Robert Heinlein - Viernes

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Viernes: краткое содержание, описание и аннотация

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Viernes es su nombre. Es una mujer. Y es un mensajero secreto. Está empleada por un hombre al que únicamente conoce como "Jefe". Operando desde y a través de una Tierra de un futuro próximo, en la cual Norteamérica ha sido balcanizada en docenas de estados independientes, en donde la cultura ha sido extrañamente vulgarizada y el caos es la norma feliz, se enfrenta a una sorprendente misión que la hace ir de un lado para otro bajo unas órdenes aparentemente absurdas. De Nueva Zelanda al Canadá, de uno a otro de los nuevos estados desunidos de América, mantiene ingeniosamente su equilibrio con rápidas y expeditivas soluciones, de una calamidad y embrollo a otro. Desesperada por la identidad y las relaciones humanas, nunca está segura si se halla un paso por delante, o un paso por detrás, del definitivo destino de la raza humana. Porque Viernes es una Persona Artificial… la mayor gloria de la ingeniería genética.
Una de las mejores obras de Heinlein, lo cual es lo mismo que decir una de las mejores de toda la ciencia ficción…

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Pensé en aquello.

— ¿Estás seguro de que dijo halo?

— Bueno… dijo que tú eras un ángel. Quizá me precipité en mis conclusiones.

— Quizá. No creo que llevara ningún halo la pasada noche; no acostumbro a llevarlo cuando viajo.

— Ya está bien — dijo el capitán Ian —. La pasada noche todo lo que ella llevaba era una carga, una enorme carga. Cariño, odio tener que decírtelo, pero Betty era una mala influencia. Deplorable.

— ¡Oh, cielos! Quizá será mejor que vayamos directamente a la reunión de fieles.

¿Vamos, Marjorie? ¿Tomamos té y pastelillos allí, y nos saltamos la cena? Toda la congregación rezará por ti.

— Lo que tú digas, Janet. — (¿Debía aceptar aquello? No sabía cuál era la etiqueta en una «reunión de fieles»).

— Janet — dijo el capitán Tormey —, quizá será mejor que la llevemos a casa y recemos allí por ella. No estoy seguro de que Marj está acostumbrada a la confesión pública de los pecados.

— Marjorie, ¿prefieres eso?

— Creo que lo prefiero, sí.

— Entonces nosotros también. Ian, ¿llamas a Georges?

Georges resultó ser Georges Perreault. Eso es todo lo que supe acerca de él en aquel momento, excepto que estaba conduciendo un par de caballos Morgan negros enjaezados a un surrey Honda apto solamente para los muy ricos. ¿Cuánto gana un capitán de SB? Viernes, eso no es asunto tuyo. Pero aquel era sin lugar a dudas un buen par de ejemplares. Como también lo era Georges, incidentalmente. Apuesto, quiero decir.

Era alto, de pelo negro, vestido con un traje oscuro y un quepis, y tenía todo el aspecto de un cochero. Pero Janet no lo presentó como un sirviente, y él se inclinó sobre mi mano y la besó. ¿Besa las manos un cochero? No dejo de encontrarme con prácticas humanas no cubiertas por mi entrenamiento.

Ian se sentó delante con Georges; Janet me hizo subir detrás con ella, y abrió una gran manta.

— Pensé que no habías traído contigo nada de abrigo, viniendo de Auckland — explicó —.

Así que tápate un poco. — No protesté diciendo que nunca me enfriaba; era un detalle considerado, y me arropé bajo ella. Georges nos condujo hasta la carretera, animó a los caballos, y estos emprendieron un trote rápido. Ian tomó un cuerno de una gaveta del tablero de mandos y lo hizo sonar… no parecía haber ninguna razón para ello; creo que simplemente le gustaba hacer un poco de ruido.

No entramos en la ciudad de Winnipeg. Su casa estaba al sur de una pequeña ciudad, Stonewall, al norte de la ciudad y más cerca del puerto. Cuando llegamos allí ya era oscuro pero pude ver una cosa: era una zona campestre diseñada para contener cualquier tipo de ataque militar profesional. Había tres puertas en serie, con las puertas uno y dos formando una barrera de contención. No descubrí Ojos ni armas remotas pero estaba segura de que estaban ahí.. la zona estaba señalada con las balizas rojas y blancas que indicaban a los vehículos aerodeslizadores que no intentaran penetrar en aquel perímetro.

