—¿Por qué tenéis que hacer esto?
—No hay elección, Alfa Archivista. Pusimos nuestra fe en Krug, y Krug destruyó nuestras esperanzas. Ahora, devolvemos el golpe. Contra los que se burlaron de nosotros. Contra los que nos utilizaron. Contra quien nos hizo. Y le herimos donde es más vulnerable, derribando su torre.
Archivista miró por encima de Vigilante, hacia la torre. Vigilante también se volvió. Ahora, el balanceo era perceptible a simple vista.
—No es demasiado tarde para volver a conectar la refrigeración, ¿verdad?—preguntó rápidamente Archivista—. ¿No atenderás a razones? Esta revolución no es necesaria. Habríamos llegado a un acuerdo con ellos, Vigilante. Vigilante, ¿cómo es posible que alguien de tu inteligencia sea un fanático? ¿Vas a destruir el mundo porque tu dios te ha abandonado?
—Preferiría que te marcharas ya —fue la respuesta de Vigilante.
—No. Tengo la obligación de guardar la torre. Tenemos un contrato.
Archivista miró a los androides que les rodeaban.
—¡Amigos!—exclamó—. ¡Alfa Vigilante se ha vuelto loco! ¡Está destruyendo la torre! ¡Os pido ayuda! ¡Sujetadle, retenedle mientras entro en el centro de control y arreglo la refrigeración! ¡Agarradle, o la torre caerá!
Ningún androide se movió.
—Lleváoslo, amigos míos —dijo Vigilante.
Se acercaron.
—¡No!—gritó Archivista—. ¡Escuchadme! ¡Esto es una locura! ¡Es irracional! ¡Es…!
Un sonido amortiguado llegó del centro del grupo. Vigilante sonrió y volvió al centro de control.
—¿Qué le harán?—preguntó Lilith.
—No tengo ni idea. Matarle, quizá. En momentos como éste, siempre se ahoga a la voz de la razón —respondió Vigilante.
Examinó la torre. Ahora se inclinaba claramente hacia el este. Nubes de vapor se alzaban de la tundra. Distinguía las burbujas en el lodo del emplazamiento, allí donde las trenzas bombeaban calor al permafrost. Un banco de niebla empezaba a formarse a poca altura sobre el suelo, donde el frío del Ártico chocaba con el calor que se alzaba de la tundra. Vigilante alcanzó a oír los crujidos en la tierra, los extraños sonidos de succión del lodo al despegarse del lodo. “¿Cuál es ahora la desviación de la torre con respecto a su perpendicular?—se preguntó—. ¿Dos grados? ¿Tres? ¿Cuánto más debe inclinarse para que el centro de gravedad cambie y la estructura caiga?”
—Mira —dijo de repente Lilith.
Otra figura acababa de salir del transmat: Manuel Krug. Llevaba ropa de alfa —mi propia ropa, comprendió Vigilante—, pero rota y ensangrentada, y la piel que aparecía a través de los desgarrones estaba llena de cortes profundos. Manuel apenas parecía consciente del frío intenso. Corrió hacia ellos, desesperado, con ojos enloquecidos.
—¿Lilith? ¿Thor? ¡Oh, gracias a Dios! ¡He ido a todas partes, intentando encontrar un rostro amigo! ¿Es que el mundo se ha vuelto loco?
—Deberías ponerte algo un poco más de abrigo en esta zona —respondió tranquilamente Vigilante.
—¿Qué importa eso ahora? Escuchad, ¿dónde está mi padre? Nuestros androides se han vuelto locos. Clissa ha muerto. La violaron. La despedazaron. Conseguí escapar por poco. Y vaya adonde vaya…, ¿qué está pasando, Thor? ¿Qué está pasando?
—No debieron hacer daño a tu esposa —dijo Vigilante—. Lo lamento Era innecesario.
—Ella era su amiga —gruñó Manuel—. ¿Sabías que daba dinero en secreto para el PIA? Y…, y…, buen Dios, estoy perdiendo la cabeza. La torre parece inclinada.
Parpadeó y se frotó los ojos varias veces.
—Me sigue pareciendo que tiembla. ¿No está inclinada? ¿Cómo es posible? No…, no…, me vuelvo loco. Dios me ayude. Pero al menos, estás aquí. ¿Lilith? ¿Lilith?
