Robert Silverberg - Muero por dentro
Здесь есть возможность читать онлайн «Robert Silverberg - Muero por dentro» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 1988, Издательство: Martínez Roca, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Muero por dentro
- Автор:
- Издательство:Martínez Roca
- Жанр:
- Год:1988
- Город:Barcelona
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Muero por dentro: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Muero por dentro»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Nombrado para el premio Nebula a la mejor novela en 1972.
Nombrado para el premio Hugo a la mejor novela en 1973.
Nombrado para el premio Locus en 1973.
Muero por dentro — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Muero por dentro», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
“¿No confías en mí? Claro que la estoy leyendo.”
“Quizá sí, quizá no. ”
“¿Quieres que te lo demuestre?”
“¿Cómo?”
“Observa.”
Sin dejar ni por un momento de interpretar su papel de anfitrión, entró en tu mente mientras yo seguía conectado a la de él. Y así, a través de él, eché mi primer y último vistazo a tu interior, Kitty, reflejado por vía de Tom Nyquist. ¡Ah! Ojalá no hubiera querido echar ese vistazo. Me vi a mí mismo a través de tus ojos y a través de su mente. Al menos físicamente me veía mejor de lo que había imaginado, mis espaldas más anchas de lo que en realidad son, la cara más delgada, las facciones más regulares. No cabía duda de que respondías a mi cuerpo. ¡Pero las asociaciones emocionales! Me veías como un padre severo, un profesor inflexible, un tirano gruñón. ¡Lee esto, lee aquello, mejora tu mente, muchacha! ¡Estudia mucho para ser digna de mí! ¡Ah! ¡Ah! Y ese foco ardiente de resentimiento a causa de nuestros experimentos extrasensoriales: más que inútiles para ti, un terrible fastidio, una excursión hacia la locura un molesto y agobiante peso. Ser fastidiada todas las noches por un monomaniaco como yo. Incluso nuestras relaciones sexuales se veían invadidas por la tonta búsqueda de un contacto mental. ¡Qué harta que estabas de mí, Kitty! ¡Cuán monstruosamente aburrido me creías!
Con aquel instante de semejante revelación tuve más que suficiente. Lleno de dolor, retrocedí, alejándome en seguida de la mente de Nyquist. Recuerdo que me miraste alarmada, como si en algún nivel subliminal supieras que había unas energías mentales que estaban cruzando la habitación como un rayo, revelando las intimidades de tu alma. Parpadeaste, tus mejillas enrojecieron, y rápidamente tomaste un trago de tu vaso. Nyquist me lanzó una sarcástica sonrisa. No me atreví a mirarle directamente a los ojos. Incluso entonces me resistía a creer en lo que me había mostrado. ¿Acaso no había visto en otras ocasiones extraños efectos de refracción en tales transmisiones? ¿No debería desconfiar de la exactitud de su transmisión de tu imagen de mí? ¿No la estaría sombreando y coloreando? ¿Introduciendo distorsiones y magnificaciones disimuladas? ¿De verdad te fastidiaba tanto, Kitty, o era él quien exageraba las cosas para gastarme una broma y convertía una ligera irritación en un intenso desagrado? Decidí no creer que te aburría tanto. Tendemos a interpretar los hechos de acuerdo con el modo en que preferimos verlos. Pero me juré que en el futuro no te presionaría tanto.
Más tarde, después de la comida, tú y Nyquist estabais hablando animadamente en el otro extremo de la habitación. Te mostrabas coqueta y frívola, era el mismo comportamiento que adoptaste conmigo ese primer día en mi oficina. Imaginé que estabais hablando de mí de un modo poco halagador. A través de Nyquist traté de captar la conversación, pero al primer intento me lanzó una mirada furiosa.
“Sal de mi cabeza, ¿quieres?”
Obedecí. Oí tu risa, demasiado fuerte, que se elevaba sobre el murmullo de la conversación. Me alejé para hablar con una escultora japonesa, elástica y pequeña, cuyo pequeño y moreno pecho asomaba poco tentador por el pronunciado escote de su vestido negro ajustado. Le leí la mente, descubrí que estaba pensando en francés que le gustaría que le pidiera que viniera a casa conmigo. Pero regresé a casa contigo, Kitty, sentado en forma desgarbada y de mal humor junto a ti en el metro casi vacío, y cuando te pregunté de qué habíais estado hablando tú y Nyquist dijiste:
—Ah, sólo estábamos bromeando. Nos estábamos divirtiendo un poco.
Al cabo de dos semanas, en una clara y fresca tarde de otoño, el presidente Kennedy fue asesinado en Dallas. El mercado de valores cerró temprano tras una estrepitosa caída; Martinson cerró la oficina, y me echó a la calle aturdido. Me costaba cierta dificultad aceptar la realidad de la sucesión de acontecimientos. Alguien le ha disparado un tiro al presidente… Alguien le ha disparado al presidente… Alguien le ha disparado un tiro al presidente en la cabeza… El presidente está gravemente herido… Han llevado rápidamente al presidente al Hospital Parkland… El presidente ha recibido la extremaunción… El presidente ha muerto. Nunca fui una persona particularmente interesada por la política, pero esta ruptura del orden público me aniquiló. De los que yo había votado, Kennedy fue el único candidato presidencial que había ganado, y lo habían matado: la historia de mi vida es una condensada y sangrienta parábola. Y ahora habría un presidente Johnson. ¿Podría adaptarme? Me aferro a zonas de estabilidad. Cuando tenía diez años y murió Roosevelt, Roosevelt, que había sido presidente durante toda mi vida, probé las poco familiares sílabas de presidente Truman en mi lengua y las rechacé de inmediato diciéndome a mí mismo que también lo llamaría presidente Roosevelt, porque así era como estaba acostumbrado a llamar al presidente.
