— Todavía tengo tiempo.
— No, no lo tienes. ¡Vete!
Contrariando las órdenes expresas de Charles Boardman, Rawlings insistió en volver hasta el campamento de la zona F. El pretexto fue que debía entregarle a Boardman el nuevo frasco de licor que, finalmente, había obtenido de Muller. Boardman quería que uno de sus hombres recogiera el frasco, para que Rawlings no tuviera que afrontar las trampas de la zona F. Pero Rawlings necesitaba del contacto personal. Estaba demasiado conmovido y su determinación estaba derrumbándose.
Cuando llegó, Boardman estaba cenando. Una pulida mesa de madera oscura taraceada con maderas más claras, cubierta con un elegante juego de porcelana, sostenía las frutas escarchadas, las verduras al coñac, los extractos de carne y los zumos picantes que estaba bebiendo. Una jarra de vino color verde oliva estaba al alcance de su mano carnosa. Había unas misteriosas píldoras de varios tipos en las concavidades de un bloque oblongo de cristal negro; de cuando en cuando, Boardman tragaba una. Rawlings estuvo un largo rato en la puerta antes de que Boardman pareciera darse cuenta de su presencia.
— Te dije que no vinieras, Ned — dijo finalmente.
— Muller le envía esto. — Rawlings puso el frasco al lado de la jarra de vino.
— Podríamos haber hablado sin necesidad de esta visita.
— Estoy cansado de eso. Necesitaba verle.
Boardman no le dijo que se sentara ni interrumpió su cena.
— Charles, creo que no puedo seguir mintiendo.
— Hoy hiciste un excelente trabajo — dijo Boardman, mientras bebía un sorbo de vino —. Muy convincente.
— Sí. Estoy aprendiendo a decir mentiras. Pero ¿para qué sirven? Usted le oyó. La humanidad le repugna. Aunque le saquemos del laberinto no va a cooperar.
— No es sincero. Tú mismo lo dijiste, Ned. Cinismo barato. Ese hombre ama a la humanidad, por eso está tan amargado, porque su amor se puso agrio en su boca. Pero no se ha convertido en odio. En realidad, no.
— Usted no estaba allí, Charles. Usted no habló con él.
— Miré. Escuché. Y hace más de cuarenta años que conozco a Dick Muller.
— Pero los últimos nueve años son los que cuentan, le han cambiado. — Rawlings se puso en cuclillas para estar al mismo nivel que Boardman. Boardman pescó una pera escarchada con el tenedor y la lanzó con gesto ocioso hacia su boca.
«Me está ignorando a propósito», pensó Rawlings.
— Charles, estoy hablando en serio. He ido allí y le he dicho unas mentiras monstruosas. Le he ofrecido una cura fraudulenta y me la arrojó a la cara.
— Diciendo que no creía en su existencia. Pero si que cree en ella, Ned. Es que teme dejar su escondrijo.
— Por favor, escúcheme. Supongamos que cree lo que le dije. Supongamos que sale del laberinto y se pone en nuestras manos. Y entonces, ¿qué? ¿Quién se encargará de decirle que no hay tal cura, que le hemos engañado desvergonzadamente, que sólo queremos que sea nuestro embajador una vez más, que visite a un grupo de extraterrestres veinte veces más raros y cincuenta veces más peligrosos que los que arruinaron su vida? ¡Yo no voy a comunicarle esas noticias!
— No tendrás que hacerlo, Ned. Lo haré yo.
— ¿Y cómo va a reaccionar? ¿Supone que va a sonreír y decirle, muy inteligente: «Charles, lo has logrado nuevamente»? ¿Que va a ceder y hacer lo que usted quiera? No. Es imposible. Quizá pueda sacarle del laberinto, pero los métodos que está utilizando hacen que sea inconcebible que le sirva para algo cuando esté fuera.
— Eso no tiene por qué ser cierto — dijo Boardman con calma.
— Entonces, explíqueme las tácticas que se propone usar cuando Muller sepa que no existe una cura y que deberá realizar un trabajo muy peligroso.
— Prefiero no discutir ahora mi estrategia futura.
— Entonces, yo renuncio — dijo Rawlings.
