— ¿Cómo están los chicos?
— Siguen durmiendo los dos. O al menos seguían hace unos tres minutos.
— Bien. Necesitan dormir. Los dos tienen preocupaciones; yo no. He decidido que no tenía sentido aguardar el Armagedón con los ojos inyectados en sangre, así que me vine aquí. Tú dormías, creo.
— Es posible. No sé cuándo me quedé dormida. Tenía la impresión de oír las mismas malas noticias un millar de veces. Luego me desperté.
— No te has perdido nada. He mantenido el sonido bajo pero he dejado la pantalla encendida… han estado contando sin cesar la misma vieja triste historia. Marjorie, los muchachos están esperando a que las bombas empiecen a caer. No creo que haya bombas.
— Espero que tengas razón, ¿pero por qué no?
— ¿Quién arroja bombas H sobre quién? ¿Quién es el enemigo? Todos los bloques de poder más importantes están en problemas, por lo que puedo decir según las noticias.
Pero, aparte el hecho de que parece haberse cometido un estúpido error por parte de algún general de Quebec, no hay implicadas fuerzas militares en ningún lugar.
Asesinatos, incendios, explosiones, todo tipo de sabotajes, tumultos, terrorismo de todas clases… pero ningún esquema. No es el Este contra el Oeste, o marxistas contra fascistas, o blancos contra negros. Marjorie, si alguien arroja misiles, eso significará que todo el mundo se ha vuelto loco.
— ¿Acaso no parece así ahora?
— No lo creo. El esquema de todo esto es que no hay ningún esquema. El blanco es todo el mundo. Parecen estar apuntado a todos los gobiernos por igual.
— ¿Anarquistas? — sugerí.
— Nihilistas, quizá.
Ian entró exhibiendo unas preciosas ojeras, una barba de un día, una mirada preocupada, y una vieja bata de baño demasiado corta para él. Sus rodillas estaban llenas de bultos.
— Janet, no puedo contactar con Betty ni con Freddy.
— ¿No iban a volver a Sydney?
— No es eso. No puedo comunicarme ni con Sydney ni con Auckland. Todo lo que consigo es esa maldita voz sintética de la computadora: «El-circuito-no-está-disponibleen— este-momento. Por-favor-inténtelo-dentro-de-un-rato-gracias-por-su-paciencia». Ya sabes.
— Uf. ¿Más sabotaje, quizá?
— Podría ser. Pero quizá sea algo peor. Tras ese fracaso, llamé al control de tráfico del puerto y pregunté a quien infiernos se puso al otro lado qué era lo que iba mal con el satélite de enlace de Winnipeg-Auckland. Exhibiendo mi rango una y otra vez, conseguí finalmente al supervisor. Me dijo que olvidara todo tipo de llamadas y que no siguiera insistiendo porque realmente tenían problemas. Todos los SB estaban en tierra… debido a que dos de ellos habían sido saboteados en el espacio. El Vuelo Veintinueve Winnipeg— Buenos Aires y el Uno cero uno Vancouver-Londres.
— ¡Ian!
— Totalmente perdidos, los dos. Ningún superviviente. Fallos de presión, sin duda, pues ambos estallaron al abandonar la atmósfera. Jan, la próxima vez que despegue, voy a inspeccionarlo todo por mí mismo. Pararé la cuenta atrás a la excusa más trivial. — Añadió —: Pero no puedo imaginar cuándo será eso. No puedes despegar un SB cuando tus circuitos de comunicación al puerto de reentrada están cortados… y el supervisor admitió que han perdido todos los circuitos de contacto.
Janet saltó de la cama, se puso en pie, le besó.
— Ahora deja de preocuparte. Ya basta. Inmediatamente. Por supuesto que vas a comprobarlo todo por ti mismo hasta que atrapen a los saboteadores. Pero en este momento vas a sacarte todo esto de la cabeza porque no van a llamarte para ningún vuelo hasta que los circuitos de comunicación hayan sido restablecidos. Así que declaro unas vacaciones. En cuanto a Betty y Freddie, es una lástima que no podamos hablar con ellos pero saben cuidarse de sí mismos, y tú lo sabes. No dudo que también deben estar preocupados por nosotros, y no deberían tampoco. Simplemente me alegro de que todo esto haya ocurrido cuando tú estabas en casa… en vez de a medio camino hacia cualquier parte del globo. Tú estás aquí y estás a salvo y eso es todo lo que me importa.
