Hal Clement - Misión de gravedad

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Misión de gravedad: краткое содержание, описание и аннотация

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El planeta Mesklin es grande y muy denso. La gravedad en su superficie varía enormemente desde 3 g en el ecuador hasta 700 g en los polos. Los océanos son de metano líquido y la nieve es amoniaco congelado. En estas condiciones de pesadilla viven los mesklinitas, quienes han desarrollado una cultura y una sociedad perfectamente acorde con las condiciones de su entorno. Barlemann, un osado marinero mesklinita, acepta emprender un viaje imposible para salvar una costosa sonda terrestre averiada en el polo del planeta. Para los mesklinitas el viaje constituye una maravillosa oportunidad de descubrir la ciencia y avanzar en el camino del conocimiento, fuerza motríz que les guía a través de numerosas aventuras.

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Si Reejaaren había dejado de sospechar, la ultima pregunta le hizo ponerse nuevamente en guardia.

— Quizá, pero no soy yo quien decide, sino Marreni. Aún así, sospecho que os convendrá aligerar vuestra nave aquí. Habrá aranceles portuarios, de cualquier modo.

— ¿Aranceles portuarios? Ni esto es un puerto, ni yo desembarqué aquí. La tormenta me trajo.

— No obstante, las naves extranjeras deben pagar aranceles portuarios. Señalaré que la cantidad es fijada por el Oficial de Puertos Exteriores, y él recibirá una impresión de vosotros a través de mi. Sería conveniente una mayor cortesía.

Barlennan dominó su temperamento con dificultad, pero manifestó que el intérprete tenía razón. Se explayó sobre esto, con lo cual logró aplacar al individuo. Al menos, éste se marchó sin mas amenazas, manifiestas o implícitas.

Dos de sus acompañantes lo siguieron; los demás se quedaron donde estaban. Los hombres de los otros planeadores cogieron las dos cuerdas unidas a la estructura desarmable y jalaron. Las cuerdas se estiraron increíblemente, hasta que los garfios quedaron sujetos a un accesorio del morro del planeador. La nave quedó liberada y las cuerdas se contrajeron, volviendo a su longitud original y catapultando al planeador.

Barlennan sintió al instante el deseo de poseer esa cuerda elástica. Lo comentó, y Dondragmer compartió su deseo. El piloto había oído toda la conversación, y también compartía los sentimientos del capitán hacía el lingüista del Oficial de Puertos Exteriores.

— ¿Sabes, Barl? Creo que deberíamos poner a ese joven en su sitio. ¿Quieres intentarlo?

— Me encantaría, pero creo que no podemos permitirnos el lujo de dejar que se enfurezca hasta que estemos a buena distancia. No quiero que él y sus amigos arrojen sus lanzas sobre el Bree.

— No me propongo enfurecerlo, sino intimidarlo. «Bárbaros»… Se tragará esa palabra aunque tenga que cocinársela yo mismo. Todo depende de ciertas cosas. ¿Saben los Voladores cómo funcionan esos planeadores? ¿Crees que nos lo revelarían?

— Tal vez lo sepan, a menos que tengan máquinas mejores desde hace tanto tiempo que lo hayan olvidado…

— Mucho mejor, para lo que tengo en mente.

— Pero no sé si nos lo revelarán. Creo que ya sabes lo que me propongo obtener con este viaje; quiero aprender todo lo posible sobre la ciencia de los Voladores. Por eso deseo llegar hasta ese cohete que está cerca del Centro; Charles dijo que contenía gran parte del equipo científico más avanzado que poseen. Cuando lo tengamos, no habrá ningún pirata del mar o de las costas que pueda tocar el Bree y nunca mas pagaremos aranceles portuarios. Entonces llevaremos la voz cantante.

— Eso suponía.

— Por eso me pregunto si nos revelaran lo que deseas. Quizá sospechen mis intenciones.

— Creo que eres demasiado suspicaz. ¿Alguna vez pediste esa información científica que deseas robar?

— Sí. Charles siempre dijo que era difícil de explicar.

— Quizá tenga razón. Tal vez ni siquiera él lo sepa. Aún así, quiero preguntar a uno de los suyos sobre estos planeadores. Tengo un plan para bajarle los humos a ese Reejaaren.

13 — UN COMENTARIO INOPORTUNO

Afortunadamente, Reejaaren tardó varios días en regresar, aunque su gente se quedó.

Entre cuatro y seis planeadores sobrevolaban constantemente el lugar, y el resto aguardaba en las colinas, junto a las catapultas. La cantidad de naves aéreas no cambiaba notablemente, pero la población de las colinas crecía día a día. Los terrícolas habían aceptado con entusiasmo — y, por lo que sospechaba Barlennan, con cierto grado de diversión— el plan de Dondragmer.

