Robert Heinlein - Viernes

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Viernes: краткое содержание, описание и аннотация

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Viernes es su nombre. Es una mujer. Y es un mensajero secreto. Está empleada por un hombre al que únicamente conoce como "Jefe". Operando desde y a través de una Tierra de un futuro próximo, en la cual Norteamérica ha sido balcanizada en docenas de estados independientes, en donde la cultura ha sido extrañamente vulgarizada y el caos es la norma feliz, se enfrenta a una sorprendente misión que la hace ir de un lado para otro bajo unas órdenes aparentemente absurdas. De Nueva Zelanda al Canadá, de uno a otro de los nuevos estados desunidos de América, mantiene ingeniosamente su equilibrio con rápidas y expeditivas soluciones, de una calamidad y embrollo a otro. Desesperada por la identidad y las relaciones humanas, nunca está segura si se halla un paso por delante, o un paso por detrás, del definitivo destino de la raza humana. Porque Viernes es una Persona Artificial… la mayor gloria de la ingeniería genética.
Una de las mejores obras de Heinlein, lo cual es lo mismo que decir una de las mejores de toda la ciencia ficción…

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— Me gustaría poder quedarme uno. No puedo.

— Discutiremos eso más tarde. Ve al lavabo. ¿Deseas ducharte antes de cenar? Yo tengo intención de hacerlo; he pasado demasiado tiempo haciendo correr a Belleza Negra y Demonio antes de ir al puerto, y luego no me ha dado tiempo. ¿No notas que huelo a establo?

Y así fue como, con pasos fáciles, me hallé diez o doce minutos más tarde con Georges lavándome la espalda mientras Ian lavaba mi parte delantera mientras mi anfitriona se lavaba a sí misma y se reía y ofrecía su consejo, que era olímpicamente ignorado. Si detallara un poco más el asunto, verían ustedes que cada paso era perfectamente lógico y que esos gentiles sibaritas no hacían nada por empujarme. Ni siquiera existía el más ligero intento de seducirme, ni siquiera una insinuación al hecho de que yo había violado (violado simbólicamente, al menos) a mi anfitrión la noche antes.

Luego compartí con ellos un sibarítico festín en su sala de estar (salón de recepciones, gran salón, lo que quieran), frente a un fuego que era en realidad uno de los artilugios de Ian. Yo iba vestida con una de las negligées de Janet… la idea que Janet tenía de una negligée para la cena hubiera hecho que la arrestasen en Christchurch.

Pero eso no provocó ningún avance de ninguno de los hombres. Cuando llegamos al café y al coñac, yo ligeramente achispada por las copas antes de la cena y el vino durante la cena, me quité a su demanda aquella negligée prestada y Georges me hizo adoptar cinco o seis poses, tomó estéreos y holos de cada una de ellas, mientras hacía comentarios acerca de mi musculatura. Yo proseguí insistiendo en que tenía que irme al día siguiente por la mañana pero mis protestas eran débiles y pro forma… y Georges tampoco les prestaba la menor atención. Dijo que yo tenía «buenas masas»… quizá fuera un cumplido; aunque no era precisamente apreciativo.

Pero consiguió unas fotos terriblemente buenas de mí, especialmente una en la que estaba tendida lánguidamente en un diván bajo con cinco gatitos arrastrándose sobre mi pecho y piernas y barriga. Le pedí una copia de esta última, y resultó que Georges tenía el equipo necesario para hacer las copias él mismo.

Luego Georges tomó algunas de Janet y yo juntas, y de nuevo le pedí una copia de alguna de ellas porque hacíamos un hermoso contraste y Georges tenía un talento especial para hacernos lucir mejor de lo que éramos. Pero por aquel entonces ya empezaba a bostezar, y Janet le dijo a Georges que parara. Pedí disculpas, diciendo que no era excusa para mí el tener sueño puesto que aún era a primera hora de la tarde en la zona donde había iniciado el día.

Janet dijo que era lo mismo, que sentir sueño no tenía nada que ver con relojes y zonas horarias… caballeros, nos vamos a la cama. Se me llevó.

Nos detuvimos en aquel hermoso baño, y ella puso sus brazos a mi alrededor.

— Marjie, ¿quieres compañía, o deseas dormir sola? Sé por Betty que has tenido una noche movida esta pasada noche; posiblemente prefieras una noche tranquila a solas. O posiblemente no. Dilo.

Le dije honestamente que si me daban a elegir nunca dormía sola.

— Yo tampoco — admitió —, y me alegra oírte decir esto, en vez de frivolizar al respecto y fingir de la forma que lo hacen algunas hipócritas. ¿A quién quieres en tu cama?

