Robert Heinlein - Puerta al verano

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En el avanzado planeta Tierra ya no es necesario matar a un enemigo para deshacerse de él. Sólo hace falta un “largo sueño”, un proceso que le mantiene congelado el tiempo preciso: un mes, un año, un siglo...
Ésta es la historia de una víctima del “largo sueño”, un hombre que despierta en el futuro, pero que, sin embargo, descubrirá que es posible volver al pasado para cumplir su venganza.
Una extraordinaria novela sobre el tema del viaje en el tiempo escrita por uno de los autores más galardonados de todos los tiempos, ganador de cuatro permios Hugo.

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Sus ojos no habían cambiado, y aquella expresión de duendecillo en su rostro que la había hecho tan deliciosa cuando era niña, seguía estando allí. Era la misma cara madura, llena, hermosa, pero inconfundible.

La estéreo se nubló: mis ojos habían conseguido llenarla de lágrimas…

—Sí —conseguí articular—. Sí, es Ricky.

—Nancy, no debiste habérselo mostrado —dijo preocupado el señor Larrigan.

—Vamos a ver, Hank, ¿qué hay de malo en enseñar una fotografía?

—Ya conoces el reglamento. —Se volvió hacia mí—. Señor; ya le dije por teléfono que no proporcionamos información sobre los clientes. Vuelva a las diez, que es cuando se abre la oficina de la administración.

—O bien podría usted volver a las ocho —añadió su mujer—. El doctor Bernstein estará entonces aquí.

—Mira, Nancy, haz el favor de estarte quieta. Si desea información, la persona a quien tiene que ver es el director. Bernstein tampoco tiene por qué contestar preguntas. Además, ni siquiera fue dienta del doctor Bernstein.

—Hank, eres demasiado quisquilloso. Vosotros los hombres hacéis reglamentos solamente por el gusto de hacerlos. Si tiene prisa por verla, podría estar en Brawley a las ocho. —Se volvió hacia mi—: Vuelva usted a las ocho; es lo mejor. De todos modos ni mi esposo ni yo podemos decirle a usted nada.

—¿Qué es esto de Brawley? ¿Es que fue a Brawley?

Si su marido no hubiese estado allí creo que me hubiese dicho más. Pero vaciló y él la miró con severidad. La mujer respondió:

—Vaya usted a ver al doctor Bernstein. Si no ha desayunado aún hay un sitio que está muy bien un poco más abajo, en esta misma calle.

Fui a aquel sitio que «estaba muy bien» (realmente lo estaba), comí y utilicé el lavabo y me compré un tubo de Sacabarba de una máquina y una camisa de otra máquina y tiré la que había estado llevando. Cuando volví estaba bastante respetable.

Pero Larrigan ya debía haber hablado de mi al doctor Bernstein. Era un hombre muy inflexible:

—Señor Davis, usted dice que también ha sido un Durmiente. Sin duda debe usted saber que hay criminales que se dedican a explotar la credulidad y la falta de orientación de los Durmientes recién despertados. La mayoría de los Durmientes tienen capitales considerables, todos ellos se encuentran desorientados en el mundo en que se encuentran, y generalmente están solos y un poco asustados, una combinación perfecta para los que abusan de la confianza ajena.

—¡Pero si lo único que quiero es saber adónde fue! Soy su primo. Pero yo tomé el sueño antes que ella, de modo que no sabía que ella también lo iba a hacer.

—Generalmente dicen que son parientes. —Me miró detenidamente—. ¿No le he visto a usted antes?

—Lo dudo mucho. A menos de que se haya cruzado conmigo en los Caminos yendo a la ciudad, todo el mundo se figura que me ha visto antes; tengo una de las Doce Caras Standard, tan difícil de identificar como un cacahuete en un saco lleno. Doctor, ¿y si telefonease al doctor Albrecht del Santuario de Sawtelle?

El doctor Bernstein asumió un aire judicial:

—Vuelva y vea al director. El podrá llamar al Santuario Sawtelíe… o a la policía, según le parezca mejor.

De modo que me marché. Entonces cometí un error. En lugar de volver y quizá seguir exactamente la información que necesitaba (con la ayuda de Albrecht que respondiese de mi), alquilé un taxi y me fui directamente a Brawley.

