Rachel Gibson
Un Año En Truly
Fué uno de los libros del Top10 de favoritos del Romance Writer's of America de 1999. Finalista del National Reader’s Choice Award.
Con amor para mi madre y mi padre, Al y Mary Reed. Más allá de la medianoche cuando mi mente está despierta y en silencio, todavía puedo recordar el perfume de la piel de mi madre y la textura de la áspera barbilla de mi padre, y entonces sé que había sido bendecida.
El rojo resplandor atravesó el aire y tocó las arrugas y los pliegues de la cara de Henry Shaw, mientras sus amados Appaloosas [1]lo llamaban como una cálida brisa primaveral. Él introdujo una vieja cinta en el casette y lo puso a funcionar, entonces la voz profunda y ronca por el whisky de Johnny Cash llenó el pequeño cobertizo. Antes de que Johnny hubiera encontrado la religión, había sido un juerguista incorregible. Un bala perdida, y a Henry le gustaba eso. Después Johnny encontró a Jesús y a June, y su carrera se había deslizado al infierno como una pelota en una canasta. La vida no siempre salía como se planeaba. Dios, las mujeres y la enfermedad siempre se entrometían. Y Henry odiaba todo lo que se entrometía en sus planes.
Odiaba no tener el mando.
Se sirvió un bourbon y se asomó a la pequeña ventana por encima del banco de trabajo. El sol poniente parecía flotar encima del Monte Shaw, bautizado después de que los antepasados de Henry se instalaran en el fértil valle que había debajo. Las sombras afiladas y grises rodeaban el valle hacia el Lago Mary, llamado así por la tatarabuela de Henry, Mary Shaw.
Más de lo que Henry odiaba a Dios y a la enfermedad y no estar al mando, odiaba la frialdad de los médicos. Habían escarbado y pinchado hasta encontrar algo malo, y ninguno de ellos le había dicho ni una maldita cosa de las que quería oír. En cada ocasión había esperado que estuvieran equivocados pero al fin y al cabo no lo estaban.
Henry empapó aceite de linaza en algunos trapos viejos de algodón y los incrustó en una caja de cartón. Siempre había tenido la intención de tener un gran número de nietos a esas alturas, pero sólo quedaba él. Era el último Shaw. El último en una larga familia vieja y respetada. Los Shaws estaban a punto de extinguirse, y eso le devoraba las entrañas. No habría nadie de su sangre después de que él se fuera… nadie excepto Nick.
Se sentó en una vieja silla de oficina y llevó el bourbon a sus labios. Era el primero en admitir que lo había agraviado de niño. Pero durante varios años, había tratado de compensar a su hijo. Pero Nick era un hombre terco e inclemente. Lo mismo que había sido un niño atrevido e insolente.
Si Henry tuviese más tiempo, estaba seguro de que él y su hijo habrían llegado a algún tipo de comprensión. Pero ya no tenía tiempo, y Nick no lo hacía fácil. De hecho, Nick lo hacía condenadamente difícil.
Recordó a la madre de Nick, Benita Allegrezza, dando golpes en su puerta, afirmando que Henry había concebido al bebé de pelo negro que llevaba en los brazos. Henry había desviado su atención de la oscura mirada de Benita a los grandes ojos azules de su esposa, Ruth, que estaba de pie a su lado.
Lo había negado como al demonio. Por supuesto, sabía que en realidad había una buena probabilidad de que lo que afirmaba Benita fuera cierto, pero él había negado incluso la posibilidad. Aun si Henry no hubiera estado casado, nunca hubiera elegido tener un niño con una mujer vasca. Esa gente era demasiado morena, demasiado volátil y demasiado religiosa para su gusto. Quería bebés blancos, de pelo rubio. No quería que sus hijos se confundieran con “espaldas mojadas”. Oh, sabía que los vascos no eran mejicanos, pero para él todos eran iguales.