Sólo pude tener un ligero atisbo de lo que había más allá de las tres puertas… era demasiado oscuro. Vi una pared y dos verjas, pero no pude ver como estaban armadas y/o minadas, y dudé en preguntar. Pero ninguna persona inteligente gasta tanto en la protección de una casa y luego confía exclusivamente en la defensa pasiva. Deseaba preguntar también acerca de la disponibilidad de energía, recordando cómo en la granja el Jefe había perdido su generador principal (cortado por el «tío Jim») y con ello sus defensas… pero se trataba también de algo que se suponía que un huésped no debía preguntar.

Me pregunté aún más qué hubiera ocurrido si hubiéramos sido asaltados antes de penetrar por las puertas del castillo. De nuevo, con mi experiencia en armas ilegales que aparecen de pronto en las manos de las personas presuntamente desarmadas, ese era un tipo de pregunta que una no formulaba. Normalmente yo voy por ahí desarmada pero no presumo que los demás lo hagan también… la mayoría de la gente no posee ni mis perfeccionamientos ni mi entrenamiento especial.

(Yo siempre confío más en mi condición de «desarmada» que en depender de una serie de artilugios que pueden serte retirados en cualquier puesto de control, o que puedes perder, o que pueden quedarse sin municiones, o atascarse, o haber gastado toda su energía cuando más los necesitas. No parezco armada, y eso da también una ventaja. Pero otra gente, otros problemas… yo soy un caso especial).

Subimos por un serpenteante sendero y nos metimos bajo un voladizo y nos detuvimos, y de nuevo Ian hizo sonar aquel estúpido cuerno… pero esta vez parecía haber alguna finalidad en ello; las puertas delanteras se abrieron. Ian dijo:

— Llévala dentro, querida; voy a ayudar a Georges con el coche.

— No necesito ninguna ayuda.

— Cállate. — Ian saltó al suelo y nos ayudó a bajar, entregó mi neceser de viaje a su esposa… y Georges se fue con el coche. Ian simplemente lo siguió a pie. Janet me condujo dentro… y jadeé.

Estaba mirando a través del vestíbulo a una fuente iluminada, una fuente programada; cambiaba de formas y de colores mientras yo estaba parada allí. Había una suave música de fondo, que (posiblemente) controlaba la fuente.

— Janet… ¿quién es vuestro arquitecto?

— ¿Te gusta?

— ¡Por supuesto!

— Entonces lo admitiré. Yo soy el arquitecto. Ian es el que ha montado los cachivaches.

Georges ha controlado los interiores. Es un artista en muchos sentidos, y una de las alas es su estudio. Y tengo que decirte inmediatamente ahora que Betty me comunicó que ocultara todas tus ropas hasta que Georges pintara al menos un desnudo tuyo.

— ¿Betty dijo eso? Pero yo nunca he sido modelo, y tengo que volver a mi trabajo.

— Es asunto nuestro hacerte cambiar de opinión. A menos… ¿acaso eres tímida al respecto? Betty no dio a entender que lo fueras. Georges puede pintarte vestida. Para empezar.

— No. No soy tímida. Esto, quizá un poco cohibida ante la idea de posar; es algo nuevo para mí. Mira, ¿podemos esperar un poco? Precisamente ahora estoy más interesada en utilizar los servicios que en posar; no he ido a ellos desde que salí del piso de Betty…

hubiera tenido que pararme un momento en el puerto.

— Lo siento, querida; no debiera haberte tenido aquí de pie hablando de las pinturas de Georges. Mi madre me enseñó hace años que lo primero que hay que hacer con un huésped es mostrarle dónde está el cuarto de baño.

— Mi madre me enseñó exactamente lo mismo — mentí.

— Es por aquí. — Había un pasillo a la izquierda de la fuente; ella me condujo a su interior y a una habitación —. Tu habitación — anunció, dejando caer mi neceser sobre la cama —, y el baño está ahí. Lo compartes conmigo, ya que mi habitación es la imagen en el espejo de esta, al otro lado.

Había mucho que compartir… tres cubículos, cada uno de ellos con WC, bidet y lavabo; una ducha lo suficientemente grande como para albergar a todo un comité político, con controles que veía iba a tener que preguntar para qué servían; una mesa de masajes y bronceado; una piscina — ¿o era una bañera? — que había sido claramente planeada para bañarse en compañía; dos tocadores gemelos llenos de frascos; una terminal, una nevera; una biblioteca con un estante para cassettes.

— ¿Ningún leopardo? — dije.

— ¿Esperabas uno?

— Siempre que he visto una habitación así en los sensies la heroína tenía un cachorro de leopardo con ella.

— Oh. ¿Te conformas con un gatito?

— Por supuesto. ¿Os gustan a ti y a Ian los gatos?

— Jamás intentaría llevar las riendas de una casa sin uno dentro. De hecho, en este momento puedo ofrecerte un auténtico surtido de cachorrillos.

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