Boardman había estado esperando algo así. Un gesto noble: un momento de terco desafío, la virtud subiéndose a la cabeza. Dejando de lado su estudiada indiferencia, levantó la mirada, clavando sus ojos en los de Rawlings. Sí, había fuerza en ellos. Y decisión. Pero no engaño. Todavía no.
En voz baja, Boardman dijo:
— ¿Renuncias? ¿Después de todo lo que hablaste acerca de servir a la humanidad? Te necesitamos, Ned. Eres indispensable, eres nuestro vínculo con Muller.
— Mi dedicación a la humanidad incluye la dedicación a Dick Muller — dijo lentamente Rawlings —. Forma parte de la humanidad, lo piense o no. Ya he cometido un grave crimen contra él. Si no va a dejarme participar en el resto del plan, no quiero tener nada más que ver con esto.
— Admiro tus convicciones.
— Mi renuncia sigue en pie.
— y hasta estoy de acuerdo contigo — dijo Boardman —. No me siento orgulloso de lo que tenemos que hacer aquí. Lo veo como parte de una necesidad histórica; no hay más que cometer una bajeza ocasional, por el bien común. Yo también tengo una conciencia, Ned, una conciencia de ochenta años, muy bien desarrollada. No se ha atrofiado con la edad, simplemente, aprendemos a vivir con sus protestas.
— ¿Cómo va a conseguir que Muller coopere? ¿Le va a drogar? ¿Le va a torturar? ¿Le va a lavar el cerebro?
— Nada de eso.
— Y entonces, ¿qué? Hablo en serio, Charles. Mi papel en este asunto termina aquí, a menos que usted me diga qué está planeando.
Boardman tosió, vació su copa de vino, comió un albaricoque y tomó tres píldoras en rápida sucesión. La rebelión de Rawlings había sido inevitable, Y estaba preparado para ella, pero de todos modos le molestaba. Era el momento de los riesgos.
— Entonces, ha llegado el momento de dejar de fingir, Ned. Te diré qué es lo que espera a Dick Muller, pero quiero que lo consideres dentro del contexto del problema con que nos enfrentamos. No olvides que la partida que hemos estado jugando en este planeta no es simplemente un problema de posturas morales privadas. Aun corriendo el riesgo de parecer solemne, debo recordarte que el destino de la humanidad está en juego.
— Le oigo, Charles.
— Muy bien, Dick Muller debe presentarse ante nuestros amigos los extragalácticos y convencerles de que los seres humanos son una especie inteligente. ¿De acuerdo? Sólo él puede hacerlo, a causa de su imposibilidad de ocultar sus pensamientos.
— De acuerdo.
— Por lo tanto, no es necesario convencer a los extragalácticos de que somos gente buena o gente honorable o gente amable. Sólo de que tenemos mentes y podemos pensar. De que tenemos sentimientos y emociones, de que somos algo más que máquinas inteligentes. Para nuestros propósitos no es importante la clase de emociones que irradie Dick Muller, siempre que lo haga.
— Empiezo a entender.
— Por consiguiente, cuando esté fuera del laberinto podremos decirle cuál será su misión. Sin duda se enfadará con nosotros. Pero, por encima de su ira, podrá darse cuenta de cuál es su deber. Espero que sea así. Tú piensas que no. Pero eso no tiene importancia, Ned. En cuanto salga de su refugio no le daremos más que una opción. Le llevaremos ante los extragalácticos y le entregaremos, para que entren en contacto. Ya sé que es brutal. Pero es necesario.
— Entonces no importa que esté dispuesto a cooperar — dijo lentamente Rawlings —. Le tirará allí, como un saco.
— Un saco pensante. Como descubrirán nuestros amigos.
— Yo…
— No, Ned. No digas ahora. Sé lo que estás pensando. El plan te parece odioso. Es lógico. A mí también. Ahora vete y piénsalo. Examínalo desde todos los puntos de vista antes de tomar una decisión. Si mañana sigues queriendo renunciar, hazlo y continuaremos sin tu ayuda, pero prométeme que lo consultarás con la almohada. No es momento de tomar decisiones apresuradas.
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