Querida amiga, seguro que tú quieres a tu marido la noche que viene a casa.

— Quizá debiéramos formular la pregunta al revés. ¿Quién quiere dormir conmigo?

— Bueno, todos nosotros queremos, estoy segura. O dos. O uno. Tú elige.

Parpadeé, y me pregunté cuánto debía haber bebido.

— ¿Cuatro en una cama?

— ¿Te gustaría?

— Nunca lo he intentado. Suena agradable, pero puede que la cama resulte horriblemente atestada, pienso.

— Oh. Tú no has estado en mi habitación. Hay una gran cama. Porque mis dos maridos deciden a menudo dormir a la vez conmigo… y sigue quedando bastante sitio como para invitar a un huésped a unírsenos.

Sí. Había estado bebiendo… dos noches seguidas y mucho más de lo que estaba acostumbrada.

— ¿Dos maridos? No sabía que el Canadá Británico hubiera adoptado el Plan Australiano.

— El Canadá Británico no; los canadienses británicos sí. O varios miles de ellos. Las puertas están cerradas y a nadie fuera de aquí le importa. ¿Quieres probar la gran cama?

Si te entra sueño, puedes arrastrarte hasta tu propia habitación… otra de las razones por las que diseñé así esta suite. ¿Y bien, querida?

— Oh… sí. Pero quizá me muestre algo cohibida al respecto.

— Lo superarás. Vamos…

Fue interrumpida por el zumbido de la terminal.

— ¡Oh, maldita sea, maldita sea! — dijo Janet —. Casi seguro que eso significa que desean que Ian vaya al puerto… pese a que acaba de llegar de un vuelo. — Se dirigió a la terminal, la conectó.

— …causa de alarma. Nuestra frontera con el Imperio de Chicago ha sido cerrada y los refugiados son rechazados. El ataque de Quebec es más serio pero puede ser un error de algún mando local; no ha habido ninguna declaración de guerra. El estado de emergencia ha sido decretado, de modo que no circulen por las calles, mantengan la calma, y escuchen la correspondiente longitud de onda para noticias oficiales e instrucciones.

El Jueves Rojo había empezado.

10

Supongo que todo el mundo tiene más o menos en mente la misma imagen del Jueves Rojo y lo que siguió. Pero para explicarme (¡a mí misma, si ello es posible!) debo decirles cómo lo vi yo, incluidas la torpe confusión y las dudas.

Fuimos a la gran cama de Janet para compañía y mutuo consuelo, no para sexo.

Nuestros oídos estaban atentos a las noticias, nuestros ojos fijos en la pantalla de la terminal. Más o menos las mismas noticias eran repetidas una y otra vez… un abortado ataque de Quebec, el Presidente del Imperio de Chicago asesinado en su cama, la frontera con el Imperio cerrada, informes de sabotajes sin verificar, todo el mundo fuera de las calles, permanezcan tranquilos… pero no importaba cuán a menudo repitieran aquello todos permanecíamos callados y escuchando, aguardando alguna información que pudiera hacer que las demás informaciones carecieran de sentido.

Sin embargo, las cosas fueron yendo peor a lo largo de la noche. A las cuatro de la madrugada sabíamos que los asesinatos y los sabotajes se extendían por todo el planeta; al amanecer llegaban informes sin confirmar de disturbios en Ele-Cuatro, en la Base de Tycho, en la Estación Estacionaría, y (el mensaje interrumpido a la mitad) en Ceres. No había forma de adivinar si los disturbios se extendían o no hasta tan lejos como Alfa del Centauro o Tau Ceti… pero un portavoz oficial en la terminal afirmó rotundamente que no podían hacerse especulaciones, y nos dijo que nadie intentara adivinar cosas de las que no sabíamos nada.

Aproximadamente a las cuatro, Janet, con un poco de ayuda por mi parte, hizo bocadillos y sirvió café.

Me desperté a las nueve porque Georges se movió. Descubrí que estaba durmiendo con mi cabeza en su pecho y mi antebrazo enlazado con el suyo. Ian estaba cruzado en la cama, sentado medio recostado contra algunos almohadones con los ojos fijos aún en la pantalla… pero sus ojos estaban cerrados. Janet no estaba… se había ido a mi habitación, y se había arrastrado hasta lo que nominalmente era mi cama.

Descubrí que, moviéndome muy lentamente, podía desenredarme y salir de la cama sin despertar a Georges. Lo hice, y me deslicé al cuarto de baño, donde me libré del café que había tomado y me sentí mejor. Miré en «mi» habitación, vi a mi ausente anfitriona.

Estaba despierta, me agitó los dedos, luego me hizo señas para que entrara. Se echó a un lado y me metí a su lado en la cama. Me dio un beso.

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