Si no hubiera sido por el hermano de Benita, Josu, nadie hubiera sabido de su lío con la joven viuda. Pero ese bastardo amante de las ovejas había tratado de chantajearle para que reconociera a Nick como hijo suyo. Pensó que Josu alardeaba cuando el hombre se plantó en su puerta y amenazó con decir a toda la gente del pueblo que Henry se había aprovechado de su afligida hermana y la había dejado preñada. Había ignorado la amenaza, pero Josu no alardeaba. De nuevo Henry negó su paternidad.
Sin embargo, cuando Nick tenía cinco años, parecía tanto un Shaw que ya nadie creía a Henry. Ni siquiera Ruth. Ella se había divorciado de él y se había llevado la mitad de su dinero.
Pero entonces, él todavía tenía tiempo. Estaba al final de los treinta. Todavía era un hombre joven.
Henry cogió una 357 y metió seis balas en el cilindro. Después de Ruth, encontró a su segunda esposa, Gwen. Si bien Gwen era una pobre madre soltera de dudosa ascendencia, se había casado con ella por varias razones. Obviamente no era estéril, y tenía sospechas de que Ruth lo era, y además era tan bella que dolía. Ella y su hija habían estado tan agradecidas que habían sido fáciles de moldear para lo que él quería. Pero sin embargo, su hijastra lo había decepcionado amargamente, y la única cosa que quería de Gwen, no se la había dado. Después de años de matrimonio, no le había dado un heredero legítimo.
Henry hizo girar el cilindro acariciando el revólver con su mano. Con la punta de la pistola, empujó la caja de trapos de linaza más cerca de la caldera. No quería que nadie limpiara el desorden después de que se fuera. La canción que había estado esperando oír sonó en el altavoz, y subió el volumen de la cinta mientras Johnny cantaba algo sobre caer en un anillo ardiente de fuego.
Sus ojos se pusieron un poco brumosos cuando pensó en su vida y en la gente que dejaba atrás. Era una verdadera lástima no estar allí para ver la expresión de sus caras cuando descubrieran lo que había hecho.
– La muerte llega, como debe ser, a todos los hombres y trae consigo la separación inevitable de los seres queridos, – entonó el Reverendo Tippet en su solemne tono lacónico-. Acabamos de perder a Henry Shaw, amado esposo, padre y destacado miembro de nuestra comunidad-. El reverendo hizo una pausa y recorrió con la mirada al numeroso grupo reunido para el último adios-. Henry estaría complacido de ver tantos amigos hoy aquí.
Henry Shaw habría echado una mirada a la línea de coches aparcados más arriba de la entrada del Cementerio Salvation y habría considerado la respetable concurrencia como algo que se merecía. Hasta que lo habían derrotado en las elecciones del año anterior en favor de ese vil demócrata George Tanasee, había sido alcalde de Truly, Idaho, durante más de veinticuatro años.
Henry fue un hombre eminente en la pequeña comunidad. Poseía la mitad de los negocios y tenía más dinero él solo que el resto del pueblo junto. Poco después de que su primera esposa se divorciara de él hacía veintiséis años, había salido de juerga y la había reemplazado por la mujer más bonita que pudo encontrar. Poseía el más fino par de Weimaraners [2]del estado, Duke y Dolores, y hasta hacía poco, había vivido en la casa más grande del pueblo. Pero eso había sido antes de que esos chicos de los Allegrezza hubieran empezado a construir por todo el maldito lugar. También tenía una hijastra, pero no había hablado con ella durante años.
Henry amó su posición en la comunidad. Fue cálido y generoso con la gente que estaba de acuerdo con sus opiniones, pero si no eras amigo de Henry, entonces eras su enemigo. Los que se habían atrevido a desafiarle normalmente acabaron lamentándolo. Había sido un pomposo blanco hijo de puta, y cuando encontraron sus restos calcinados en el cobertizo donde acabó su vida, algunos miembros de la comunidad opinaron que Henry Shaw había tenido exactamente lo que se merecía.
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