Así que simplemente sentémonos, cómodos y felices, hasta que toda esta tontería haya acabado.
— Tengo que ir a Vancouver.
— Hombre mío, tú no vas a «ir» a hacer nada, excepto pagar los impuestos y morir. Ellos no van a meter artefactos en las naves mientras las naves no despeguen.
— Artefactos — salté, y lo lamenté.
Ian pareció verme por primera vez.
— Hola, Marj… buenos días. No tienes que preocuparte por nada… y lamento que se haya producido este problema mientras tú eres nuestro huésped. Los artefactos que Jan mencionó no son artilugios; están vivos. La Dirección tiene la estúpida idea de que un artefacto viviente diseñado para pilotar hará un mejor trabajo que el que puede hacer un hombre. Soy dirigente obrero de la Sección de Winnipeg, de modo que tengo que ir a luchar contra ello. La reunión Dirección-Sindicato es en Vancouver mañana.
— Ian — dijo Jan —, llama al Secretario General. Es una tontería ir a Vancouver sin confirmarlo antes.
— De acuerdo, de acuerdo.
— Pero no te limites a preguntar. Pincha al SecGen para que haga presión sobre la Dirección a fin de posponer la reunión hasta que haya terminado la emergencia. Quiero que te quedes aquí y me mantengas a salvo de peligro.
— O viceversa.
— O viceversa — admitió ella —. Pero me desmayaré en tus brazos si es necesario. ¿Qué te gustaría para desayunar? No me pidas algo demasiado complejo o voy a tener que pedir tu colaboración.
Yo no estaba realmente escuchando, puesto que la palabra artefacto había actuado un disparador en mí. Había estado pensando en Ian — en todos ellos, realmente, aquí y en Australia — como en alguien tan civilizado y sofisticado que consideraría a los de mi clase exactamente tan buenos como si fuéramos personas.
Y ahora acababa de oír que Ian era el encargado de representar a su sindicato en una lucha laboral con la dirección para impedir que los de mi clase pudieran competir con los humanos.
(¿Qué hubieras hecho con nosotros, Ian? ¿Cortarnos el cuello? Nosotros no pedimos ser producidos, del mismo modo que vosotros no pedís nacer. Puede que no seamos humanos, pero compartimos el antiguo destino de los humanos; somos extranjeros en un mundo que nunca hicimos).
— ¿Y bien, Marj?
— ¿Eh? Oh, lo siento, estaba distraída. ¿Qué decías, Jan?
— Te preguntaba qué deseabas para desayunar, querida.
— Oh, no importa; me como cualquier cosa que se mantenga en pie o incluso que se bambolee ligeramente. ¿Puedo venir contigo y ayudar? ¿Por favor?
— Estaba esperando que te ofrecieras. Porque Ian no está muy acostumbrado a la cocina, pese a su cometido.
— ¡Soy un cocinero malditamente bueno!
— Sí, querido. Ian firmó un compromiso por escrito de que cocinaría siempre que yo se lo pidiera. Y lo hace; nunca ha intentado escabullirse de ello. Pero tengo que estar terriblemente hambrienta para invocarlo.
— Marj, no la escuches.
Sigo sin saber si Ian sabe cocinar o no, pero Janet realmente sí sabe (y lo mismo puede decirse de Georges, como supe más tarde). Janet nos sirvió — con ayuda marginal por mi parte — ligeras y esponjosas tortillas de suave queso cheddar rodeadas por delgados y tiernos panqueques enrollados al estilo continental con azúcar en polvo y mermelada, y adornados con tocino frito y bien escurrido. Más zumo de naranja de un montón de naranjas recién exprimidas… exprimidas a mano, no reducidas a pulpa por una máquina. Más café colado hecho de granos recién molidos.
(La comida de Nueva Zelanda es maravillosa, pero la forma de cocinar de Nueva Zelanda ni siquiera es cocinar).
Читать дальше