Mientras caminaba con temor hacia casa, esa tarde de noviembre recibí emanaciones de miedo de todas partes. La paranoia había invadido a todos. La gente se movía furtiva y cautelosamente, uno tras otro, preparados para huir. Pálidos rostros femeninos miraban con curiosidad a través de las cortinas entreabiertas de las ventanas de los inmensos edificios de apartamentos que se elevaban muy por encima de las silenciosas calles. En sus automóviles, los conductores miraban en todas direcciones cuando llegaban a algún cruce, como a la espera de que los tanques de las milicias nazis avanzaran con estruendo por Broadway. (A esta hora del día muchos creían que el asesinato era el primer indicio de un levantamiento de índole derechista.) Nadie se paseaba por las calles; todos corrían a refugiarse. Ahora podía suceder cualquier cosa. Manadas de lobos podrían aparecer por Riverside Drive. Enloquecidos patriotas podrían iniciar un asesinato en masa. Desde mi apartamento (puerta cerrada con llave, ventanas cerradas) traté de llamarte por teléfono al trabajo, pensando que quizá no te habías enterado de la noticia, o quizá porque lo que quería en ese momento traumático era oír tu voz. Las líneas telefónicas estaban sobrecargadas. Al cabo de veinte minutos desistí. Luego caminé sin ningún sentido del dormitorio a la sala y de la sala al dormitorio, cogí con fuerza mi radio a pilas, hice girar el dial tratando de encontrar la única emisora en la que el comentarista me dijera que, después de todo, estaba con vida; me dirigí a la cocina y encontré tu nota sobre la mesa. Me decías que te marchabas, que no podías vivir más conmigo. Según constaba, la nota la habías escrito a las diez y media de la mañana, antes del asesinato, en otra era. Corrí el armario del dormitorio y vi lo que no había visto antes: tus cosas ya no estaban allí. Cuando las mujeres me dejan, Kitty, se van de un modo furtivo y repentino, sin avisarme.
Al anochecer, cuando por fin las líneas estaban libres, llamé a Nyquist.
—¿Está Kitty ahí? —pregunté.
—Sí —dijo—. Un momento. —Y te llamó para que te pusieras al aparato.
Me explicaste que tenías intención de vivir con él durante un tiempo, hasta que pusieras un poco de orden en tus ideas. Él te había ayudado mucho. No, no sentías resentimiento hacia mí, ni ningún rencor. Era sólo que yo parecía bueno, insensible, mientras que él…, él tenía esta capacidad instintiva, intuitiva, para comprender tus necesidades emocionales… Él podía entrar en tu onda, Kitty, mientras yo no podía hacerlo. Así que habías ido a él en busca de amor y consuelo. Me dijiste adiós y me diste las gracias por todo, yo murmuré un adiós y colgué el teléfono.
Durante la noche el tiempo cambió, y un fin de semana de cielos oscuros y fría lluvia acompañó a John Fitzgerald Kennedy hasta su tumba. Me perdí todo: el ataúd en la rotonda, la viuda y los hijos valientes, el asesinato de Oswald, el cortejo fúnebre, todos esos hechos históricos. El sábado y el domingo me levanté bastante tarde, me emborraché, leí seis libros sin asimilar ni una sola palabra. El lunes, día de duelo nacional, te escribí esa carta incoherente, Kitty, en la que te explicaba todo, lo que había querido hacer contigo y por qué, te confesaba mi poder y te describía los efectos que éste había tenido en mi vida, también te hablaba de Nyquist, te advertía de lo que era, que también tenía el poder, que podía leerte y no tendrías secretos para él. Te decía que no debías confundirle con un ser humano real, te decía que era una máquina autoprogramada para obtener los máximos beneficios, te decía que con el poder se había convertido en un ser frío y cruelmente fuerte, mientras que a mí me había hecho débil y nervioso. Insistía en que básicamente era tan enfermo como yo, un hombre que manejaba a la gente, incapaz de dar amor, sólo capaz de utilizar a los demás. Te dije que te haría daño si te volvías vulnerable a él. No obtuve ninguna contestación por tu parte. Nunca volví a tener noticias de ti, nunca te volví a ver, tampoco volví a tener noticias de él ni volví a verle. Trece años. No sé lo que os ocurrió a ninguno de los dos, probablemente nunca lo sabré. Pero escucha, escucha: aunque a mi desatinado modo, jovencita, te amaba. Aún te sigo amando. Y te he perdido para siempre.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Muero por dentro»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Muero por dentro» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Muero por dentro» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.