Robert Silverberg - Sadrac en el horno

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Sadrac en el horno: краткое содержание, описание и аннотация

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Siglo XXI. Un mundo en ruinas gobernado por un viejo y astuto tirano, Genghis II Mao IV Khan. La vida del Khan se mantiene gracias a la habilidad de Sadrac Mordecai, un brillante cirujano negro cuya misión es reemplazar los órganos deteriorados del presidente.
Los más modernos aparatos se utilizan para tres proyectos de gran envergadura, uno de ellos, el proyecto Avatar, tiene por objeto lograr la inmortalidad del viejo líder transfiriendo la mente y la personalidad del Khan a un cuerpo más joven.
Sadrac descubre que ha sido elegido para ese macabro proyecto, pero logra idear con increíble serenidad un peligroso plan para cambiar la faz de la Tierra.
Nombrado para el premio Nebula a la mejor novela en 1976.
Nombrado para el premio Hugo a la mejor novela en 1977.

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Esa noche duerme solo y, por suerte, logra conciliar el sueño, como si la perspectiva de su viaje alrededor del mundo hubiera apaciguado su estado de ánimo ya agotado. Se despierta antes del amanecer, cumple con su rutina calisténica, prepara la valija, lo cual le lleva sólo un rato, por la poca ropa que empaca. El círculo verde de la pantalla informativa indica que hoy es viernes — 1 de junio — 2012.

No se despide de nadie. Cuando el sol despunta en el horizonte, pide un automóvil que lo lleva al aeropuerto.

1 de junio de 2012

Finalmente le dije lo de las voces, a pesar de que dudaba en hacerlo. Tal vez, no tendría que habérselo dicho, pero no lo tomó muy en serio. ¿Acaso yo lo tomo en serio? ¿Acaso tomo en seno lo que me dicen las voces? Tal vez se traté de síntomas de algún trastorno mental serio. ¿Entonces, quiere decir que los santos también eran locos? Las unces me murmuran. Siempre han estado junto a mí en épocas de crisis. Durante la Guerra del Virus las escuché con más claridad que nunca. Una voz me dijo: "Yo soy Temujin Genghis Khan, y tú eres mi hijo, y serás Genghis II". Una voz de trueno, aunque sólo murmuraba. Otra voz, suave como una seda, me dijo: "Y yo soy Mao, tú eres mi hijo, Y serás Mao II". Pero ya habíamos tenido un Mao II un maldito cobarde que destruyó a su país con su imbecilidad y aun habíamos tenido un Mao III que gobernó durante poco tiempo, antes de que estallara la Guerra del Virus, entonces le dije a Mao que estaba fuera de época, que era demasiado tarde para que yo fuera Mao II, que debería nombrarme Mao N. Él me entendió: y así me bendijeron y consagraron y fui entonces Genghis II Mao IV. Así fue como mis voces me nombraron rey, y me guiaron desde entonces. ¿Es acaso una señal de perturbaciones esquizoides, escuchar voces? Podría ser. ¿Entonces soy esquizoide? Muy bien, soy esquizoide, pero también soy Genghis II Mao IV y gobierno el mundo.

CAPÍTULO 20

Esta mañana no hay vuelos con destino a Jerusalén, ni a Roma, ni a Estambul, ni a ningún otro punto en donde Sadrac pueda trasbordar a otro avión que lo lleve a alguna de esas ciudades. Hay un vuelo a Pekín, que saldrá en unos minutos, pero Pekín está demasiado cerca de Ulan Bator y los chinos se parecen mucho a los mogoles, y lo que Sadrac necesita es, precisamente, un cambio de escenario. Más tarde, partirá un avión con destino a San Francisco, pero San Francisco queda muy a trasmano con respecto a los demás puntos del itinerario. Y hay un vuelo a Nairobi, que parte casi inmediatamente. En ningún momento se le había ocurrido a Sadrac viajar a Nairobi, ni a ninguna de las ciudades de africanos negros, a pesar de los lazos ancestrales. Pero la espontaneidad, piensa Sadrac, reconforta el alma, y en este preciso instante la idea de viajar a Nairobi resulta curiosamente atractiva. Así pues, todo impulso y decisión, Sadrac sube a bordo del avión.

Hacía dos años y medio que Sadrac no salía de Ulan Bator. La última vez fue cuando Genghis Mao decidió, de pronto, presidir en persona un ridículo congreso mundial del Comité, celebrado en la ya vieja y descuidada sede de las Naciones Unidas en Nueva York. En ese entonces, Sadrac no era aún el médico personal del Khan, dicha función era desempeñada por un portugués, astuto y diplomático, llamado Texeira, que se especializaba en medicina interna, pero como a Texeira le quedaba poco tiempo de vida ya que padecía de leucemia, Sadrac se preparaba poco a poco para reemplazarlo El trabajo de Sadrac era, aparentemente, el de médico auxiliar, un simple escolta en el numeroso séquito que acompañaba a Genghis Mao, pero cuando el Khan tuvo un ataque de presión después de pronunciar un discurso de seis horas desde el estrado de lo que entonces era la sala de Asamblea General, fue Sadrac quien tuvo que hacerse cargo del problema mientras Texeira yacía, dopado e inútil, en su habitación. Como consecuencia de este penoso viaje, Genghis Mao inventó a Mangú para que se encargara de dirigir ceremonias tales como congresos del Comité, y desde entonces, no se alejó más de Ulan Bator. Y Sadrac tampoco. Sin embargo, hoy, después de tanto tiempo, mirando a través de la ventanilla de este avión supersónico, se despide de la desierta estepa de Mongolia, que ya casi no alcanza a divisar. Dentro de muy pocas horas estará en África.

