Robert Heinlein - Viernes

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Viernes: краткое содержание, описание и аннотация

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Viernes es su nombre. Es una mujer. Y es un mensajero secreto. Está empleada por un hombre al que únicamente conoce como "Jefe". Operando desde y a través de una Tierra de un futuro próximo, en la cual Norteamérica ha sido balcanizada en docenas de estados independientes, en donde la cultura ha sido extrañamente vulgarizada y el caos es la norma feliz, se enfrenta a una sorprendente misión que la hace ir de un lado para otro bajo unas órdenes aparentemente absurdas. De Nueva Zelanda al Canadá, de uno a otro de los nuevos estados desunidos de América, mantiene ingeniosamente su equilibrio con rápidas y expeditivas soluciones, de una calamidad y embrollo a otro. Desesperada por la identidad y las relaciones humanas, nunca está segura si se halla un paso por delante, o un paso por detrás, del definitivo destino de la raza humana. Porque Viernes es una Persona Artificial… la mayor gloria de la ingeniería genética.
Una de las mejores obras de Heinlein, lo cual es lo mismo que decir una de las mejores de toda la ciencia ficción…

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Mientras Ian y yo manteníamos esta discusión sin palabras, Betty abandonó la habitación y regresó con un lavalava rojo.

— Esto es un té formal — anunció, con un ligero eructo —, así que fuera esas ropas de calle y ponte esto, encanto.

¿Era idea de ella? ¿O de él? De ella, decidí al cabo de un rato. Mientras que los simples y primarios deseos lascivos de Ian estaban tan claros como un puñetazo en la mandíbula, no ocurría así con Betty, que era absolutamente sinuosa. No me importaba, mientras las cosas fueran en la dirección que yo deseaba. Unos pies desnudos son tan provocativos como unos pechos desnudos, aunque la mayor parte de la gente no parezca darse cuenta de ello. Una mujer envuelta únicamente en un lavalava es mucho más provocativa que una totalmente desnuda. La fiesta se estaba celebrando en mi beneficio, y dependía de Ian el sacarse de encima la compañía de su hermana cuando llegara el momento. Si resultaba necesario. Parecía posible que Betty quisiera comprar también alguna entrada. No me importaba.

Algo hizo bang.

Lo que ocurrió exactamente a continuación no lo sé, puesto que no recuerdo nada hasta la mañana siguiente, cuando desperté en la cama con un hombre que no era Ian Tormey.

Durante algunos minutos permanecí tendida inmóvil y lo observé roncar, mientras rebuscaba en mis recuerdos enturbiados por la ginebra, intentando encajarlo en algún lugar. Tenía la impresión de que una mujer tiene que ser presentada a un hombre antes de pasar una noche con él. ¿Había sido formalmente presentada? ¿Nos conocíamos realmente de algo?

Los recuerdos fueron volviendo a trozos y atisbos. Nombre: Profesor Federico Farnese, llamado también «Freddie» o «Gordinflón». (No demasiado gordinflón… sólo algo gordito debido a un trabajo habitual en un sillón giratorio), el marido de Betty, el cuñado de Ian. Le recordaba de algo de la noche anterior pero no podía ahora (a la mañana siguiente) recordar exactamente cuándo había llegado, o por qué estaba fuera… si es que lo sabía.

Una vez lo hube situado no me sentí especialmente sorprendida de descubrir que (al parecer) había pasado la noche con él. En el estado mental en que estaba la noche pasada, ningún hombre estaba a salvo de mí. Pero había una cosa que me preocupaba:

¿le había vuelto la espalda a mi anfitrión para perseguir a otro hombre? Eso no es educado, Viernes… ni gracioso.

Rebusqué más hondo. No, al menos una vez no le había vuelto decididamente la espalda a Ian. Para mi gran placer. Y el de Ian también, si sus comentarios habían sido sinceros. Luego, si le había vuelto la espalda, pero a petición suya. No, yo no había sido ingrata con mi anfitrión, y él había sido muy gentil conmigo, exactamente de la forma que yo necesitaba para ayudarme a olvidar cómo había sido engañada, luego echada, por la orgullosa pandilla de racistas de Anita.

Después mi anfitrión había recibido alguna ayuda del recién llegado, recordaba ahora.

No es sorprendente que una mujer emocionalmente trastornada pueda necesitar más satisfacciones de las que un hombre puede proporcionarle… pero no podía recordar cómo se había realizado la transacción. ¿Un simple intercambio? ¡No te entremetas, Viernes!

Una PA no puede simpatizar con o comprender los varios tabús copulativos humanos…

pero había memorizado cuidadosamente la mayoría de los muchos, muchos de ellos mientras recibía mi entrenamiento básico como prostituta, y sabía que este era uno de los más fuertes, uno de los que los humanos esconden más cuidadosamente aunque muestren abiertamente todos los demás.

