Hal Clement - Misión de gravedad

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El planeta Mesklin es grande y muy denso. La gravedad en su superficie varía enormemente desde 3 g en el ecuador hasta 700 g en los polos. Los océanos son de metano líquido y la nieve es amoniaco congelado. En estas condiciones de pesadilla viven los mesklinitas, quienes han desarrollado una cultura y una sociedad perfectamente acorde con las condiciones de su entorno. Barlemann, un osado marinero mesklinita, acepta emprender un viaje imposible para salvar una costosa sonda terrestre averiada en el polo del planeta. Para los mesklinitas el viaje constituye una maravillosa oportunidad de descubrir la ciencia y avanzar en el camino del conocimiento, fuerza motríz que les guía a través de numerosas aventuras.

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El capitán se pregunto si no habría ido demasiado lejos con su sugerencia, pero decidió que había valido la pena. No pudo ver ni interpretar la sonrisa con que Lackland le respondió.

— No, el cañón no fue adaptado para este mundo, Barlennan. Funciona bastante bien aquí, pero me temo que en tu país no tendría ninguna utilidad. — Cogió una regla de cálculos y luego añadió otra frase —. En vuestro polo, esta cosa dispararía a lo sumo a cincuenta metros.

Barlennan calló, defraudado. Los mesklinitas se pasaron varios días descuartizando el monstruo sacrificado, y Lackland rescató el caparazón como nueva protección contra las iras de Rosten. A continuación, la caravana reanudo la marcha.

Kilómetro a kilómetro, día tras día, el tanque y el remolque seguían avanzando. Aun avistaban las ciudades de aquellos gigantescos nativos. Dos o tres veces recogieron alimentos para Lackland, dejados en su trayecto por el cohete; con frecuencia se topaban con animales grandes, algunos como el que habían matado con el fuego de Barlennan, otros muy diferentes en tamaño y configuración. En dos ocasiones, la tripulación cazó herbívoros gigantes con las redes, despertando la admiración de Lackland. La diferencia de tamaño era mucho mayor que la existente entre los elefantes de la Tierra y los pigmeos africanos.

La zona era cada vez mas accidentada, y el río, que ellos habían bordeado intermitentemente durante cientos de kilómetros, se encogía y se dividía en muchos arroyos pequeños. Dos de esos tributarios resultaron difíciles de cruzar, y tuvieron que desenganchar el Bree del trineo para arrastrarlo a flote con una cuerda, mientras el tanque y el trineo avanzaban bajo la superficie por el lecho del río. Ahora, sin embargo, los arroyos eran tan angostos que el trineo los superaba en anchura y no sufrieron mas demoras.

Por fin, a dos mil kilómetros de los cuarteles de invierno del Bree y quinientos kilómetros al sur del ecuador, con Lackland agobiado por media gravedad más, los arroyos empezaron a seguir claramente el rumbo general de los viajeros. Lackland y Barlennan dejaron pasar varios días antes de mencionarlo, pues deseaban asegurarse, pero al fin ya no hubo dudas de que estaban en la divisoria de aguas que conducía al océano del este. La moral, que nunca había sido baja, mejoro notablemente. Varios marineros iban siempre encaramados al techo del tanque, anhelando ver el mar cada vez que llegaban a una cumbre. Incluso Lackland a veces cansado hasta el hartazgo, se sintió de mejor talante; y, si grande era su alivio, enormes fueron su alarma y su consternación cuando, de pronto, llegaron al borde de un precipicio: un descenso casi vertical de mas de veinte metros, que se extendía en ángulo recto con su trayectoria.

9 — SALTO AL VACÍO

Durante largos momentos guardaron silencio. Lackland y Barlennan, que habían estudiado a fondo las fotografías con que habían preparado el mapa del viaje, estaban atónitos. La tripulación, por su parte, aunque no carecía de iniciativa, tomo la decisión colectiva de dejar aquel problema en manos del capitán y de su amigo alienígena.

— ¿Cómo puede estar ahí? — dijo Barlennan —. Veo que no es alto, en comparación con la nave desde la que tomaron las fotografías, pero ¿no tendría que haber arrojado una sombra en el resto del paisaje, antes del ocaso?

— Si, Barlennan, y solo se me ocurre una explicación de por que lo pasamos por alto.

Cada foto, como recordaras, abarca muchos kilómetros cuadrados; una incluiría toda la comarca que vemos desde aquí, e incluso más. La foto que cubre esta zona se debió de tomar entre el amanecer y el mediodía, cuando no había suficiente sombra.

— Entonces, ¿este risco no supera el marco de la foto?

— Posiblemente, pero es inútil buscar respuesta a esa pregunta. El verdadero problema, puesto que el risco existe, es como continuar el viaje.

Ese interrogante produjo otro silencio, que duro un tiempo. El primer piloto lo rompió, sorprendiendo al menos a dos personas.

