Robert Heinlein - Viernes

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Viernes: краткое содержание, описание и аннотация

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Viernes es su nombre. Es una mujer. Y es un mensajero secreto. Está empleada por un hombre al que únicamente conoce como "Jefe". Operando desde y a través de una Tierra de un futuro próximo, en la cual Norteamérica ha sido balcanizada en docenas de estados independientes, en donde la cultura ha sido extrañamente vulgarizada y el caos es la norma feliz, se enfrenta a una sorprendente misión que la hace ir de un lado para otro bajo unas órdenes aparentemente absurdas. De Nueva Zelanda al Canadá, de uno a otro de los nuevos estados desunidos de América, mantiene ingeniosamente su equilibrio con rápidas y expeditivas soluciones, de una calamidad y embrollo a otro. Desesperada por la identidad y las relaciones humanas, nunca está segura si se halla un paso por delante, o un paso por detrás, del definitivo destino de la raza humana. Porque Viernes es una Persona Artificial… la mayor gloria de la ingeniería genética.
Una de las mejores obras de Heinlein, lo cual es lo mismo que decir una de las mejores de toda la ciencia ficción…

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Así que finalmente salimos del Palacio y nos fuimos a las oficinas principales de la MasterCard en California, con cuarenta y cinco minutos de retraso… y perdimos otros diez minutos borrando nuestras falsas personalidades en los servicios del Edificio de Crédito Comercial de California. Los servicios eran democráticos y no discriminatorios, aunque no tan agresivamente. No había que pagar para entrar, y los cubículos tenían puertas, y las mujeres utilizaban un lado y los hombres utilizaban el lado que tenía esas cosas verticales como recogeaguas que los hombres utilizan más que los reservados, y el único lugar donde unos y otras se mezclaban era en la parte central donde había lavabos y espejos, e incluso allí las mujeres tendían a permanecer en su lado y los hombres en el otro. A mí no me preocupa compartir esos servicios — después de todo, fui educada en una inclusa —, pero he observado que los hombres y las mujeres, cuando se les da una oportunidad de segregarse, se segregan.

Georges tenía un aspecto mucho mejor sin los labios pintados. Había utilizado el agua en su cabello también, alisándolo y aplastándolo. Yo puse aquel llamativo pañuelo en mi neceser de vuelo. Él me dijo:

— Creo que fue una tontería intentar camuflarnos de ese modo.

Miré a mi alrededor. No había nadie cerca, y el alto nivel de ruido de los desagües y el aire acondicionado enmascaraban cualquier conversación.

— No en mi opinión, Georges. Creo que en seis semanas podrías convertirte en un auténtico profesional.

— ¿Qué tipo de profesional?

— Oh, Pinkerton, quizá. O un… — Alguien entró y se nos acercó —. Discutiremos eso más tarde. De todos modos, conseguimos dos billetes de lotería.

— Exacto. ¿Cuándo es el sorteo del tuyo?

Lo saqué, lo miré.

— ¡Hey, es para hoy! ¡Esta misma tarde! ¿O habré perdido el control de las fechas?

— No — dijo Georges, mirando mi billete —, es efectivamente hoy. Dentro de una hora será mejor que estemos cerca de una terminal.

— No es necesario — le dije —. Yo nunca gano a las cartas. Nunca gano a los dados.

Nunca gano a la lotería. Cuando compro bolsitas de pastelillos, la mayoría de la veces ni siquiera llevan regalo dentro.

— De todos modos miraremos la terminal, Casandra.

— De acuerdo. ¿Cuándo es tu sorteo?

Sacó su billete; lo miramos.

— ¡Hey, es el mismo sorteo! — exclamé —. Ahora tenemos muchas más razones para mirar.

Georges seguía mirando su billete.

— Viernes. Observa esto. — Frotó con el pulgar la impresión. Las letras siguieron como antes; los números se emborronaron —. Bien, bien… ¿Cuánto tiempo se pasó nuestra amiga con la cabeza metida bajo su mostrador, antes de «encontrar» este billete?

— No lo sé. Menos de un minuto.

— Le bastó, eso es evidente.

— ¿Tienes intención de ir a devolvérselo?

— ¿Yo? Querida, ¿por qué debería hacer eso? Un tal virtuosismo merece un aplauso.

Pero está malgastando un auténtico talento en trabajos menores. Pero salgamos; querrás terminar con el asunto de la MasterCard antes del sorteo de la lotería.

Volví a convertirme temporalmente en «Marjorie Baldwin», y se nos permitió hablar con «nuestro señor Chambers» en la oficina principal de la MasterCard en California. El señor Chambers era una persona extremadamente amable… hospitalaria, sociable, simpática, amistosa, exactamente el hombre, al parecer, que yo necesitaba ver, puesto que el rótulo en su escritorio nos decía que era el Vicepresidente para la Relación con los Clientes.