¡África! Las señales telemetradas de Genghis Mao ya comienzan a esfumarse y a perder intensidad, a medida que Sadrac se acerca al límite de los mil kilómetros. Todavía recibe información, unos tenues golpecitos y ruiditos y cosquilleos del sistema de nódulos, pero a medida que el avión avanza vertiginoso en dirección Sudoeste, a Sadrac le resulta cada vez más difícil interpretar los equivalentes analógicos de los procesos físicos del Khan: Genghis Mao, sus riñones, el hígado y el páncreas, el corazón y los pulmones, las arterias y los intestinos, se han transformado en algo remoto, han dejado de ser reales. Muy pronto, las señales desaparecen por completo, ya están por debajo del umbral de percepción. Sadrac queda solo en su cuerpo. ¡Qué extraño y súbito estallido de silencio! ¡La ausencia de percepción subconsciente! Se ha olvidado qué sensación se experimentaba, sin esas pulsaciones de información constante que le inunda la conciencia, y en los primeros momentos después de superar el límite del alcance de la telemedición, se siente despojado de algo esencial, como si hubiera perdido uno de los sentidos principales. Poco a poco se acostumbra al silencio interior y se relaja.

El avión es confortable, los asientos son mullidos, enormes, mucho espacio para las piernas. Probablemente tenga unos veinte años. Sin duda ha sido construido antes de la guerra del Virus. Muchas industrias han desaparecido después de la Guerra, y la industria aeronáutica es una de ellas. Como consecuencia de la Guerra, el número de habitantes del mundo ha disminuido tan notablemente, que para la población actual, dado un programa de mantenimiento adecuado, bastan los aviones heredados del mundo populoso y agitado de la década del ochenta, cuando la industria economice pasaba por su último período de expansión convulsiva, a pesar de la terrible escasez y desorden general. Esto no significa, sin embargo, que la Guerra y la descomposición orgánica marcaran el fin del progreso tecnológico: en la época de Sadrac, la energía de fusión ha salvado al mundo de la crisis energética, por medio de taladros subterráneos se ha creado un sistema totalmente nuevo de túneles para tránsito masivo en casi todas las áreas urbanas, se han ideado sistemas de comunicación de los más sofisticados, la aplicación de computadoras ya está casi totalmente difundida, etcétera. El progreso continúa. Las cosas han cambiado, pero no completamente: aún perduran las sociedades mercantiles y las bolsas de cambio, no hubo una ruptura absoluta con respecto al pasado, simplemente porque un tercio de la población de antaño ha muerto y una estructura política cuasi dictatorial se ha impuesto sobre el resto. Pero ésta es una sociedad decreciente, que disminuye día tras día con el flagelo de la descomposición orgánica, oprimida por un cierto sentido de estancamiento e ineficacia, que el régimen de Genghis Mao no logra disipar. Una sociedad semejante, por consiguiente, no necesita nuevos jets de pasajeros, habiendo aviones antiguos que todavía funcionan.

1 de junio (continuación)

¿El hecho de que el gobernante del mundo sea esquizoide, no trae serias consecuencias en perjuicio de sus súbditos? Creo que no. Yo estudié historia muy detalladamente. A través de la historia, los pueblos tuvieron los gobernantes que merecieron, los gobernantes apropiados. Un soberano refleja el espíritu de su época y expresa los rasgos más característicos de su pueblo. Hitler, Napoleón, Atila, Augusto, Ch'in Shih Huang Ti, Genghis Khan, Robespierre: ninguno de ellos fue un accidente o una anomalía, todos fueron una consecuencia orgánica de las necesidades de la época. Aun cuando un gobernante impone su voluntad por medio de la conquista, que no es mi caso, rige el imperativo histórico: ese pueblo quería ser conquistado, necesitaba ser conquistado, de no ser así no se hubieran sometido al conquistador. Lo mismo sucede ahora. Una época esquizoide exige un gobierno esquizoide. Los habitantes del mundo padecen la muerte lenta de la descomposición orgánica; existe un antídoto, pero no lo distribuimos por todo el mundo; los habitantes del mundo aceptan esta situación, actitud que defino como locura. Un gobierno loco, pues, para ciudadanos locos, un gobierno que ofrece promesas de antídotos pero nunca cumple. Sí, claro, es cierto que las reservas del Antídoto no alcanzan para todos, pero algo podría repartirse. No le damos prioridad a la expansión de las provisiones. Ofrecemos esperanzas pero no inyecciones, y esto, de alguna manera, mantiene a nuestros súbditos. Locura. Un mundo que se destruye con un antígeno nacido de las nubes está loco; un mundo que se entrega a una oligarquía de extraños está loco; es perfectamente lógico, entonces, que los mismos oligarcas estén locos.

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