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Bob Shaw: Los astronautas harapientos

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Bob Shaw Los astronautas harapientos

Los astronautas harapientos: краткое содержание, описание и аннотация

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Los mundos gemelos, Land y Overland, sólo estan separados por unos miles de kilómetros; y sus órbitas son tales que Overland siempre aparece situado en el mismo lugar en el cielo, llenando gran parte de él y visible en todos sus detalles, cuando se asoma sobre Land. Los humanos que habitan Land, al carecer de metales, sólo han podido desarrollar una tecnología de bajo nivel. Durante siglos, han vivido de forma bastante estable; pero en el momento en que comienza esta historia, su existencia está amenazada. Los pterthas, una especie de burbujas llenas de humo que flotan en el aire y que siempre han sido peligrosas, parecen haber declarado la guerra a la humanidad. Ni los filósofos, que tienen a su cargo la investigación científica además de ser los elaboradores de las teorías y sustentadores de las ideas, ni los militares dirigidos por el príncipe Leddravohr, ni el Industrial supremo, príncipe Chakkell, ni aun el mismo rey Prad, comprenden la magnitud del peligro y la acuciante necesidad de encontrar una solución. Sólo Glo, el gran Filósofo, viejo, decadente, borracho y menospreciado por todos, incluidos los de su clase, propone una solución audaz y aparentemente inaceptable.

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— No tengo miedo, ¿sabes? — Gesalla le tocó la mano —. Si prefieres bajar ahora y enfrentarte a él, no me importa.

— No, nos alejaremos tanto como podamos. Tenemos comida y bebida y podemos mantenernos fuertes mientras Leddravohr se vaya debilitando. — Le dirigió lo que suponía que era una sonrisa tranquilizadora —. Además, la noche breve llegará pronto y eso nos favorece, porque el globo funcionará mejor en el aire frío. Quizá todavía podamos establecer nuestra pequeña colonia en Overland.

La noche breve era más larga que en Land; y cuando acabó, la barquilla estaba a una altura de algo más de sesenta metros la cual era mayor de lo que Toller había esperado. Las laderas inferiores de las colinas sin nombre se deslizaban bajo la nave, y ninguno de los cerros que se veían parecía suficientemente alto como para rozarla. Consultó el mapa que había dibujado mientras viajaban.

— Hay un gran lago a unos quince kilómetros detrás de las colinas — dijo —. Si logramos atravesarlas volando, será posible que…

— ¡Toller! Creo que he visto un ptertha. — Gesalla le asió el brazo mientras apuntaba hacia el sur —. ¡Mira!

Toller tiró el mapa a un lado, cogió los gemelos y examinó la zona del cielo señalada. Iba a preguntar a Gesalla algo más sobre su afirmación, cuando descubrió una mancha esférica, un destello de sol casi invisible reflejado en algo transparente.

— Creo que tienes razón — dijo —. Y es incoloro. Eso es lo que quería decir Lain. No tiene color porque… — pasó los gemelos a Gesalla —. ¿Puedes ver algún árbol de brakka?

— No sabía que se pudiera ver tanto con estos anteojos. — Gesalla hablaba con infantil entusiasmo, el que podría haber tenido en un viaje del placer, mientras estudiaba la ladera —. La mayoría de los árboles no se parecen a ninguno de los que he visto antes, pero creo que hay brakkas entre ellos. Sí, estoy segura. ¡Brakkas! ¿Cómo es posible, Toller?

Suponiendo que ella intentaba distraer su mente de lo que iba a ocurrir, Toller dijo:

— Lain escribió que los brakkas y los pterthas van juntos. Quizá las descargas de los brakkas son tan fuertes que lanzan sus semillas hacia arriba, dentro… No, eso sólo ocurre con el polen, ¿no? Quizá los brakkas crecen en todas partes, en Farland y en cualquier otro planeta.

Dejando que Gesalla siguiera observando con los gemelos, Toller se inclinó sobre la baranda y volvió su atención a Leddravohr, su perseguidor implacable.

Durante horas, Leddravohr había estado hundido en su silla de montar, dando la impresión de estar dormido, pero ahora, como preocupado porque su caza podía estar a punto de esquivarle, se incorporó. No llevaba casco, pero se protegía los ojos del sol con la mano mientras iba guiando al cuernoazul a través de los árboles y los grupos de matorrales que salpicaban la ladera que escalaba. Hacia el este, el lugar del aterrizaje y la línea de globos descendentes se habían perdido en la distancia azul brumosa, y parecía como si Gesalla, Toller y Leddravohr tuvieran todo el planeta para ellos solos. Overland se había convertido en un enorme ruedo bajo el sol, aguardando desde el principio de los tiempos…

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un repentino ruido de aleteo en el globo.