Tardé tres días en encontrar trazas de Ricky en Brawley. Sí, había vivido allí, lo mismo que su abuela; y eso lo averigüé pronto. Pero la abuela había muerto hacía veinte años y Ricky había tomado el Sueño. Brawley solamente tiene cien mil habitaciones, en lugar de los siete millones del Gran Los Ángeles; los archivos de hacía veinte anos no fueron difíciles de encontrar. Era la pista de hacía menos de una semana la que presentaba dificultades.

Parte de la dificultad era que estaba con alguien: había estado buscando una muchacha que viajaba sola. Cuando descubrí que había un hombre con ella pensé con ansiedad en los estafadores que acechan a los Durmientes, sobre los que había estado hablando Bernstein, y me afané más que nunca.

Seguí una falsa pista hasta Calexico, luego volví a Brawley, comencé de nuevo, volví a cogerla, y la seguí hasta Yuma.

En Yuma abandoné la persecución, pues Ricky se había casado. Lo vi allí en el registro de la oficina del condado. Me asombró tanto que lo dejé todo y salí corriendo hacia Denver, deteniéndome tan sólo para escribir una postal a Chuck diciéndole que vaciara mi escritorio y que pusiera todos los chismes en mi habitación.

En Denver me detuve sólo el tiempo necesario para visitar una casa de artículos dentales. No había estado en Denver desde que se había convertido en la capital —después de la Guerra de Seis Semanas, Miles y yo nos habíamos ido directamente a California—, y aquel sitio me dejó estupefacto. ¡Si ni siquiera pude encontrar la Avenida Colfax! Tenía entendido que todo lo esencial para el Gobierno había sido enterrado en las Rockies. Si eso era cierto, entonces todavía debían quedar muchas cosas no esenciales en la superficie. Aquel sitio me pareció aún más congestionado que el Gran Los Ángeles.

En la casa de suministros dentales compré diez kilogramos d‹ oro, isótopo 197, en forma de alambre número catorce. Pagué por él 86,10 dólares por kilogramo, lo cual era manifiestamente excesivo, puesto que el oro de calidad para la ingeniería se vendía alrededor de 70 dólares por kilogramo, y aquella transacción lesionó mortalmente mi único billete de mil dólares. Pero el oro de ingenie ría viene en aleaciones que no se encuentran nunca en la naturaleza o bien con isótopos 196 y 198, o bien ambas cosas a la vez, según su aplicación. Para mi objeto necesitaba oro puro, que no pudiese ser distinguido del oro obtenido por refinación de mineral natural y no quería oro que me pudiese quemar los calzoncillos si me 1‹ acercaba demasiado; la excesiva dosis que recibí en Sandia me había inculcado un saludable respeto al envenenamiento por radiación

Me arrollé el alambre alrededor de la cintura y me fui a Boulder Diez kilogramos es aproximadamente el peso de un maletín lleno para un fin de semana, y esa cantidad de oro abulta casi lo mismo que un litro de leche. Pero en forma de alambre parecía abultar más que si hubiese estado compacto; no puedo recomendarlo como cinturón. Pero en forma de lingotes hubiese sido aún más difícil di transportar, y de aquella manera lo tenía siempre encima de mi

El doctor Twitchell vivía todavía allí, si bien ya no trabajaba; en profesor emérito y pasaba la mayor parte de las horas en que estaba' despierto en el bar del club de la Facultad. Tardé cuatro días en poderle encontrar en otro bar, ya que el club de la Facultad estaba cerrado para extraños como yo. Pero cuando le encontré resultó fácil invitarle a tomar algo.

Era un personaje trágico, en el sentido clásico griego, era u' gran hombre, verdaderamente un muy gran hombre, deshecho. Debía haber estado ahí arriba como Einstein, Bohr y Newton; pero, en vez de eso, solamente algunos especialistas en la teoría del campo conocían verdaderamente la magnitud de su obra. Y entonces, cuan do le conocí, su brillante inteligencia estaba agriada por la desilusión, nublada por la edad y empapada de alcohol. Era algo as como visitar las ruinas de lo que había sido un magnífico templo después de que se hubiese hundido el techo, la mitad de las columnas estuviesen rotas y la maleza lo hubiese cubierto todo.

No obstante, aun así tenía más talento del que yo he tenido en el mejor de los casos. Soy lo suficientemente inteligente para apreciar al verdadero genio cuando me encuentro con él.

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