Así que resolví eludir incluso el menor asomo de interés.

Freddie dejó de roncar y abrió los ojos. Bostezó y se desperezó y adelantó las manos hacia mí. Yo respondí a su sonrisa y a su avance, dispuesta a cooperar con todo mi corazón, cuando Ian entró. Dijo:

— Buenos días, Marj. Freddie, lamento interrumpir, pero ya he pedido un taxi. Marj tiene que marcharse y antes ha de vestirse. Nos vamos inmediatamente.

Freddie no me soltó. Simplemente soltó una risita, y luego recitó:

Un pajarito con pico dorado Se posó en el antepecho de mi ventana.

Clavó en mí un brillante ojo y dijo, «¿No te da vergüenza, dormilón?» — Capitán, tu cumplimiento del deber y tu atención al bienestar de nuestra huésped merece todo nuestro crédito. ¿Qué hora debe ser en este momento? ¿Menos dos horas?

Y el despegue es al mediodía, cuando las dos agujas del reloj se juntan en el doce. ¿No?

— Sí, pero…

— Y Helen… ¿tu nombre es Helen?… llega a tiempo si se presenta en la puerta de llamada no más tarde de menos treinta minutos. Eso es al menos lo que creo.

— Fred, no me gusta ser aguafiestas, pero puede que tardes toda una hora en conseguir un taxi desde aquí, ya lo sabes. Y yo tengo uno esperando.

— Cuán cierto. Los taxis nos evitan; a sus caballos no les gusta nuestra colina. Por esa razón, querido cuñado, la pasada noche alquilé un carruaje, pagándolo con una bolsa de oro. En este preciso momento el viejo y fiel Rocinante está debajo de esta casa en uno de los establos de la conserjería, recuperando fuerzas delante de algunas mazorcas de maíz con vistas a la próxima prueba. Cuando llame abajo, me dijo el conserje, bien untado con un espléndido soborno, enjaezará el querido animal al coche y los traerá a los dos hasta la entrada. Entonces yo llevaré a Helen a la puerta no después de menos treinta y un minutos. De modo que esto cierra la discusión.

— Bien… ¿Marj?

— Esto… ¿estás de acuerdo, Ian? Realmente no deseo levantarme de la cama ahora mismo. Pero no deseo tampoco perder tu nave.

— No lo harás. Freddie es de confianza, aunque no lo parezca. Pero sal de aquí a las once; a esa hora puedes hacer el trayecto a pie si es necesario. Puedo mantener tu reserva hasta después del tiempo limite; un capitán tiene algunos privilegios. Muy bien; continuad con lo que estabais haciendo.

— Ian miró su reloj de pulsera —. Son las nueve pasadas. Adiós.

— ¡Hey! ¡Dame el beso de despedida!

— ¿Por qué? Te veré en la nave. Y tenemos una cita en Winnipeg.

— ¡Bésame, maldita sea, o perderé esa condenada nave!

— Entonces desenrédate de ese gordo romano y procura no manchar mi uniforme limpio.

— No corras ningún riesgo, viejo hermano. Yo besaré a Helen á tu salud.

Ian se inclinó y me besó intensamente, y yo no manché su precioso uniforme. Luego besó a Freddie en la frente un poco calva y dijo:

— Divertíos, chicos. Pero llévala a la puerta a tiempo. Adiós. — En aquel momento Betty asomó la cabeza por la puerta y miró; su hermano la empujó con un brazo y se la llevó.

Volví de nuevo mi atención a Freddie. Dijo:

— Helen, prepárate. — Lo hice mientras pensaba alegremente que Ian y Betty y Freddie eran precisamente lo que Viernes necesitaba para borrar de su mente la puritana hipocresía en la que había estado viviendo durante demasiado tiempo.

Betty trajo el té de la mañana en el momento preciso, por lo que supongo que debía estar escuchando. Se sentó en la posición del loto en la cama y bebimos juntos. Luego nos levantamos y desayunamos. Yo tomé porridge con crema espesa, dos hermosos huevos, jamón de Canterbury (una gruesa loncha), patatas fritas, panecillos calientes con mermelada de frambuesa y la mejor mantequilla del mundo, y una naranja, todo ello regado con un fuerte té negro con azúcar y leche. Si todo el mundo rematara las cosas de la forma en que lo hacen en Nueva Zelanda, no tendríamos problemas políticos.

Freddie se puso un lavalava para tomar el desayuno pero Betty no, y yo tampoco.

Educada como estoy en la inclusa de un laboratorio, nunca he aprendido lo suficiente acerca de los modales y etiquetas humanos, pero sé que una huésped debe vestirse — o desvestirse — de acuerdo con su anfitriones. Realmente no estoy acostumbrada a ir desnuda en presencia de humanos (la inclusa era otro asunto), pero era terriblemente fácil estar con Betty. Me pregunté si ella me rechazaría si sabía que yo no soy humana.

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