— ¿No sería aconsejable pedir a los amigos del Volador que averigüen a que distancia se extiende el risco a ambos lados? Quizá sea posible descender por un declive más suave sin desviarnos demasiado. Para ellos no sería difícil trazar nuevos mapas, si omitieron el risco en el primero.

Barlennan tradujo el comentario y Lackland enarco las cejas.

— Parece que tu amigo habla ingles, Barl, pues comprendió muy bien nuestra última conversación. ¿O tenéis algún método de comunicación que yo ignore?

Barlennan se volvió hacia el piloto, sobresaltado y confundido. No había comunicado su conversación a Dondragmer; evidentemente el Volador tenía razón: el piloto había aprendido algo de inglés. Lamentablemente, sin embargo, la otra pregunta también contenía algunas verdades; Barlennan estaba seguro de que muchos sonidos de su aparato vocal no eran audibles para el terrícola, aunque ignoraba la razón. Durante varios segundos vaciló, tratando de decidir si sería mejor revelar la aptitud de Dondragmer, el secreto de su comunicación, ambas cosas, o bien, en un alarde de destreza, ninguna de ellas. Barlennan hizo lo que pudo.

— Al parecer, Dondragmer es mas listo de lo que pensé. ¿Es verdad que has aprendido algo del idioma del Volador, Dondragmer? — Lo preguntó en ingles, y con una modulación que Lackland podía captar. A continuación, en los tonos más agudos de su propio idioma, añadió—: Di la verdad. Quiero ocultar todo el tiempo posible que podemos hablar sin que él nos oiga. Responde en el idioma de él, si puedes.

El piloto obedeció, aunque ni siquiera el capitán habría adivinado sus pensamientos.

— He aprendido mucho de tu idioma, Charles Lackland. No pensé que te opusieras.

— No me opongo en absoluto, Dondragmer. Estoy muy complacido, y admito que sorprendido. Con gusto te habría enseñado como a Barl si hubieras ido a la estación. Ya que aprendiste solo, supongo que comparando nuestras conversaciones con las actividades resultantes de tu capitán, te invito a participar. Tu sugerencia es atinada; llamare de inmediato a la estación Toorey.

El operador de la luna respondió de Inmediato, pues se mantenía una guardia constante en la frecuencia del transmisor principal del tanque, a través de varias estaciones de relé que giraban en el anillo exterior de Mesklin. Dijo que se realizaría una operación cartográfica cuanto antes.

Pero «cuanto antes» significaba varios días de Mesklin, y, mientras aguardaban, el trío procuró formular otros planes por si no podían sortear el risco dentro de una distancia razonable.

Un par de marineros manifestaron su deseo de saltar hacia abajo, para angustia de Barlennan. Entendía que el natural temor a las alturas no debía ser reemplazado por un desprecio total, aunque ahora toda la tripulación compartía ese deseo de trepar y saltar.

Pidió a Lackland que disuadiera a aquellos temerarios, y Lackland logro hacerlo calculando que esa caída de veinte metros equivalía a una caída de medio metro en su país natal. La comparación revivió en los recuerdos infantiles, pero se apresuró a apartarlos de su mente. El capitán, reflexionando sobre este episodio, llegó a la conclusión de que su tripulación estaba compuesta por lunáticos, y que él era el más chalado de todos; pero estaba seguro de que esa forma de demencia resultaría útil.

Durante un tiempo nadie tuvo una idea mas practica; Lackland aprovecho la oportunidad para dormir, pues necesitaba descanso. Había hecho dos largas siestas en su refugio, interrumpidas por una suculenta comida, cuando llegó el informe del cohete de exploración. Era breve y desalentador. El risco llegaba hasta el mar mil kilómetros al noreste de ese lugar, casi exactamente en el ecuador En dirección opuesta alcanzaba dos mil kilómetros, disminuyendo gradualmente de altitud y desapareciendo por completo a la latitud de cinco gravedades. No era perfectamente recto y revelaba una curvatura profunda que, en un punto, se alejaba del océano; el tanque se había atascado en ese punto. Dos ríos bajaban desde el borde dentro de los limites de la bahía, y el tanque se encontraba apresado entre ambos, pues era descabellado cruzarlos remolcando el Bree sin viajar primero muchos kilómetros corriente arriba desde las tremendas cataratas. Una de ellas estaba cincuenta kilómetros al sur; la otra, ciento cincuenta kilómetros al norte y al este alrededor de la curvatura del peñasco. El cohete no había podido examinar detalladamente esa comarca escarpada desde la altitud que debía mantener, pero el Intérprete dudaba que el tanque pudiera superar el obstáculo. En todo caso, el mejor sitio estaba cerca de una de las cataratas, donde la erosión era visible y quizás hubiera abierto sendas transitables.

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