Tras varios minutos empecé a darme cuenta de que su autoridad era decir no, y su talento principal consistía en decir no de la manera más agradable, con las palabras más amistosas, de modo que el cliente apenas se diera cuenta de que estaba siendo echado a la puerta.

En primer lugar, por favor, comprenda, señorita Baldwin. que la MasterCard de California y la MasterCard del Imperio de Chicago son dos corporaciones separadas, y que usted no tiene firmado ningún contrato con nosotros. Lo cual lamentamos profundamente. Cierto, como un asunto de cortesía y reciprocidad normalmente aceptamos las tarjetas de crédito libradas por ellos y ellos aceptan las nuestras. Pero lamento mucho tener que decir que en este momento — deseaba enfatizar mucho el «en este momento» — el Imperio ha cortado todas las comunicaciones y, por extraño que parezca, hoy aún no se ha establecido ningún cambio oficial entre oseznos y coronas… de modo que, ¿cómo podríamos aceptar una tarjeta de crédito del Imperio aunque lo deseáramos y nos alegrara poder hacerlo…? Pero nuestro deseo es hacer que su estancia entre nosotros sea lo más feliz posible, así que, ¿qué es lo que podemos hacer por usted para tal fin?

Le pregunté cuándo creía que iba a terminar la emergencia.

El señor Chambers adoptó un aire completamente inexpresivo.

— ¿Emergencia? ¿Qué emergencia, señorita Baldwin? Quizá haya alguna emergencia en el Imperio, puesto que han cerrado sus fronteras… ¡pero por supuesto no hay ninguna emergencia aquí! Mire a su alrededor… ¿ha visto usted alguna vez un país tan resplandeciente de paz y prosperidad?

Estuve de acuerdo con él y me puse en pie, puesto que no parecía haber ningún objeto en seguir discutiendo.

— Gracias, señor Chambers. Ha sido usted muy amable.

— Ha sido un placer, señorita Baldwin. MasterCard a su servicio. Y no lo olvide:

cualquier cosa que yo pueda hacer por usted, cualquier cosa, estoy a su servicio.

— Gracias, lo tendré en cuenta. Esto… ¿hay alguna terminal pública en alguna parte en este edificio? Compré un billete de lotería esta mañana, y resulta que el sorteo va a ser ahora mismo.

Sonrió ampliamente.

— Mi querida señorita Baldwin, me alegra tanto que me lo haya preguntado.

Precisamente en este mismo piso tenemos una gran sala de conferencias y cada viernes por la tarde, justo antes del sorteo, todo el mundo deja de trabajar y todo nuestro personal… o al menos aquellos que han comprado billetes; los demás no sienten tanto interés… todos nos reunimos allí para seguir el sorteo. J. B. (es nuestro Presidente y Jefe Ejecutivo), el viejo J. B. decidió que era mejor hacerlo así que tener a los jugadores haciendo frecuentes viajes a los lavabos y yendo a comprar cosas o pretendiendo hacerlo. Es mejor para la moral. Cuando uno de los nuestros gana algún premio (a veces ocurre), entonces él o ella recibe un hermoso pastel con velitas, exactamente igual a los de cumpleaños, obsequio del viejo J. B. en persona. El cual incluso sale a reunirse con todos y lo celebra con el afortunado ganador.

— Suena como si esta sea una empresa feliz.

— ¡Oh, lo es! Es una institución financiera en la que el delito computerizado es algo desconocido; todo el mundo quiere al viejo J. B. — Miró su dedo —. Vayamos a la sala de conferencias.

El señor Chambers nos condujo a los asientos reservados para los VIPs, nos trajo en persona café, luego decidió sentarse con nosotros y seguir el sorteo.

La pantalla de la terminal ocupaba la mayor parte de la pared del fondo de la sala.

Transcurrió una hora de premios menores durante la cual el maestro de ceremonias intercambió desternillantes chistes con su ayudante, la mayor parte de ellos acerca de los encantos físicos de la chica que sacaba las bolas del enorme bombo. Evidentemente había sido elegida precisamente por sus encantos físicos, que eran considerables… eso y su voluntad de llevar un traje que no solo los realzaba sino que demostraba también a la audiencia que no estaba ocultando nada. Cada vez que metía el brazo y extraía un número de la suerte cerraba los ojos; me dije que al menos podrían haberle puesto una venda y así podría decirse que llevaba algo encima. Parecía un trabajo agradable… si la calefacción de los estudios funcionaba correctamente.

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