Extendió los brazos hacia ella. Temblaba convulsivamente.
—¡Tengo tanto frío, Lilith…! Por favor, abrázame. Llévame a alguna parte. Sólo nosotros dos. Te quiero, Lilith. Te quiero, te quiero, te quiero. Eres todo lo que me queda…
La buscó.
Ella le eludió. Manuel sólo abrazó aire. Libre de él, Lilith se acercó a Vigilante, presionando fuertemente el cuerpo contra el suyo. Vigilante la estrechó entre sus brazos, y sonrió triunfante. Sus manos bajaron por el hermoso cuerpo esbelto probando la dureza de la espalda y las nalgas. Buscó los labios de ella con los suyos. Su lengua entró en la boca cálida.
—¡Lilith!—gritó Manuel.
Vigilante sintió que la sensualidad se adueñaba de él. Su cuerpo estaba en llamas. Le palpitaba cada terminación nerviosa. Ahora, su hombría había despertado por completo. Lilith era mercurio en sus brazos. Sus pechos, sus muslos, su espalda, todo ardía contra él. Sólo fue lejanamente consciente del gemido de Manuel.
—¡La torre!—chilló Manuel—. ¡La torre!
Vigilante soltó a Lilith. Dio media vuelta para mirar la torre, con el cuerpo flexionado, expectante. De la tierra surgía un crujido terrible. Le llegaron los sonidos de succión del lodo. La tundra se desgarró y burbujeó. Oyó un ruido como el de los árboles al caer. La torre se inclinó. La torre se inclinó. La torre se inclinó. Las placas reflectoras proyectaban un brillo deslumbrante a lo largo de su cara este. Dentro, el equipo de comunicaciones resultaba claramente visible, semillas dentro de su vaina. La torre se inclinó. En su base, por el lado oeste, grandes trozos de tierra helada se alzaron, llegando casi hasta la entrada del centro de control. Hubo estallidos, como cuerdas de violín al romperse. La torre se inclinó. Hubo un sonido deslizante; ¿cuántas toneladas de cristal habrían sido arrancadas de sus cimientos? ¿Cuántas poderosas junturas habían cedido dentro de la tierra? Los androides, en hileras apretadas lejos de todo peligro, hacían desesperadamente el signo de Krug-nos-guarde. El murmullo de sus plegarias le llegó entre los extraños ruidos que surgían del agujero. Manuel sollozaba. Lilith jadeaba y gemía de una manera que él había oído dos veces, cuando estaba tumbado sobre ella, en los últimos frenesíes de su orgasmo. Vigilante estaba sereno. La torre se inclinó.
Ahora se tambaleaba. El aire desplazado por la caída de la mole casi derribó a Vigilante. La base de la torre apenas parecía moverse, mientras la sección central cambiaba su ángulo constantemente, y la cima inacabada describía un arco repentino mientras se acercaba rápidamente al suelo. Bajó y bajó y bajó y bajó. Su caída quedó encerrada en un momento intemporal. Vigilante pudo separar cada fase del derrumbamiento de la anterior, como si estuviera visualizando una serie de imágenes individuales. Abajo. Abajo. El aire silbaba. Olía a quemado. La torre caía, no toda de una vez, sino en secciones, y golpeaba contra el suelo, rebotando, para caer de nuevo, destrozándose, mientras levantaba inmensas gotas de lodo, y desperdigaba sus propios bloques destrozados en todas direcciones, a gran distancia. El clímax de la caída pareció durar muchos minutos, mientras trozos de muro cristalino se alzaban y caían, de manera que la torre parecía retorcerse como una gigantesca serpiente herida. Un sonido atronador que duró eternamente. Luego, por fin, todo quedó en silencio. Fragmentos de cristal aparecían dispersos en cientos de metros. Los androides habían inclinado las cabezas en oración. Manuel estaba acurrucado a los pies de Lilith, con la mejilla apoyada contra su tobillo derecho. Lilith estaba de pie, con las piernas bien separadas, los hombros erguidos, los pechos subiendo y bajando. Parecía resplandeciente tras el éxtasis. Cerca de ella, Vigilante se sentía maravillosamente tranquilo, aunque empezaba a notar los primeros matices de la tristeza invadiendo su júbilo ahora que la torre había caído. Atrajo a Lilith hacia él.
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