El sonido fue seguido por un flujo de aire caliente lanzado hacia abajo, lo que le indicó que la nave había tropezado con una corriente turbulenta que soplaba desde un cerro secundario. La barquilla empezó a balancearse bruscamente. Toller fijó su mirada en el pico principal, que ahora estaba a sólo doscientos metros sobre la línea de vuelo. Sabía que si lograban pasar por encima, el globo podría recuperarse, pero en el momento de mirar la barrera rocosa se dio cuenta de que la situación era desesperada. La nave, que tanto se había resistido a emprender vuelo, estaba abandonando el medio aéreo, flotando decididamente hacia la vertiente de la montaña.

— Agárrate a algo — gritó Toller —. ¡Estamos bajando!

Quitó las ataduras de la palanca extensible y apagó el quemador. Unos segundos después la barquilla empezó a rozar las copas de los árboles produciendo un silbido. Los ruidos crecieron y la barquilla se sacudió con violencia al chocar con ramas y troncos cada vez más gruesos. Por encima y detrás de Toller el globo deformado se rasgó lanzando una serie de chirridos y crujidos al enredarse entre los árboles, frenándose el movimiento lateral de la nave.

La barquilla cayó en vertical cuando se aflojaron sus cables de carga, se soltó en dos de las esquinas y volcó, casi lanzando a sus ocupantes entre una lluvia de edredones y pequeños objetos. Increíblemente, después del traqueteante y peligroso avance sobre las copas de los árboles, Toller descubrió que podía descender con facilidad a la tierra musgosa. Se volvió y cogió a Gesalla, que estaba subida a un montante, y la bajó junto a él.

— Debes irte de aquí — le dijo con urgencia —. Vete al otro lado de la montaña y busca un sitio para esconderte.

Gesalla le rodeó con sus brazos.

— Tengo que quedarme contigo. Puedo ser una ayuda.

— Créeme, no podrás ayudarme. Si nuestro hijo está creciendo dentro de ti, debes darle una oportunidad de vivir. Si Leddravohr me mata, puede que no vaya tras de ti, especialmente si está herido.

— Pero… — los ojos de Gesalla se agrandaron cuando el cuernoazul resopló a corta distancia —. Pero no sabré lo que ha ocurrido.

— Dispararé el cañón si venzo. — Giró a Gesalla y la empujó con tal fuerza que ésta se vio obligada a empezar a correr para no caerse —. Vuelve sólo si oyes el cañón.

Esperó de pie observando a Gesalla, que se volvió varias veces, hasta que desapareció entre la espesura de los árboles. Había sacado su espada y buscaba algún espacio claro en donde luchar, cuando se dio cuenta de que una forma innata de comportarse le hacía afrontar el encuentro con Leddravohr como si se tratara de un duelo formal.

¿Cómo puedes pensar así cuando están en juego otras vidas?, se preguntó, confuso ante su propia ingenuidad. ¿Qué tiene que ver el honor con la simple tarea de extirpar un cáncer?

Miró a la barquilla que oscilaba lentamente, decidió que lo más probable era que Leddravohr se aproximara en esa dirección, y retrocedió para ocultarse detrás de un grupo de tres árboles que crecían tan juntos, que podían haber brotado de la misma raíz. La excitación que había sentido antes empezó a apoderarse de él.

Calmó su respiración, deshaciéndose de sus debilidades humanas, y un nuevo pensamiento llegó a su mente: Leddravokr estaba cerca hace un minuto, ¿por qué no lo veo ahora?

Conociendo la respuesta, se volvió y vio a Leddravohr a unos diez pasos. Éste ya había lanzado su cuchillo. La velocidad y la distancia eran tales que Toller no tuvo tiempo de agacharse o apartarse. Levantó la mano izquierda y paró el cuchillo con el centro de la palma. Toda la hoja negra atravesó el espacio entre los huesos con tanta fuerza que la mano fue impelida hacia atrás y la punta del cuchillo rasgó su cara justo por debajo del ojo izquierdo.

El instinto natural le habría obligado a mirar la mano herida, pero Toller la ignoró y colocó rápidamente su espada en posición de defensa, justo a tiempo para frenar a Leddravohr que había seguido al cuchillo lanzándose al ataque.

— Has aprendido varias cosas, Maraquine — dijo Leddravohr, poniéndose también en guardia —. La mayoría de los hombres habrían muerto dos veces en este tiempo.

— La lección es sencilla — replicó Toller —. Siempre estar preparado contra los reptiles que se comportan como tales.

— No puedes ofenderme, así que ahórrate tus insultos.

— No he insultado a nadie, excepto a los reptiles.

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