente. Toller se alejó de la estrechez que le imponían los tres árboles, pensando en las tácticas de combate.

¿Era posible que Leddravohr fuese uno de esos hombres que aunque no temen a nada, son dominados por la acrofobia? ¿Era ésa la razón de que lo hubiera visto tan poco durante el vuelo? En tal caso, Leddravohr no se encontraría lo bastante bien para embarcarse en una lucha prolongada.

Las espadas de combate kolkorronianas eran armas de dos filos cuyo peso excluía su usa en los duelos formales. Estaban limitadas a cortes simples y a estocadas que por lo general podían ser frenadas o desviadas por un oponente con reacciones rápidas y buena vista. En las mismas condiciones, el vencedor de una contienda tendía a ser el hombre con mayor fuerza y resistencia física. Toller tenía una ventaja natural, ya que era al menos diez años más joven que Leddravohr, pero esa ventaja estaba contrarrestada por la incapacidad de su mano izquierda. Ahora tenía razones para suponer que el equilibrio se restablecía en su favor; y sin embargo, Leddravohr, enormemente experimentado en tales asuntos, no había perdido nada de su arrogancia…

— ¿Por qué tan pensativo, Maraquine? — Leddravohr se movía con Toller para mantener la línea de combate —. ¿Estás inquieto por el fantasma de mi padre?

Toller negó con la cabeza.

— Por el fantasma de mi hermano. Aún no hemos arreglado ese asunto.

Para su sorpresa, comprobó que aquellas palabras alteraron la compostura de Leddravohr.

— ¿Por qué me cargas a mí con eso?

— Creo que eres responsable de la muerte de mi hermano.

— Te dije que el imbécil fue responsable de su propia muerte. — Leddravohr dio una furiosa estocada con su espada y las dos hojas se tocaron por primera vez —. ¿Por qué iba a mentirte entonces o ahora? Le rompió la pata a su animal y rehusó montar en el mío.

— Lain no habría hecho eso.

— ¡Lo hizo! Te digo que podría estar a tu lado en este momento, y ojalá estuviese; así tendría el placer de partiros el cráneo a los dos.

Mientras Leddravohr hablaba, Toller aprovechó la oportunidad para mirarse la mano herida. De momento no le dolía demasiado, pero la sangre corría constantemente por el puño del cuchillo y después goteaba en el suelo. Cuando movió la mano, la hoja permaneció en su lugar, trabada hasta la empuñadura entre los huesos. La herida, aunque no le impedía pelear, podría tener un efecto progresivo sobre su fuerza y su capacidad de lucha. Le convenía que el duelo acabase lo antes posible. Se propuso no hacerse eco de las mentiras que Leddravohr estaba contando sobre su hermano, y buscó una razón para explicar el sorprendente hecho de que un hombre cuya potencia debería haber sido disminuida por doce días de trastornos y mareos, se mostrase presuntuosamente seguro de la victoria.

¿Había un indicio importante que le había pasado inadvertido?

Estudió de nuevo a su oponente (las décimas de segundos se convertían en minutos en su estado de excitación) y lo único que vio fue que Leddravohr había cubierto su espada. Los soldados de todas partes del imperio kolkorroniano, principalmente de Sorka y Middac, tenían la costumbre de cubrir la base de la hoja con cuero, de forma que en determinadas circunstancias una mano se colocaba sobre ella y la espada podía usarse como un arma que se aguantaba con dos manos. Toller nunca había encontrado demasiado mérito en la idea, pero decidió ser sumamente cauteloso por si se producía una variación inesperada del ataque de Leddravohr.

Pronto concluyeron los preparativos.

Cada hombre había buscado una posición que en lo esencial no era mejor que cualquier otra, pero que le satisfacía de una forma indefinible por ser la más propicia, la que más se ajustaba a su propósito. Toller tomó la iniciativa, sorprendido de que se le permitiese esa ventaja psicológica, empezando con una serie de sablazos a izquierda y derecha, que rápidamente obtuvieron respuesta. Como era inevitable, Leddravohr paró fácilmente cada golpe, pero los impactos de su hoja no fueron tan fuertes como Toller esperaba. Parecía como si la espada de Leddravohr cediese un poco a cada golpe, insinuando una importante falta de fuerza.

En pocos minutos puede decidirse todo, se regocijó Toller. Después su instinto de supervivencia se reafirmó. ¡Peligroso pensamiento! ¿Lo habría perseguido lxddravolzr hasta allí, solo, sabiendo que estaba incapacitado para luchar?

Toller hizo una finta y cambió de posición, aguantando su mano sangrante junto al cuerpo. Leddravohr se acercó a él a una velocidad desconcertante, creando un triángulo bajo de barrido que casi obligó a Toller a defender más su brazo inútil que la cabeza o el cuerpo. La embestida terminó con un revés de Leddravohr que pasó fugazmente bajo la barbilla de Toller, haciéndole sentir el corte del aire frío. Dio un paso atrás y pensó que el príncipe, aun en una situación debilitada, era un rival para un soldado en excelentes condiciones.

¿Era este resurgimiento de fuerzas la trampa que sospechó que Leddravohr le preparaba? En ese caso, era vital no dejarle espacio para respirar ni tiempo para recuperarse. Toller reanudó su ataque en el acto, iniciando una secuencia de acometidas sin descansos apreciables, usando toda su fuerza pero al mismo tiempo acompañando a la furia con la inteligencia, no permitiendo al príncipe descanso mental o físico.

Leddravohr respiraba ahora con dificultad, obligando a ceder terreno. Toller vio que estaba retrocediendo hacia un grupo de matorrales espinosos y lo obligó a aproximarse esperando el momento en que estuviese distraído, inmovilizado o perdiese el equilibrio. Pero Leddravohr, demostrando su talento para el combate, pareció advertir la presencia de los matorrales sin volverla cabeza.

Se salvó parando la hoja de Toller con un contragolpe en círculo digno de un maestro de la espada corta, provocando su defensa, y haciendo que ambos hombres se desplazaran a una nueva posición. Durante un segundo, los dos estuvieron apretados uno con otro, pecho con pecho, las espadas trabadas en los puños por encima, en el vértice de un triángulo formado por sus brazos derechos extendidos.

Toller sintió el calor del aliento de Leddravohr y olió la fetidez de sus vómitos, después el contacto se rompió al intentar bajar su espada, convirtiéndola en una palanca irresistible que consiguió separarlos.

Leddravohr saltó hacia atrás e inmediatamente a un lado para dejar los matorrales espinosos entre ellos. Su pecho se henchía con rapidez, evidenciando su creciente cansancio, pero, curiosamente, parecía haber sido estimulado por el estrecho margen con que había escapado del peligro. Se inclinaba ligeramente hacia adelante en una actitud que sugería una nueva vehemencia, y sus ojos se volvieron más vivos e irónicos entre las filigranas de sangre seca que cubrían su cara.

Algo ha ocurrido, pensó Toller, sintiendo en su piel el hormigueo del recelo. ¡Leddravohr sabe algo!

— Por cierto, Maraquine — dijo Leddravohr, con un tono casi cordial —, oí lo que le decías a tu mujer.

— ¿Sí? — dijo Toller, en tono irónico.

A pesar de su alarma, una parte de la conciencia de Toller estaba ocupada en el hecho de que el desagradable olor que había soportado estando en contacto con Leddravohr permanecía con intensidad en sus fosas nasales. ¿Era únicamente la acidez de la comida vomitada o había algún otro olor allí? ¿Algo extrañamente familiar y con un significado de muerte?

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