El plan estuvo maduro y ensayado mucho antes del regreso del intérprete, y los oficiales estaban impacientes por ponerlo en práctica, aunque Dondragmer había pasado bastante tiempo ante la radio, enfrascado en otro nuevo proyecto. Después de dominarse unos días, el capitán y el piloto se dirigieron una mañana hacía los planeadores aparcados en la colina, decididos a poner la idea en práctica pese a que ninguno de los dos había mencionado su intención. El tiempo estaba totalmente despejado, y solo el viento perpetuo de los mares de Mesklin favorecía o estorbaba el vuelo. Al parecer, ahora lo favorecía: los planeadores tironeaban de los cables como criaturas vivientes, y sus tripulantes permanecían junto a las alas aferrados con fuerza a los arbustos circundantes, evidentemente preparados para añadir su propia fuerza, si era preciso, a la de los cables.

Barlennan y Dondragmer se acercaron a las máquinas hasta que les ordenaron detenerse. Ignoraban el rango de autoridad del individuo que impartía la orden, pues no llevaba insignias; sin embargo, discutir esas cuestiones no formaba parte del plan. Se detuvieron y echaron una mirada casual a las máquinas desde treinta o cuarenta metros de distancia, mientras los tripulantes los observaban con hostilidad. Aparentemente, la arrogancia de Reejaaren no era un rasgo atípico entre aquel pueblo.

— Parecéis asombrados, bárbaros — señaló uno de ellos al cabo de un breve silencio —. Si creyera que podéis aprender algo mirando nuestras máquinas, tendría que deteneros.

Pero, en realidad, puedo asegurar que tenéis un aire infantil. — Hablaba el idioma de Barlennan con un acento no mucho peor que el del principal lingüista.

— No tenemos mucho que aprender de vuestras máquinas. Podríais ahorraros muchos problemas con el viento en vuestra situación actual, si plegarais hacia abajo el frente de las alas. En cambio, mantenéis a muchísima gente ocupada.

Barlennan utilizó la palabra terrícola para decir «alas», pues no tenía equivalente en su lengua. El otro requirió una explicación; al recibirla, perdió por un instante sus aires de superioridad.

— ¿Habéis visto planeadores antes? ¿Dónde?

— Nunca había visto semejante clase de máquina aérea — respondió Barlennan. Sus palabras eran sinceras, aunque el énfasis que les daba resultaba un tanto engañoso.

Nunca estuve tan cerca del Borde, y me imaginé que esas frágiles estructuras se derrumbarían por aumento de peso si volárais mucho mas al sur.

— ¿Cómo…? — El guardia contuvo la lengua, comprendiendo que su actitud no era la de un ser civilizado ante un bárbaro. Calló un instante, tratando decidir cómo comportarse; luego decidió delegar el problema en alguien que ostentara un rango mas alto en la cadena de mando —. Cuando Reejaaren regrese, se interesará en cualquier pequeña mejora que puedas sugerir. Incluso tal vez reduzca los aranceles portuarios, si considera valiosas tus sugerencias. Hasta entonces, será mejor que te mantengas alejado de nuestros planeadores; podrías descubrir algo importante y, lamentablemente, tendríamos que considerarte espía.

Barlennan y su piloto se marcharon sin discutir, muy satisfechos con el efecto que habían producido, y comunicaron la conversación a los terrícolas.

— ¿Cómo crees que reaccionaron ante insinuación de que tenéis planeadores capaces de volar en las latitudes de doscientas gravedades? — preguntó Lackland —. ¿Piensas que te creyó?

— No sé. Sospechó que estaba hablando y oyendo demasiado, y decidió postergar las cosas hasta el retorno del jefe. Sin embargo, creo que empezamos a inculcarles la actitud adecuada.

Quizá Barlennan tuviera razón, pero el intérprete no dio indicios de ello cuando regresó.

Hubo una demora entre su aterrizaje y su descenso hasta el Bree, y parecía probable que el guardia le hubiera comunicado la conversación; sin embargo, al principio no hizo ningún comentario al respecto.

— El Oficial de Puertos Exteriores ha decidido suponer, por el momento, que vuestras intenciones son inocuas — comenzó —. Desde luego, habéis violado nuestras reglas al venir a la costa sin autorización; pero reconoció que os encontrábais en aprietos y está dispuesto a ser tolerante. Me autoriza a inspeccionar vuestro cargamento y evaluar la cantidad necesaria para el arancel y la multa.

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